viernes, 24 de agosto de 2018

EL SIEMPRE NECESARIO Y SUTIL LIBRO DE LA VIDA.

Un admirado científico, reconocido por su inmensa y ejemplarizante labor de toda una vida en el campo de la bioquímica, era entrevistado por una agencia mundial de noticias. Profesor e investigador infatigable, acumulaba en su espléndido currículo un brillante historial  labrado a lo largo de su ya extensa existencia. La insigne y magna figura de tan ilustre personaje quedaba contrastada y ensalzada sin embargo por la sencillez y humildad de sus respuestas, plenas de esa sabiduría atesorada a lo largo de su activa presencia en “mil batallas” ganadas para el patrimonio cultural de la humanidad. Efectivamente, la claridad, grandeza y modestia de su magisterio enriquecía tanto al lector que se acercaba a sus palabras, como al propio protagonista que paciente y serenamente las pronunciaba. Infatigable lector, quería matizar curiosamente ese admirable comportamiento estudioso, con una observación que a todos nos hizo pensar, no por menos conocida  sino por quién la exponía, con esa valentía y grandeza de un sabio que habla mirando con serenidad a su memoria:

“Qué duda cabe que mis conocimientos y posteriores logros científicos (con tanta generosidad aludidos por Vd.) provienen fundamentalmente del contenido atesorado en los libros, alimento del alma y de la inteligencia, lo que me ha permitido vivir y avanzar en cada uno de mis ya largos días. Pero quiero confesar a sus lectores, además de a todos aquellos que se acerquen a mis palabras, una realidad personal que nos debe servir para la reflexión: la verdadera cultura y ciencia que he podido ir adquiriendo en mi fructífero periplo vital procede, en un elevado porcentaje también, de ese gran magisterio que representa la escuela de la vida”.

Con esta humilde y sensata sentencia, el preclaro personaje deseaba prestar homenaje a ese sublime aprendizaje que recibimos, casi sin apenas darnos cuanta, desde la convivencia diaria. Podemos y necesitamos “beber” en la fuente maravillosa e insustituible que nos proporciona la riqueza bibliográfica, pero también sacia nuestra sed de cultura y alimenta nuestra mente, el simple ejercicio de pasear por las calles y plazas de las ciudades. También aprendemos cuando nos relacionamos a través de la palabra, oral o escrita, con nuestros semejantes, cuando observamos y reflexionamos, acerca de ese rico y heterogéneo entorno que nos sustenta como ciudadanos, cuando integramos conceptual y anímicamente la lectura visual de una película o una obra teatral, cuando “alimentamos” el alma con los mensajes y la acústica melodiosa de una canción, cuando viajamos por otros espacios y diferentes formas de concebir la existencia, cuando escribimos, pensamos, sentimos y comunicamos.

Aquella tarde de Julio acompañaba, con su cálida y sensual placidez, el agradable paseo de centenares de viandantes. Regresaba caminando desde los salones de estudio y lectura habilitados en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Es un estupendo lugar para aprovechar esas horas y minutos en las que estudiar, leer y expresar por escrito contenidos diversos, sustentado en un vitalista y cromático espacio, donde se permite mantener ese diálogo con los compañeros y amigos generador en interesantes grupos de trabajo. Descendiendo por las empinadas cuestas desde el Altozano universitario, haces inmersión en la especial sociología humanística que anima el barrio de la Cruz Verde, a través de esa variopinta arteria de la calle Los Negros, hasta desembocar en la entrañable calle Refino, donde nació y vivió su infancia la cantante y actriz malagueña Josefa Flores González (febrero, 1948), aquella inolvidable estrella llamada Marisol, que iluminó tantas horas de nuestras infancias con su sana y desenfadada alegría. Ese dulce paseo se enriquece con la preciosa (y no bien aprovechada) Plaza de la Merced, cuna también del genio artístico de Pablo Ruiz Picasso (Málaga 1881- Moujins, Francia, 1973) uno de los lugares y entornos románticos de más porvenir urbanístico en la capital malagueña, en la actualidad dominado o “tomado” por la actividad hostelera. Y de ahí, la renovada calle Alcazabilla, con ese imperecedero muestrario monumental del cine Albéniz, el teatro Romano, la Alcazaba musulmana, el magno edificio neoclásico del Museo de Málaga (antigua Aduana y Gobierno Civil) las estribaciones del Museo Picasso y una hosteleria pujante, liderada por el cosmopolitismo gastronómico del universal El Pimpi, ubicado precisamente junto al ático residencial del famoso actor José Antonio Domínguez Bandera (Málaga, 1960). Este cultural y sin par entorno monumental se encuentra a escasos metros de la “realeza” arquitectónica que ostenta la Catedral, renacentista y barroca, de nuestra ciudad, la “manquita” de la polémica torre inacabada que, aplicando sensatez ciudadana y respeto artístico, debe dejarse tal y como está (reformando, lógicamente, esa cubierta que tantos problemas está provocando para la pervivencia de tan significativo monumento para la memoria y ornato de nuestra ciudad.

