viernes, 8 de marzo de 2024

ESTRELLAS CON ENCANTO

A lo largo de nuestro recorrido vital, vamos observando, y en muchos casos asombrándonos, de numerosos y variados comportamientos que podemos calificar como “raros, insólitos, poco comprensibles, curiosos, absurdos, divertidos o incluso rechazables. Sin embargo, a poco que profundicemos en los porqués de esas actitudes humanas, terminamos por concluir que una mayoría de las escenas que nos parecen incompatibles con el razonamiento, contienen una cierta lógica, que nos ayuda a ser más comprensibles, tolerantes, ante unos hechos de los que eres un simple y oportuno espectador. Valga esta somera introducción, para contextualizar en algo la historia que vamos a narrar.

Cada mañana, entre lunes y viernes, a esa cómoda hora entre las 10 /10:30, llegaba al normalmente lleno de pacientes ambulatorio del S.A.S. del barrio malacitano Cruz de Humilladero-La Unión una señora mayor, sobrada de peso en su generosa humanidad, cabello cano, lentes con “notables” dioptrías, que portaba en su brazo una gran bolsa de tela recia de color beige. Con ágil diligencia, saludaba al guarda de seguridad (que ya la conocía, de sus visitas casi diarias al centro sanitario) y se dirigía a una de las numerosas zonas de salas de espera (de vez en cuando variaba de espacio) ocupando uno de los asientos utilizados por los pacientes que acudían para consulta con alguno de los médicos.

Una vez acomodada, con hábil destreza extraía de la gran bolsa dos largas agujas (de metal o plástico) para tricotar, con los ovillos de lana que también portaba, cuyos colores iban cambiando de un día para otro. A pesar de que su labor era continua, mostrando una admirable habilidad en el artesanal oficio, trataba de entablar conversación, siempre que encontraba la correspondiente recepción, con alguno de esos pacientes a quienes gusta hablar, contando sus padecimientos o esas banalidades sobre temas diversos. La señora del tricotaje tenía por nombre EULALIA (Lali) Campanal Ternera.

Había días en los que no tricotaba jerseys, bufandas o calcetas. Por el contrario, utilizaba unas metálicas agujas para hacer crochet e iba componiendo preciosos paños para la mesa del salón, mesillas de noche u otros usos para el adorno. Y así, una semana tras otra.

Una de las pacientes, que esperaba en la salita, hasta ser atendida por la Dra. Comas, la miraba con puntual fijeza. Le resultaba curiosa, como a otras personas, la imagen de esa señora mayor, con toquilla a veces por los hombros (como si estuviera en el salón de su casa) que tricotaba sin cesar y que nunca era llamada por el médico correspondiente. Unos días después, esta paciente tuvo que volver a la consulta médica y de nuevo volvió a encontrarse con esa curiosa escena, de la señora que tricotaba en el mismo asiento, como si el tiempo no hubiera pasado. Entonces no pudo reprimir su curiosidad de preguntarle, con la lógica y necesaria delicadeza, por qué “siempre” tricotaba y no entraba en consulta. De esta peculiar forma nació la amistad entre Eulalia y ONDINA Leira Villén. Una primera taza de café con leche, invitada por su nueva amiga, facilitó la expresividad de Eulalia, que se sentía feliz narrando a Ondina retazos, simples pero significativos, de su vida.

“Aquí, en el ambulatorio, me siento bien resguardada o protegida. No tengo apenas familia. Nunca me casé. Para vivir, he fregado muchos suelos y he preparado y limpiado no pocas cocinas. Tuve una gran suerte, porque mi abuela, Palmira, que en gloria esté, fue la buena mujer que realmente me crió. Tuve una madre de muy mala cabeza, siempre estaba de amoríos de un lugar para otro. Esta abuela/madre me enseñó y despertó en mí, desde pequeña, el arte de tricotar. Tanto con las agujas de la lana, como con los hilos y las agujas del crochet. Me vengo a los ambulatorios unas horas, para evitar la soledad, pues así hago algunas buenas amigas, como tú. En el invierno, estando aquí, evito el frío, gracias a la calefacción que ponen, mientras que, en los días de calor, la refrigeración alivia mis sofocos. Como te decía, con estas amistades puedo hablar y sentirme acompañada. Algunas de estas buenas personas, incluso suelen traerme algunos detalles, como dulces, bizcochos, rosquillas, pestiños …

