viernes, 29 de noviembre de 2019

ESA FORMA DE SER, QUE PERJUDICA LA SALUDABLE ARMONÍA

Resulta perfectamente comprensible que nos sintamos más o menos bien o incómodos cuando estamos junto a unas u otras personas. Al igual que también ocurre con los espacios, los tiempos y las situaciones. En muchas casos no sabemos exactamente el por qué suceden esos contrastes de “felicidad” o de incomodidad anímica. Sin embargo, a poco que nos detengamos a reflexionar, descubrimos “pistas” fehacientes o clarificadoras que nos explican esos sentimientos cambiantes, con respecto a la persona, el lugar físico o el “climax” ambiental en el que nos hallamos inmersos. En realidad, las razones o influencias de estas variadas percepciones son fácilmente comprensibles. Su explicación  proviene desde las propias personas o espacios que nos rodean o desde nuestra propia disponibilidad psicológica en un determinado momento. 

Desde sus pocos años infantiles Lidia Nebrasca Cordobán había sido una niña de difícil carácter, complicada forma de ser que se fue agudizando en la adolescencia y en los años inmediatos de la edad adulta. Era persona que potenciaba en exceso su autoestima, mostrado en el trato un exceso de egocentrismo y sumamente polémica en sus posicionamientos y discusiones, actitudes todas ellas de las que parecía disfrutar con una aviesa “maldad”. Por decirlo de una forma simplificada y coloquial, gustaba de llevar la contraria a la mayoría de las personas con las que se relacionaba, ya fuesen éstos sus profesores, familiares, amigos, compañeros, vecinos o conocidos. Era tozuda en la permanencia de querer llevar siempre la razón, ante cualquier cuestión en la que interviniera, por más discutibles que fuercen sus planteamientos: fuera en temas políticos, religiosos, económicos, culturales, en el mundo de la moda o  el trato familiar. Y así un largo etc. de temáticas abiertas a su “intolerante” o excluyente visión interpretativa.

Cuando finalizó sus estudios de la educación secundaria, no tuvo dudas en firmar su matriculación en un centro universitario muy apropiado para su peculiar forma de ser: la facultad de Derecho. En ese ambiente vitalista y multicolor de la Universidad, conoció al compañero que se convertiría en su pareja. Atilio Rada Alegre cursaba el grado de arquitectura y tenía un carácter bastante diferente al de Lidia, pero en los destinos del amor no existen leyes exactas para regular nuestros actos. El primer encuentro entre ambos jóvenes ocurrió en una fiesta final de curso, a la que asistieron estudiantes de todas las facultades universitarias. Fue una desenfada oportunidad en la que la ingesta de etílico fue notable en muchos de esos jóvenes que deseaban celebrar bien “su noche”, tras semanas y meses de estudio, esfuerzo, tensión y concentración. Lo cierto es que la paciencia de este joven “soportó” con increíble receptividad y simpatía la testarudez siempre protagonista en Lidia, por lo que desde aquella noche festiva se sucedieron los intercambios de mensajes, las llamadas telefónicas y las citas, convirtiéndose dichos vínculos en una singular pareja afectiva. La relación entre estos enamorados continuó durante algún tiempo, debido sin duda a la paciencia de carácter de un joven que pensaba que, al paso del tiempo y con la madurez subsiguiente, la “quisquillosa” forma de ser de quien era su pareja cambiaría hacia la moderación y la cesión racional para la buena armonía.

¿Cuáles eran esas desafortunadas oportunidades que generaban las sucesivas discordias?  Las propias entre dos jóvenes veintiañeros: yo no quiero ir a la playa sino al campo; esas película no, mejor esta otra; nada de restaurante chino, hoy prefiero cenar en una pizzería; hacemos el viaje en tren porque no soporto el avión; este año vamos de vacaciones a Grecia, pues a Portugal ya iremos alguna otra vez; si a ti te gusta el pelo corto, a mi me va mejor la melena hasta la media espalda; Por más que te esfuerces, no me vas a convencer. En la vida se me ocurriría votar a semejante partido político; no me gusta la camiseta que te has puesto. Debías haber venido con un look más elegante; ya veo que te gustan los colores “fríos”, yo prefiero los “cálidos”; no tienes ni idea acerca de la interpretación que haces de la película. Si quieres te explico la intención concreta del director. Y así podrían seguir añadiéndose otras muchas situaciones, más o menos trascendentes, oportunidades aprovechadas por tan singular carácter para ser el centro discrepante de la discusión. Desde luego resultaba admirable la paciencia del futuro arquitecto, para sobrellevar las enconadas posturas de su querida novia. Parecía que estas diferencias le hacían gracia o complementaba su amplia tranquilidad y sosegada manera de ser.

