viernes, 29 de mayo de 2020

UNA VALIENTE OPORTUNIDAD, PARA EL FUTURO DE ADELIA.

Existen frases, dichos y proverbios que siempre atesoran una parte o toda la verdad en su contenido, utilidad que todos deberíamos saber aprovechar aplicándola a la privacidad de nuestros comportamientos. Para el fundamento de este relato vamos a recordar aquella expresión que dice: “No dejes de subir a ese tren que pasa por tu estación. Puede ser que no tengas otra oportunidad para montarte en uno de sus vagones”. Aunque lógicamente su redacción sea variable, según épocas y contextos, la idea nuclear que manifiesta es suficientemente comprensible. Una opción, que parece ser la acertada, no siempre llega a repetirse. Si se deja pasar, puede que no vuelva. Al menos en esas positivas condiciones. El problema de las oportunidades en el recorrido vital es acertar. Saber tomarlas, en tiempo y lugar. Si te equivocas, es posible que ya no tengas la suerte de poder rectificar una errónea decisión.  

La acción transcurre en un nublado sábado otoñal. Un nutrido grupo de excursionistas, pertenecientes a la tercera edad y vinculados a la Peña recreativa La Buena Sombra, se disponía a volver a Málaga, su ciudad de origen. Entre jueves y sábado, ese colectivo había visitado diversas localidades extremeñas, entre ellas sus dos monumentales ciudades, Cáceres y Badajoz. La salida desde la capital pacense quedó anunciada para las 18 horas, algo tarde en opinión de muchos asociados, pero así decidido por la junta directiva en función de un último museo por ver, cuyas puertas no abrían hasta las cuatro de la tarde. Cuando llegó el momento de la partida, para sorpresa de los 42 viajeros que ya ocupaban sus respectivos asientos en el autocar, el motor del vehículo no arrancaba, a pesar de los repetidos intentos realizados por Sebastián, su diestro conductor. A esa hora de un sábado no resultaba fácil encontrar un taller mecánico que estuviera disponible para superar técnicamente el imprevisto. Con esfuerzo localizaron a un profesional de la automoción que se prestó a desplazarse al lugar donde estaba aparcado el vehículo, a pesar de que el buen hombre se estaba preparando para asistir como invitado al banquete de boda de una sobrina suya, evento que comenzaría a las nueve de la noche. Tras casi una hora de trabajo, el motor comenzó a “rugir” para alivio de lodos los viajeros, aunque con la preocupación de que ya faltaban pocos minutos para las 20 horas. Era inevitable que se llegaría a Málaga bien entrada la madrugada.

El tiempo amenazaba lluvia, precipitaciones intensas que comenzaron a caer a pocos kilómetros de iniciar la marcha. El aguacero tormentoso incrementaba su potencia, lo que dificultaba la visión del conductor, ya que los lavaparabrisas apenas podían cumplir su función debido a la “manta de agua” que estaba cayendo. Además la velocidad del autocar era cada vez más lenta (40, 50 kms /h) por el efecto del aquaplaning sobre la calzada que levantaba verdaderos oleajes al paso de las ruedas. Habiéndose superado ya las 22 horas por las manecillas del reloj, los directivos de la asociación indicaron a Sebastián que detuviera la marcha en la primera localidad que encontrase, pues lo que parecía más sensato era tratar de pasar esa noche tan intempestiva en un lugar seguro, dado el número de viajeros que se transportaba y la elevada edad de la mayoría. No era esa la única causa de la urgencia en la parada, sino que también Sebastián advertía que el motor no carburaba bien y en cualquier momento podía dejar de funcionar. Al menos la suerte decidió que el grupo viajero se encontrase con una pequeña localidad, de esas que en muchos mapas apenas son tenidas en cuenta, punto topográfico que al entrar ilustraba su nombre a través de un poste indicador: Villaluenga del Palmar.

