viernes, 9 de octubre de 2020

EN LA INTIMIDAD DE UNA VIDA EJEMPLAR.

En aquella tarde otoñal, dos llamadas telefónicas efectuadas desde Madrid por una madre angustiada y entre sollozos, había puesto en urgente alerta a sus dos hijos. De manera repentina e imprevista, acababa de fallecer su marido y padre de ambos hermanos, posiblemente por un letal fallo cardiaco. Juan de Dios, el hijo mayor, que acababa de cumplir el medio siglo de vida, ejercía como médico especialista en el departamento de urología del Hospital Clínico de Granada. Su hermana Leonor, tres años menor, también estaba afincada con su familia lejos de la ciudad en donde ambos hermanos habían nacido, pues ocupaba plaza de profesora titular de Inglés en la Escuela de Idiomas de la capital  burgalesa. Uno y otro, con sus respectivos cónyuges, organizaron de inmediato el desplazamiento a Madrid, a fin de estar junto a su madre, doña Flora, en estos momentos tan amargos que toda la familia afrontaba.

 

El “patriarca” familiar que había perdido la vida, don Matías Darvira, había sido un  afamado jurista, durante más de dos décadas magistrado juez de la sala de lo penal en la Audiencia Nacional. Se había jubilado al cumplir los setenta y cinco años, aunque seguía vinculado a la profesión colaborando de manera altruista, junto a otros compañeros y amigos, en un despacho profesional de la abogacía que atendía a personas con precarios recursos económicos. Su repentino fallecimiento, a los ochenta años de edad, provocó en muy pocas horas un auténtico revuelo mediático y social, a causa de la “inmaculada” imagen que el finado se había labrado como persona y  juez, en la que destacaba su intachable rectitud y ejemplaridad, además de su muy acendrada religiosidad. Tanto él como su esposa Flora eran asistentes y practicantes asiduos (comunión diaria) a las celebraciones litúrgicas desarrolladas por la iglesia católica. El matrimonio había sabido aplicar una estricta y responsable educación a sus dos hijos, quienes desde pequeños habían profesado una intensa admiración a un padre y a una madre modélicos quienes, ciertamente muy rígidos en la educación impartida, les habían encauzado por la senda del bien y el respeto hacia sus progenitores, el constante esfuerzo en el estudio y la responsabilidad como valor prioritario en el comportamiento, hasta convertirles en dos ciudadanos ejemplares, tanto en su moralidad de conciencia, como en el honrado ejercicio de sus respectivas profesiones.

 

A la  emocionante ceremonia fúnebre para la despedida del juez, esposo y padre don Matías, asistieron no sólo sus compañeros de magistratura, sino que también sus familiares fueron acompañados por diversas autoridades vinculadas a los distintos estamentos del organigrama social de la capital. Tanto Juande como Leonor decidieron quedarse unos días en Madrid junto a su madre, a la que de inmediato buscaron una persona que complementara las horas que “echaba” por las mañanas una asistenta que ayudaba a “la señora” en las tareas del hogar. A pesar de sus achaques, propios de los 77 años que ya alcanzaba, doña Flora mantenía una salud bastante aceptable, aunque sus hijos temían  que el golpe emocional y sentimental que había sufrido, por la pérdida de su amado esposo, provocara en ella esos traumas generados por la soledad que siempre acaban pasando factura. Las lágrimas, difícilmente contenidas, afloraban sin embargo por sus ojos en algunos momentos en que los recuerdos desestabilizaban su ánimo, perjudicando su equilibrio emocional. Los dos hermanos le ofrecieron que periódicamente fuera a visitarles y que pasara con ellos y sus nietos unos días de descanso y distracción en las ciudades donde ambos residían, viajes y compañías que bien le vendrían. Pero doña Flora no era muy dada a los desplazamientos y menos a convivir con la intimidad de unas familias que, por muy bien que se llevara con ellos, tendrían su propia y natural forma de ser. 

