viernes, 2 de octubre de 2020

VIDAS SENCILLAS, DE AHÍ CERCA.


Después de haber estado recorriendo diversas localidades de la región castellano leonesa durante la mañana, a este esforzado trabajador aún le quedaban tres mercancías por entregar para la tarde de ese viernes de octubre, víspera de un fin de semana que amenazaba frío y lluvioso.

El transportista de mensajería urgente, Bernabé Cabañas, es un joven de veintiocho años, cuyo matrimonio con Claudina aún no ha cumplido la primera anualidad. Tuvieron que dilatar bastante tiempo el enlace conyugal pues, sin un currículo profesional cualificado, este joven emprendedor había tenido que sufrir largos e insoportables años sin encontrar trabajo con un mínimo de estabilidad. Gracias al consejo de un familiar vinculado al transporte, contactó con una nueva empresa de mensajería de bajo coste para los clientes. Este grupo ofrecía trabajo a profesionales que quisieran trabajar para ella en régimen de autónomos, con el reparto a domicilio de los envíos. Las condiciones del vínculo laboral eran un tanto “leoninas”, pues el colaborador mensajero tenía que disponer de su propio vehículo, encargándose del reparto de los paquetes, recibiendo como compensación el 30 % con respecto al coste del envío. Al menos, la empresa motriz abonaba los gastos del combustible (gasolina o gas oil) que el transportista colaborador utilizara para los desplazamientos laborales. Ese mismo familiar le proporcionó una furgoneta de segunda o tal vez tercera mano, adquisición para la que no tuvo que pagar un precio excesivamente elevado.

El problema de ese viernes era que tenía que entregar diversos envíos por municipios que no eran capitales de provincia, por los que el recorrido (iniciado desde Madrid, muy de mañana) era prolongado e incómodo, dado el estado de conservación de algunas carreteras locales y comarcales.  Tras realizar ocho entregas durante la mañana, por pueblos de Ávila y Salamanca, comprobó que ya pasaban algunos minutos de las 14:30, por lo que decidió detenerse en algún restaurante de carretera, en donde hubiera un buen número de camiones de transportistas, pues ello era señal de que podría acceder a un buen menú con precio económico. Efectivamente tuvo suerte, pues en El Cruce, establecimiento situado en la provincia de Valladolid, pudo reponer fuerzas con un buen cuenco de fabada, con morcilla y chorizo, plato de ensalada, caña de cerveza, pan y flan, todo por el módico precio de ocho euros.

No quiso descansar muchos minutos después de tomar el suculento “ágape”, aunque el cuerpo así se lo pedía. Aún le restaba por hacer las tres últimas entregas en localidades de Valladolid y Segovia, separadas ambas direcciones de clientes por amplio kilometraje. Desde luego era consciente de que su vuelta a Madrid se produciría ya bien entrada la noche. Hizo una llamada telefónica a Claudina, explicándole como iba el día de trabajo, comentándole que llegaría a casa bastante tarde, horarios a lo que su mujer ya estaba bien acostumbrada. El matrimonio convivía junto a la madre de Bernabé, señora que había quedado viuda hacía unos años, pues por ahora no podían pagar un alquiler y menos pensar en la posibilidad de afrontar la compra de una vivienda de segunda mano. Por fortuna, las relación de Claudina y doña Edelmira era tolerable, pues esta señora era de carácter discreto y complaciente.

Tras realizar una entrega en un pueblo de la capital del Pisuerga, tomó dirección a Segovia. Conduciendo por un camino local, por el que no se cruzaba con vehículo alguno, su “vapuleada” furgoneta Citröen comenzó a dar señales de no ir bien. Esos raros sonidos procedentes de un motor con carburación imperfecta, se fueron intercalando con inquietantes momentos en que el vehículo se detenía en su funcionamiento. Lo previsible ocurrió: las paradas mecánicas acabaron por hacerse definitivas. Con gran esfuerzo, pudo  desplazar la furgoneta hasta el borde de ese camino lleno de socavones por el que circulaba, aprovechando una parcela de vegetación descontrolada que podía simular un arcén. Comprobó en su móvil que se encontraba en una zona cuya población más cercana se hallaría a no menos de sesenta km. de distancia. Intentó comunicar con el seguro (de bajo precio) que había contratado al comprar la furgoneta, pero cuando llamaba a la dirección nacional del mismo el número marcado no dejaba de comunicar. Solo quedaba esperar, confiando en la ayuda de algún otro vehículo que circulara por aquel vacío paraje castellano.