Después de dar algunas vueltas por las estrechas y empinadas calles de ese conjunto de viviendas, gracias a la pericia con el volante del conductor avistaron, en lo que parecía ser la plaza de la villa, un establecimiento con algunas luces adormiladas, rotulado bajo el nombre de Mesón el Lugareño. No era un local excesivamente espacioso, pero sí acogedor, que seguramente ofrecía comidas y descanso a los camioneros que tomaban esa ruta entre la Andalucía occidental y Extremadura. Atendidos con solicitud por el “tío Dimas” junto a su mujer Fernanda y su hija Adelia, el amplio local quedó densificado de aturdidos viajeros, que se agolparon junto al hogar o chimenea, espacio que pronto se vio incrementado con nuevos leños de madera de olivo que calentaban y secaban muchos de los cuerpos humedecidos. El propietario de esta venta caminera aclaró que en este pequeño núcleo de viviendas, no estaban censadas más de 300 personas y que la subsistencia del local estaba en los camiones de mercancías que con frecuencia paraban, para descansar y degustar las comidas e infusiones que aligeraban la pesadez del camino.

Dada la hora del día, muy cerca de las once de la noche, Dimas y Fernanda comenzaron a improvisar algo para “echar” al cuerpo. Con gran profesionalidad elaboraron bocadillos de pan de molde y cateto, rellenos de queso, jamón, morcilla o chorizo, delicias para el gusto que pronto fueron “devoradas” por los treinta y ocho hambrientos pasajeros, quienes también alabaron ese buen café con leche que tenían en sus manos y los deliciosos vasos de vino tinto que “entonaban” los ánimos y cuerpos cansados por las inclemencias meteorológicas. Un enorme bizcocho cubierto de almíbar de naranja con almendras, partido en trocitos y que trajo Fernanda de la cocina, duró escasos minutos sobre la bandeja. Todo sabía a “gloria bendita”.

Un socio peñista de los que integraban el grupo viajero era Herminio Lavajos. Había ejercido durante más de tres décadas y media, como maestro de educación primaria y desde hacía dos años había iniciado su merecida jubilación. Él y su mujer, Esperanza, pertenecían a la asociación recreativa desde hacia tiempo, pero en esta ocasión el profesor había tenido que viajar solo porque su cónyuge ya había cubierto los días de asuntos propios y no podía abandonar sus obligaciones en el aula, ya que aún le faltaban dos años para llegar a la jubilación. Con su taza de café en la mano y sentado en los escalones que llevaban a las habitaciones privadas de la familia propietaria de la venta, se entretenía jugando con un programa de agilización mental en su tablet. Cansado ya del juego, sacó de su mochila ese bloc que siempre llevaba consigo para ponerse a escribir unas notas de lo que podría ser su próxima historia o relato. Entre otras actividades para el tiempo libre, escribir era un ejercicio que profundamente le vitalizaba. En definitiva era más que evidente que todos iban a pasar allí la noche, resguardados de la fuerte lluvia que seguía cayendo y del progresivo  frío reinante en el exterior del establecimiento. Cada viajero buscó el lugar más apropiado para el descanso. Tres amplios butacones pronto encontraron usuarios para el acomodo. Fernanda trajo también unas tumbonas plegables, que se cedieron a personas mayores con problemas de espalda. Unas colchonetas deportivas fueron utilizadas por el personal viajero más joven, para echar un rato de sueño. Pero el antiguo maestro, muy concentrado, seguía con su paciente labor, escribiendo con el bolígrafo en el bloc de las historias.

En un momento concreto, se le acercó Adelia, la hija del propietario ventero Dimas. La chica, como después le confesó, tenía diecinueve años. Era delgada de cuerpo, su cabello castaño claro lo recogía en una simpática coleta. La inocencia de su mirada, con unos ojos color entre verdoso y celeste, reflejaba bondad y curiosidad al tiempo. La agilidad de sus movimientos mostraba también la juventud que atesoraba. Desde luego una joven muy bien parecida que protegía su cuerpo con un jersey fucsia de cuello alto,  unos blue jeans bien ceñidos, calzando unas deportivas azules “cuneras” tipo Converse. Con franca jovialidad, Delia se sentó junto al veterano profesor y comenzó a expresarle lo que pensaba:

