viernes, 8 de noviembre de 2019

LOS DINÁMICOS ATAJOS DE UN AMBICIOSO ESCALADOR SOCIAL.

En la heterogénea y cada vez más diversificada “fauna humana” aparecen determinadas “especies” cuyos comportamientos despiertan, al mismo tiempo, reprobación y admiración. Suelen ser personas que aplican con desenfado y orgullo determinados movimientos y respuestas en sus vidas que, desde un plano ético e incluso moral, concitan desde el resto de la ciudadanía acervas críticas, repetidas censuras y jocosas o profundas descalificaciones. Pero desde una parte de ese mismo entorno social se genera una indisimulada admiración, respeto, temor y una “sana envidia” hacia estos otros ciudadanos que han sabido alcanzar ese protagonismo, patrimonio económico y posición social o laboral, a pesar de los muy dudosos y reprobables  métodos utilizados para conseguir esa cualificada plataforma que les enriquece, jerarquiza y “dignifica”.

¿A qué puede deberse esta doble vara de medir en el común de la ciudadanía? Cuando unos y otros pudieran hacerse esta curiosa pregunta, la respuesta que generaría sus conciencias iría más o menos por estos caminos de la complejidad psicológica: “No me cabe duda de que los métodos que este personaje ha utilizado para llegar, con celeridad o esfuerzo, a ese nivel o plataforma social se hallan alejados de esos preceptos y normas que se consideran “infranqueables” para la ética y la racionalidad. Pero al tiempo no puedo reprimir una inevitable admiración, consideración y un cierto complejo, porque ellos han llegado a un lugar al que yo y la mayoría social nunca podremos disfrutar, precisamente por esos principios y normas de conciencia que nos lo impiden”. Obviamente nunca se asume o reconoce hacia el exterior esa “envidia” que se mantiene celosamente oculta en la intimidad de tantos y tantos corazones.

¿Y quiénes son esas inteligentes personas que concitan tan contrastada controversias, a su paso por el entorno mediático de la popularidad?

Suelen pertenecer a muy diversos campos de la actividad política, deportiva, cinematográfica, teatral, musical, científica, financiera, empresarial, etc. Obviamente, muchos de estos “líderes “sociales” han sabido aplicar el esfuerzo constante y el sacrificio en su preparación para alcanzar tan elevadas atalayas en la jerarquía social. Intensa y desaforada dedicación, unida a sus dotes naturales y habilidades profesionales. Pero hay otras figuras de prestigio, normalmente insertas en el ámbito interno de la actividad empresarial, que han logrado controlar responsabilidades de cualificada jefatura por un peculiar “trabajo” en orden a conseguir atajos, vericuetos, caminos o métodos muy discutibles e incluso inconfesables, para alcanzar puestos de responsabilidad y jefatura sobre otros compañeros que, incluso con más méritos, han quedado injustamente relegados en sus legítimas opciones de ascenso profesional. Se les aplica una adjetivación o término coloquial que se adecúa bastante bien al prototipo social que representan: el de TREPA.


A pesar de que ya vamos definiendo algunos elementos de lo que representan, podemos ampliar ese dibujo explicativo acerca del prototipo medio de su carácter. Sería ese compañero de trabajo que sabe aplicar, con diestra habilidad, la adulación, las sonrisas “profiden”, su permanente disponibilidad, los regalos, los engaños y manipulaciones, junto a otras atenciones, a los jefes superiores, a fin de ir “escalando” con asombrosa rapidez puestos más importantes y mejor remunerados en el organigrama empresarial. Todo ello en perjuicio de los méritos y expectativas de otros compañeros que, con similares o superiores méritos, quedan postergados y frustrados en sus legítimas y justas aspiraciones de ascenso laboral. Veamos a continuación la historia sintetizada de uno de estos trepas en su contexto social.

Heliodoro Branko Viluya había nacido en el seno de una humilde familia granadina. Era el mayor de seis hermanos, todos varones excepto la hermana más pequeña, llamada Eleonora. Su padre Nicolás (conocido por Nico, en el barrio del Zaidín donde vivía la familia) aprendió rudimentos del oficio de zapatero remendón durante la etapa del servicio militar. Fue una instructiva escuela, a partir de la función que le fue ordenada en el cuartel de caballería donde prestaba servicio a la patria, no solo atendiendo a los équidos, en sus arneses y pezuñas, sino también arreglando y remendando las botas, correajes y carteras de las quintas militares que iban llegando para el servicio a la patria. Cuando se licenció de sus obligaciones, ya de vuelta a casa, negoció el traspaso de un portal que tenía un pequeño almacén en lo que había sido una antigua bodega. Allí instaló una zapatería de remiendos, denominada LA MEDIA SUELA.

