viernes, 10 de agosto de 2018

LA COMPLICADA CONSTRUCCIÓN DE CADA NUEVO DÍA.

En el comportamiento de los seres humanos, la dialéctica desarrollada entre los valores y los defectos aparece como una realidad constante y muchas veces dolorosa, pero que se halla incardinada necesariamente en las bases estructurales de nuestra propia naturaleza.  A poco que observemos las respuestas que ofrecemos en el periplo viajero existencial, comprobamos la presencia habitual de estos contrastes en el proceder de cada uno de los días. Frente a la valiente imaginación resolutiva, subyace agazapada el freno inútil de la duda, con pasividades e indecisiones que a nada conducen. Junto al saludable optimismo vitalizante, llevamos también el incómodo lastre  del pesimismo depresivo, que nos bloquea y desanima. Frente a la claridad interpretativa o comprensiva, nos aparece esa incómoda confusión que en nada nos ayuda. Opuesta a la positiva sonrisa que infunde confianza y seguridad, se mantiene la actitud negativa de la tristeza, la preocupación y desconfianza. Resultaría innecesario añadir esos polos opuestos que  presiden la anhelada bondad, frente a la rechazable maldad.

Y así podríamos seguir enumerando una larga serie de actitudes y sentimientos opuestos, contra los que habría que  “luchar” y frenar en un sentido, estimulando, favoreciendo y aplaudiendo en la atalaya contraria. Obviamente en todos nosotros permanecen esos comportamientos enfrentados, que se desequilibran aún más según las épocas, el proceso educativo, las circunstancias imprevisibles o el contexto sociológico en el que nos hallamos inmersos.
Existe una respuesta, más importante de lo que comúnmente parece, que los humanos afrontamos de una manera u otra en función de no pocas variables. ¿A qué nos estamos refiriendo? Aunque parezca algo extraño, hay muchas  personas, más de las que admiten reconocerlo, que se sienten abrumadas en el amanecer de cada uno de los días. Son aquéllos que sufren la desorientación e incertidumbre, a veces incluso con la angustia que llega al desánimo, ante la realidad de ese nuevo día que se les ofrece en el calendario. ¿Y qué voy a hacer hoy? Simple interrogante pero que, para muchos, puede significar “todo un mundo” la mejor manera de resolverlo.  “Cómo voy a llenar todas esas horas que tengo por delante, otro día más?  

Esa privativa y “existencial” cuestión puede afectar, con letal incapacidad psicológica, a personas de todas las edades y condición. Pero, de manera preferente, ese bloqueo o confusión mental para la acción se agudiza en las personas mayores, que ya han logrado alcanzar la deseada etapa de la jubilación en su historial profesional. Se puede entender fácilmente esta curiosa realidad. Durante una larga etapa laboral, las personas tenían relativamente bien delimitadas sus obligaciones de cada día en el trabajo. En el núcleo de cada jornada, había  que cumplir ese horario laboral de las siete u ocho horas, por el que tantas veces nos quejábamos, añorando ese mayor tiempo libre inexistente. Sin embargo, a pesar de estos lamentos por la dureza y rutina del trabajo cotidiano, se asumía y “tranquilizaban” todas esas obligaciones profesionales que otros imponían desde sus puestos directivos. El resto de las veinticuatro horas se rellenaba con el tiempo de descanso, el aseo y la alimentación necesaria, los tiempos pasivos o activos consumidos frente al televisor o ante las máquinas informáticas, el ocasional paseo y las compras, el ejercicio paternal o incluso la práctica deportiva.

Pero he aquí que, en la avanzada madurez, llega la “jubilosa” fase de la ausencia de ese tercio diario de horario laboral. A partir de este trascendental momento en la vida de las personas, es el mismo interesado quien ha programar la rutina de sus amplias horas disponibles. Antes lo hacían otros por él, mientras que ahora es el propio ex-trabajador quien tiene todo el protagonismo en la aludida planificación a realizar durante las veinticuatro horas. Es en este momento cuando a muchos les llega el “pathos” del agobio, el desconcierto, la “orfandad” para la toma de decisiones. Y esta embarazosa situación aparece cada mañana y, probablemente, cada tarde. Estos abrumados jubilados se repiten, una y otra, vez la misma pregunta: ¿Y qué voy a hacer hoy? ¿Lo mismo que ayer? ¿Igual que mañana? El problema no es hacer lo mismo una vez más, sino que ese proyecto del día, a fuer de su repetición, seduce cada vez menos, fomentando la pereza, el desaliento, todo ello teñido de un profundo desánimo. El origen del problema sin duda está en no saber organizarnos con la necesaria autonomía, en esta época en que se nos agudiza el cansancio físico y psicológico, propio de la avanzada edad. También habría que considerar en que no se nos ha preparado de manera adecuada para hacer atractivo ese tiempo libre del que ahora “ampliamente” disponemos.

