viernes, 30 de octubre de 2020

EL IMPORTANTE VALOR DE LA HONRADEZ.



El listado de virtudes y defectos, del que los seres humanos somos partícipes, es numeroso y por lo tanto variado. Resulta obvio que cualquier persona desearía tener el máximo número de las primeras, virtudes que adornarían ejemplarmente su existencia y la menor cantidad de los segundos, imperfecciones en el comportamiento que degradarían su imagen ante los demás y ante su propia conciencia. En esa amplia relación de “luces” y “sombras” es difícil establecer jerarquías. Los buenos valores (en realidad todos ellos suelen ser positivos) hacen sentirnos mejor, mientras que por el contrario las desafortunadas y erróneas acciones nos entristecen y provocan nuestro desánimo. Hacer el bien siempre reconforta, mientras que el ejercicio del mal nos debilita y deprime. Cualquier otra respuesta, como por ejemplo sentirse feliz haciendo el mal, aconsejaría la urgente visita en consulta a un buen especialista en psiquiatría. El presente relato está nucleado alrededor del admirable y plausible valor de la honradez.

Década de los años cuarenta, en la monumental e histórica ciudad de Toledo. Higinio volvía de sus clases en el Instituto Nacional de Enseñanza Media “El Greco”, ubicado en el Paseo de San Eugenio, zona urbana muy muy próxima al río Tajo. Al llegar a casa saludó a sus padres, con la intención de dirigirse a su cuarto a fin de hacer algunos de los ejercicios que le habían mandado cumplimentar para el día siguiente.  Su padre Efraín, miembro de la Guardia Civil de Tráfico, se estaba preparando para salir ya que tenía que  incorporarse al cuartel a partir de las ocho. Aurea, su mujer, le había adelantado la cena, a fin de que no tuviera que ir a comer a ningún ventorrillo, por los gastos diarios que ello suponía, durante la media hora que se les concedía a los miembros del cuerpo armado para el alimento durante el servicio. Antes de abandonar su domicilio, quiso intercambiar unas palabras con su hijo mayor:

“Hijo, acuérdate acerca de lo que estuvimos hablando hace unos días. Eres hijo del Cuerpo de la Benemérita. Sabes que me haría una inmensa ilusión que siguieras mi camino, como miembro de la Guardia Civil. Te labrarías un porvenir seguro. No olvides ese mejor consejo para tu vida, que te he repetido en numerosas ocasiones y que te debe acompañar en cualquier circunstancia. Sé honrado con tu conciencia, en cualquier circunstancia con la que te encuentres. Esta indiscutible y bella consigna la he llevado conmigo en los buenos y más desafortunados momentos. Cada uno de los días me siento feliz por haberla cumplido con firmeza. La honradez ha sido siempre uno de mis primeros principios. Si alguna vez tienes el inmenso honor de vestir este uniforme, esa honradez te ha de acompañar, día y noche”.

El primogénito de esta estable familia tenía dos hermanas menores, Natalia y Eva, que contrastaban con su hermano, tanto en carácter como en grado de responsabilidad ante sus obligaciones escolares y de ayuda en casa. Las “niñas” generaban enfados en sus progenitores quienes justificaban su actitud por estar atravesando esa edad tan difícil de los años de adolescencia. Higinio, por el contrario trataba en todo momento de seguir los consejos de su padre o al menos reflexionar con humildad sobre sus advertencias y el ejercicio necesario de su autoridad. Ese complicado asunto, para cualquier  joven, de la elección profesional que deseaba dar a su vida lo iba teniendo cada vez más claro. No sólo era por satisfacer a sus padres, sino que en su intimidad albergaba una gran ilusión por vestir el uniforme que su progenitor llevaba con tanto orgullo y honradez, tras veinte años ya de servicio en el benemérito cuerpo de seguridad, como motorista vigilante de la Guardia Civil en carretera.   