Eran los años finales de la década posterior a la Guerra Civil española cuando Nico tomó por esposa a Cecilia, una humilde y bella muchacha que servía en casa de unos señores bien “los Quintanilla” dedicados al trasiego comercial de encurtidos, haciendo la limpieza y la plancha durante tres días a la semana. Aún después de casada continuó trabajando en el mismo domicilio, aunque en períodos más cortos debido e su estado encadenado de procreación. En efecto, la descendencia iba llegando al domicilio de Nico al ritmo de un embarazo cada año y medio aproximadamente.

La familia Branko vivía en una modesta y popular corrala, junto a otros nueve convecinos, en un ambiente de fraternal camaradería y proximidad. La infancia de Helios, allá en los años 50, fue similar a la de tantos niños humildes, con sus juegos en las calles y plazuelas, asistencia a la escuela pública, cine de barrio algunos domingos y la distracción que proporcionaba la radio en casa, donde se escuchaba “el parte” diario de las 14:30 y la novela de las cuatro de la tarde. Un poco más tarde llegaba (cuando se podía) la merienda de la rebanada de pan con chocolate de algarroba, para regocijo de estos críos revoltosos, que tan bien lo pasaban jugando y peleando con sus amiguitos en un barrio populoso, al que proporcionaban bastante color y alegría en aquellos austeros años cuarenta y cincuenta de la pasada centuria.

El dinero que llegaba a casa procedente de los remiendos y medias suelas, junto a las “bondades” que los Sres. Quintanilla entregaban a “la Cecilia”, no eran precisamente abundantes. Servían, eso sí,  para atender en lo mínimo la elaboración del potaje de legumbres o las gachas de harina que, casi a diario, formaba el plato básico para esos comensales que iban aumentando con el paso del tiempo. Los progenitores buscaban con tesón una hembra, para ayudar en las labores del hogar, pero aquélla no llegó hasta el sexto lugar de todos los intentos. Además estaba el trasiego de la ropa, reutilizada para los de menos edad y talla, junto al pago ordinario del alquiler, la electricidad y algún que otro imprevisto que desequilibraba la precariedad financiera de una familia realmente pobre.

Helio, desde su infancia, fue siempre poco aficionado a los libros. Sin embargo, ya en su adolescencia, mostró una notable capacidad para el “don de gentes”, llegando a muchas personas por su fluidez expresiva y “habilidades sociales”. Cuando cumplió los doce años, Nico se lo llevó al taller de zapatería para que aprendiera un oficio que sustentara su porvenir en la vida. Allí tenía que cortar la piel y el caucho, coser los zapatos, teñir y darles lustre, poner suelas, colocar los pares en la horma, parchear los ojetes de latón, etc. Pero al niño tampoco le gustaba ese control continuo de un rígido padre con su primogénito y los “coscorrones” de que continuo recibía por sus errores y desganas. En ocasiones hacía “novillos” para dejar de acudir al taller, a costa de soportar después en casa el severo castigo que el zapatero le aplicaba.

En esta situación, harto ya de polémicas y fracasos con el zoquete de su hijo, Nicolás habló con don Emerindo del Agua, que trabajaba en una sucursal del Banco regional y que llevaba con frecuencia sus zapatos al taller de la Media Suela, pues el obeso operario financiero tenía una pierna algo más larga que la otra y tenía que aplicársele un alza en el zapato de su extremidad más corta. La persistencia del zapatero, abrió la comprensión y generosidad de su cliente, por lo que el artesano al fin pudo “colocar” a su hijo como ayudante y chico de los recados en el banco, al cumplir éste los 14 años de edad.

En la entidad bancaria Helio hacía casi de todo. Desde recoger el correo y llevarlo a la estafeta, hasta acomodar las carpetas en las estanterías, desplazarse al bar a fin de traer cafés y meriendas que le habían encargados los empleados de la entidad, comprar los periódicos del día, hacer los recados que le mandaban sus superiores y también ordenar y clasificar documentos en los archivos correspondientes. Y así fueron pasando los meses e incluso algunos años.

Pero este joven aprendiz era una persona en la que se había despertado el incentivo de la ambición y esa capacidad social para tratar de caer bien a la gente. A modo de “esponja receptiva” fue captando asimilando las funciones normales que se desarrollan en una entidad bancaria, absorbiendo todo aquello que estimaba podría resultarle útil o rentable para sus aspiraciones de ser un empleado significado en la estructura de una oficina que cada vez conocía mejor. Obviamente sabía que a superior puesto incrementaría la retribución mensual en su salario. Vino positivamente en su ayuda la grata oportunidad de que su “protector” don Emerindo fue ascendido a director de la entidad bancaria en la que trabajaba, por cierto con una gran cartera de clientes por estar ubicada en una céntrica plaza del tradicional barrio granadino.