En este cosmopolita entorno, ofrecen sus destrezas artísticas y productos autoelaborados a los paseantes numerosos cantautores, pintores, guitarristas, tañedores, artesanos y artistas con sus respetuosas sonrisas y ese “guiño” a unas muy bien venidas monedas para su necesidad material, donaciones que sustenten sus, en muchos de los casos, bohemios y peculiares estilos de vida. El ilustrativo catálogo de personajes haría bien extensa su enumeración, aunque pueden destacarse algunos que reclaman con justicia su humano protagonismo.

El potente tenor cantante ópera, el dúo de flauta y guitarra con melodías de siempre, la joven pareja que baila con destreza los tangos argentinos, el siempre entrañable cantante country unido a su manoseada y vieja guitarra, el grupo silencioso y misionero de personas evangélicas, el pintor de acuarelas y tesoros de la mar, el habilidoso artesano constructor de figuras de alambre, el acordeonista que nos regala sus románticas melodías, el funambulista que articula sus diestros ejercicios físicos o ese “mágico” creador de “imposibles” pompas de jabón, las cuales despiertan las sonrisas y el asombro de mayores, adultos y, de manera especial, en los niños.

Esa tarde del miércoles, me llamó la atención una joven (no superaría en muchos años su treintena en edad) quien vestida con atuendos llamativamente bohemios (especialmente por la intensidad de sus colores) ofertaba su atractiva y bien elaborada mercancía. Se trataba de objetos diversos, como carteras, monederos, posavasos, fundas para guardar las gafas, llaveros, ceniceros, joyeros, maceteros, etc, todos ellos elaborados con materiales reciclados. Cuando me detuve a observar sus muy hábiles y bien elaboradas mercancías, percibiendo mi interés manifiesto por estos objetos, Clamia (así era su nombre) se dispuso con manifiesta amabilidad a informarme, con una muy detallada didáctica, acerca de las materias primas que había utilizado para su “construcción” y terminación.

“La mayor parte del material, que tan “alegre” e imprudentemente arrojamos a la bolsa de los residuos, puede tener una segunda vida u oportunidad, a poco que apliquemos un sentido racional y cívico al cuidado medioambiental. Mi toma de conciencia ante este grave problema para la humanidad comenzó en los años de la formación secundaria. Poco a poco, con unas oportunas enseñanzas por parte de profesionales cualificados en la materia, aplicando mucha dedicación y amor al cuidado de la naturaleza, fui elaborando productos útiles para nuestra vida, los cuales voy ofreciendo en ferias de las artesanía, mercadillos, lugares turísticos, viajando a grandes ciudades como también a las pequeñas.

Reutilizo las latas vacías de refrescos y cervezas, las botellas que se tiran al contenedor de los vidrios, también las de plásticos, los envases  de cartón y madera de los electrodomésticos y otros objetos de lo más insospechado, telas usadas (lógicamente, tras haberlas limpiado) cables, piezas de los motores sacados del desguace, neumáticos usados, palés de madera, zapatos y sandalias en desuso, cartonajes de los bricks, bolsas de plástico reutilizadas, restos de tuberías y cableado eléctrico, piezas de viejos televisores y radios abandonadas junto a los contenedores de basura, restos de ladrillos y otras materiales para la construcción, etc.

Tras su limpieza y desinfección, diseño nuevas piezas con su materia prima, buscando siempre una adecuada utilidad para nuestra vida cotidiana. En cuanto a las pinturas y colores, también se pueden obtener de una forma económica, a partir de distintos tipos de tierras, minerales y flores de la naturaleza, sin olvidar las grasas y los aceites que aparecen en la estructura corporal de los animales y los peces.