No me gusta estar parada, así que compro un poco de lana o hilo y tricoto, actividad que me da tranquilidad y el bien de sentirme útil. Hago jerseys, bufandas, calcetas para los pies y también pañitos para la sobremesa. Todo este material suelo llevarlo a una mercería y tienda de ropa, que tengo en mi barrio de Huelin. Allí me lo compran, pues dicen que tiene buena salida. A veces, incluso alguna cliente me viene con las medidas de su cuerpo, para que le haga alguna prenda de lana. Ese “dinerillo” me viene muy bien, porque la vida cada día está más cara. Solo tengo una pensión “de pobre”, que me da para comer, sin grandes excesos. Por la vivienda, una antigua y pequeña portería (mis abuelos eran los porteros) no tengo que pagar nada. Los vecinos me la ceden, a cambio de que ordena un poco el portal y una vez a la semana “haga” las escaleras.

Antes de hacer uso de las salas de espera en los ambulatorios, solía irme a la estación del ferrocarril. Allí echaba las horas, también tricotando. Pero un día prohibieron pasar a la zona de los andenes, en donde mucho me distraía, viendo llegar y salir los trenes y a los viajeros con sus maletas. Era emocionante ver las lágrimas en las despedidas y los abrazos y besos en las llegadas. Entonces tuve que cambiar de sitio. Me tenía que resguardar en la sala donde venden los “billetes”, pero el guardia, cuando me veía un día tras otro, me regañaba, diciéndome que allí no me podía quedar. Aquí, en el ambulatorio, el guardia Antón es más comprensivo y me permite que haga mi labor sin molestar a nadie, durante los días que desee.

Mira, querida Ondina, yo soy persona muy servicial. Si tengo que ayudar a los pacientes despistados, les indico en donde está el médico que les corresponde, pues ya me los sé de memoria. También les aclaro si el doctor ha entrado o salido de su consulta. Fíjate la alegría que me dio, cuando pusieron aparatos de televisión en las salitas de espera, por los que ponen vídeos de cómo hacer comidas saludables. Esos programas son muy entretenidos, para también ir pasando las mañanas y que la gente no piense tanto en sus enfermedades.

El contacto con las personas me da la vida. Necesito hablar y sentirme rodeada de gente, porque la soledad es muy mala. Veo pacientes muy diferentes en su forma de ser. Algunos no “paran” de parlotear, contando sus historias y especialmente sus dolencias con todo tipo de detalles. Parece a veces como si entre ellos hubiera una especia de competencia por ver quien tiene más plaquetas, menos azúcar y tensión arterial ¡Si vieras la de remedios caseros que tengo que escuchar! Algunos parecen como “milagreros” que tienen soluciones para todo tipo de dolores”.  

Cuando Ondina escuchó toda la amplia narración y argumentación de Lali, como ya la llamaba, quedó prendada en la sencilla y bella historia de esa buena mujer que ahora tenía como amiga. Así que se sintió obligada de explicarle su verdadera intención inicial, para acercarse y preguntarle el porqué de su diario y original comportamiento.

“He de confesarte, amiga Lali, que soy escritora. Suelo trabajar para periódicos y revistas. Desde hace unos meses estoy escribiendo un libro de relatos, narrando y analizando en los mismos a una serie de personajes “anónimos” de nuestro entorno, que en su quehacer de cada día muestran el encanto de su forma de hacer y trabajar. Son personas interesantes que, en mi deambular por las calles y barrios de nuestra ciudad, voy poco a poco descubriendo. Hablo con ellos y les pido permiso para fotografiarles para que puedan aparecer en las páginas de este libro que estoy componiendo.

Me gustaría, amiga Lali, que tu fueras una de estas pequeñas, pero grandes y hermosas biografías, de personas que dan luz y optimismo a la rutina de nuestro caminar por la vida. Quiero preguntarte ¿te gustaría que añadiera tu vida, a esos otros cincuenta, más o menos, personajes, que van a conformar el grupo de este libro de relatos cortos? ¿Me dejas que te haga una buena foto, ahí sentada en la sala de espera del ambulatorio, con tus agujas y lanas para tricotar esas gratas prendas para el vestir?”

Eulalia le respondió que le parecía bien, pero que la sacara “guapa” en la foto. Y que todo lo que le había contado lo podía poner en el libro. “Te lo agradezco en el alma, amiga Lali. Aún no sé el titulo exacto que, con la ayuda de la editorial, le pondremos al libro. Puede ser un título parecido a éste: PERSONAS CON ENCANTO, o también ESTRELLAS CON ENCANTO. De lo que estoy segura es que su contenido, tan humano y real, va a gustar a los futuros lectores”.