El servilismo de Helio era continuo y de nivel exagerado. Aprovechaba cualquier circunstancia para ofrecerse a su mentor y mantenerle contento con su persona. Para ello aplicaba no solo las adulaciones y saludos (utilizando las más “barrocas y ´peloteras´” expresiones) sino también sabiendo adelantarse a cualquier posible necesidad del complacido Emerindo. Conociendo que el jefe sentía una gran debilidad afectiva por los perros, cuando éste tenía que realizar algún viaje desplazamiento, se ofrecía para ayudarle de la manera más incondicional y gratuita. “Don Emerio, si necesita a alguien que le saque sus perros a pasear me tiene a su disposición. Ya he llevado algún que otro recado a su residencia, por lo que si lo desea me acerco a la misma dos veces en el día y saco a sus tres perros canes para que disfruten su rato de paseo. Y si lo cree más oportuno, puedo cuidarlos en mi propio domicilio, asegurándole que nada le han de faltar”. El obeso director también era persona que sentía gran debilidad por todo lo relacionado con los dulces y las golosinas. A este fin, cada dos semanas Helio se trasladaba a la carretera de la Sierra, comprando en un apicultor amigo algún tarro de miel o de meloja, procedente de las Alpujarras nazaríes. El mismo lunes, don Emerindo tenía su bote de miel encima de la mesa de trabajo, como regalo del solícito empleado. Cuando llegaba la hora de cerrar la entidad bancaria, tras la jornada de trabajo, Helio estaba al acecho para acudir en la ayuda de su jefe, que por su obesidad tenía dificultar para colocarse bien el abrigo que le protegía del frío. Fue también comentado, con sorna y acre crítica entre los propios compañeros, aquél día en que Helio colaboró en una fiesta de cumpleaños, vistiéndose con la indumentaria de payaso para hacer las delicias y jolgorio de los nietos del complacido jefe.

Todos estos detalles y deferencias, por parte del servil empleado,  fueron dando sus frutos. Hacía ya tiempo que Helio había dejado de desempeñar la incómoda función de “multiservicios” en la oficina. Su capacidad de aprendizaje, en el funcionamiento de una entidad financiera, era manifiesta. En plazos relativamente breves, pasó de auxiliar de sucursal a tener mesa propia como oficial administrativo. Tardó sólo dos años en ser nombrado interventor. La mano de don Emerindo estaba abierta a estas concesiones , como muestra de agradecimiento por todos los servicios y adulaciones que de manera continua recibía por parte del servicial “hijo del zapatero”. Sin embargo la operación de mayor calibre la iba gestando con precisión magistral el ambicioso joven interventor.
Don Emerio (así llamaban muchos al jefe) tenía dos hijos casados y una hija, anclada en la soltería, que tenía por nombre Jimena. La naturaleza no había sido generosa con ella, privándole de esos básicos valores físicos que muchas mujeres anhelan. A punto de cumplir la cuarta década de su existencia, llevaba consigo sufridamente su patente carencia de belleza. No se la había conocido pretendiente alguno. A pesar de los esfuerzos económicos aplicados por el director bancario en su educación,  el fracaso académico de su experiencia universitaria (matriculada en Filología clásica) fue incontrovertible. Ayudaba a su madre, doña Florencia en las tareas del hogar. A pesar de estos no dinamizadores alicientes, la tensión ambiciosa de Helio carecía de límites. Con “maquiavélica” habilidad, emprendió un progresivo acercamiento a la poco agraciada muchacha, aprovechando las idas y venidas que desde hacía años realizaba a la casa del patrón, por el asunto de los perros y esos pequeños bricolajes del hogar que el habilidoso empleado administrativo sabía “aplicar” con manifiesta eficacia. La operación “braguetazo” estaba en marcha.

Bellas y aromáticas flores, en fechas señaladas. Bombones en los momentos más insospechados, que cada vez eran más repetitivos y con efecto potenciador para el proceso iniciado. Palabras amables y llenas se fulgor sensual. Invitaciones a cines, bailes y conciertos. Insinuaciones afectivas y llenas del lenguaje sexual más acrisolado. Poco a poco, pero con la tenacidad suficiente para ir enamorando a la deslumbrada joven, la arriesgada estrategia iba consiguiendo su operativo efecto: Jimena “flipaba”, pues tenía a un joven y apuesto empleado de la entidad bancaria que dirigía su padre, completamente entregado a su conquista amorosa, objetivo que para ella era como el maná milagroso caído del cielo. Entendía que Helio veía en ella unos valores humanos atrayentes, pues los físicos no podía ofrecérselos por su inevitable carencia natural.

