viernes, 16 de junio de 2017

EL FELIZ Y NONAGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA BISABUELA GRACIA.

Aunque la esperanza de vida resulta en estos tiempos felizmente prolongada para determinadas personas, no es frecuente que una persona pueda celebrar su nonagésimo aniversario con una calidad de vida razonablemente aceptable. En otras décadas y centurias, ya muy distanciadas en el calendario, poder alcanzar los cuarenta o cincuenta años en la biografía personal era una grata y comentada experiencia digna de la más gozosa felicitación. Sin embargo los adelantos científicos alcanzados hoy en el campo de la medicina, junto a la preocupación que tenemos hacía el estado de nuestra salud (entre otras causas) nos permite comprobar como determinados seres humanos superan, en mejor o más limitado estado físico y anímico, incluso la centuria en su edad. En este contexto temático, la familia Torregrosa Campanario lleva semanas preparando, con el más afectivo y cariñoso de los secretos, una gran fiesta a la que están invitados un importante número de parientes directos y lejanos, junto a otros amigos, vinculados a una muy afortunada y longeva homenajeada.

Efectivamente, Gracia alcanza en este fin de semana su nonagésimo aniversario. Lo hace ostentando un estado de salud bastante bueno para esa alargada edad, aunque ha de “negociar” algunos flecos en la pérdida de audición (que ella tozudamente se esfuerza en disimular) además de esos molestos problemas en la articulación de sus rodillas (incrementados por el sobrepeso de su cuerpo) que los facultativos se esfuerzan en aliviar, antes de acudir a la más drástica intervención quirúrgica a la que ella es profundamente adversa. Por lo demás, no hay excesivos deterioros en un organismo que mantiene un estado mental razonablemente activo, tanto en su memoria como en la concentración intelectual, lo que provoca admiración y aprecio en todos aquéllos con quienes mantiene relación.

Hace ya 27 años que esta longeva señora enviudó de Exequiel, su difunto marido, un esforzado trabajador de la mecánica que prestó muy buenos servicios en un taller de reparación de vehículos, vinculado a una afamada concesionaria en el mercado del automóvil. En el aspecto laboral ella ha sido propietaria de un comercio de mercería, sito en el densificado barrio donde aún mantiene el domicilio familiar. Esta conocida tienda de quincallería cerró sus puertas, por jubilación de dueña, al cumplir Gracia los 75 años en su edad. Desde entonces el local ha sido utilizado para muy diversificadas actividades. En la actualidad se ha convertido en un bar de copas y alterne, denominado El Lucero, abierto a la atención del público desde las seis de la tarde hasta altas horas de la madrugada. Nuestra longeva protagonista conoce bastante bien este “etílico” lugar y no sólo por los botones, hilos, agujas o madejas que en su día albergó, sino por otras razones que más adelante tendremos la divertida oportunidad de poder desvelar.

La descendencia directa del matrimonio, como arbóreo cuadro genealógico, se sintetiza en cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres que, en la actualidad se ha diversificado en 10 nietos y cinco biznietos (además de cuñados, tíos, sobrinos y otros parentescos). De una u otra forma, todos ellos tienen preparados distintas palabras, regalos y afectos, para poner una nota de sonrisa y amor en la persona de la que todos proceden y de quien han recibido esos ejemplos de fortaleza y humanidad, henchido de valores, gestos y enseñanzas para la evolución de sus vidas y circunstancias. Gracia, tras su viudez, rechazó de plano abandonar la privacidad de su hogar, a pesar de que sus hijos le sugirieron y pidieron que pasara largas temporadas de convivencia en sus respectivos  domicilios. Por el contrario, en su mente mantuvo la ilusión de compartir el hogar con una antigua amiga de colegio, también viuda de un militar del ejército de tierra, llamada Alda (Romualda, por “indelicadeza” de sus padres ante el Registro Civil). Esta señora continúa siendo una eficaz compañera, cuyo principio básico para el buen llevar es ayudar mucho y preguntar poco, siempre con ese humor que genera sonrisas para alimentar el alma en un mundo cada vez más desquiciado y absurdo.