Un tanto confuso, sin embargo recordó que llevaba en la guantera del coche un librito que había comprado hacía unos meses, con direcciones útiles para la ayuda en carretera. Pero al ser viernes por la tarde, ya muy cerca de las 19:30 horas, los teléfonos señalados no recogían las llamadas o transmitían mensajes indicando que los talleres habían finalizado su horario de trabajo en el día. Lo más preocupante del caso es que, además de no poder cumplir con las dos últimas entregas, la noche se acercaba. El paisaje estaba cada vez más debilitado y confuso en su luminosidad. ¿Qué podía hacer, sino esperar y esperar?

El cielo nublado tampoco ayudaba. La única luz que se abrió en su problemática fue cuando las manecillas del reloj estaban ya próximas a marcar las nueve de la noche. Vio acercarse lo que parecía un carro que iba tirado por dos mulas, con un farolillo como única iluminación. Lo conducía un cabrero, llamado Casimiro, que volvía a casa, después de haber acudido a consulta médica en el ambulatorio de Olmedo, a unas dos horas de distancia con el vehículo que el campesino utilizaba. Después de unos breves minutos de charla, Bernabé encontró receptividad y generosidad en el labriego, que se ofreció a ayudarle.

“Te vienes para casa conmigo y mañana temprano llamamos a un taller que abre los sábados, precisamente en Olmedo. Son buena gente. Seguro que te envían un mecánico, para resolver el problema de tu tartana. Mi cortijillo no está lejos. Llegamos en unos minutos. El problema es que por aquí los caminos son muy malos y las mulas hacen lo que pueden”.

Cuando llegaron a la casa, Casimiro le presentó a su mujer, Mariana, una robusta moza que hacía bromas de la cara de preocupación que mostraba el transportista. Compartió con el agradable matrimonio y su pequeña hija Aurita la apetitosa cena: unas gachas calientes con miel, un trozo de queso y esa jarra de barro llena de tinto castellano, de la que todos bebieron, salvo la más pequeña de la casa. Para el postre, una buena tajada de melón. Mientras Mariana limpiaba los platos, después de acostar a la niña, los dos hombres se sentaron junto al fuego de la chimenea, para charlar un buen rato mientras tomaban sendos tazones de café.

“Aunque tenemos algunos cultivos, que nos permiten atender cada día la necesidad de nuestros estómagos, e incluso vendemos algunos de los cereales y frutales que nos proporciona la tierra, nos ganamos la vida con los productos que nos proporciona el rebaño de las ovejas y las cabras. Con la leche que sacamos de los ordeños, no solo hacemos buenos quesos, sino que también la llevo los lunes y los jueves a  una central lechera instalada en Medina del Campo. No pagan mucho, pero al menos nos permite vivir e ir compensando el duro trabajo que hay que hacer desde el amanecer. Dedico los martes para hacer las compras de alimentos, ropa o lo que haga falta, que no es mucho. Y el resto de los días y las horas, a trabajar sin rechistar. El trabajo nos ennoblece y nos da vida. ¿Qué más podemos esperar?

Aquí mis padres vivían sin electricidad. Cuando nos casamos, la Mariana y yo, hice que nos la trajeran ¡Buenos cuartos nos costó la instalación! Tenemos televisión, pero el aparato no se ve bien, la pantalla aparecer con mucha nieve. Es que la onda no llega bien, pues hay montes con arbolado que no deja pasar bien la onda. Lo que más nos distrae es la radio. Escuchamos las noticias, las novelas y las músicas, especialmente durante los fines de semana.