Además de la venta ambulante, por las plazas y calles de las ciudades y en las ferias de las artesanías, también puedo sacar beneficios desde otras procedencias.  Hay empresas que están trabajando para su comercio con este tipo de productos, elaborados con materiales de una segunda o tercera generación. Estas marcas nos suelen encargar, a muchas personas como yo, la elaboración de todo tipo de productos, como por ejemplo, sillas y mesas reutilizadas, mobiliario de dormitorio u otras dependencias de la casa, espejos de diversos formatos, lámparas de sobremesa, cajoneras, zapateros, cortinas y colchas de cubrecamas, objetos decorativos como floreros o figuras decorativas de vanguardia, elaborados con metales, conchas de la playa o incluso piedras de cualquier origen. Como ves, casi todo nos sirve. Estamos preparados para aprovechar y reutilizar, a la hora de elaborar los más curiosos objetos. Lo más triste del caso es que estas multinacionales pagan ínfimas cantidades por nuestros trabajos, cuyo precio después vemos multiplicados por diez o incluso veinte en prestigiosas tiendas de regalos.

Como observo de que tienes conciencia para valorar esta gran labor que realizamos, te voy a entregar un folleto de la empresa para la que usualmente trabajo, cuya sede central se encuentra en los Estados Unidos, aunque tiene filiales en las más importantes capitales del mundo. Si realizas un pedido por Internet, lo tienes en tu domicilio en menos de 48 horas”.

Me impresionaba la capacidad y ganas de hablar que demostraba, sin el menor rubor o cortapisa, mi joven interlocutora. Había que valorar, en estricta justicia, el esfuerzo imaginativo que aplican estas personas, con su habilidad para saber recuperar todas aquellas materias que usualmente  tiramos al cesto de los residuos, a fin de convertirlas en nuevos productos de interesante precio y aprovechamiento cotidiano.

Fue tanta la amabilidad de esta joven, con alegres rasgos zíngaros, ojos color turquesa, piel algo cobriza (bien trabajada por el sol), largo cabello negro y variados adornos o aditamentos corporales, aplicados también a su largo traje multicolor, calzando unas muy gastadas sandalias de piel morunas, que me sentí Obligado a comprarle alguna mercancia que elegí entre la variada oferta que tenía sobre un gran lienzo de tela celeste que reposaba sobre el suelo. Elegí unos simpáticos posavasos, elaborados a partir de unas latas de cerveza y con una conformación que facilitaba la resistencia al volcado del vaso o copa que se colocaba sobre los mismos. 4 posavasos cuyo precio fijó en 12 euros, aclarándome  que solía venderlos algo más caros, pero que para ella lo importante era “hacer nuevos clientes”. Por cierto, no he comentado que junto a ella, en actitud majestuosa e indisimulado orgullo, aunque también zalamero y remolón, reposaba un voluminoso y elegante gato, de abundante pelo “teñido” con diversas tonalidades de color marrón. Su ama y propietaria llamaba a la bien parecida y querida mascota con el nombre de Nicolás.

Ya en casa, repasé el folleto que Clamia me había entregado y ubiqué la curiosa mercancia que había comprado en esos estantes donde se acumulan tantos objetos para el adorno y la recogida de polvo, con un uso más que relativo.  Como el contenido que el folleto ofrecía no era especialmente detallado, cometí “el error” de enviarles un correo electrónico, para solicitar una más completa información. Desde siempre me había preocupado todo lo concerniente al cuidado del medio ambiente, considerando muy loable labor desarrollada por estas empresas, dado su encomiable desvelo por el aprovechamiento y limpieza de esa superficie terrenal que tan impúdicamente ensuciamos y tan poco cuidamos.

Desde aquella “infortunada” decisión, comencé a ser “bombardeado” por una heterogénea correspondencia de e-mails, publicidad en soporte papel, llamadas telefónicas  (realizadas a las horas más insospechadas) en las que se me ofertaban los más variados productos, elaborados con materiales originados en el reciclaje. Los precios que soportaban, tan heterogénea y laboriosa oferta, eran realmente algo elevados. Pero estas marcas se justificaban en lo complejo y artesanal de su diseño, realización y construcción, como esforzadas manualidades que estaban protegiendo el entorno donde realizamos nuestra vida diaria.

A final me decidÍ por encargarles un bonito centro de mesa, para colocar sobre el mismo frutas, flores u otros objetos de adorno. La peculiaridad de este bien trabajado “regalo” (60 euros) es que estaba realizado a partir de tapones de corcho reutilizados y esas antiguas chapas de lata con las que se cerraban y conservaban cervezas, refrescos y demás bebidas. También habían aplicado diversos trozos de cristal coloreado, encastrados en una pasta de cemento, yeso o similar. Cuando recibí, en aproximadamente día y medio, el ilusionado pedido, comprobé que el bien presentado objeto justificaba plenamente el precio que aboné con la tarjeta bancaria. Además de la habilidad y esfuerzo aportado en la realización del producto, había contribuido, de alguna forma, al cuidado de esa naturaleza, tan descuidada por nuestra criticable indolencia y dejadez.