 

Era necesario y urgente revisar la amplia documentación bancaria y administrativa que llenaban carpetas diversas en el despacho que había pertenecido a su difunto padre, ardua tarea que iba ocupar muchas horas de dedicación a los dos hijos de don Matías. Fue Leonor, quien revisando la ropa guardada en un amplio armario de construcción que sus padres tenían en el dormitorio descubrió que, detrás de unas cajas de zapatos, aparecía el frontal de una caja fuerte no muy grande. La tapa frontal permanecía cerrada, pero la llave para abrirla no estaba puesta en la cerradura. Además el blindaje de la misma estaba asegurado con una rueda liberadora que contenía números y letras. Fue a preguntarle a su madre si sabía la combinación para abrirla y donde podría estar la llave de ese pequeño habitáculo metálico.

 

“Leo, eran caprichos o cosas de tu padre. Un día, hace años, se le ocurrió instalar ese armatoste dentro del armario. Decía que era necesario para guardar en casa, con seguridad, algún dinero y documentos importantes, pues no había que fiarse mucho de la eficacia de los bancos. Yo nunca me he preocupado en saber lo que hay dentro de esa caja fuerte. Para decirte, no sé donde puede estar la llave, ni cuantas vueltas hay que darle a esa ruedecita que suena como un juguete de carraca”.

 

Juande, que era muy habilidoso para manipular los artilugios, aseguró que él sería capaz de abrir la puerta de la caja fuerte, aplicando imaginación y paciencia. Primero estuvieron buscando, por todos los cajones de la mesa de despacho, la llave que abriera la puerta, ya que pensaron sería necesaria y complementaria al giro de la clave. Pero la dichosa llave no aparecía por parte alguna. Entonces aplicaron distintos procedimientos con la rueda de la combinación, pero por más vueltas que le daban, el mecanismo no se desbloqueaba. Probaron con distintas combinaciones, como las fechas de nacimiento de todos ellos, fecha del matrimonio de sus padres, nombres de personas allegadas, pero la combinación para la apertura no era ni mucho menos fácil de encontrar. Estaban ante una caja fuerte, instrumento que no suele dar facilidades para su apertura. Lo contrario estaría en contra de su propia naturaleza. Transcurrían las horas y la puerta permanecía bien cerrada. Doña Flora pasaba de todos esos esfuerzos, por lo que se fue a su mecedora a fin de seguir tricotando sus bien logradas calcetas de lana.

 

A pesar de los repetidos esfuerzos, ninguno efectivo, los minutos pasaban y la caja se mostraba terca en su negativa hacia la apertura. Entonces trataron de localizar y comunicar con REDAX, fabricante del artículo, a fin de que enviaran algún profesional especialista que tuviera la habilidad necesaria para resolver el problema. “Seguro que utilizan una llave maestra, para realizar eficazmente su labor”, comentaba Juande. Pero para su frustración, esta empresa había cerrado por quiebra hacía ya más de tres años. Entonces contactaron con otros fabricantes del sector pero, uno tras otro, iban dando largas a la solicitud. Querían vender e instalar cajas fuertes, pero no les interesaba abrir las de otro fabricante. Incluso hubo alguna que establecía un precio abusivo o exagerado (el coste, mas o menos exacto, de una caja fuerte nueva, con las mismas características en el mercado) por realizar la gestión.

 

El asunto de la caja fuerte de papá había picado el amor propio de Leonor y Juande. Se preguntaban ¿qué documentos u otros valores estarían guardados en su interior, para estar tan bien blindados ante la acción exterior? Por cierto, tras el análisis de las cuentas bancarias, reconocían que el tema económico estaba en orden, después de contactar para mayor seguridad, con las dos entidades financieras que gestionaban los asuntos de don Matías.

 

Esa tarde, cuando Juande volvía a casa de su madre, vio como se le acercaba el jardinero. Era un hombre bastante mayor, llamado Epifanio, que llevaba décadas arreglando y cuidando la amplia zona ajardinada del bloque residencial.