Aquella misma madrugada, de finales de octubre, el destino quiso ser cruel con esta ejemplar familia. Una fuerte lluvia mesetaria complicaba la circulación de los vehículos. A un camionero le fallaron los frenos de su vetusta camioneta de mercancías, situación que se agudizó por una carretera de reducida visión por la gran “cortina de lluvia” que no cesaba de caer. Ese pesado vehículo de transporte “invadió” el sentido contrario de su marcha en una carretera nacional cuyo firme asfáltico no estaba tampoco en buenas condiciones, llevándose la vida del miembro de la benemérita Efraín, tras impactar contra su moto en una curva peligrosa.

Fueron días y meses terriblemente amargos y difíciles para su viuda y los tres hijos huérfanos que dejaba el cruento accidente. La dirección del cuerpo armado asistió a doña Aurea en todo momento, ayudando en lo posible para que pudieran hacer frente a la inmensa desgracia  que acababan de sufrir. Se le gestionó, vía urgencia, una pensión vitalicia, con una parte importante del sueldo de su difunto esposo fallecido en acto de servicio. A Higinio, el hijo mayor, se le ofrecía la inmediata entrada en la Academia de Guardias Jóvenes, instalada en la andaluza ciudad de Baeza (Jaén), ofrecimiento que el desolado joven aceptó de inmediato, por convicción y por esa alegría que su difunto y admirado padre tendría “en cualquier lugar del universo donde su alma se hallase”.

De esta forma comenzó una larga y fructífera vinculación del policía Higinio, como miembro de la prestigiosa Guardia Civil. Desde un principio quiso que fuera en la sección de tráfico, al igual que había hecho su padre mientras estuvo con vida. Contrajo matrimonio con Azucena, su novia de adolescente, llamada por los familiares y amigo Suzi. Del enlace matrimonial nacieron cinco hijos, dos varones y tres mujeres, que llenaron de alegría un hogar bien avenido. En su limpia y admirable hoja de servicio, no hubo falta o mácula alguna que pudiera eclipsar la ejemplar trayectoria de este servicial  funcionario público, para la seguridad del Estado. A ese admirable expediente fueron llegando varias condecoraciones y menciones, para premiarle servicios prestados, a veces en condiciones de extremo peligro y dificultad. Una de ellas, deteniendo a unos peligrosos delincuentes armados, quienes huían en dirección prohibida o contraria al sentido obligado de la carretera, transportando un importante alijo de estupefacientes. Los malhechores hicieron frente a los policías que les seguían y que previamente les habían dado el alto. En el intercambio de disparos, fue Higinio el único miembro del grupo perseguidor que resultó herido en una pierna.  

Al igual que había hecho su padre con él y sus dos hermanas, Higinio se esforzó en inculcar a su numerosa prole esos positivos valores que ennoblecen el perfil de las buenas personas: responsabilidad en sus obligaciones, esfuerzo y trabajo constante, respeto a los mayores y esa honradez que tantas veces le había recomendado Efraín, en el cumplimiento de sus deberes cívicos y laborales.

Cuando cumplió los cincuenta y cinco años de edad, las normas reglamentarias del Cuerpo le hicieron pasar a la reserva, encomendándosele otros servicios complementarios hasta los 58 años, cuando podría acceder a una jubilación anticipada. Como el sueldo que le iba a quedar en esta circunstancia era bastante reducido, con respecto al que recibía en plena actividad  (por una serie de complementos económicos que en ese momento perdía) se autoriza (a él y a sus compañeros en la misma situación) que, hasta los sesenta y cinco años, pudieran incrementar su cobro mensual trabajando en alguna empresa privada que contratase sus servicios.

