En
no pocas ocasiones, su significado suele ser incluso más importante que el
propio mensaje explícito. Me refiero a esas palabras que no se transmiten en el
diálogo, esas ideas que no se expresan en el texto o esos sentimientos que no
se exteriorizan en la relación pero…. que están ahí, con toda su patente
potencialidad. Hablamos y hablamos, sin embargo no
decimos todo lo que pensamos. ¿Por qué actuamos así? Esa actitud tal vez
sea debida a un exceso de prudencia, a la falta de generosidad para con la
verdad o a ese temor que nos invade, ante las consecuencias que pudiera tener
la sinceridad en el contenido de nuestra comunicación. Naturalmente, ello
lastra y perjudica la falta de credibilidad en aquel que nos atiende, la rutina
vacía de tantas conversaciones que podamos establecer, e incluso el sopor o el aburrimiento
que produce en los demás todo o una parte importante de lo que manifestamos. Y son muchas, verdaderamente importantes, esas palabras que aún estando…. no son manifestadas.
Gonzalo y Luisa,
antiguos compañeros de facultad, hacía largo tiempo que no compartían un buen
rato para la charla. En su etapa reglada para el estudio, muchos de sus amigos
en el aula llegaron a considerar la previsible vinculación afectiva de ambos.
Compartían las obligaciones académicas, los ratos de ocio y esa connivencia en
el trato que justificaba, con lógica, aquella agradable suposición. Pero, tras
la finalización de sus “carreras”, la vida de uno y otro caminó por senderos diferentes
y aquella intensa proximidad se fue enfriando y, al paso de los meses y años,
desapareciendo. Estos dos amigos formaron sus respectivas familias y llevaron a
la práctica el ejercicio de su profesión jurídica, integrándose en equipos y
especialidades diferentes de la actividad legal. Supieron mantener, eso sí, algunos
contactos en fechas social y educadamente obligadas, tales como los eventos navideños,
santorales en el calendario, junto a los gratos natalicios y otras circunstancias
importantes en sus respectivas vidas. Sin embargo hoy, en el séptimo aniversario
de aquel su último examen (de Procesal) que tuvieron que afrontar,
especialmente duro y complicado para el expediente, decidieron
tener el gesto simpático de quedar para comer juntos, a fin de pasar un
buen rato recordando y añorando aquellas aventuras inolvidables de su juvenil etapa
universitaria.
Eligieron
un afamado restaurante, caracterizado por sus buenos menús y la calidad en el
servicio, ubicado a pocos kilómetros de la ciudad camino de la Sierra. Allí,
precisamente, fue donde toda la promoción hizo la cena de despedida, en una
noche en que hubo abundante alegría, cálidos sentimientos y un repertorio de
palabras, bailes y fotografías inolvidables para la memoria. Decidieron, de
mutuo acuerdo, estar solos en esa afectiva reunión conmemorativa para el
recuerdo. Los hijos de ambos quedaron al cuidado de sus cónyuges que se
mostraron dispuestos a colaborar, a pesar de la intensa agenda profesional que se ven obligados a mantener.
La tarde de aquel 7 de julio iba a ser sólo para
ellos dos, liberados de obligaciones sociales y familiares. Ese era el plan.
Comenzaron con saludos muy afectivos, frases cordiales, tras lo cual llegó un
menú suculento, acompañado de unas copas bien generosas para sustentar el
paladar y la necesaria emoción del reencuentro.
Entre
plato y plato, los minutos fueron pasando con el recuerdo de mil u una
anécdotas que despertaban las sonrisas, la curiosidad y la sagacidad en la
elección de los temas para el comentario. Ya con los cafés encima de la mesa,
se produjo un bajón anímico en la atmósfera relacional que les cobijaba. Las
palabras, entonces, fueron espaciándose y comenzaron a surgir esos incómodos y
largos silencios que los interlocutores no saben, o tal vez ni lo pretenden,
superar. A la acústica de los sonidos siguió esa otra forma expresiva que
interpreta el lenguaje, más que complicado, que sólo articula miradas y gestos.
Luisa jugueteaba mecánicamente con su cucharilla, mientras Gonzalo inició un
manoseo nervioso con ese bolígrafo sobre el que suele descargar la acumulada
tensión nerviosa cuando, traviesamente,
le sobreviene.
“Luisa, la tarde no ha estado mal, por supuesto. Todo lo
contrario. Ha sido un inteligente acierto volver a vernos y compartir esta
grata comida. En medio de tantos y tantos recuerdos. Pero, a pesar de nuestra
antigua e intensa amistad, a medida que pasan los minutos, nos ha ido llegando
un vacío muy profundo, en el contenido de nuestra conversación. No sé si tu también
percibes lo mismo. Pero yo creo, y te lo voy a decir con la franqueza
necesaria, que tanto por mi parte, tal vez también por la tuya, no ha existido
la sinceridad suficiente para expresar lo que sentimos y somos en estos
momentos. Educadamente hemos estado para nota. Pero si profundizamos en
nuestras expresiones, yo las he visto, en general, harto artificiosas y carentes
de la fuerza con que la sinceridad lustra la intercomunicación. No sé si tu
compartes esta apreciación”.
Esta
larga y pausada parrafada de Gonzalo fue un punto de inflexión de lo que había
sido, hasta ese momento un artificioso, pero agradable, reencuentro entre
viejos amigos. La modulación del artificio comenzó a dejar paso a parámetros
más cercanos a una intercomunicación más lustrada de sinceridad. Luisa supo
estar a la altura de la situación y recogió el envite de su compañero con esa
habilidad que aporta el camino hacia la madurez.