Y al fin llegó el sábado anhelado de celebración, aunque en verdad el aniversario o “cumple” de Gracia fue realmente el día anterior, un caluroso viernes de Junio, ése que marca el ecuador cronológico en cada anualidad. Así que la fiesta se pospuso 24 horas, por razones comprensibles de logística laboral o académica, en unos y otros miembros de la familia. Atendiendo a los condicionantes de espacio, la efemérides fue contratada con una reconocido cortijo restaurante, El Requiebro, ubicado en la zona norte de la ciudad, encastrado allá en las estribaciones del murallón penibético. Se preparó un delicioso y suculento menú, pero de complicada digestión, para una noche “endulzada” por la templanza de esos primeros terrales veraniegos que vienen con las pilas bien cargadas de grados termométricos. La gran tarta, adornada con 9 velitas (cálculo decimal, of course) tenía como principal motivo una habilidosa labor de repostería, que representaba el cuerpo y la cara de Gracia, con esos quince años que nunca se olvidan. Una vieja y entrañable foto de familia sirvió de guía y modelo al maestro confitero, para labrar el dulce con un perfecto parecido a la de aquella foto sepia del verano del 42 (por cierto, título de una inolvidable película para espíritus que vibran el sentimiento romántico).

Fue contratado un profesional grupo de música a fin de animar la velada, en la que se mezclaron numerosas y alegres canciones para la sonrisas, con aquellos otros pasodobles entrañables que motivaban para el baile y el latido emocional (el Beso, Guapa, Suspiros de España…). Ya en los postres, llegó el momento de la entrega de los regalos: joyas, flores, cartas y lindos dibujos de los pequeños, junto a uno muy especial para el deseo de la protagonista en aquella emocional noche que ninguno de los asistentes borraría de su memoria: un sugestivo crucero para dos personas por el Mediterráneo, que iría recalando en emblemáticas ciudades italianas, griegas y turcas. Serían dos semanas de intenso placer para disfrutar el turismo, como premio y agradecimiento a toda una vida de la “patriarca” familiar. Su hija mayor, Gael, recientemente divorciada, sería la afortunada acompañante, aunque en la mente de Gracia estaba la idea de convencer a su fiel amiga de siempre, Alda, para que también se uniera al lúdico y espectacular periplo marinero. 

El dinámico grupo musical pudo tomarse un breve descanso en su actuación, aprovechando que eran muchos los que tenían ilusión por coger el micrófono a fin de pronunciar esas frases amables, llenas de cariño y reconocimiento, un tanto regadas por el alcohol y la ingesta, hacia la cada vez más emocionada singular protagonista del homenaje. Aunque a Gracia  le daba un poco de pudor hablar a través de los altavoces, comprendió que todos también querían escuchar sus palabras, sin duda llenas de sabiduría y experiencia por toda la historia que su longeva vida atesoraba.

“Me siento inmensamente feliz de estar aquí esta noche, rodeada del cariño de tantos familiares y amigos, cuya presencia me llena de alegría y satisfacción, sobre todo por la sorpresa inesperada de esta maravillosa fiesta. Pensaba que algo estabais tramando, pero no podía  imaginar la magnitud de una reunión que rebosa tanto cariño hacia mi persona como la de esta mágica noche que nunca olvidaré. Bueno, y ya más en broma, os diré que me han resultado cortos esos noventa años que, según la aritmética del tiempo, parece que acabo de cumplir.

Muchos me habéis preguntado en estos días por mi secreto para mantenerme tan bien y poder estar aquí esta sublime noche de aniversario. Los misterios de la naturaleza, a pesar de todos los sabios, no son fáciles de descifrar. Yo, medio en broma y medio en serio, os digo que tengo una explicación para sobrellevar tantos años de vida. El trabajo, el intentar ser positiva y alegre en todos los avatares del día a día, manteniendo constantes ilusiones y, por supuesto, cuidando el andamiaje del cuerpo, con las “fontanerías” propias del caso. Alguno ya conocéis mi mejor medicina: una copita de ginebra, tomada de vez en cuando, es muy buena para la salud”.

Todos reían ante estas simpáticas ocurrencias de la bisabuela Gracia. Pero probablemente nadie conocía con detalle acerca de sus andanzas y visitas, casi a diario, al bar de copas y alterne, El Lucero. Esa más de media “horita” de placer, que se regalaba cada una de las tardes sentada en una de sus mesas, no tenía por objeto recordar, con entrañable afecto, el local de su antigua mercería donde ella había estado atendiendo al público durante tanto tiempo. El motivo básico de estas visitas era saborear no una copita, sino un buen vaso de ginebra, de económica “garrafa”, tonificante y estimulante bebida a la que se sentía enganchada con divertida tenacidad y dependencia. Aunque a veces la ginebra era cambiada por un buen whisky, la “media pinta” de alcohol suponía un eficaz reconstituyente para mantenerse en pie con ese lustroso ánimo que tanto la vitalizaba. En estas “peregrinaciones” vespertinas, solía ir acompañada por Alda, que se limitaba a pedir un café bien cargado con unas gotitas de coñac o ron.