Esta opción la estuvo analizando Higinio con Suzi, durante las semanas previas a su cincuenta y ocho cumpleaños. Ambos llegaron a la conclusión que era una opción que no podían dejar pasar por varios motivos: en primer lugar, por la buena forma física que él mantenía y que le animaba a seguir prestando algún servicio a la sociedad, en lugar de someterse a una vida tranquila pero pasiva, en el día a día. También, como motivación de especial importancia, estaba la realidad del sueldo que iba a recibir como “pensión anticipada”, cantidad que le imponía  grandes dificultades para poder seguir atendiendo a las “consolidadas” necesidades de su amplia descendencia, en unas circunstancias de importantes gastos. Había que atender a las matrículas universitarias, para los aun estudiaban y los gastos extraordinarios, para los dos hijos mayores que ya estaban casados y a quienes quería seguir ayudándoles, en esas hipotecas inmobiliarias que él había firmado como avalista. La familia estaba habituada a un régimen de liquidez económica que difícilmente él podía frenar, con un retroceso retributivo muy notable en su nómina. Así que se puso a buscar un puesto de trabajo en la empresa privada, que estuviera acorde con su trayectoria laboral de casi tres décadas como policía del Estado.

Realizó, al efecto, varias visitas a centros fabriles, además de una serie de llamadas telefónicas e incluso envió por correo cartas de presentación. Higinio básicamente ofrecía su experiencia como servidor público, preguntando si necesitaban alguna persona con un currículo de especial responsabilidad y seriedad, para trabajar en el campo de la seguridad y la vigilancia. Analizando su historial como miembro retirado de la Guardia Civil, hasta siete empresas se pusieron en contacto con él, citándole para mantener las necesarias entrevistas con responsables del los departamentos de personal. Quiso el destino que en la primera industria que visitó, una fábrica de componentes electrónicos para la fabricación de teléfonos, denominada FERCATEL, le ofrecieron un contrato de seis meses renovables, para que se integrara en el departamento de seguridad como vigilante, para sustituir a un miembro de la seguridad que estaba de baja prolongada. En unión de otros dos compañeros, tendría que encargarse de vigilar las instalaciones de producción y almacenamiento durante ciclos de ocho horas (con los correspondientes descansos para la alimentación) que serían rotatorios (desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde, desde esa hora hasta las 12 de la noche o un tercer turno, hasta las 8 horas del nuevo día). Cada semana, los tres miembros de la vigilancia irían rotando los turnos que les correspondían. En realidad había dos compañeros más que cubrían determinados periodos durante los sábados, domingos y festivos.

Dada su experiencia, era un trabajo cómodo y no tenía que hacer un largo desplazamiento diario, pues la fábrica estaba ubicada en un polígono industrial situado en la carretera entre Toledo y Madrid, a unos doce kilómetros desde la ciudad del Greco. Utilizaba cada día un tren cercanías, que unía las dos importantes ciudades castellanas. El salario mensual no era elevado, pero complementaba bastante bien la cantidad que recibía por haber pertenecido al cuerpo armado. Además de los paseos de vigilancia, que realizaba por los grandes espacios de las instalaciones (para lo que utilizaba una motocicleta, propiedad de la empresa) tenía una caseta de vigilante en la entrada principal. En ella podía descansar, escuchar la radio, leer la prensa o resolver algunos pasatiempos y crucigramas para distraerse. Cuando le correspondían determinados turnos, Suzi le preparaba alguna comida en una versátil fiambrera de aluminio, además de un termo lleno de café con leche, que le venía muy bien para las noches de frío, bastante duro en la planicie mesetaria.

En un turno de noche, a mediados de noviembre, enfundado en un grueso gabán y cubriendo la alopecia de su cabeza con un buen gorro de lana, realizaba la ronda de las cuatro de la madrugada. Creyó ver, a través de la cristalera de uno de los hangares de almacenamiento, una luz móvil, posiblemente emitida desde una linterna. Quedó muy extrañado porque, según el listado de personas que manejaba desde la caseta, no tenía que haber en el complejo a esas horas más persona que él. Con especial cautela, se apostó detrás de unos palés, desde el que divisaba perfectamente las dos puertas que permitían la entrada y salida a ese amplio recinto, además de un gran portón metálico que se abría en ocasiones mediante un mecanismo motorizado. Aplicando una gran paciencia, dejó pasar los minutos que sumaron hasta más de treinta, cuando al fin una de las puertas se abrió y vio a dos personas, usando pasamontañas oscuros, que iban sacando hasta ocho grandes bolsas de saco que depositaban en una carretilla de transporte, que trasladaron a una zona de alambrada, la cual estaba cortada y disimulada en su manipulación. Tras atravesarla, en la parte exterior, después de saltar un muro de casi dos metros de altura utilizando unas cuerdas y garfios, alguien los debía estar esperando pues escuchó el encendido del motor de un vehículo. Tal vez podría ser una furgoneta, camioneta o similar.