 

“Buenas tardes, don Juan de Dios. Esta mañana he estado hablando con su señora madre, gran persona a quien admiro y respeto por lo generosa que siempre ha sido con mi familia, cuando he tenido algún problema. En un arranque de confianza, me ha comentado que necesitan a alguien que pueda abrirles la caja blindada que poseía don Matías, otra gran persona que en gloria esté. Me permito decirle que yo conozco a un “profesional” al que no se le resiste caja fuerte o puerta alguna. Con el aprecio que les tengo he de añadirle que esta persona, cuyo nombre es Zacarías, suele estar metido, casi de continuo, en asuntos no muy legales, En ese ambiente ha aprendido bastante bien la destreza para su complicado oficio. En caso de necesidad, puedo ponerles en contacto con este individuo, teniendo en cuenta de que me debe algún que otro favor y les va a tratar con la debida consideración”.

 

El preocupado galeno habló con su hermana y ambos decidieron contactar con el profesional de las cerraduras, a través de Epifanio. No habían pasado ni treinta minutos cuando tenían al “habilidoso cerrajero” al otro lado de la línea telefónica. “Cobro, por trabajo resuelto, quinientos euros y nada de facturas. Si no les abro la caja fuerte, no tienen que pagarme euro alguno. Vds. se lo piensan y me llaman”. Con esa seguridad que algunas personas generan a través de sus palabras, la actitud de cerrajero convenció a la los dos hermanos. Doña Flora, seguía pasando del asunto, centrada en su labor de tricotar, con sus lamentos y rezos.

 

Veinticuatro horas más tarde, este individuo procedente de los bajos fondos y la brumosa delincuencia se presentó en el apartamento residencial de los Darvira, acompañado del jardinero Epifanio. Ofrecía una imagen verdaderamente “cinematográfica” que a los dos hermanos inquietó. De mediana edad, cabello y ojos morenos y pícara mirada, cuidado bigote y movimientos expresivos que rebozaban una profunda autoestima. Vestía pelliza de cuero negro, pantalones ajustados súper skinny también del mismo material y calzaba unas botas de piel picudas en la delantera, con un amplio tacón para realzar su inquietante figura. Portaba un voluminoso maletín, con las “herramientas” para su trabajo. Desde luego demostró ser un cualificado profesional: en no más de quince minutos tenía abierta la puerta de la caja blindada. Juande le puso en la mano “religiosamente” los quinientos euros, según habían acordado. “Como obsequio, les dejo esta llave, que les ayudará en cualquier contratiempo con la caja. Por cierto, la clave de apertura es 25agosto1984. Ha sido un placer. Siempre a su disposición para lo que necesiten”. Y así Zacarías desapareció de la casa en un santiamén, para sosiego de todos los presentes. Doña Flora, después de tomar unas sales tranquilizadoras para reponerse del susto, se arregló para ir a visitar a unas amigas. No quería saber nada de la caja y pedía al Santísimo que el ínclito Zacarías no volviera a aparecer nunca más por su apacible domicilio.

 

“¿A ti te dice algo esa fecha, Leo? La verdad es que no, Juande. Papá tendría entonces 46 años. Yo era una niña, algo “pavita”, con esos once años inolvidables para los recuerdos infantiles. Tu ya habías cumplido los 14 y estabas en plena pubertad, de la que saliste airoso, pues eras un adolescente conflictivo y lleno de caprichos. Creo recordar que en aquel verano Papá tuvo un Congreso en los Estados Unidos, al que finalmente mamá no pudo acompañarlo porque la abuela se puso enferma, con aquellas fiebres que le daban y que ella potenciaba para dar ese espectáculo que tanto le agradaba: que todo el mundo estuviera pendiente de ella. Recuerdo ese viaje de Papá porque a su vuelta me trajo una preciosa trenca beige, que tan bien me quedaba y que la estuve luciendo durante unos años. Aunque no te lo creas, aún la conservo. Son esos recuerdos especiales de la infancia que siempre nos acompañan y nos preguntamos por qué influyeron tanto en nuestras vidas. Papá parecía tan feliz aquel verano, tras su vuelta de América…”

 