“Sí, tienes toda la razón, Gonzalo. Pero las cosas
funcionan así. Hablamos y decimos pero….. qué importante es la parte porcentual
de lo que callamos. Tal vez lo hacemos por las buenas normas de la costumbre o
por esos hábitos que nos inducen, con acierto, respetar a los demás. Pero ello
perjudica a la verdad de lo que pensamos y sentimos. Hay muchas cosas,
desigualmente importantes, que silencio sobre tu persona. ¡Que duda cabe! Si
quieres, te digo alguna a fin de iniciar un interesante juego en honor de la
verdad. Por ejemplo, comienzo con una de las más fuertes, ahora que este café
me ha dado fuerzas para la sinceridad. Nunca supe explicarme el porqué de tu
indecisión para dar ese paso que yo tanto deseaba. Y bien que sufrí, a causa de
tu silencio. Te sentía tan cerca, tan necesitado, tan afectivo, que numerosas
veces esperé la llegada de ese momento que yo tanto esperaba. Claro, no estaba
bien que fuera yo quien diese ese importante paso para compartir nuestras
vidas. Pero no fuiste capaz de hacerlo. Y lo que nunca te he perdonado es que
me pusieras tantas veces a tono para dejarme, con la frustración subsiguiente,
en esa estación a la que nunca llegan los trenes. No sé lo que bulliría por tu
cabeza. Pero seguro que tendrías tus razones. Me defraudaste, profundamente. Y
mi respuesta fue insensatamente alocada. El desconcierto me hizo optar por una
persona a la que, realmente, nunca he amado. A pesar de todas las apariencias,
en contrario. Eras tú. Eras sólo tú mi razón. Pero…. tú no estabas”.
La
expresión de su interlocutor se tonó, entonces, inusualmente serena y más
relajada. Parece que era el envite que estaba esperando para recuperar, aunque
fuese por sólo unos minutos, el valor siempre inapreciable de la sinceridad. Y
este joven y agresivo jurista no supo desaprovecharlo. Tras tomar un sorbo de
su bien aromática taza, se sintió animado para hablar, con el ropaje inmaculado
de la verdad.
“Aprecio y respeto, en su valor, las palabras que acabas
de decir. Posiblemente, mi comportamiento fue un tanto cobarde o excesivamente
prudente. Tengo que reconocerlo y ahora te lo confieso. Aunque sentía, es evidente,
mucha atracción hacia tu persona (no sólo en lo físico, por supuesto eres un
dechado de valores) mis dudas procedían de ese miedo que te provoca sentirte o
imaginarte, con base más o menos real, inferior a esa otra persona. Había
momentos en que te veía tan dueña de todo, tan segura, tan “omnipotente”, tan
poderosa y autosuficiente que temía ser un cero a la izquierda en la aventura
de una vida compartida. Esa fue la realidad de mi silencio o indecisión. Estas
cosas hay que hablarlas y compartirlas. Pero te las guardas, bullendo en tu
cabeza, y condicionan gravemente las respuestas que adoptas. Lamento haberte
hecho daño, pero te aseguro que mi situación, tal vez por la naturaleza de mi
carácter, tampoco era nada grata. Me gustabas mucho, muchísimo, pero sentí
miedo a esa perfección que yo percibía en tu persona, con más o menos
fundamento. También he de confesarte mi situación actual, en lo afectivo. Aunque
estable, es más rutinaria y banal que otra cosa. Claro que he pensado en ti,
durante estos años. Lo que pudo ser y…….”
Entre
ellos, por primera vez, las palabras no se habían fugado. Habían permanecido
bien presentes, para la clarificación y la mutua credibilidad. Tras estas dos
íntimas confidencias, no pudieron continuar la conversación. Estaban profundamente emocionados. Tras un beso, con
los ojos muy brillantes, por la situación que habían vivido, cada uno tomo su
vehículo camino de una “normalidad” admirablemente estable y sin embargo
nubladamente aburrida.
Las
hojas del calendario han ido pasando en el discurrir cotidiano. Dos años hace ya
de aquella íntima comida en un restaurante de la sierra. Luisa y Gonzalo mantienen
la estabilidad de sus respectivas y acomodadas parejas. Pero hay días que se hacen lúcidos en la majestad de la noche.
Ellos dos saben aprovecharlos juntos para hacer realidad lo que siempre anidó
en sus corazones. Un amor verdadero pero, como tantas veces, imposible para dos
vidas insatisfechas. En esos escasos momentos para la alegría, las palabras no
se tornan fugaces, sino bien presentes. Se apartan fugazmente de esa aplaudida
estabilidad social y dan rienda suelta a la profunda verdad de sus
sentimientos. En la gran lección que la vida ha sabido y querido concederles.
“Marian, soy Leo. Como ya te comenté hace unas semanas, este
viernes de nuevo, Luisa va a tener su reunión mensual con las antiguas amigas
de facultad. Le suelen llamar “Encuentros para la orgía”. Seguro que también
Gonzalo te habrá comentado que, también este viernes, ha de mantener una importante
y complicada reunión de bufete y que no volverá hasta el amanecer. Esta
situación es la tercera vez que se va a producir. Capté detalles, hice unas
llamadas… En fin, que como tórtolos ambos intentan recuperar una relación que
no supieron consolidar. ¿Te parece que tú y yo también aprovechemos la noche…..?
Haríamos lo mismo que ellos, gozando de una experiencia nueva que, no me cabe
duda, será apeteciblemente atractiva para ambos.”
José L. Casado Toro (viernes, 23 mayo, 2014)
Profesor
No hay comentarios:
Publicar un comentario