viernes, 30 de diciembre de 2016

REINICIANDO LA AVENTURA DEL CALENDARIO, EN EL PRIMER DIA DE UN NUEVO AÑO.

A pesar de que, en esa escenificada noche de fiesta, el descanso le había llegado a horas muy avanzadas de la madrugada, la resaca acumulada le hizo despertarse bien temprano, cuando aún lenta y tímidamente amanecía. Quiso permanecer unos generosos minutos entre las sábanas, pensando en cómo podría hacer diferente ese primero de enero que ya marcaba el reinicio en las páginas del nuevo calendario. 

Robert (su madre fue una fiel apasionada del séptimo arte. Siempre profesó gran admiración por el actor R. Redford) trabaja en una muy conocida entidad bancaria, mayoritaria en la Comunidad andaluza. Vive solo, desde hace unos ocho meses, en un coqueto apartamento ubicado en un antiguo edificio rehabilitado del centro malacitano. Caty, su ex compañera matrimonial, buscó acomodo afectivo con un jefe de negociado en la Administración de Justicia, donde también trabaja como administrativa. La última noche del año la ha celebrado con unos amigos de su oficina financiera, en una ruidosa fiesta multitudinaria, en la que han permanecido hasta las tres y pico de la madrugada.  En la mañana siguiente, antes de levantarse de la cama para hacer un buen desayuno, ya tenía en mente algunas actividades, a fin de lograr que este primero de enero tuviese algo de novedad y estímulo en su más que rutinaria agenda.  

Tras tomar un poco de fruta, yogurt y cereales, se puso el chándal deportivo, dispuesto a recorrer unos buenos y saludables kilómetros, para el equilibrio del cuerpo y la serenidad en su mente. Se encontró con unas calles algo vacías y descuidadas en su limpieza, en esas primeras horas de la mañana. Aparte de los escasos vehículos que ya circulaban, se iba cruzando con algunas personas que, como él, necesitaban recibir la caricia de la grata brisa matinal. Ese aire fresco y limpio que vitaliza el ánimo y la epidermis facial. En ese ágil caminar, se fue “topando” con no escasas mascotas que,  para atender sus necesidades orgánicas, habían animado a sus dueños a dar juntos ese su primer paseo en el día.

A buen seguro que unos y otros viandantes estarían pensando en todos esos cambios que, con la mejor voluntad se suelen programar para los primeros meses del año. Es la misma voluntad que, posteriormente, suele tornase perezosa, dejando aparcados proyectos idiomáticos, alimenticios, deportivos o de otra índole para el cambio personal. En el diseño de todos esos cambios, hay una realidad que admirablemente permanece inmutable, sin importarle la cronología del día o algún que otro condicionante personal ¿Cuál es? Frente a una actividad comercial, en su mayoría aletargada por el sueño dominguero, los pequeños comercios regentados por familias de origen oriental permanecían abiertos, con su versátiles y heterogéneas mercancías ofertadas a los mejores precios. Entre sonrisas, Robert se preguntaba ¿cuándo estas personas chinas dedicarán un trocito de su tiempo, a fin de practicar el ocio u otras necesidades del ego?

Tras una larga caminata, llegó a la zona playera presidida por la esbelta “torre” o gran chimenea, popularmente denominada “Mónica”, resto de la Málaga industrial de otros tiempos. Allí pudo disfrutar de una curiosa y abierta escenografía, protagonizada por dos personas, hombre y mujer que, descalzos y con un alegre atuendo o disfraz de “payasos del circo” realizaban ejercicios mímicos y expresivos, sobre la fresca arena costera. Los escasos viandantes apenas prestaban atención a sus ágiles, elegantes y rítmicos movimientos, pero él se acercó a la pareja, observando la fuerza comunicativa en sus miradas y gestos. Aprovechando el breve descanso, que ambos realizaron, se animó a preguntarles el por qué de sus ejercicios, en ese lugar y a esa hora tan temprana. Se trataba de dos jóvenes actores, vinculados afectivamente, que preparaban una difícil representación teatral y les hacía ilusión comenzar el año de aquella forma tan peculiar y expresiva, en su plástica interpretativa. 