Esperaron a que su madre saliera de casa para visitar a sus amigas. Ambos hermanos presentían que en el interior de la caja abierta podrían hallar algo demasiado relevante y querían evitar, en lo posible, que dicho contenido pudiera afectar al estado anímico de Flora, quien llevaba unos días, desde el óbito familiar, bastante alterada. Al acceder al contenido del no espacioso habitáculo, encontraron en su interior un notable bloque de cartas, remitidas a Don Matías por una persona llamada Elvira C.S. Junto a las mismas, había también un sobre con abundantes fotografías, la mayoría de las tomas con el color ya desvaído, debido al paso del tiempo que afecta a los cromatismos fotográficos. En casi todas las fotos aparecía una mujer joven, siempre muy bien arreglada y vistiendo distintas prendas con exquisita elegancia. Y junto a ella cogidos de la mano aparecía su padre, al que se veía henchido de gozo y felicidad. También había algunas cartas dirigidas por Matías a la tal Elvira, pero que por alguna razón no habían sido enviadas. La sorpresa y asombro de ambos hermanos alcanzaba por momentos niveles de alto calibre.

 

Uno y otro fueron repasando en su lectura algunas de las misivas firmadas por Elvira y las que no habían sido enviadas por su enamorado compañero. A través de sus contenidos, pudieron ir reconstruyendo el perfil de esa persona que, sin duda, mantuvo durante largo tiempo  una secreta relación sentimental con su padre. Difícilmente podían aceptar que aquella modélica, rígida y ejemplar imagen familiar, profesional y social que su progenitor se había labrado “conviviera” con la de ese hombre que busca más amor o un cariño diferente fuera de su mujer y de sus hijos. El pedestal sobre el que se erigía la figura del ciudadano Matías Darvira se iba resquebrajando cada vez con mayor brusquedad, con estas revelaciones expuestas en todos esos textos y fotos, plenos de amor, sensualidad y necesidad. Todo ello era la “doble vida” de un hombre singular. Muy peculiar en su dúplice personalidad.

 

¿Pero quien era Elvira C.S.? Dedicaron el resto de la tarde a investigar a través de Internet. Visitaron muchas páginas web, de manera especial aquellas que tenían relación con la judicatura (la mujer de las fotos y firmante de las epístolas afectivas aparecía, en numerosas ocasiones, con la toga judicial sobre su cuerpo). En el listado del colegio de abogados encontraron al fin el nombre de una colegiada, llamada Elvira Cruces Saltierra, prestigiosa abogada penalista, nacida en 1953, que en la actualidad se encontraba ya jubilada. Contrastando diversas fuentes e informaciones, conocieron que esa señora estaba casada con un importante ejecutivo de una cadena de centros comerciales de ámbito nacional y que de ese matrimonio habían nacido dos hijos, varón y hembra, como ellos. Elvira era 15 años menor que su padre.

 

A través de los textos, que una y otra vez repasaban, percibían que la relación de ambos amantes había sido efusivamente apasionada, en la intimidad, muy discreta, en lo social e intensamente romántica, en la naturaleza de un bello amor imposible, pero mantenido durante décadas por los dos protagonistas del vínculo. Les seguía costando asumir la imagen de un hombre extraordinariamente serio, formal, austero, de espíritu cuasi militar, admirado y temido al tiempo por su rectitud y rigidez de principios, expresando de su propia mano esas expresiones de tan cálida y descarnada sensualidad. Cuando su madre volvió a casa y preguntó por el contenido de la caja fuerte, le respondieron, poniendo los dos hermanos expresiones aburridas en sus rostros, aquello de “no has de preocuparte, mamá, sólo había documentos jurídicos e impresos bancarios de inversiones en letras del tesoro. Yo me encargaré de mantener su control y recuperar su dinero para cuando tengas necesidad” le respondió Juan  de Dios, con una cómplice sonrisa de su hermana Leonor.

 

Aquella misma noche los dos hermanos estuvieron sopesando la conveniencia o no de conocer personalmente a la amante de su padre, gestión a la que dedicaron la mañana siguiente. Sus respectivos cónyuges habían marchado hacia sus ciudades de origen después del sepelio. No tuvieron especial dificultad en localizar el correo electrónico y el teléfono del despacho (que aún mantenía) de Elvira. Le enviaron un breve e-mail, solicitándole una entrevista, en el que se presentaban como los hijos de Matías Darvira. Para su sorpresa, obtuvieron una rápida respuesta. Los citaba para el día siguiente. El encuentro no fue en el domicilio o despacho de la también prestigiosa profesional de la abogacía, sino en la 1ª planta de una elegante cafetería denominada BLUE SONG, cercana a la Plaza de Callao.