Muchos de los que se ven inmersos en este bloqueo de su capacidad volitiva buscan soluciones, más o menos ingeniosas, para superar de la mejor forma esta incómoda situación en el amanecer de cada uno de los días. Otros, por el contrario, se pliegan a la pasiva comodidad de acudir a su médico de cabecera, a fin de que el galeno les prescriba esos barbitúricos farmacéuticos (en función de sus supuestos “males” corporales y mentales) con los que poder sobrellevar, pero no resolver, desde luego, el origen de ese problema que sienten o imaginan padecer. La mejor terapéutica obviamente se encuentra dentro de ellos mismos. Es un asunto de educación, iniciativa, imaginación y, de manera especial, de fuerza de voluntad.

Acerquémonos a una historia, vinculada a esta temática, de entre las muchas que podemos ver escenificadas en el contexto social en el que se desarrollan nuestras vivencias.

Primitivo Terrón Genil ha estado durante toda su vida laboral vinculado a una prestigiosa  entidad bancaria, con sede en la mayoría de los munIcipios andaluces y también en otras importantes provincias del Estado.   Comenzó a trabajar en su entidad financiera cuando tenía apenas 25 años de edad, dos años después de haber finalizado sus estudios en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la U.M.A. Su entrada en la muy conocida empresa se vio especialmente facilitada por la oportuna gestión que al efecto realizó un tío suyo, íntimo amigo de un consejero del banco, con el que compartía cargos directivos en una importante hermandad cofradiera malacitana.

Por su trabajo, dedicación y preparación, fue “escalando” puestos de mayor responsabilidad laboral a la de un simple empleado, ascendiendo a las categorías de interventor, jefe de sección y miembro del consejo consultivo. A los 45 años consiguió el “goloso” puesto de director de sucursal, siendo destinado a una sede de gran importancia logística, en el entorno empresarial del Parque Tecnológico de Andalucía en Málaga. Como los demás trabajadores de la entidad, cumplía un horario diario de 8 a 14 horas, completando el tiempo de trabajo con tres tardes a la semana de permanencia en las oficinas, ya sin la presencia de clientela, para  completar esa labor continua de expansión y dinamización, en un sector de fuerte y aguerrida competitividad.

Desde joven mostró un fuerte y rudo carácter, crispado temperamento que le hacía ser respetado y al tiempo “temido” por sus subordinados, que se sentían obligados a depararle un frecuente servilismo mezclando de ridícula sumisión, con las adulaciones correspondientes. De esta forma el todopoderoso jefe se sentía felizmente halagado. Entre los más jóvenes empleados de la entidad, la firme mirada de su rostro, donde poblaba un inmenso y bien cuidado bigote, cada vez más canoso, junto a su voz directiva, cortante y ejecutiva, “teñida” de espíritu castrense para el mando sin discusión, sembraba y provocaba el temor, el sometimiento, el sí Sr. bajando la visual de los ojos, evitando cualquier gesto que pudiera molestar o incomodar a tan poderoso jefe “caciquil”. Ese aire militar, con el que gustaba enseñorear la notable humanidad de su figura, lo potenciaba añadiendo a las suelas y tacón de sus zapatos unos protectores o apliques metálicos que provocaban una rítmica acústica cuando caminaba de un lugar a otro de la oficina, con su incómodo aire de fiscalizador permanente. No usaba correa en los pantalones, sino que éstos eran sujetados por unos tradicionales tirantes, aplicados sobre sus hombros achapados, tirantes donde mostraba con desenfado y orgullos los colores rojo y gualda de la bandera preconstitucional. La ideología política que profesaba, que no se recataba en disimular, estaba orgullosamente vinculada a los sectores más ultraconservadores del espectro social, aunque siempre evitó la militancia en organización partidista, pues en modo alguno iba a aceptar, por su altanero carácter, tener a otro militante por encima de su persona y por supuesto recibir directivas u órdenes concretas, procedentes o emanadas de la correspondiente “jerarquía de mando”.

Su altanero poder también era ejercido, en justa coherencia, sobre la clientela que con él tenía que conversar, a fin de solicitar sus favores en forma de préstamos (con elevados intereses para su devolución) u otras prebendas o ventajas financieras que Don Primitivo sabía muy bien rentabilizar y dosificar. La adulación y el temor al todopoderoso personaje era un peaje servil si se querían obtener unas condiciones asumibles y un minimo trato favorable en las demandas y peticiones que con exquisita sumisión y sonrojante acatamiento se le planteaban. Este hombre de poblado bigote y circunferencia ventral con grados de formato muy “generosos” era considerado casi como un dios, con esas tan ridículas reverencias que escondían un “temor infantil” a sus reacciones, si algo o alguien osaban molestar o contrariar a tan barrigudo director. Los intereses de las imposiciones a plazo, la “letra pequeña” y otras condiciones de los siempre onerosos préstamos hipotecarios, el “tráfico” del mercado inmobiliario, los temidos gastos a abonar por las transacciones dinerarias o por el mantenimiento de las cartillas de ahorro, etc. Todo ello y más pasaba por el fielato de su control, ambición y soberbía personal.