Una noche, tres meses más tarde de aquel motivador encuentro en la calle Alcazabilla, sin saber por qué recordé al personaje de Clamia. Me preguntaba que habría sido de aquella sugerente e inocente joven, que unía a su esfuerzo por subsistir en este atolondrado mundo, vendiendo con humildad en la vía publica sus habilidades artesanas, ese tan noble fin de reciclar miles de cosas y elementos personales que inútil y neciamente tiramos o nos desprendemos. Con ello colaboraba en la limpieza y conservación de un medio ambiente, cada vez más contaminado y carente de pureza ecológica. ¿Qué sería de aquella humana  y frágil figura, tan especial en su trato, como modesta y laboriosa en su dedicación? Esa recuperadora de aquello que tan inútilmente perdemos, que una vez se cruzó en mi vida y me hizo reflexionar sobre los desafortunados comportamientos que tantos de nosotros impunemente hacemos, sobre ese precioso contexto material que la naturaleza ha puesto generosamente a nuestra disposición.

La verdad es que el tema del reciclaje seguía dando vueltas sobre mi cabeza. Casi de manera automática, tecleé en el Google ese importante concepto o vocablo que desde hacía tiempo mucho me preocupaba. En fracción de segundos, el universal buscador puso a mi disposición varias decenas de entradas, vinculadas de una u otra manera a ese tan actualizado y concienzado concepto del reciclaje de productos. Llamó mi atención (por la magnitud informativa del acontecimiento) un Congreso internacional que se celebraba en la capital catalana sobre esta tan ineludible y cívica temática. Efectivamente, Barcelona era la sede de una importante reunión congresual mundial, de periodicidad bianual, que en esta oportunidad desarrollaba su ya sexta edición.

Presté atención a los titulares más importantes tratados en el congreso, en el que numerosas empresas vinculadas al sector presentaban sus más sofisticados y aventajados productos, en un gran SALÓN DEL RECICLAJE, asi como interesantes aspectos relacionados con sus respectivas y aguerridas logísticas. La copiosa información ofrecida por la página, recogida desde diversas publicaciones de los medios de prensa, iba enriquecida por un ilustrativo soporte gráfico, tanto de los productos como de las personalidades intervinientes en las presentaciones y deliberaciones subsiguientes. En un preciso momento me detuve en una de las fotografías, que mostraba la imagen de la mesa organizadora de tan interesante reunión congresual. Sentados en la tribuna presidencial aparecían cinco hombres y una mujer. Aunque dudé durante unos segundos, esa única persona del sexo femenino me recordó de inmediato a la “nostágica” Clamia de Alcazabilla, aunque ahora su imagen aparecía notablemente transformada si la comparaba con esos archivos de la memoria, a los que racionalmente podemos acudir para nuestra necesidad.

Me resultaba difícil dar crédito a lo que veía en la foto. No habían pasado ni tres meses desde mi encuentro con aquella bohemia vendedora de productos reciclados, que ahora aparecía con un destacado cargo en la mesa presidencial del congreso. Realmente muy cambiada, tanto en su cuidado físico, como también en el elegante atuendo que vestía. La información se refería a ella como Celina Verdel Ventura, doctora en ingenieria de materiales biodegradables, indicando su vinculación a una importantísima empresa alemana, señera en el estudio investigativo de la transformación y recuperación de materias primas.

A pesar de su sorprendente y espectacular cambio de look, la referida Celina era Clamia. Aquella joven que ofertaba sus habilidades artesanales sobre un modesto y empolvado lienzo celeste, que descansaba bajo una tarde soleada sobre las cálidas losetas de piedra de una transitada calle de la monumentalidad malacitana. No tenía la menor duda al respecto. Esa noche tardé unas cuantas horas en poder conciliar el sueño, a fin de alcanzar el imprescindible descanso. Me repetía, una y otra vez, una consideración basada en ésta tan extraña experiencia: ¡Cuántas cosas se pueden aprender, con simplemente pasear por las vías y plazas de nuestras ciudades! Así es la cultura de la calle. Así debemos valorar este inmenso bagaje, atesorado en el mágico y divulgativamente didáctico libro de la vida.-




José L. Casado Toro (viernes, 24 Agosto 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga



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