 

Elvira acudió sola a esa interesante reunión. A pesar de su edad, 65 años, mantenía esa belleza que se veía potenciada en las fotos de sus más jóvenes años. Vestía con deslumbrante elegancia y durante toda la reunión aplicó modales exquisitamente educados y cariñosos.

 

“De modo que sois los hijos de Matías. A través de las fotos, yo tenía una imagen vuestra, aunque todos éramos mucho más jóvenes. Él siempre me hablaba con gran cariño de vosotros. Conocí con profunda tristeza el fallecimiento repentino de vuestro padre, un gran profesional de la magistratura y por supuesto una persona excepcional. Aunque en los últimos años nuestro contacto afectivo fue más espaciado, os confieso que nuestro cariño, nuestro amor, fue intenso y desde luego presidido por un sentimiento de necesidad que recíprocamente nos vitalizaba. Nos conocimos e intimamos en aquel congreso de juristas, celebrado en Virginia, en el verano de 1984. Pero ni él ni yo misma se nos pasó por la cabeza romper nuestras respectivas familias. El ardor y atracción de aquellos primeros años se fue reduciendo en esta última década, aunque como os decía, siempre permaneció entre nosotros esa unión afectiva y esa confianza íntima que podríamos definir como un amor imposible. Fue un gran hombre. El hombre de mi vida”.

 

Mi ex marido, en la actualidad, vive con otra persona. Pero entre nosotros se mantiene el respeto y algo de amistad. Aunque no desde un principio, el sabía de mi relación con vuestro padre. Aceptó, por fidelidad familiar, esa para él incómoda situación. Pero nuestros hijos crecieron, como vosotros, y poco a poco cada uno de nosotros fue poniendo nuevos rumbos a esos destinos que labramos a partir de cada amanecer. Me satisface que me hayáis localizado. Sería para mí un verdadero placer que lográramos compartir una buena amistad”.

 

Juan de Dios y Leonor estuvieron a la altura del trato delicado y cariñoso que les deparaba la amante de su padre. Le resumieron brevemente la situación de sus vidas, en lo profesional y en lo familiar. Antes de dar por finalizada la educada entrevista, entregaron a Elvira esas siete cartas cerradas que, por alguna razón, su padre no le envió después de escribirlas. Era la destinaria de esos textos quien lógicamente debía conocer sus contenidos. En la despedida, Juande besó a Elvira, mientras que Leonor le estrechó la mano. Quedaron en mantener algún contacto periódico entre ellos.

 

Cuando volvían de la amable, romántica y nostálgica entrevista, los dos hermanos comentaban acerca de la conveniencia o no de informar a Flora. Juan de Dios era de la opinión de no decir nada a su madre. Era preferible que nada deteriorara la imagen que ella mantendría de su amado y respetado esposo. Tener conocimiento de los hechos sólo provocaría en ella disgusto, decepción y frustración. Por su parte Leonor no lo tenía tan claro. Consideraba que una esposa engañada debe conocer en lo posible el comportamiento desleal de su marido. La verdad debe primar sobre cualquier otra consideración. Aun así aceptó no tomar posicionamiento alguno definitivo, antes de concordar con su hermano.

 

En la cena de aquella noche, víspera de la marcha de sus hijos hacia sus respectivas provincias de residencia, ninguno de los hermanos hizo mención alguna a la entrevista que habían mantenido con Elvira, tal y como en principio habían acordado. Cuando tomaban los postres y unos descafeinados, en esa entrañable reunión para la despedida, la sorpresa de lo inesperado hizo aparición entre madre e hijos. Doña Flora se quedó mirándolos con el rostro sereno y con una media sonrisa les hizo una pregunta que ninguno de los dos esperaban o podía imaginar.

 

“Juande, Leonor … ¿habéis contactado ya con Elvira?”

 

 

 

EN LA INTIMIDAD DE UNA VIDA EJEMPLAR

 

 


José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

09 Octubre 2020

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