Nunca consintió que su sumisa mujer, Clara Limnar Glas, trabajara fuera del hogar familiar, a pesar de la titulación que su cónyuge detentaba en el currículo académico (maestra de Educación Primaria). “Tú te dedicas al cuidado y educación de nuestros hijos y a las tareas propias de una mujer en el hogar. Nada de “caracolear” por esos mundos. Lo digo yo y no hay más que hablar. Y no me repliques, si no quieres que me enfade, que ya sabes cómo me pongo cuando se me lleva la contraria”. Por supuesto que doña Clara siempre tuvo que mirar hacia otro lado cuando percibía pruebas evidentes de las veleidades afectivas y temporales aventuras sentimentales mantenidas por el “Rey de la casa”, para saciar sus tensiones sexuales con el vigor que le caracterizaba. La más estable de estas “aventurillas”, para el desahogo de su poderoso sexo, fue una preciosa y sensual joven argelina, cuyo nombre era Salima

Pero “a todo cerdo le llega su San Martín” famoso e ilustrativo dicho popular, cuyo sentido metafórico iba a transformar drásticamente la vida profesional y personal de tan insigne y rechazable personaje. Con 56 años de edad y 31 de ejercicio profesional le llegó, como también a otras muchas personas, el turbulento vendabal de una muy despiadada crisis económica, que grupos financieros y políticos internacionales “se sacaron de la manga” a fin de provocar una gravísima contracción en los flujos dinerarios que sembró en el mundo un castigado y humillado ejército de millones de seres sometidos al horizonte amargo y cruel del desempleo. Esta espantosa crisis, que nació precisamente en los oscuros círculos financieros de la banca a finales de la primera década del siglo XXI, obligó paulatinamente a desarrollar en este sector una drástica e ineludible reestructuración “sanitaria”, en forma de absorciones, cierres de miles de sedes, traslados imperativos del personal y “más o menos negociados” despidos.
Al “todopoderoso” don Primitivo, cuando alcanzó los cincuenta y ocho años de edad, se le ofreció un despido pactado, pues el grupo financiero en el que se había integrado su banco quería rejuvenecer profundamente la plantilla. En esta negociación también intervino la circunstancia de una antigua y molesta dolencia de cervicales, que médicos “amigos” supieron eficazmente presentar ante el tribunal que decidió su incapacidad parcial o temporal correspondiente. Hubo cena de despedida, a la que no asistieron todos sus antiguos compañeros. Tras la entrega de una placa grabada sobre fondo de alpaca y el ineludible ramo de flores a Dña. Clara, llegaron esas amables palabras de afecto y agradecimiento, ofreciéndole la seguridad de que tendría siempre las puertas de “su casa” laboral abiertas para todo lo que desease.

Los  primeros meses de su nueva vida “jubilosa” los recibió con el gozo propio de poder dedicar el amplio tiempo disponible a una afición que siempre había mantenido entre sus deseos. De pequeño había estudiado algo de solfeo, iniciando  la “carrera” de piano. Ahora podía retomar aquella infantil ilusión de ejercitar esa destreza en una academia de música. Pero las aficiones que se mantienen en el letargo, al desarrollarlas comienzan a perder el vigor y la urgencia del deseo. Después de la 5ª o 6ª clase (45 euros más IVA, por hora y media de práctica) el aprendiz del teclado fue perdiendo su acumulado interés inicial. No era una ilusión real, por lo que el sopor de la pereza se fue adueñando de su persona. Para mantener estos aprendizajes en la madurez hay que aplicar esa férrea voluntad inexcusable que no todos poseen, pues la edad agudiza las limitaciones y hace lentas y torpes nuestras débiles respuestas.

Aprovechando la permanencia del abuelo en el hogar, le llegó inevitablemente el cuidado, aguante y distracción de los cinco nietos, tiempo diario y vacacional hábilmente dosificado por sus dos hijos que tenían que viajar, salir por las noches, trabajar en la Semana Blanca o hacer compras “ineludibles”. La vitalidad de unos críos, de entre los cuatro y ocho años, superó pronto la paciencia del “tato” Primitivo que pronto dio un “resoplido” de los suyos, imponiendo unos severos horarios a la llegada de esos gritones e hiperactivos nietecillos. “Déjame de monsergas y sentimientos de sacristía con purpurina, Clara, que yo no soy ni he estudiado para ser cuidador de guardería. No me da la gana de ejercer como “abuelo Cebolleta”. A los niños que los aguanten sus papás y sus mamás”. 