En aquel preciso momento, Higinio les dio el alto, con su potente voz. Los delincuentes huyeron con la agilidad de los animales salvajes, saltando el muro con proverbial agilidad. Para su pesar, tuvieron que abandonar el botín que, sin duda, pensaban sustraer. A continuación Higinio se dispuso a revisar el botín recuperado. Eran componentes de avanzada telefonía, altavoces, circuitos electrónicos, rollos de cable especial, conectores, transmisores y hasta 30 cajitas conteniendo aparatos de telefonía, cuyas series correspondían a los de mayor precio en el mercado. Con suma paciencia introdujo de nuevo todo el material dentro del gran almacén, cerrando la puerta con llave. Los ladrones obviamente tenían una llave que abría ese recinto.

Ya en el amanecer, cuando finalizaba su turno de trabajo, entregó el informe que había estado redactando a uno de los encargados del recinto industrial, al que le resumió su agitada experiencia durante la noche. Le extrañó sobremanera que este superior, Armenio Lanzas, no se mostrara especialmente inquieto o sobresaltado acerca del suceso que le estaba narrando. Recibía la información con una peculiar y anormal frialdad. “De acuerdo, Higinio. Ya tengo el informe. Lo pasaré a la dirección. Por de pronto, te ruego que no comentes nada del asunto, hasta que todo esto se aclare. Gracias por tu labor. Ya recibirás noticias por parte de los jefes”.

Cuando llegó a casa y narró el suceso de aquella noche, todos se sentían felices y orgullosos de su comportamiento al evitar un claro y gravoso robo en la fábrica. A su mujer Suzi no le cabía la menor duda de que su marido recibiría un buen premio por la excelente gestión que había sabido resolver a media noche. Dos días después, fue llamado por el propio Armenio para que acudiera a su despacho, ya que tenía que hablar con él.

“Buenas días, Higinio. Te he llamado porque he de explicarte algo importante y confidencial, acerca del “asunto” de la otra noche. Te voy a hablar con franqueza, pero prefiero que no me hagas preguntas. Sé que va a ser duro para ti, conociendo tu limpio historial, pero lo mejor que puedes hacer es olvidarte de todo lo que ha ocurrido. En este tema están implicada gente muy importante que me aconsejan, te transmita, que si no hablas más del asunto, vas a recibir una interesante compensación económica, mantendrás con algunos incentivos tu puesto de trabajo y, en lo posible, se tratará de buscarte un horario más cómodo, para que no tengas que pasar más esas noches despierto, vigilando la fábrica. Como creo conocer tu forma de ser, prefiero que no me des una respuesta en este momento. Piénsatelo despacio y mañana seguimos hablando”.

El bueno de Higinio no podía dar crédito al contenido y propuesta que había tenido que escuchar. Al terminar su turno de mañana, que le correspondía durante esa semana, marchó a su domicilio todo abrumado y confuso, porque percibía que estaba “metido” en un asunto bastante serio. Las lentejas con chorizo, que había cocinado su mujer, apenas las probó. El apetito había desaparecido, por el disgusto y la preocupación que le embargaba. Tras beber el tazón de café con leche, que le había pedido a Suzi como único alimento para el almuerzo, le contó el planteamiento que había recibido de este superior que ejercía como jefe de personal. “Suzi, estoy dispuesto a tirar de la manta y dejar con el trasero al aire a esta pandilla de sinvergüenzas”.