Mientras los más jóvenes bailaban, bebían y disfrutaban del evento, los más veteranos en la fiesta salieron a los jardines del cortijo/restaurante, formando varios corrillos, con sus copas de licor en la mano, el abanico compulsivo ante el viento de terral que entraba en la ciudad y esa grata somnolencia bajo el manto estrellado de una noche con mucho sabor a verano. Gracia iba de grupo en grupo compartiendo esas frases amables y simpáticas, junto a las ocurrentes bromas para las sonrisas,  con el objetivo básico todos se sintieran  bien. Al final recaló en el grupo más íntimo de su familia. En un momento concreto fue Mario, el segundo de sus hijos, quien dirigiéndose a su madre tuvo una simpática ocurrencia:

“Mamá, todos pensamos que en tu larga vida habrá páginas y experiencias que tu has sabido mantener sólo para tu privacidad. ¿Te atreves, en una noche tan especial como ésta, a contarnos alguno de esos secretos o vivencias que tus más allegados nunca hemos podido llegar a conocer? Estoy bien seguro que nos puedes llegar a asombrar…

Fue desde luego la primera vez, durante toda la noche, en que sus más allegados percibieron por el rostro de la “bisabuela” un rictus de intensa melancolía, con una mirada que, a buen seguro, se encontraba bien lejos de allí. Tras unos segundos dubitativos, que a ese pequeño e íntimo grupo se le hicieron nerviosamente alargados, las palabras de Gracia motivaron el más puntual de los silencios entre todos sus interesados interlocutores:

“Pienso que la mayoría de las personas, estoy completamente segura de ello, mantenemos alguna página en nuestras vidas que, con celo y prudencia, muy pocos conocen. A veces, sólo nosotros mismos. Y ahora que no están los niños presentes, os voy a confiar algo cuyo contenido nunca pensaba compartir. El gran secreto de mi vida. Yo he tenido un gran amor, al margen de vuestro padre. Para que me entendáis… fuera del matrimonio. Durante doce años. Hasta que él viajó a ese otro mundo que dicen está allá en los cielos. Seguro que la divinidad comprenderá nuestro comportamiento. Nunca dimos motivo de escándalo público. Supimos llevarlo muy bien. En absoluto secreto.

Comenzó siendo un amor espiritual, un término muy apropiado para la aclaración que ahora después os haré. Pero esa nuestra idealización personal pronto se transformó en una irrefrenable atracción física, que ni él ni yo pudimos ni quisimos evitar. Por favor, evitad escandalizaros con lo que vais a escuchar. Lo hice con mi director espiritual. El Padre Malaquías, sacerdote carmelita, una fornida y maravillosa persona, modélico en sus obligaciones de apostolado, clérigo y hombre, con todo lo que esta segunda palabra significa. La romántica historia comenzó a través de la devota y espiritual rejilla o celosía del confesionario. Pero fue avanzando hacia ese amor incontenible que caracteriza al signo de nuestra materialidad. Nunca quise abandonar a vuestro padre, que en santa gloria esté, debéis entendedlo. También él supo tener la grandeza de saber compartirme. Antes de fallecer me lo confesó, agradeciéndome que no lo abandonara. Dicen que no es posible tener dos amores. Yo supe y quise hacerlo. Puedo dar fe de ello. Y no me avergüenzo. Todo lo contrario, , porque a ambas personas supe darles mi amor y mi entrega”.

La fiesta de aniversario finalizó muy cerca de las dos y media de la madrugada. Continuaba la templanza nocturna, con ese viento de terral que negociaba a ratos con el levante marinero. Las estrellas brillaban, junto a ese manto inmaculado de luna llena que ayudaba a imaginar lo imposible. Las dos veteranas mujeres volvían a casa.

“Alda conduce más despacio, que vamos bien cargadas con todo lo que nos hemos tomado. Sí, no me mires así … tú bien sabes que no he contado toda la verdad. Pero habría sido muy duro y cruel para ella, conocer todo mi secreto, precisamente allí en la fiesta delante de sus hermanos. Es mejor que nunca llegue a saberlo. En una ocasión Ezequiel me lo preguntó de una manera directa. Mi silencio, como respuesta, fue bastante explícito. Pero tuvo la grandeza de nunca establecer diferencias de trato entre ella y sus hermanos”.


José L. Casado Toro (viernes, 9 de Junio 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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