Un maestro transeúnte del Ministerio, don Gonzalo, viene a casa, los lunes y los jueves, para trabajar las lecciones con Aurita, desde las 10 hasta las 12. Antes de marcharse, le deja tarea o deberes para hacer, trabajos que él después corrige. Pero a partir del curso próximo, un bus escolar pasará por la carretera, sobre las 7 de la mañana, para recoger a ella y a otros niños en el recorrido. Yo la tendré que llevar en el carro cada mañana a ese punto concertado de recogida, que esta a unos tres km. de la casa. También iré a recogerla cuando el bus la traiga de la escuela, entre las tres y media y cuatro menos cuarto de la tarde”.

Lo que se preveía como una sobremesa de varios minutos para el café, se extendió durante una hora y media. Era obvio que el cabrero tenía ganas de hablar sobre la vida que llevaba en aquellos parajes, alejados de la densificada civilización urbana. Se mostraba generoso y hospitalario en el trato con el transportista que había encontrado camino de vuelta a casa. Fue una suerte para Bernabé que hubiera aparecido Casimiro en aquella carreterita, persona de carácter primario pero bondadoso,  a fin de poder afrontar los problemas de aquella infausta tarde de viernes. Mariana le preparó unas mantas y almohada en el cobertizo, a fin de que pudiera descansar durante la noche. Sin embargo el sueño no fue todo lo tranquilo que él necesitaba, tras el ajetreado trabajo de la jornada.

Serían más o menos las tres de la madrugada, cuando unos acordes de guitarra interrumpieron el sueño del cansado transportista de mensajería. Con los ojos legañosos se incorporó del improvisado camastro, acercándose a la ventana para ver quien tocaba las cuerdas de una guitarra en aquellas horas. El exterior estaba parcialmente iluminado por un  pequeño candil, en aquella noche nublada que no permitía ver a la luna o a las estrellas. Su sorpresa  fue mayúscula cuando vio caminar por el exterior a Mariana, quien en bata y calzando unas alpargatas caminaba lentamente hacia el aprisco de las ovejas, sin dejar de tocar (con escasa destreza, desde luego) el instrumento musical. La mujer de Casimiro entró en el habitáculo donde estaban las cabras y las ovejas, entonando alguna antigua canción del folklore castellano, mientras los balidos de los animales reclamaban, probablemente, algo de comida. Salió del cobertizo y se acercó al aprisco, escuchando como Mariana hablaba a los animales, contándoles lo que pensaba hacer en el siguiente día, todo ello mezclando los acordes y algunas risas nerviosas. Ya dentro del habitáculo, comprobó que la mujer  no hacía cuenta de su presencia. Después de unos instantes, Mariana abandonó la compañía de los animales y volvió a la casa, sin cruzar palabra alguna con Bernabé.

En la mañana siguiente, mientras desayunaba un gran tazón de leche caliente, con tostadas untadas con miel o “zurrapa”, le narró a Casimiro lo que había sucedido durante la noche, pero éste le quitó importancia al comportamiento de su mujer.

“Es un problema que ha tenido Mariana desde su juventud. Ha pasado por los médicos, que dicen padece sonambulismo. Tiene unas medicinas, pero algunas noches se le olvida tomarlas y, aunque no siempre le aparecen, comportamientos extraños pero no peligrosos, a los que tanto la niña como yo mismo estamos ya tan acostumbrados que ni nos despertamos”.

Mientras Mariana, toda sonriente atendía a las labores de la casa, los dos hombres trataban de contactar con el taller de Olmedo, que al fin se prestaron a recoger la llamada.  Efrenio, un diligente mecánico, habilidoso para recomponer motores cansados o “imposibles” por el uso, reparó una hora después la furgoneta, sustituyendo una pequeña pieza, para poder seguir la marcha. Fueron sesenta euros, más el desplazamiento, factura que Bernabé guardó cuidadosamente, pues tendría que negociar con la empresa el coste de la reparación, gestión que no iba a resultar fácil en principio. A continuación Bernabé se despidió agradecido de la familia, que tan hospitalariamente le había acogido, prometiéndoles pasar algún día a visitarles junto a Claudina. “Te traeré un bonito regalo, Aurita, pues eres una niña muy buena y simpática”.

