viernes, 30 de junio de 2017

SEIS DÍAS DE ESTANCIA TESTIMONIAL, BAJO EL PUENTE URBANO PARA LAS CONCIENCIAS.

Entre los numerosos elementos que conforman las edificaciones arquitectónicas, en el paisaje urbano y rural, hay uno que para muchos ofrece especial significación, tanto por su manifiesta utilidad como por la imagen romántica que su realidad representa. La construcción de un puente se justifica, de manera básica, para permitir la comunicación entre las dos orillas que delimitan una, más o menos importante, masa hídrica. Pero también, ríos, lagos, estrechos, rías, bahías, valles y carreteras, ven facilitado el paso peatonal, automovilístico o incluso ferroviario de los trenes y viajeros, gracias a estas estructuras de piedra, hierro y cemento, enriquecidas constructivamente por el voluntarismo, la necesidad y la imaginación de todos aquéllos que han contribuido a su positiva y gozosa realidad. Como en tantos otros aspectos de nuestra existencia, es necesario equilibrar en la edificación de estas atrevidas estructuras el contenido y la forma, la belleza y la utilidad. Por supuesto, resulta obvio manifestarlo, también su imprescindible seguridad.

La geografía monumental de los puentes es muy amplia tanto en el tiempo, como en su muy rica y bella diversidad espacial. Si a continuación citamos algunos incuestionables modelos de estas estructuras de la geografía universal, no se quiere con ello desmerecer o eclipsar aquellas otras que, en justicia, podrían ocupar un admirado puesto en tan constructiva galería. The Tower Bridge (el puente de la Torre) sobre el rde algunas plazas les y galerias s metros suburbanosmos observar, junto a los cajeros de muchas entodades ío Támesis en Londres; el Golden Gate, en San Francisco, California; el Ponte Vecchio, en Florencia, sobre el Arno; el Puente Romano de Mérida, sobre el río Guadiana en Badajoz; el de Alcántara, sobre el Tajo, en Cáceres; el de Zubizuri, en Bilbao; el puente romano de Córdoba, sobre el Guadalquivir; el puente de Triana o Isabel II, en Sevilla o el Nuevo Puente de Ronda, sobre el Guadalevín, son algunos estupendos ejemplos de la imaginación, diseño y eficacia constructiva de sus arquitectos, para el buen uso de la ciudadanía en su tránsito diario. En muchos de ellos vemos aparecer hoy la romántica costumbre, puesta en uso por los turistas o los naturales del lugar, de colocar esos románticos candados decorados con mensajes de amor y fidelidad “imperecederos”.
Pero hay otra imagen que también podría estar aparejada en la memoria a estas estructuras facilitadoras del tráfico viajero. Desde la infancia siempre me impresionó observar esa penosa imagen social de algunas personas cobijándose o incluso viviendo debajo de un puente, por razones de extrema necesidad, que aparecían en las páginas de los tebeos, la prensa y, obviamente, en la propia realidad ciudadana. Al igual que hoy podemos observar, junto a los cajeros de muchas entidades bancarias, en los andenes de los metros suburbanos o bajo los soportales y galerías de algunas plazas porticadas, vemos a personas indigentes que se resguardan del frío de la noche, de los intensos aguaceros o de la templanza tórrida del sol, apenas con algunos cartones, mantas o mochilas, en sus improvisadas y muy peculiares “viviendas”.

Efectivamente, una muy extrema situación carencial, dominada por la pobreza, mueve a muchas familias o personas solitarias a buscar acomodo temporal en esos inadecuados lugares para su protección física o descanso puntual. Cierto es que algunos de estos personajes, sumidos en la marginación de sus vidas, rechazan la oferta de puntos de acogida institucional ofrecidos por miembros de la seguridad ciudadana. Pero el simple hecho de que por sus desafortunadas biografías tengan que llegar a tan extrema y dramática situación debe mover a la solidaridad de las conciencias, gubernativas, asistenciales, públicas y privadas, sociales e individuales, a fin de reflexionar y poner remedio a tan lacerante injusticia social. Aún hoy, cuando transitamos por los aledaños de un puente, la memoria social nos hace mirar esos vanos que las arcadas van dejando bajo la pasarela transitable. ¿Podemos encontrar allí a personas resguardándose? Vayamos, pues, a una de estas historias, enmarcadas en tan inadecuado y lamentable contexto para el sonrojo.

