jueves, 22 de mayo de 2014

EL VALOR EXPLICATIVO DE LAS PALABRAS FUGACES.



En no pocas ocasiones, su significado suele ser incluso más importante que el propio mensaje explícito. Me refiero a esas palabras que no se transmiten en el diálogo, esas ideas que no se expresan en el texto o esos sentimientos que no se exteriorizan en la relación pero…. que están ahí, con toda su patente potencialidad. Hablamos y hablamos, sin embargo no decimos todo lo que pensamos. ¿Por qué actuamos así? Esa actitud tal vez sea debida a un exceso de prudencia, a la falta de generosidad para con la verdad o a ese temor que nos invade, ante las consecuencias que pudiera tener la sinceridad en el contenido de nuestra comunicación. Naturalmente, ello lastra y perjudica la falta de credibilidad en aquel que nos atiende, la rutina vacía de tantas conversaciones que podamos establecer, e incluso el sopor o el aburrimiento que produce en los demás todo o una parte importante de lo que manifestamos. Y son muchas, verdaderamente importantes, esas palabras que aún estando…. no son manifestadas.
 
Gonzalo y Luisa, antiguos compañeros de facultad, hacía largo tiempo que no compartían un buen rato para la charla. En su etapa reglada para el estudio, muchos de sus amigos en el aula llegaron a considerar la previsible vinculación afectiva de ambos. Compartían las obligaciones académicas, los ratos de ocio y esa connivencia en el trato que justificaba, con lógica, aquella agradable suposición. Pero, tras la finalización de sus “carreras”, la vida de uno y otro caminó por senderos diferentes y aquella intensa proximidad se fue enfriando y, al paso de los meses y años, desapareciendo. Estos dos amigos formaron sus respectivas familias y llevaron a la práctica el ejercicio de su profesión jurídica, integrándose en equipos y especialidades diferentes de la actividad legal. Supieron mantener, eso sí, algunos contactos en fechas social y educadamente obligadas, tales como los eventos navideños, santorales en el calendario, junto a los gratos natalicios y otras circunstancias importantes en sus respectivas vidas. Sin embargo hoy, en el séptimo aniversario de aquel su último examen (de Procesal) que tuvieron que afrontar, especialmente duro y complicado para el expediente, decidieron tener el gesto simpático de quedar para comer juntos, a fin de pasar un buen rato recordando y añorando aquellas aventuras inolvidables de su juvenil etapa universitaria.

Eligieron un afamado restaurante, caracterizado por sus buenos menús y la calidad en el servicio, ubicado a pocos kilómetros de la ciudad camino de la Sierra. Allí, precisamente, fue donde toda la promoción hizo la cena de despedida, en una noche en que hubo abundante alegría, cálidos sentimientos y un repertorio de palabras, bailes y fotografías inolvidables para la memoria. Decidieron, de mutuo acuerdo, estar solos en esa afectiva reunión conmemorativa para el recuerdo. Los hijos de ambos quedaron al cuidado de sus cónyuges que se mostraron dispuestos a colaborar, a pesar de  la intensa agenda  profesional que se ven obligados a mantener. La tarde de aquel 7 de julio iba a ser sólo para ellos dos, liberados de obligaciones sociales y familiares. Ese era el plan. Comenzaron con saludos muy afectivos, frases cordiales, tras lo cual llegó un menú suculento, acompañado de unas copas bien generosas para sustentar el paladar y la necesaria emoción del reencuentro.

Entre plato y plato, los minutos fueron pasando con el recuerdo de mil u una anécdotas que despertaban las sonrisas, la curiosidad y la sagacidad en la elección de los temas para el comentario. Ya con los cafés encima de la mesa, se produjo un bajón anímico en la atmósfera relacional que les cobijaba. Las palabras, entonces, fueron espaciándose y comenzaron a surgir esos incómodos y largos silencios que los interlocutores no saben, o tal vez ni lo pretenden, superar. A la acústica de los sonidos siguió esa otra forma expresiva que interpreta el lenguaje, más que complicado, que sólo articula miradas y gestos. Luisa jugueteaba mecánicamente con su cucharilla, mientras Gonzalo inició un manoseo nervioso con ese bolígrafo sobre el que suele descargar la acumulada tensión nerviosa  cuando, traviesamente, le sobreviene.

“Luisa, la tarde no ha estado mal, por supuesto. Todo lo contrario. Ha sido un inteligente acierto volver a vernos y compartir esta grata comida. En medio de tantos y tantos recuerdos. Pero, a pesar de nuestra antigua e intensa amistad, a medida que pasan los minutos, nos ha ido llegando un vacío muy profundo, en el contenido de nuestra conversación. No sé si tu también percibes lo mismo. Pero yo creo, y te lo voy a decir con la franqueza necesaria, que tanto por mi parte, tal vez también por la tuya, no ha existido la sinceridad suficiente para expresar lo que sentimos y somos en estos momentos. Educadamente hemos estado para nota. Pero si profundizamos en nuestras expresiones, yo las he visto, en general, harto artificiosas y carentes de la fuerza con que la sinceridad lustra la intercomunicación. No sé si tu compartes esta apreciación”.

Esta larga y pausada parrafada de Gonzalo fue un punto de inflexión de lo que había sido, hasta ese momento un artificioso, pero agradable, reencuentro entre viejos amigos. La modulación del artificio comenzó a dejar paso a parámetros más cercanos a una intercomunicación más lustrada de sinceridad. Luisa supo estar a la altura de la situación y recogió el envite de su compañero con esa habilidad que aporta el camino hacia la madurez.