Sin embargo su cónyuge no lo tenía tan claro o tal vez buscaba argumentos contra la racional postura de su marido.

“No te precipites, Higinio. Tienes un buen puesto de trabajo, que nos soluciona muchos problemas que ahora afectan en nuestra economía. La pensión que recibes, con la jubilación anticipada es insuficiente para nuestras necesidades del mes. Está el asunto de las dos hipotecas de tus hijos. Los tres que aún viven con nosotros ocasionan muchos gastos con las matrículas, los libros, la ropa y todas esas necesidades que hoy día tiene la gente joven. Te pueden echar a  la calle y con la edad que tienes no vas a encontrar un puesto de trabajo como ese. Si encima te van a hacer un buen regalo (seguro que es un sobre con dinero) y te han prometido que no tendrías que vigilar por las noches ¡para qué te vas a  complicar la vida, con tu rectitud, que no nos ha sacado de pobres en tantos años. Me parece que debías mirar para otro lado y pensar más en nosotros y no tanto en tu conciencia!”

Fueron momentos muy amargos los que tuvo que vivir Higinio durante esos días. Pensaba en su padre y en la promesa que le había hecho de ser honrado ante cualquier circunstancia que se le presentara en la vida. Comprendía que tenían necesidades de dinero y que la cosas podían ir a peor. Pero la postura de su mujer le dejó boquiabierto y más todavía cuando Suzi le confesó que estaba bien enganchada al juego de bingo, afición que practicaba algunas tardes, cuando ella y su amiga Engracia acudían a ese antro del bingo que atrapa a las personas. Tenía que devolver dinero a algunas amigas, préstamos que le habían hecho para poder seguir jugando con los cartones de esa absorbente lotería. Aun así , estaba su conciencia y ese valor de la honradez que siempre le había acompañado en sus respuestas, haciéndole feliz en lo posible.

Aquella misma noche Higinio acudió a la comandancia de la Guardia Civil que tan bien conocía, por sus largos años de servicio. Denunció, con firmeza, valentía y honradez, todos los hechos acaecidos, quedando más sereno con su conciencia a la que no podía ni quería traicionar.


Ha pasado ya algún tiempo, desde los hechos narrados. En la empresa Fercatel se han producido notables cambios. Determinadas personas vinculadas a la institución fabril fueron procesadas, acusadas de apropiación indebida y operaciones de descapitalización, entre ellas el hijo del más importante miembro de su consejo de administración. Higinio aceptó un despido (bien retribuido) aduciendo los nuevos gestores, como motivación, una profunda restructuración del personal. Rápidamente supo encontrar un nuevo puesto de vigilante en unos grandes almacenes abiertos recientemente en la zona nueva de la capital toledana, puesto que tendrá que dejar cuando cumpla los 65 años y acceda a la plena jubilación. Actualmente está viviendo junto a su hermana Natalia, viuda de un piloto militar fallecido en acto de servicio por inesperada avería en el motor del avión. Azucena, su ex mujer, está ahora vinculada afectivamente con un conocido bodeguero, dos veces divorciado, propietario de varias vinotecas repartidas por importantes localidades de la región castellano manchega. En su nuevo puesto de trabajo, Higinio viste el uniforme reglamentario de la empresa, pero en su armario conserva el que supo llevar con honor durante tres décadas, cuando era miembro activo del cuerpo de la Guardia Civil. Algunos fines de semana suele sacar de paseo a algunos de sus nietos. Aprovecha cualquier oportunidad para tratar de explicarles el significado de la palabra honradez. Como los pequeños no saben entender el sentido exacto de ese valor, él les dice sonriendo: “una persona honrada es aquella que se siente feliz por hacer cosas buenas”.-

 

EL IMPORTANTE VALOR DE

LA HONRADEZ

 


José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

30 Octubre 2020

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