Cuando finalizaron sus estudios de licenciatura, Lidia se propuso preparar oposiciones a notaría. Pero la voluntad para el sacrificio no era la cualidad que mejor prevalecía en esta joven, por lo que pronto desistió de continuar por este objetivo laboral, donde el esfuerzo, la inteligencia y la memoria representan valores innegociables. Tuvo desde luego suerte al ser contratada para el departamento de Acción Social del Ayuntamiento de su ciudad, donde más pronto que tarde fue reconocida por su especial y difícil carácter. Llegó un momento en que hasta el propio Atilio, cansando ya de aguantar tan incómodos desencuentros, tomó la decisión de buscar el afecto y la tranquilidad en otra compañera menos complicada en su forma de ser, tras casi dos años de noviazgo. Una muy agradable diseñadora de interiores, Claudia, que conmocionó por su simpatía y capacidad a los asistentes de un congreso de arquitectura, fue la elegida para ese cambio de pareja que el joven venía barruntando desde hacía meses. 
 
Los compañeros de trabajo, en la Concejalía de Igualdad, fueron “marcando las distancias” con respecto a la persona de Lidia pues, a poco de conocerla, detectaron su afición a entrar en la senda de las polémicas y la contradicción permanente. Le fueron haciendo el significativo vacío, de manera paulatina, pues no estaban dispuestos a soportar a una “sabionda y testaruda compañera de trabajo. Hubo ejemplos notorios de este aislamiento a que se vio sometida, por su especial manera de ser: llegaron reuniones festivas para celebrar onomásticas y cumpleaños, pero ella no iba recibiendo las correspondientes invitaciones.

De manera curiosa, el mejor consejo para cambiar su proverbial estilo relacional no provino de alguna autoridad médica, psicológica o religiosa, madre o padre o íntimo familiar, sino de alguien inesperado que con la mejor voluntad decidió ayudarla. Cierta mañana Lidia llegó temprano a la delegación municipal, cuando aún se procedía a la limpieza de las diversas dependencias que integraban el complejo administrativo. Dicha tarea de aseo era realizada por un grupo de señoras, vinculadas a una empresa privada de limpieza. Como aún no era la hora fijada para la entrada del público y parte del  pavimento se encontraba aún mojado, una veterana operaria de este servicio, llamada Tecla, rogó a Lidia que esperara unos minutos antes de pisar el suelo que estaba limpiando con una fregona de mango azul. La reacción de la joven administrativa contratada, muy propia de su altanero y desagradable carácter, fue la siguiente: “Pues haber comenzado antes a fregar, señora, porque tengo que resolver un asunto administrativo urgente y no voy a perder tiempo en la espera. Todo es cuestión de madrugar un poco más, si no quiere que le pisen el suelo”. Esta desagradable respuesta encontró una muy adecuada, larga e instructiva réplica en la generosa actitud de la paciente operaria, que ya bien conocía a quien tenía por delante.
 
“Mira, chiquilla. Tengo muchos más años que tú. He vivido “lo que no está escrito” y todo ello me ha enseñando abundantes lecciones para sentirme un poco más feliz en esta vida. Si no te has dado aún cuenta, con tu raro e injusto carácter vas apartando a la gente de tu lado y ello es porque las personas no se sienten bien contigo. Cada día que pasa, tu falta de amabilidad, empatía y sencillez hace que se te rechace. Así te vas viendo cada vez más sola y aislada de los demás, agriándote el carácter. De esta manera… no vas a ninguna parte. Te estás equivocando en tu manera c continua de tratar a las personas que te rodean y que desde luego necesitas. 

