viernes, 9 de junio de 2017

LA ACÚSTICA CORAL DEL VIENTO Y EL AGUA TRAVIESA DE LA DISCORDIA

El AGUA, nadie en su sano juicio lo puede poner en duda, es el latido imprescindible de nuestra existencia. Como en más de una ocasión explicaba a mis alumnos, la vida no nos sería posible sin ese “milagroso” elemento constitutivo de la naturaleza. El agua forma parte “innegociable” de todos los organismos vivos (entre el 65 y el 75 % de toda la masa corporal). Permite que las plantas germinen y crezcan, alegrando y nutriendo nuestra presencia en el mundo, facilita la limpieza de nuestros cuerpos y el sustento material de todo lo visible, genera una sana, útil e infinita energía hidráulica, es un medio excelente para posibilitar el transporte de mercancías, junto a una económica movilidad para nuestros desplazamientos. Además, en las playas, los lagos, los ríos y las piscinas, podemos gozarla para el disfrute, la práctica del deporte y ese lúdico ocio que alimenta nuestro estado anímico. Sin controversia, es considerado el líquido con mayor pureza para la bebida. Un planeta sin agua sería como un astro sin vida. Ahí queda dicho todo.

Pero también esta preciada materia de la naturaleza puede ser motivo de acercamiento y amistad, paralelamente a otra significación opuesta y contrastada generadora de rivalidad, hostilidad y enfrentamiento. Acerquémonos con prudente cautela, no exenta de interés, a una singular y ejemplarizante historia ambientada en ese líquido y fresco contexto.

Julián y Román son dos veteranos campesinos, cuyas tierras y respectivas viviendas están avecindadas en un valle “perdido” entre montañas del más rancio y antiguo norte castellano, a medio camino entre las regiones extremeña y asturiana. Sus vidas transcurren con el quehacer diario para el cuidado de las cabezas de ganado y la atención a las tareas propias en el cultivo de la tierra. Con dificultad, esfuerzo y paciente sacrificio, esa constante entrega permite la subsistencia diaria de sus respectivas y cortas familias (una hija, Mara, para el primero y un hijo, Sexto, para el segundo, ambos recorriendo ya el ecuador de su tercera década vital). El núcleo poblacional más próximo, que tienen ambas familias, se encuentra situado a unos 25 kms de distancia, a donde se llega por caminos y senderos rurales, cuyo tránsito es en sumo complicado y difícil pues son de tierra arcillosa, sin asfalto u otra sustentación pétrea. El abundante barrizal del invierno contrasta con la incómoda sequedad polvorienta que produce el estío veraniego.   

El carácter que diferencia a ambos “cabezas de familia” provoca que sus relaciones no hayan sido buenas, en general, desde los ya lejanos tiempos en que heredaron de sus padres respectivos las dos propiedades familiares. Julián es un hombre de fuerte y primario temperamento, con un extremado y desconfiado egoísmo para con todo lo suyo. Por el contrario, en Román hay una mayor apertura al diálogo, vinculada a una forma de ser algo más generosa hacia los demás. Su carácter es más débil que el de Julián e incluso podría tacharse de pusilánime ante esos problemas, más o menos inesperados, que sobrevienen en el día a día.

La meteorología tampoco es especialmente generosa con la zona donde residen las dos familias, pues la pluviosidad de las nubes es de ciclos y ritmos caprichosos, no especialmente abundante atendiendo a una medición global anual. Sus padres trataron de superar esta dificultad hídrica con la construcción de sendos pozos, situados en la proximidad a sus respectivas viviendas. Durante años, con gran laboriosidad y paciencia, esos dos generadores hídricos han ido proporcionando el agua necesaria para la bebida de las personas y los animales. Pero, desde hace un tiempo, el pozo de Román ha ido perdiendo, de manera paulatina e incomprensible, su nivel freático. Hay semanas, especialmente durante la estación veraniega, en las que apenas se pueden sacar algunos cubos de agua tan necesaria para la vida. Por el contrario, el pozo de su vecino sigue manteniendo un nivel en sus aguas más que suficiente.