Santos y Claudia forman un matrimonio joven de origen ecuatoriano, que lleva residiendo en España desde hace nueve años. Tienen dos hijos, Beli y Lito, de cinco y dos años de edad respectivamente. Tras el desempeño de diversos trabajos (construcción, reponedor, limpiador de cristales, reparto de publicidad) todos ellos en régimen de temporalidad y subcontratas, Santos Calzada se inscribió en un curso de dos meses, promovido por el INEM, para optar a una titulación de auxiliar como vigilante de seguridad. Logró superarlo, no sin un gran esfuerzo, pues a este hombre nunca se le dio bien el mundo de las letras y los libros. Sin embargo, su capacidad y preparación física le facilitó el poder superar los niveles exigidos, compensando sus limitaciones en el temario y ejercicios teóricos. Para su suerte, pronto logró entrar en una prestigiosa compañía de seguridad privada, donde ha estado trabajando durante los últimos cinco años. Esta estabilidad laboral le animó a firmar una hipoteca bancaria, a fin de acceder a la propiedad de una vivienda de segunda mano, situada en una barriada obrera de la zona noroccidental de la ciudad.

Un infortunado e inesperado hecho ha venido a enturbiar esta esperanzadora situación, para una familia humilde y voluntariosa. En la noche de un sábado de enero. Santos fue encomendado para vigilar las instalaciones de un almacén de productos informáticos y material electrónico, ubicado en uno de los polígonos industriales de la capital. En esta oportunidad, su horario de trabajo era desde las 10 de la noche hasta las ocho de la mañana, ya del domingo. Este función habría de desempeñarla tres veces durante la semana, en los meses siguientes. Pero la esquiva suerte quiso que, en la madrugada de un viernes, el pequeño Lito sufriese un fuerte proceso febril de garganta, que obligó a sus padres a estar muchas horas en los servicios de pediatría del materno. Al día siguiente, Santos inició su trabajo a la hora fijada, aunque llevaba sin dormir, por estas circunstancias familiares, casi veinticuatro horas. Ello provocó que, a pesar de llevar consigo un buen termo de café, le venciera el cansancio quedándose dormido a las pocas horas de iniciar su turno de vigilancia. Y esa irresponsabilidad coincidió con un acto delictivo, perpetrado por una banda profesional, que desvalijó la bien provista nave, que el vigilante guardaba,  en apenas una hora de “trabajo”.

Cuando Santos se despertó, a eso de las seis y treinta, vio con desconsuelo como las dependencia del almacén habían sido “limpiamente aseadas” de valiosos productos electrónicos. La alarma de seguridad había sido también convenientemente desactivada y varias cerraduras quedaron forzadas por manos expertas para la delincuencia. La actitud de estos rateros estaba bien planificada, pues el sueño del vigilante fue intensificado por un gas limitador de la voluntad, que producía un intensísimo adormecimiento. En su caseta de vigilancia tenía a mano un botón de alarma, conectado con las fuerzas de seguridad, que nada más pulsarlo habría dinamizado la movilidad de la policía. Pero la evidencia era que se había quedado dormido, mucho antes que ese gas limitador intensificara los efectos del cansancio en su cuerpo.

La investigación subsiguiente comprobó todos estos hechos y tras un juicio de faltas, este infortunado trabajador fue despedido por irresponsabilidad laboral, con una mínima indemnización por los cinco años de trabajo en la empresa. Si ya este hecho era de suma gravedad, para el futuro profesional lo era aún más esa mancha en su hoja de servicios, a fin de poder optar a un nuevo puesto en otras de las empresas del ramo. Lo intentó de una y otra forma, pero en todas ellas recibía el no como respuesta. Su hoja de servicios difícilmente podría avalarle a fin de poder conseguir otro puesto de trabajo en el mismo sector de seguridad. El valor de lo robado había superado los dos millones de euros.