Te voy a dar un consejo de madre, persona que desde luego te debería haber educado algo mejor. Y este consejo no dudes que te puede ayudar a sentirte menos infeliz de lo que en realidad eres y padeces. ¿Por qué no pruebas a darle y decirle a cada uno aquello que realmente quiere escuchar, aunque sin “pasarse? Así se sentirían más felices y contentos de tenerte cerca. No les lleves “la contraria” a todo el mundo por sistema. Evita descalificar sus palabras y sus actos. No te opongas con tanto enojo a lo que piensan o estén realizando. La intolerancia no nos aporta nada bueno, por el contrario hace que las personas se sientan infelices y desgraciadas. Y el que la practica te aseguro acabará mucho peor que aquellos a quienes se les provoca sufrimiento. Hacer daño nos entristece y degrada como personas. Ahora, si te apetece … pues pisa el suelo mojado. Yo no me sentiría feliz con ese gesto, pero tú aún estarías peor que yo.”

Tras esta prolongada, racional y educativa respuesta, Lidia no se atrevió a estropear la labor que realizaba la esforzada y humilde señora de la limpieza. Esperó hasta que el pavimento estuvo bien seco. Pasó gran parte del día cavilando acerca de las sensatas palabras que Tecla le había dirigido. Y esa noche, ya en casa, rompió su aparente equilibrio en un caudal de amargas lágrimas. Lo arisco de su carácter la estaba sumiendo en una soledad que por mucho que fuera su autoestima la degradaba profundamente. No era en absoluto agradable percibir y sufrir el rechazo de aquellos con quienes convivía.

Ese fin fin de semana fue especialmente positivo para iniciar un cambio renovador en su comportamiento. El propósito de enmienda comenzaban con esa puntual frase de la señora de la limpieza, palabras que se le quedaron grabadas en su conciencia: “Dale a cada uno aquello que quiere y necesita escuchar, para sentirse un poquito mejor y más feliz.”  El cambio no fue cosa de horas o de días, sino que originó un proceso que, aplicado paso a paso, tuvo también una reacción efectiva en la actitud de los demás. Por supuesto que esta renovada actitud en Lidia exigió un cierto estilo en su aplicación.

Respetar con la mejor comprensión y sonrisa los planteamientos y opiniones de aquellos seres más cercanos.
Evitar llevar la contraria, por sistema, a las argumentaciones de los demás.
Repetir con frecuencia: “tienes razón” en lo que manifiestas o haces.
Frente a la permanente discusión, el posibilísimo de la concordia.
Frente a los gritos, la dulzura de los susurros o el silencio.
Frente a la avaricia, la inteligencia de la generosidad.
Frente a la exacerbación de los egos, la sencillez de la solidaridad.
Frente al yo, yo y después yo, dejar de hablar de uno mismo y atender al protagonismo de nuestros interlocutores.
Adelantarse, en lo posible, para tratar de resolver las necesidades ajenas.

Poco a poco, paso a paso, unos y otros fueron percibiendo y gozando el nuevo y positivo recorrido en el carácter de Lidia. La respuesta en el entorno de esta joven fue inmediato, con una apertura hacia una persona hasta entonces considerada bastante detestable. Y todo ello porque valoraban y reconocían el cambio de actitud que observaban en su renovada compañera, ahora cada vez más amiga.

Parecía que todo comenzaba a ir ilusionadamente mejor. Pero, entre las numerosas enseñanzas que la vida nos va mostrando, hay comportamientos y actitudes que no deben salirse “radicalmente” del camino que se recorre, con más o menor acierto. Los cambios pendulares en las personas, sin la necesaria y prudente evolución en las transformaciones, pueden provocar consecuencias inesperadas y desagradables. Suelen resultar de “alto riesgo”. En el caso de Lidia, esa nueva actitud fue demasiado brusca y opuesta a su comportamiento habitual, lo que en muchos generó incredulidad y otro tipo de rechazo. Los ejemplos eran numerosos en el quehacer de los días: antes, rechazaba de plano ceder la razón a quien evidentemente la poseía. Ahora, a todos les cedía esa razón que tanto apetecían, tuvieran derecho a esa postura o no. Del negar a los demás alguna educada sonrisa, ahora eran todos sonrisas de diseño, mejor o peor disimuladas. En definitiva que algunos de sus compañeros y amigos percibieron, en el radicalizado cambio de la compañera Nebrasca, una peligrosa e incómoda falta de verdad. El caso es que protagonizar un “teatro” que no se siente o asume totalmente, genera desconfianza y recelo en el expectador. La figura social de Lidia desde luego que había mejorado en la aceptación general, pero había “pasado de un  lado de la orilla al lado al contrario demasiado rápido. La inteligente evolución, ágil por supuesto, no se había producido en su caso.