Habían transcurrido unos meses desde su jubilación, cuando una mañana decidió realizar una visita a los compañeros de su añorada sede, en donde había ejercido el mando como un buen general. El impacto anímico que recibió, tras franquear la puerta de entrada, fue visualmente desalentador. No conocía al compañero que estaba en la caja de pagos, a las señoritas de atención al cliente, ni al propio interventor de mesa quien, sentado en su mullido asiento, apenas levantó la vista para indicarle que esperara, para ser recibido por el director de la sede. Más de quince minutos estuvo aguardando, hasta que una operaria le indicó que podía pasar al despacho que él bien había “habitado”.

“Aunque he oido hablar de Vd. lamento no conocerle personalmente, don Primitivo. He venido recientemente a Málaga, trasladado desde mi ciudad natal que es Valencia. Pongo en valor su visita y las sugerencias que amablemente me transmite, dada su experiencia. Pero me va a perdonar que sólo pueda dedicarle estos muy breves minutos, pues dentro de un cuarto de hora tengo una cita en la delegación de Hacienda y quiero ser puntual con mi presencia”.

El director actual de su antigua oficina, Lorenzo Brebial de la Mata apenas dedicó unos diez minutos a la oronda figura del veterano Don Primitivo. Solventó con una desafortunada sonrisa, forzada y nerviosa, los ofrecimientos que su interlocutor le hacía a fin de aconsejarle sobre la mejor logística a desarrollar en cuanto a inversiones y estregias inmobiliarias o industriales. Este joven y arrogante director le dio claramente a entender que deseaba aplicar otras estructuras organizativas a la nueva dinámica e ingeniería financiera que la entidad había establecido. Veía ante sí a un “dinosaurio” de otra época y no quería seguir perdiendo el tiempo con un jubilado al que le sobraba precisamente esa dimensión temporal que marcan los relojes. Pensaba para sus adentros “Menudo tostón. Déjenos tranquilos, don Primitivo” mientras le acompañaba a la puerta de su despacho, totalmente redecorado, invitándole a salir.

Con el avance de los meses, este insigne ex miembro de la banca cayó en una pendiente depresiva, pues se levantaba de la cama cada día un poco más tarde, sin saber realmente a qué iba a dedicar su amplio horario disponible. La realidad es que apenas tenía amistades, pues aquéllas relaciones de cuando ejercía su actividad pronto se cobraron sus desaires, desmanes y bruscos comportamientos, poniendo tierra de por medio con respecto a un personaje al que habían tenido que “aguantar” o soportar, pero siempre habían despreciado en lo mas hondo de su ser. Al fin ahora había sido “borrado” de sus agendas, por lo que evitaban ponerse al teléfono ante sus requerimientos de conversación.

Los consejos de un joven y cualificado médico gerontólogo, el Dr. Claudio Pitarch Bautista, fueron sumamente eficaces para mostrar una senda de recuperación y esperanza a un hombre que había caído del “pedestal” y ahora no sabía cómo levantarse.

“Primitivo, que no te voy a afiliar a la cofradía de los fármacos y barbitúricos contra la depresión, aunque para mi sería lo más fácil de hacer y conseguiría tu fervoroso aplauso. La medicina o terapéutica adecuada tiene que salir verdadera e inexcusablemente de tu propia persona. Todo es una cuestión de voluntad, humildad y, al tiempo, valentía. Tienes que vivir en el día. Tienes que pensar primero en el sí. Después, también en el sí. No busques excusas o razones para el no. Aplica todos los incentivos que te estimulen a hacer cosas, llena tu tiempo, mantente ocupado. No le tengas miedo al nuevo día. Busca novedades y empréndelas, sin temor o recelo. Pues siempre habrá otras buenas realidades que a buen seguro estarán por venir. Aplícalas a tu vida y no le des más vueltas a las cosas. Sigue adelante. Cuando tengas muchas opciones como posibilidad, empìeza por la primera, sin agobiarte. Después, una segunda. Y así, ladrillo a ladrillo. Esas pequeñas metas, al final acaban sumando. Escribe cada noche en tu agenda aquello que te propones hacer mañana. Y no olvides cumplir esos proyectos. Por pequeños o modestos que sean. Ya hemos acordado que vas a olvidar las excusas para el no. Déjate llevar. Cada amanecer que llega a tu vida es una nueva victoria existencial. Y no esperes o exijas de los demás. Tu mejor premio será dar a los demás aquéllo que precisamente ellos están, o pueden estar, esperando de ti”.

  

José L. Casado Toro (viernes, 10 Agosto 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga




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