En más de una ocasión, Román ha acudido a la casa de Julián, rogándole  le permita compartir algo del agua que tanto necesita, encontrándose con la respuesta negativa, hostil y egoísta de su vecino, plena de rudeza, ante la racional demanda que se le planteaba. Esta insolidaria actitud obliga al padre de Sexto, en momentos carenciales de agua, a tener que preparar la carreta, subir en ella hasta cuatro grandes bidones y emprender un incómodo y largo viaje por difíciles y peligrosos senderos, hasta un río que discurre a unos ocho kilómetros de distancia. Los ánimos entre ambos se han ido agriando, pues Román entonces, como respuesta, ha decidido impedir pasar al ganado del vecino por una zona lateral de sus tierras, lo que obliga a Julián a dar un rodeo muy gravoso en el tiempo, a fin de conducir al rebaño de ovejas a una zona donde pueden encontrar pastos idóneos. Utilizando una simple expresión coloquial, esa dialéctica de voluntades podría resumirse en el “tú me la haces, yo te la devuelvo” mimetizando el comportamiento infantil de dos niños pequeños, por parte de dos hombres cuyos cuerpos suman ya muchas décadas de vida.

Mientras los dos veteranos matrimonios han optado por eliminar la palabra en su limitada relación social, Mara y Sexto, hermanados desde sus infancias, siguen manteniendo esa vinculación de amistad y atracción que han de llevar a la práctica de manera prudentemente disimulada y oculta a los ojos de sus progenitores que, a estas alturas de sus enquistadas discordias, en modo alguno tolerarían. Desde pequeños han estado unidos, colaborando en sus juegos y travesuras. Prácticamente casi de la misma edad (la joven es dos años mayor) han acudido al colegio unitario juntos, normalmente llevados en la carreta de Román. Ambos jóvenes, con sólo estudios primarios en su formación, ayudan actualmente a sus padres en las tareas de casa, los cultivos y en la atención al ganado. En estas difíciles circunstancias aprovechan algunas compras que les mandan a hacer sus padres, para poner camino al pueblo a lomos de alguna mula, a fin de citarse en el trayecto y, ya en esa pequeña localidad, compartir las palabras, los silencios y esos íntimos afectos reservados para su privacidad.  

Existe también, en la imaginativa habilidad de dos ardientes enamorados, un práctico recurso para transmitirse sus cuitas, afectos e intimidades. Se trata de un viejo roble, junto a la ladera de un peñasco cercano, considerado por sus padres como de antigüedad centenaria. Ese voluminoso ejemplar de la naturaleza, tiene una profunda hendidura en un lateral del tronco, probablemente producida por la descarga de algún aparato eléctrico meteorológico. Es en esa hendidura en donde Sexto y Mara dejan sus tiernos mensajes en forma de cartas, flores o alguna que otra manualidad elaborada, pensando e idealizando la significación afectiva de su pareja.

Un infortunado hecho, absolutamente inesperado, vino a modificar este incómodo estado de cosas entre las dos enfrentadas familias. Posiblemente tuvo que ser la ingesta de algún producto en mal estado (que precisamente Adela –la madre de Mara- no tomó) durante la cena de aquella noche, el que provocó en la mañana siguiente una intensa infección estomacal en Julián y su hija. El recio campesino quiso combatir su mal estado corporal con unos buenos tragos de aguardiente seco, pero la elevada fiebre iba minando tanto su resistencia como el estado de la chica que por la tarde/ noche casi deliraba. La situación era más que preocupante. Presa de la desesperación, Adela corrió a casa de sus vecinos, rompiendo el silencio que desde hacía muchos meses las personas mayores de ambas familias mantenían. Román atendió a la angustiada señora, desplazándose con su hijo a la vivienda rural de estos vecinos, gravemente enfermos. Al ser una zona aislada y con medios muy anticuados, carecían de comunicación telefónica. Volvió a su casa y habilitó la gran carreta, para trasladar a Julián y a Mara al pueblo más cercano, que como ya se ha explicado estaba a una distancia de unos 25 kms. Con la ayuda de las dos mujeres y su hijo, acomodaron a los enfermos en la carreta, y con un tiro de dos mulas emprendieron camino de Ventecilla del Lagar, localidad donde existía un puesto de socorro. Ambas esposas y el propio Sexto también se acomodaron en la carreta, a fin de prestar la ayuda necesaria. Todos estaban profundamente preocupados ante la grave situación de los dos enfermos, ambos con una estado febril inquietante que los hacían delirar.