Después del saludable ejercicio “senderista” y la curiosa vivencia con la pareja de la playa, volvió a casa, gozando con una reconfortante ducha caliente. A eso del medio día decidió llevar a cabo una innovadora experiencia, que tenía en mente  desde hacía tiempo. Ya vestido, siempre con ropaje deportivo (la temperatura del día resultaba sumamente agradable) se dirigió a una de las paradas del transporte municipal. Eligió aquélla que nuclea o aglutina a numerosas líneas del tránsito urbano, ubicada en una gran arteria viaria condicionada por las obras de la infraestructura del metro. Una vez allí, evitó comprobar el cartel digital que indicaba los números y los tiempos de frecuencias de las numerosas líneas que iban atendiendo la amplia movilidad ciudadana. Se dijo a sí mismo “subiré en el próximo bus que llegue a esta parada y permaneceré en su interior hasta el final de su trayectoria”. Sin querer conocer el número del vehículo, tomó asiento esperando a ver cuál era su destino. Curiosamente ese bus le trasladó a una lejana barriada de la periferia, en la que no había estado durante los últimos años. Una vez allí, recorrió sus calles, plazas y rincones ciudadanos, dedicando el tiempo suficiente para descubrir espacios y lugares totalmente innovadores en su experiencia.

Allí, en lo que parecía una zona industrial, localizó un modesto restaurante que anunciaba comidas caseras, por un precio sumamente atractivo anotado en la pizarra callejera del menú. Al entrar en este familiar establecimiento, se encontró ante un gran salón con chimenea de leños encendidos y con un personal de servicio muy agradable en la atención a los numerosos comensales que ocupaban las mesas del local. Estaba mayoritariamente integrado por familias que habían decido realizar el almuerzo fuera de casa, en ese ste ﷽﷽﷽﷽﷽﷽ fuera ero su primer día del nuevo año.

Mientras esperaba que le sirvieran el cocido tipo andaluz en su mesa, llamó a la casa de Caty, para preguntar por sus dos hijos. Se puso al teléfono el Jefe del negociado, Raimundo, quien amablemente le deseó un buen año, pasándole de inmediato con los niños. Les indicó que los recogería el próximo viernes, después de comer, pues pasarían juntos el fin de semana. Su ex creyó oportuno evitar ponerse al aparato, gesto muy propio de su carácter, actitud que, sin embargo, él agradeció profundamente.

Tras disfrutar de un saludable y exquisito, por su elaboración y contenido “ágape”, fue de nuevo a la cabecera de esa línea de autobuses municipales. Necesitaba volver a casa y recuperar el sueño perdido para el descanso. La festiva madrugada anterior le había supuesto dormir apenas unas tres horas. En el viaje de vuelta fue repasando mentalmente algunos rincones y espacios interesantes que había descubierto, en su visita (sorpresiva y no programada) a esta populosa barriada de las “afueras” de la ciudad. El azar le había llevado hasta allí, permitiéndole conocer nuevas zonas transformadas por la expansión urbanística y que, por nuestros cansinos hábitos rutinarios, suelen permanecen alejadas, año tras año, de nuestra visión y experiencia relacional.

Ya en casa, 3:45 de la tarde, se echó un rato en el sofá de su saloncito. Antes había puesto un poco de música instrumental, a muy bajo volumen, práctica que le ayudaba a entrar en ese descanso tan necesario para el cuerpo. A los pocos minutos, estaba completamente dormido. Sólo veinte minutos más tarde, el ding/dong del timbre del apartamento le hizo despertarse un tanto sobresaltado. Se dirigió hacia la puerta y observó por la mirilla a la persona que había llamado, interrumpiendo su necesario descanso. Vio en el descansillo a un hombre, de una edad similar a la suya (43) llevando una cartera oscura en su mano derecha. Dudó unos segundos, pero al fin abrió la puerta.

“Disculpe que le haya molestado. Israel Saldaña, para servirle. Represento a una marca internacional japonesa que trabaja el pequeño electrodoméstico, la cual se está introduciendo en Europa con una política de precios y altas calidades, verdaderamente sin competencia posible. Cada x tiempo nos centramos en promocionar y difundir un determinado producto. En estas Navidades y Año Nuevo, ese producto estrella son los microondas.  Si me concede unos breves minutos, le explicaría sintéticamente las muy cualificadas prestaciones de este versátil aparato (tiene radio incorporada e incluso puerto USB), con la increíble oferta de su precio y una muy completa tarjeta en su reconocida garantía internacional”.