Una tarde, cuando salía de las dependencias municipales tras cumplir su horario de trabajo, quedó algo extrañada cuando vio que en la puerta estaba la señora Tecla. Le extrañó verla a esas horas del día, porque las operarias de la limpieza trabajaban siempre por las mañanas. Además no llevaba puesto su uniforma habitual, sino que su vestido particular realzaba la belleza que esta señora había tenido, sin duda, en los años mozos de juventud, ahora “marchitados” por la evolución de la cronología. Más extrañada se quedó Lidia, cuando su compañera de la limpieza le manifestn, mientras que su interlocutora estaba recorrido la parte do particular realzaba la belleza que esta señora habgeneró abiertamente, con una maternal sonrisa, que había venido expresamente a hablar con ella. “¿Te parece que vayamos a tomar alguna cosa, infusión o cerveza, y así podemos sentarnos con una mayor comodidad?” Minutos después ambas mujeres, una en las puertas de su jubilación, mientras que su interlocutora recorría una parte central y básica de su existencia, se acomodaron en la terraza de un establecimiento de restauración  cercano, denominado “El Viejo Galeón”.

“Debo aclararte que yo nunca me casé. Y tuve pretendientes ¡te lo aseguro! Pero el ser al que yo quería ser lo llevó una “vampiresa” que bien lo engatusó. Por eso me ves actuar un poco de madre, sentimiento y vivencia que siempre me ha faltado. Pero a mis años, lo importante es el día a día y no echar la vista atrás, hacia un pasado que muchas veces te humedece los cristales de tu visión. Vamos a lo importante, “mi niña”. No te molestará que te llame así ¿verdad?

Aunque me veas muy entregada a la fregona, limpiando y ordenando lo que otros ensucian y desordenan, estoy al cabo de “to”. Eso lo debo llevar en la sangre y viene de parte de madre, que era una maravillosa mujer a la que no le escapaba nada. Has sido muy valiente, desde el “sermón” que te eché aquella mañana. Te has esforzado en cambiar. De ser amable con los demás y darles la razón ¡Me he dado cuenta que sonríes muy bien! Pero chiquilla… las cosas hay que hacerlas poco a poco, con naturalidad, sin “brusquedades” Porque así resultan más creíbles. Y se reciben mejor por parte de los que tenemos cerca. Desde luego que mereces un premio por tu voluntad, muy hermosa desde luego, de querer cambiar y no echar a la gente de tu lado. Pero también debo decirte que tu persona o como decimos, tu personalidad, no debe desaparecer. ¡El punto medio es el correcto! Hay que equilibrar nuestras respuestas y actitudes. Ser amables, cariñosos, comprensivos, alegres… ¡sin duda! Pero sin pasarse totalmente al otro lado. Porque entonces, la respuestas de los demás tampoco será tan favorable como esperamos. El equilibrio de la balanza ¡jovencita! Que dos y dos no son cinco. Aunque así lo vea el “pabilucio” que tienes delante. ¿Me vas entendiendo?”

Lidia acompañó a la señora Tecla hasta la puerta de su modesta pero acogedora vivienda. Los relojes marcaban las 22 horas, en una noche de cielo limpio y templada atmósfera. Al despedirse de su “maternal” amiga, le dio un fuerte abrazo , correspondido con un par de besos de la solidaria operaria de limpieza. Ese celestial ángel de la guarda del que nos hablan los libros, a veces se nos aparece en la forma más humana, generosa y cariñosa posible. Permanecían grabadas en su mente esas últimas palabras de Tecla … “No olvides  que haciendo felices a los demás, te sentirás mejor y más realizada. Pero, como te dije en una anterior ocasión  ¡sin pasarse! ” La luces somnolientas de las farolas seguían iluminando todas esas calles y plazas que articulan el laberinto caprichoso de la ciudad, caminos y destinos con un cada vez más ausente trasiego de personas y la acústica de los vehículos.-


ESA FORMA DE SER QUE PERJUDICA
LA SALUDABLE ARMONÍA

José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
29 Noviembre 2019

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es            

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