“Mientras los demás viajeros dormitan, beben o conversan, “tú” eres el único que escribes. Pienso si le estás escribiendo a una persona que quieres o si se trata de algún cuento que después le leerás a alguien que necesite distracción. Yo he ido a la escuela hasta los doce años. Un bus recogía a los niños repartidos por toda la zona en el amanecer y nos llevaba al colegio de una ciudad a medio camino de la capital. Por las tardes, sobre las dos y media,  nos devolvía a nuestras casas para el almuerzo. Pero mis padres necesitaban que yo les ayudase y a mi tampoco es que gustaran muchos los libros. Porque mi ilusión siempre ha sido y es llegar a ser una actriz, como las que salen en televisión y en las películas. Creo que tengo un buen cuerpo, una imagen agradable para ponerme enfrente de una cámara. Pero mi padre no quiere saber nada del asunto, cuando se lo pido. Me dice que tengo muchos “pájaros” metidos dentro de mi cabeza y cambia de conversación. Tú que pareces que eres persona de cultura ¿me podrías aconsejar y ayudar? Porque … yo no sé que tendría que hacer para prepararme si quiero llegar a ser una buena  actriz. Vivo aquí, “encerrada” en este pueblo tan pequeñito, sin apenas salir de él. Así un año tras el otro”.  

Los sentimientos de Herminio afloraron, a ver la limpia ingenuidad de una chica que le estaba pidiendo ayuda para trazar un camino “vocacional”, o tal vez caprichoso, en el discurrir de su vida. Con una amistosa sonrisa le respondió que pensaría sobre los deseos que le había manifestado. Le prometió que aquella misma noche hablaría con su padre, a ver qué se podría hacer. Adelia respondió mostrando en su rostro una expresión alegre y agradecida. Antes de tomar decisión alguna y con buen criterio, el antiguo educador entendía fundamental conocer el punto de vista de Dimas con respecto a los deseos de su hija. Así que, al paso de unos minutos aprovechó una oportunidad para acercarse al dueño del Mesón el Lugareño y rogarle si le podía dedicar unos minutos.  

La postura del padre de la chica como respuesta era a todas luces tozuda e intransigente. Comentaba al profesor que su hija tenía “muchos sueños en la cabeza” y que ya había intentado algo parecido en alguna otra ocasión con algún viajero que había visitado el establecimiento. Que su puesto estaba allí, ayudándole a él y a su madre a fin de sacar adelante el negocio. A pesar de todos los hábiles esfuerzos de Herminio, la posición de Dimas era no dar su brazo a torcer.

“¿Pero no comprende que su hija Adelia ya es mayor de edad y tiene razonable derecho a elegir su propio destino en la vida? Se lo digo con mi experiencia de educador. Delia merece una oportunidad para labrarse el destino que ella prefiera. En caso contrario, algún día ella puede reprocharle su actitud, que me temo es algo o mucho egoísta, con respecto a los intereses comerciales de Vd. y la ilusión artística de su hija”.

En la mañana siguiente, aunque el tiempo seguía entoldado, había dejado de llover. Desde el amanecer Sebastián el conductor había localizado, con la ayuda de Dimas, a un adiestrado mecánico que aunque trabajaba en un taller de una localidad cercana residía en Villaluenga. Narciso, recompuso un tanto los problemas del “cansado” motor, a fin de que el mecanismo respondiera para devolver a la peña excursionista a su lugar de origen. Salieron finalmente hacia Málaga sobre las 9:30, un tanto cansados en sus cuerpos por aquella peculiar noche en un mesón “reconvertido” en hotel o refugio. Dimas había hecho un buen negocio, con el consumo efectuado por el elevado número de clientes. Herminio compensó la tristeza inicial de Adelia (conocedora de la frustrada gestión del profesor) entregándole una tarjeta con  sus datos personales, prometiéndole que si iba por Málaga él se prestaría ayudarla, hablando con las personas adecuadas. “Lucha por tu vocación. No marchites tu legítima ilusión”. La joven le despidió con una agradecida sonrisa.