Tuvieron que pasar algunos meses, para que esta curiosa publicación estuviera en los estantes y escaparates de las librerías. El libro, bellamente ilustrado con las fotos de los 50 protagonistas de la narrativa, fue presentado en la atractiva librería LUCES, ubicada en esa Alameda Principal, aromatizada con los puestos de flores para alegría de la zona. La autora, Ondina Leira también realizó una divertida presentación de su nueva obra en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés, en la que estuvieron presentes algunos de los personajes, cuya singularidad estaba bellamente plasmada en las páginas de la publicación. Por supuesto que Lali, cuyo orden en los personajes descritos ocupaba el puesto número 15, también asistió, preciosamente vistiendo una preciosa chaqueta de lana, color violeta, prenda diestra y habilidosamente tricotada.

Cuando la periodista y escritora Ondina recibe los porcentajes de venta, por derechos de autor, suele acordarse de su amiga Eulalia, para llevarle, a esa hora de la merienda para el diálogo, algún detalle, como regalo para el recuerdo. Uno de estos detalles, absolutamente merecidos, fue contratar una excursión de un día, para visitar juntas algunos de los pueblos de la provincia, con sus encantos monumentales y naturales, degustando al tiempo la comida típica de la zona.

En una encuesta realizada por la revista literaria “WORDS AND STORIES”, Palabras y Relatos, la “estrella” número quince, Eulalia Campanal, quedó entre los tres primeros puestos, preferidos por los lectores y críticos.

Entre los cincuenta personajes o estrellas que la publicación contiene, es frecuente que alguno de estos protagonistas “o actores” busque conocer e intimar con algunos de sus compañeros, presentes o reflejados en la obra. Lo hacen básicamente por curiosidad o porque sus historias les han conmovido o motivado afectivamente. Una de esas “estrellas” era MODESTO Lazaga, jardinero por las mañanas y biznagueros o vendedor de rosas por las tardes y las noches del estío. Conociéndole, con su dulce carácter, resultaba difícil aceptar, por quienes le conocían y trataban, que estuviera vinculado durante años en la Legión española. Aunque él lo aseguraba una y otra vez, con esas fotos que documentan “su verdad”.

Es persona con muchos años en su calendario, avanzando hacia su octava década y lleva viviendo solo desde su juventud. La esposa que tuvo y quiso, decidió abandonarlo por su extrema debilidad ante la bebida. Nunca quiso buscar a otra compañera para su vida que, en esta etapa avanzada, la dibuja con sosiego, buen trato y cariño “inmenso” hacia las flores. Ondina lo eligió porque con su esbelta y galante figura, cuando viste camisa blanca, faja roja y pantalones ceñidos de color negro, es gozosamente bien conocido por todos los lugares de encuentro y restauración, en las noches primaverales y veraniegas malacitanas.

Mode, el biznaguero, que, como el resto de sus compañeros en Estrellas con encanto, recibió un ejemplar de regalo por parte de la editorial, firmado por la autora de la singular obra, quedó prendado al leer el “fulgor” vivencial de esa estrella número 15, llamada Eulalia Campanal. En este final existencial que veía venir, con la certidumbre del calendario, pensó en el cariño fraternal que podría depararle una persona que gozaba de todas esas virtudes que adornaban a la tenaz tricotadora de jerseys, calcetas y paños bonitos para el adorno de cualquier hogar. Se dijo en una noche de estrellas y luceros, “¿Y porque no puedo yo “luchar” por una tan noble mujer que de seguro sabrá dar con creces todo ese cariño que ella no ha recibido, salvo en la infancia vivida con su abuela Palmira?”

Y así, en la media mañana de cada día, acude al ambulatorio de Humilladero-La Unión, para entregarle la primera biznaga o la más “coqueta” rosa roja, de entre las preparadas para la venta vespertina, por todos esos rincones, también llenos de embrujo y encanto, de la Málaga soñadora. Lali, todo orgullosa y adulada, está terminando de tricotar una preciosa chaqueta de lana azul, para ese bondadoso y galante pretendiente que el “caprichoso” destino ha querido poner en su dilatada, sencilla y ejemplar existencia. –

 

ESTRELLAS

CON ENCANTO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 08 marzo 2024

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