Pronto comenzaron a llegar los agobios y dificultades económicas a esta familia. Las estrecheces en la alimentación y en la compra de vestuario eran manifiestas. Sin embargo lo que más preocupaba a Santos y a Claudia era esa “letra” o factura hipotecaria que cada primero de mes iba llegando, “comiéndose” de manera voraz los escasos ahorros de que disponían. Y a la acumulación de las obligaciones impagadas se unió como respuesta los requerimientos de la entidad bancaria con la que se había firmado la deuda. A los seis meses de retraso, las autoridades del banco pusieron en manos del juzgado la persistente situación de morosidad que afectaba a su cliente. En ese medio año de paro laboral, Santos sólo había conseguido trabajar algunos días sueltos como peón de albañil en trabajos de “chapuzas” domiciliarias, todo ello a cambio de una pobre compensación monetaria en dinero “negro”. Y esas muy escasas entradas de capital en la casa apenas servían para responder a las necesidades alimenticias más urgentes. La situación se tornó insostenible, pues a la morosidad hipotecaria se unió la gravedad del corte de suministro eléctrico por impago del mismo.

Algunos vecinos querían ayudarles, pero se trataba de un barrio obrero con una alta tasa de paro y con brotes continuos de violencia y actividades delictivas. Algo de comer conseguían en la casa parroquial. También acudieron a entidades sociales de ayuda a familias y personas marginadas. Pero, en un contexto de profunda crisis económica, estas organizaciones se veían desbordadas ante todas las peticiones que les llegaban, en el día a día, por las necesidades para poder subsistir.

Fue extremadamente duro el contenido de aquella carta judicial, certificada y con acuse de recibo, que Claudia abrió en una desgraciada mañana. En ella se daba conocimiento a sus destinatarios de la orden ejecutiva judicial para el desahucio del piso hipotecado, que tendría lugar dos semanas más tarde. A pesar del apoyo de alguna organización de ayuda al emigrante y de las idas y venidas a la concejalía del barrio, para el departamento de servicios sociales, la fecha para el abandono del pisito que les albergaba se iba acercando, para angustia y desesperación de una muy modesta familia cuya suerte se les había vuelto totalmente de cara.

La mañana del lunes, en que dos miembros de la policía local, un representante del juzgado y varios operarios contratados por la entidad bancaria se personaron en el domicilio, representó un trago muy amargo para esta muy humilde familia. Los críos aún estaban en sus últimos días del curso escolar y guardería municipal, respectivamente. Gracias a la bondad de un chatarrero vecino, pudieron llevar sus muebles a una nave, no muy lejana, en la cual se les permitió un pequeño espacio para que dejaran sus enseres. La situación era insostenible, pues no tenían a dónde ir ni tampoco dónde cobijarse. Hubo algunas protestas vecinales, pero pronto llegó un par de vehículos de la policía, temiendo un previsible altercado. Otra vecina amiga se ofreció a que comieran y cenaran en su casa durante ese muy amargo día. Sin embargo Santos había hablado con Claudia, en los días previos, acerca de una idea que tenía en mente, a fin de denunciar socialmente tan lacerante situación por la que estaban pasando.

Aquella misma tarde, Santos pidió ayuda a Tomás, vecino del tercero B, el cual se ganaba la vida haciendo pequeños transportes en un viejo y recompuesto motocarro, que siempre se caracterizó por prestar muy buenos servicios. Los dos amigos se desplazaron a la nave de Eusebio, el chatarrero, pudiendo recoger allí alguno de los básicos enseres almacenados: el colchón, tres sillas y una pequeña mesa playera. En una de las maletas, guardó alguna ropa y zapatos. El tiempo meteorológico acompañaba, pues había comenzado el verano, haciendo por consiguiente innecesario llevar demasiada ropa de abrigo. A todo ello unió una modesta nevera de playa, donde guardó platos, cucharas, tenedores, cuchillos y cuatro vasos. Con este básico mobiliario, le indicó a Tomás cuál iba a ser su destino: se dirigirían hacia el río que cruza la ciudad. En el mismo había elegido uno de sus puentes, bajo el cual pensaba instalar su pequeña vivienda de emergencia. Estaban en la estación estival, por lo que no habría riesgo de grandes lluvias. Su amigo le aconsejó que pensara dos veces lo que iba a hacer,  pues consideraba todo aquello como un gesto de desesperada locura.