Roberto no daba crédito a lo que veía y escuchaba. En un día primero de enero, domingo, poco menos de las 4:30 de la tarde, un insólito vendedor de traje y corbata llamaba a su puerta, para ofrecerle un “maravilloso” microondas… japonés. Se preguntaba, con asombro e incredulidad “¿pero que está pasando en este siglo, al que llaman XXI? Por cierto, había algo en la cara de su interlocutor que hacía fluir recuerdos a su memoria, pero de una manera difusa e inconcreta. Los rostros de ambos personajes contrastaban entre la evidente tensión controlada del vendedor y el asombro, educadamente indignado del posible cliente que le había franqueado la puerta. En todo caso, tuvo un momento de cierta debilidad ante la humilde actitud del hombre de la cartera, cuya mirada le estaba suplicando unos minutos de atención.

“Ande, pase Vd. y explíqueme en no más de siete minutos todas esas maravillas que dice representar. La verdad es que tengo el microondas roto desde la semana pasada, cuando estuvieron aquí mis hijos …”

“Sí, comprendo que tal vez no sea la fecha más apropiada para presentarle una oferta comercial. Pero nuestros estudios de mercado nos indican que, en estas fiestas de Navidad, uno de los pequeños electrodomésticos que más suelen estropearse, por el uso continuo a que se les somete, es el que precisamente vengo a ofrecerle. Además, en este emblemático día, un número muy importante de familias están en casa, descansado de jornadas ajetreadas de fiestas y celebraciones, especialmente la gran Noche de Fin de Año”. Con cinco minutos tengo suficiente, para tratar de convencerle de una decisión de la que, puedo dar fe, no se arrepentirá. Por cierto, yo creo conocerle….”

Roberto pensó que no era una opción desacertada escuchar a una persona que trataba de ganarse la vida vendiendo productos a domicilio. Precisamente, no le resultaba atractivo salir otra vez a la calle, en donde había comenzado a caer una lluvia cada vez intensa. Mostrándose generoso, preguntó al vendedor si le apetecía tomar una taza de café. Tras una respuesta agradecida de Israel, ambos interlocutores tomaron asiento. Lo que en principio iban a ser unos minutos de cortesía, se convirtió en una larga charla mantenida por dos personas necesitadas. Estuvieron hablando hasta cerca de las siete de la tarde. Tras los cristales, continuaba cayendo la lluvia.

Ambos interlocutores habían sido compañeros de clase en el instituto, hacía ya más de veintitantos años. Mientras Roberto, tras terminar un módulo de contabilidad, tuvo la suerte de encontrar acomodo en la entidad bancaria, donde en la actualidad sigue prestando sus servicios,  la evolución laboral de Israel había sido variopinta e inestable.

“Te asombraría conocer algunas de las actividades que he tenido que desempeñar para sobrevivir: desde portero de discoteca, hasta una increíble experiencia de palmero, en un grupo de cante flamenco. También estuve, durante un par de temporadas, como figurante escénico en una compañía de teatro. Siempre me gustó actuar ante un patio de butacas lleno de espectadores. Pero parece ser que no tenía buenas condiciones para triunfar en este campo de la cultura. En los momentos más duros, por la necesidad, ejercí de cartelista, poniendo y quitando publicidad en los paneles viarios de nuestra ciudad. Y esto de la venta a domicilio, me llegó hace unos cuatro años, cuando un buen amigo me introdujo en una empresa comercial que buscaba ampliar su radio de acción mercantil, difundiendo de manera directa sus productos”.

Cuando al fin se despidieron, después de tan insólita velada en la tarde, Roberto había aceptado comprar uno de los microondas de Saldaña quien, agradecido por el buen trato que había recibido de su recuperado amigo, le pidió aceptase una invitación para comer en su casa, en donde podría conocer a su compañera e hija adolescente. 

Había comenzado un nuevo año y, en la mañana del siguiente día, este trabajador de la banca volvería a estar detrás de su ventanilla de siempre, atendiendo las demandas y gestiones planteadas por los clientes que se desplazaran a su entidad financiera. A esas avanzadas horas de la noche, el largo calendario anual estaba terminando de cubrir el primero de sus días. Mientras, en la vida de Roberto, también en el recorrido vital de millones de personas, todo comenzaba a ser casi igual a lo de ayer, a pesar de tantos proyectos oníricos para el cambio, en ese sosegado quehacer diario para la normalidad.- 


José L. Casado Toro (viernes, 30 de Diciembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

No hay comentarios:

Publicar un comentario