Don Emerio no se lo pensó más, tiernamente “deslumbrado” y agradecido por la felicidad que rebosaba la muy halagada  e ilusionada Jimena. A pesar de sus diferencias cronológicas (ella 39  y él 24) el veterano patriarca iba a hacer todo lo posible por complacer y facilitar la felicidad de su esperanzada e ilusionada hija, quien pensaba que las puertas de la maternidad podrían estar aún abiertas para ella. El gran ascenso para Helio, ante el asombro y la indignación de sus compañeros, llegó pronto. De interventor interino pasó a titular y en pocos meses fue designado vicedirector de la entidad. Todo ello con 26 años de edad. Este bien retribuido cargo era el “regalo de boda” que el suegro entregaba a sus inminente yerno.

La comidilla crítica y satírica, entre los empleados de la importante entidad (así como en otras sucursales de la empresa) estaba a la orden del día. Otros compañeros y empleados, con más méritos laborales y de currículo, habían sido relegados por el agradecido jefe, ante la fría, cerebral y calculada acción del muy ambicioso empleado, Helio (el “trepa”, apelativo del que ya nunca más pudo desembarazarse) el vástago mayor de su antiguo y buen zapatero Nicolás, que aún seguía remendando y trabajando todo tipo de calzados con su diestra y excelente eficacia.

Al paso de los muchos meses, don Emerindo estaba pensando con firmeza en una decisión trascendental para su vida: tras 42 años vinculado a la entidad bancaria, consideraba que el momento de su jubilación había llegado. Correlativamente a esta convicción, se planteó la siguiente pregunta: ¿Por qué no dejar a su yerno en la jefatura de la sucursal?  Helio y Jimena ya habían traído a la vida una hija, llamada Esmeralda.


Pero esta veterana madre hace ya tiempo que viene haciendo “la vista gorda”, mirando hacia otro lado, ante las continuas y cada vez más descaradas infidelidades de su libertino esposo. Éste, considerando insuficiente la plataforma empresarial para su proyección social, se está acercando a otros planos de la colectividad ciudadana, donde sus ambiciones de notoriedad pueden verse mejor satisfechas. Se ha hecho miembro de una muy afamada cofradía religiosa, de naturaleza mariana, que procesiona el martes santo. Con su dinero y la habilidad que le caracteriza, a los dos meses de estar inscrito en la misma, ya ha sido incluido en la junta directiva que la preside. Aunque nunca le ha gustado el cante flamenco (lo aborrece en el alma) también ha decidido vincularse a una popular peña “El Martinete” que es visitada por importantes personalidades de la élite granadina y en la que cada lunes actúa un cantaor, con sus coplas y sentimientos que mueven los corazones, maestro acompañado de un cuadro de baile que sigue los sones de las guitarras, las castañuelas y esa percusión acústica que emociona y subyuga.  Y el tercer ángulo de sus objetivos  promocionales lo ocupa el campo de la política. Hasta ahora es un militante de base del partido que sustenta el equipo de gobierno en la corporación municipal. Pero todo se andará. Le han asegurado desde el partido que el Sr. Alcalde de la ciudad al fin le concederá esa cita que tiene solicitada desde hace  mes y medio. El dinero puede obrar milagros, en el siempre difícil frente de la popularidad.

A pesar de todos los cálculos, siempre existen algunos inoportunos flecos que se nos escapan en los objetivos propuestos. La entidad bancaria en la que trabajaba Helio fue absorbida por un importante grupo financiero japonés que dominaba el mercado mundial. La reestructuración comenzó con el cierre de entidades y la reducción negociada de plantillas. Se le ofreció un despido retribuido con arreglo a la ley o en su caso un traslado inminente, para trabajar como oficial administrativo en una sucursal bancaria ubicada de un pueblo de Zamora, relativamente cerca de la frontera portuguesa. Don Emerio hacía tiempo que dejó de significar algo en una empresa ahora dominada por el capital nipón. El “ángel de la guarda” familiar ya no podía apoyar al intrépido y ambicioso personaje. Y más ahora, cuando Jimena le reveló las andanzas de faldas que su desleal esposo mantenía con un amplio catálogo de atractivas y seductoras jovencitas. Los tiempos de “vacas flacas” también llegan para estos hábiles trepadores del espacio social.-


LOS DINÁMICOS ATAJOS DE UN AMBICIOSO ESCALADOR SOCIAL

José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
08 Noviembre 2019


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