A pesar de sus consejos, Santos insistió en su decisión. Llegaron al punto convenido y allí descargaron estos enseres, volviendo Tomás para recoger a Claudia y los niños, a los que llevó al improvisado “hogar” situado en una pequeña plataforma que sustentaba uno de los grandes pilares del puente. La familia Calzada pasó allí la noche. Afortunadamente, la temperatura era bastante templada.

En la mañana siguiente, muchas personas que pasaban se detenían desde las dos orillas del río, con el cauce prácticamente seco, observando y comentando tan peculiar y conmovida escena para las conciencias. Pronto llegaron profesionales de la prensa, pertenecientes a distintos medios de la información escrita y hablada, así como diversas televisiones que consideraban un filón informativo  enorme, para la venta de sus reportajes, la historia de una humilde familia desahuciada de su vivienda, que había tenido que buscar acomodo bajo la protección de uno de los puentes que articulan la ciudad. Se realizaron numerosas entrevistas, con fotos y editoriales,  junto a grabaciones con testimonios de los dirigentes de la entidad bancaria que se había quedado con la vivienda, de la concejala de asuntos sociales del Ayuntamiento y de muchas agrupaciones políticas, sindicatos, organizaciones diversas de naturaleza laica y eclesiásticas, etc. Unos y otros querían aportar sus puntos de vista, ante la situación extrema que soportaba una joven familia viviendo bajo un puente. Curiosa o prudentemente, la policía solo intervino para conocer y analizar la situación de los niños pequeños que, esa misma tarde, fueron recogidos, atendidos y tutelados por orden judicial, en un centro de acogida dependiente de la Junta Regional Administrativa.

Pasaron tres días y sus noches, con esa estancia denuncia bajo un puente por parte de esta familia sin hogar, todo ello sometido a un eco mediático que, al avance de las horas, se iba tornando más crítico, en sus editoriales, reportajes y fotos para el testimonio. Lo más significativo es que nadie, institucionalmente hablando, hacía “algo” ante esta patética situación, salvo la atención prestada a Beli y a Lito, los dos hijos del matrimonio. Y ya en el viernes, al mediodía, tuvo lugar una significativa y tensa reunión entre el Ilmo. Sr. Alcalde de la ciudad y la Concejala responsable de Acción Social. Conozcamos lo esencial de la conversación que mantuvieron los dos políticos.

“Lantrada, voy a serte muy explícito hablando con puntual claridad: a esta situación hay que ponerle fin. Y de manera urgente, fulminante. Dentro de dos semanas comienza la campaña para las municipales. Y esto puede ser un golpe muy duro para nuestras expectativas de voto, con el mayor gozo de la oposición, que anda frotándose las manos con el espectáculo que estamos dando en la prensa y ante la propia ciudadanía. Unas y otras instituciones se “lavan” las manos ante este escabroso asunto y todos acaban señalándome. Soy el Alcalde de la ciudad y me tengo que comer el marrón, con más o menos justicia o responsabilidad. Así que vamos a tomar una decisión que saque a esta pareja del escenario bajo el puente. Aunque nos cueste “los cuartos”. Para eso también está … el dinero del contribuyente”.

La maquinaria de la eficacia se puso en marcha. Desde la Concejalía de limpieza, Parques y Jardines se concedió a Santos, con carácter urgente ese mismo viernes por la tarde, un puesto laboral eventual en el equipo de  trabajadores de la limpieza y recogida de residuos urbanos, con la misión de ir sustituyendo las bajas puntuales que se fueran produciendo entre los miembros de la plantilla. Por su parte la Concejalía de acción Social contrató una habitación, con derecho a baño y cocina, para que fuera usada por esta familia, durante los seis meses siguientes. Santos sólo pagaría un 20 % del coste mensual (225 euros) por esa habitación. Tras todos estos movimientos, el domingo al medio día, esta familia abandonó la plataforma que ocupaba junto al cauce seco del río, trasladando sus enseres, con la ayuda del motocarro de Tomás, a su nuevo cobijo temporal. Previamente acudieron al centro asistencial infantil para recoger, con inmensa alegría, a Beli y a Lito. La misma tarde del domingo, los servicios operativos municipales “vallaron” convenientemente ese espacio testimonial que una familia ecuatoriana había ocupado durante las seis últimas noches.  

Art. 47 de la Constitución española 1978:
Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir las especulaciones. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos.

José L. Casado Toro (viernes, 30 de Junio 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


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