Cerca ya de las once de la noche, tras un durísimo viaje para todos, llegaron al puesto de socorro de esa pequeña localidad (sólo con poco más de 300 habitantes censados). De manera afortunada, el facultativo que atendía la casa de socorro se encontraba en su domicilio, acudiendo con presteza ante la rápida gestión de uno de los dos guardias civiles que prestaban servicio en la aldea. El médico inyectó a los dos enfermos una medicina de urgencia, telefoneando para que una ambulancia se desplazara desde la cabeza del Partido Judicial, donde si existía un hospital comarcal. Las vidas del padre y su hija se encontraban en una situación límite.

Ha pasado ya un mes y medio, desde aquella tensas jornadas en que dos familias enfrentadas supieron unir sus esfuerzos ante la emergencia de un padre y una hija, gravemente afectados por una traicionera intoxicación digestiva. Sexto no se separó de su Mara, durante la semana y media de hospitalización. Román trasladaba en su carreta a la “señá” Adela cada dos días al hospital, para que siguiera la evolución de su marido e hija. Poco a poco la recuperación de los enfermos se fue haciendo efectiva. Los dos cabezas de familia comprendieron que este suceso los había acercado y ambos pusieron algo de su parte para superar antiguas rencillas, generándose entre ambas familias un mejor ambiente de concordia.

Julián, siempre testarudo, fue a regañadientes convencido por su mujer para que ayudase a su vecino con la necesidad hídrica. La escasa agua que a veces había en los pozos era mejor compartirla. Al fin así lo hizo. Por su parte Román, accedió a que su siempre polémico y testarudo vecino pudiese volver a transitar con sus ovejas por una vereda de su propiedad, a fin de acortarle muchos metros de camino hacia los pastos. La armonía parecía volver a la vida de estas dos aisladas familias en la más rancia y recia Castilla.

Pero esta historia de temperamentos, ambiciones y voluntades tiene un último fleco que es conveniente citar. ¿Dónde quedó ese trabajado y prometido amor, construido entre la pareja de jóvenes? Al paso de varios equinoccios y solsticios, Sexto acabó encariñándose con la hija de Tolomé, el propietario del colmado donde solía acudir a realizar la compra con los encargos que le hacía su madre. Hoy tiene con Justa, su mujer, dos niñas y todos ellos viven en el hogar de Tolomé, que se ha jubilado del negocio, cediéndolo al emprendedor marido de su única hija. En cuanto a Mara, atiende al cuidado de su casa y, en lo que puede, a esos cada vez menores cultivos que le dan de comer a ella y a sus padres.  Julián y Adela se ven cada día más limitados y dependientes por los achaques propios de la avanzada edad. En aquellas noches de luna clara, Mara sigue soñando con la llegada de ese buen hombre, “príncipe” generoso que se preste a salvarla de un desalentador futuro sumido en la lejanía de una perdida naturaleza. Un aislado entorno donde el destino decidió ubicar su protagonismo vital. Sueños difíciles, pero siempre esperanzados, con la acústica coral de las hojas tañidas por un viento acelerado que sopla durante la agreste frialdad que inunda la soledad de su cuerpo .-


José L. Casado Toro (viernes, 9 de Junio 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


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