A media mañana del sábado ya había llegado al pueblecito de San Miguel del Arroyo, a fin de entregar en el domicilio de Candelaria, la mujer del Sr. Alcalde, una voluminosa caja. En su interior iba una bicicleta estática, cuyos elementos metálicos era preciso recomponer. La obesa señora le pidió encarecidamente si podía dejarle la bicicleta montada, dado que su marido estaba siempre muy ocupado con sus cosas y le iba a dar de largas a su necesidad. “La he comprado porque estoy algo subidilla de kilos. Cuando llegué a los 85, decidí que había que hacer algún ejercicio para rebajarlos. Me decidí por la estática, pues no sé muy bien montar en bicicleta y estando tan rellenita me daba apuro que me vieran por las calles del pueblo, cayéndome una vez y otra del sillín. Desde luego que estos asientos lo hacen demasiados pequeños, para las personas rellenitas como yo”. Tras montarle la bicicleta en un periquete, recibió como regalo por parte de la oronda Sra. Candela una ristra de chorizos y morcillas, para que las llevara a casa y las disfrutara con su mujer. Telefoneó a Claudina, explicándole como le iba con la gestión de los repartos. No podría llegar a casa para la hora de comer, pero sí para la media tarde. “Tú por ahí paseándote y yo aquí en Madrid, lavando la ropa y limpiando los rincones. Porque tu madre Edelmira cada día hace menos en la casa. Siempre está con los rezos y sus amigas”. Esa fue toda la “amable” respuesta que recibió de una esposa aburrida.

El último punto de entrega se encontraba ya en la provincia de Segovia, en un municipio denominado Valverde del Majano. El paquete contenía un ordenador portátil, producto electrónico que había encargado el sacristán de la parroquia del Consuelo, que tenía por nombre Veranio. El hombre, que también ejercía de camarero en el bar El Botijo, había hecho durante fines de semana un cursillo de informática y tenía ilusión de aplicar sus conocimientos al uso de estos medios telemáticos. Era padre de cuatro hijas “casaderas”, todas ellas profundamente ilusionadas ante el regalo que “papá nos ha comprado, para poder distraernos con  películas, chateos, correos y otras redes sociales”. El dinámico camarero sacristán era viudo y desde hacía unos meses estaba detrás de una novicia exclaustrada, Alfonsina, que vivía en el pueblo con su madre y hermano. Mientras Bernabé le hacía un montaje básico del ordenador, Veranio, persona muy expresiva y dicharachera le contaba todas estas pequeñas historias. Cuando le dejó el portátil listo para funcionar, recibió en agradecimiento una garrafita de vino de la tierra, garantizándole que era un tinto muy bueno para los problemas del corazón.

Con gran esfuerzo y cierta temeridad, dada s las posibilidades técnicas de la furgoneta que conducía, Bernabé pudo llegar al fin a casa, en el barrio de Vallecas madrileño, para la hora de  la cena. Había sido un fin de semana muy denso en dificultades y experiencias, por lo que al compartir la mesa aquella noche con Claudina y su madre Edelmira se sentía feliz y relajado. Habría que aprovechar el domingo para la recuperación, física y anímica. Durante los minutos de la cena narró las vivencias y dificultades de la tarde del viernes, destacando la ayuda extraordinaria que encontró, con especial fortuna, en el cabrero Casimiro con su humilde  y agradable familia. Probaron con gusto unas rodajas del chorizo, acompañadas con un poco de ese tinto regalado por el camarero sacristán.

Ya en la mañana del domingo, día de cielo resplandeciente para la alegre sorpresa, Bernabé sugirió a Claudina la posibilidad de dar un largo paseo por el Parque del Retiro madrileño “pues tomar un poco el sol, en estas mañanas otoñales, gratifica los cuerpos y anima el carácter”. Para la tarde elegirían alguna película que distrajera la imaginación, a fin de recuperar energías para reiniciar otra semana con el trabajo como objetivo irrenunciable. Así se redibuja la sencilla humanidad de unas personas sencillas, que van construyendo el día a día con la fuerza ejemplar de la constancia y la humildad.-

 

VIDAS SENCILLAS, DE AHÍ CERCA

 

 


José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

02 Octubre 2020

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Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 









 

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