“Sí, tienes toda la razón, Gonzalo. Pero las cosas funcionan así. Hablamos y decimos pero….. qué importante es la parte porcentual de lo que callamos. Tal vez lo hacemos por las buenas normas de la costumbre o por esos hábitos que nos inducen, con acierto, respetar a los demás. Pero ello perjudica a la verdad de lo que pensamos y sentimos. Hay muchas cosas, desigualmente importantes, que silencio sobre tu persona. ¡Que duda cabe! Si quieres, te digo alguna a fin de iniciar un interesante juego en honor de la verdad. Por ejemplo, comienzo con una de las más fuertes, ahora que este café me ha dado fuerzas para la sinceridad. Nunca supe explicarme el porqué de tu indecisión para dar ese paso que yo tanto deseaba. Y bien que sufrí, a causa de tu silencio. Te sentía tan cerca, tan necesitado, tan afectivo, que numerosas veces esperé la llegada de ese momento que yo tanto esperaba. Claro, no estaba bien que fuera yo quien diese ese importante paso para compartir nuestras vidas. Pero no fuiste capaz de hacerlo. Y lo que nunca te he perdonado es que me pusieras tantas veces a tono para dejarme, con la frustración subsiguiente, en esa estación a la que nunca llegan los trenes. No sé lo que bulliría por tu cabeza. Pero seguro que tendrías tus razones. Me defraudaste, profundamente. Y mi respuesta fue insensatamente alocada. El desconcierto me hizo optar por una persona a la que, realmente, nunca he amado. A pesar de todas las apariencias, en contrario. Eras tú. Eras sólo tú mi razón. Pero…. tú no estabas”.

La expresión de su interlocutor se tonó, entonces, inusualmente serena y más relajada. Parece que era el envite que estaba esperando para recuperar, aunque fuese por sólo unos minutos, el valor siempre inapreciable de la sinceridad. Y este joven y agresivo jurista no supo desaprovecharlo. Tras tomar un sorbo de su bien aromática taza, se sintió animado para hablar, con el ropaje inmaculado de la verdad.

“Aprecio y respeto, en su valor, las palabras que acabas de decir. Posiblemente, mi comportamiento fue un tanto cobarde o excesivamente prudente. Tengo que reconocerlo y ahora te lo confieso. Aunque sentía, es evidente, mucha atracción hacia tu persona (no sólo en lo físico, por supuesto eres un dechado de valores) mis dudas procedían de ese miedo que te provoca sentirte o imaginarte, con base más o menos real, inferior a esa otra persona. Había momentos en que te veía tan dueña de todo, tan segura, tan “omnipotente”, tan poderosa y autosuficiente que temía ser un cero a la izquierda en la aventura de una vida compartida. Esa fue la realidad de mi silencio o indecisión. Estas cosas hay que hablarlas y compartirlas. Pero te las guardas, bullendo en tu cabeza, y condicionan gravemente las respuestas que adoptas. Lamento haberte hecho daño, pero te aseguro que mi situación, tal vez por la naturaleza de mi carácter, tampoco era nada grata. Me gustabas mucho, muchísimo, pero sentí miedo a esa perfección que yo percibía en tu persona, con más o menos fundamento. También he de confesarte mi situación actual, en lo afectivo. Aunque estable, es más rutinaria y banal que otra cosa. Claro que he pensado en ti, durante estos años. Lo que pudo ser y…….”

Entre ellos, por primera vez, las palabras no se habían fugado. Habían permanecido bien presentes, para la clarificación y la mutua credibilidad. Tras estas dos íntimas confidencias, no pudieron continuar la conversación. Estaban profundamente emocionados. Tras un beso, con los ojos muy brillantes, por la situación que habían vivido, cada uno tomo su vehículo camino de una “normalidad” admirablemente estable y sin embargo nubladamente aburrida.

Las hojas del calendario han ido pasando en el discurrir cotidiano. Dos años hace ya de aquella íntima comida en un restaurante de la sierra. Luisa y Gonzalo mantienen la estabilidad de sus respectivas y acomodadas parejas. Pero hay días que se hacen lúcidos en la majestad de la noche. Ellos dos saben aprovecharlos juntos para hacer realidad lo que siempre anidó en sus corazones. Un amor verdadero pero, como tantas veces, imposible para dos vidas insatisfechas. En esos escasos momentos para la alegría, las palabras no se tornan fugaces, sino bien presentes. Se apartan fugazmente de esa aplaudida estabilidad social y dan rienda suelta a la profunda verdad de sus sentimientos. En la gran lección que la vida ha sabido y querido concederles.

“Marian, soy Leo. Como ya te comenté hace unas semanas, este viernes de nuevo, Luisa va a tener su reunión mensual con las antiguas amigas de facultad. Le suelen llamar “Encuentros para la orgía”. Seguro que también Gonzalo te habrá comentado que, también este viernes, ha de mantener una importante y complicada reunión de bufete y que no volverá hasta el amanecer. Esta situación es la tercera vez que se va a producir­. Capté detalles, hice unas llamadas… En fin, que como tórtolos ambos intentan recuperar una relación que no supieron consolidar. ¿Te parece que tú y yo también aprovechemos la noche…..? Haríamos lo mismo que ellos, gozando de una experiencia nueva que, no me cabe duda, será apeteciblemente atractiva para ambos.”



José L. Casado Toro (viernes, 23 mayo, 2014)
Profesor

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