Los acontecimientos se precipitaron, tres semanas más tarde, en forma parecida a la de un guión cinematográfico. Serían poco más de las nueve de la mañana cuando sonó el timbre de la puerta en casa del maestro. Al abrir se encontró con la abrigada figura de Adelia, provista de una modesta mochila. La joven había negociado con un camionero que hacia rutas semanales hacia Málaga, dejándole una carta explicativa a su padre en la mesilla de noche antes de su marcha. Atendieron a la chica, que se encontraba desconcertada y abrumada ante el paso que había dado. De inmediato Herminio localizó por teléfono a su padre, para explicarle el hecho. Pero Dimas se mostraba muy enfadado y sin querer saber nada de su “irresponsable” hija. Aun así Herminio le aseguró que él su mujer cuidarían de Delía, el tiempo que fuese necesario, tratando de buscar las soluciones más adecuadas para la seguridad de la chica. Con fortuna tenían un cuarto libre que había dejado su hijo hacía años, al contraer matrimonio. Tras darle de desayunar y medios para que se aseara, fue con ella a dos destinos. En primer lugar visitaron una institución religiosa, regida por monjas, que daban cobijo a mujeres con problemas, ayudándolas para que encontraran una ayuda laboral en el ámbito del servicio doméstico. Consiguió que en poco más de una semana tendrían plaza libre para Delia. Esa misma mañana acudieron a los servicios administrativos de la Consejería de Educación, a fin de dialogar con un inspector amigo de Herminio, a quien expuso la situación de la joven pidiéndole si le podía prestar alguna ayuda para sus objetivos formativos.

Con esa mezcla de voluntad en la decisión, suerte en la oportunidad y generosidad fraternal o social, el destino de Adelia Verania se ha ido reconformando en lo positivo. El inspector educativo le halló hueco en un ciclo formativo de grado medio titulado: Declamación y arte interpretativo, impartido en un instituto de F.P. al que asiste por las tardes, desde las 18 hasta las 21:OO horas, enseñanzas que hacen feliz a una ilusionada futura actriz para la escena. Durante las mañanas, la ilusionada chica ha encontrado trabajo en casa de una familia acomodada con hijos pequeños, ayudando en las diversas tareas de la casa. Su conocimiento de la cocina, adquirido desde pequeña en la venta mesón de su padre, le ha sido muy útil para ser valorada por esta estable familia en la que ambos cónyuges trabajan fuera del hogar. Aunque reside en la institución asistencial de las monjas, pagando una asequible cuota, los fines de semana los pasa en el domicilio de Herminio y Laura, quienes tratan a Delia con el amor y respeto que aplicarían a esa hija que no llegaron a tener en su matrimonio.

La rígida actitud de Dimas apenas ha cambiado con respecto a su hija. Herminio le mantiene constantemente informado acerca de los logros y comportamiento laboral y educativo de Adelia, gesto que el restaurador de Villaluenga apenas le ha agradecido. En realidad Herminio continúa ejerciendo una importante acción tutorial, ya no escolar por su jubilación, sino humana, sobre una joven que ha querido ejercer el necesario y justo protagonismo en el diseño de su propio futuro. Sobre todo está al tanto de las amistades que se relacionan con ella, para evitar, con prudente responsabilidad, cualquier perjuicio que pudiera sobrevenir a una joven que está “empezando” a vivir. En correspondencia, la actitud de ella es cariñosa y sincera con este matrimonio en el que encuentra cálida estabilidad y comprensión.  Esta bella historia muestra uno de los muchos errores que suelen cometer los progenitores, cuando piensan más en sí mismos que en el derecho y la libertad de las personas, especialmente cuando éstas son allegadas. Afortunadamente y en este caso, con esfuerzo y generosa voluntad, el error se pudo restañar.-  



UNA VALIENTE OPORTUNIDAD, PARA 
EL FUTURO DE ADELIA




José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
29 Mayo 2020
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           


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