viernes, 9 de diciembre de 2016

LA VERSÁTIL MAGIA DEL ESPEJO, EN EL MERCADILLO NAVIDEÑO DE AHMED.

La tradición comercial, festiva y sentimental, que se genera alrededor del anhelado calendario navideño facilita que, un año más, el Parque malacitano se pueble con la alegría de unas casetas en las que se pueden comprar artículos de una admirable y cromática variedad. A lo largo de su flanco o lateral norte, en esos terrenos bien ganados esforzadamente al mar, desde finales del siglo XIX, decenas de puestecillos, levantados con la uniformidad constructiva de la madera y el metal, ofrecen sus bien elaborados productos, para el disfrute de una diversificada clientela de pequeños y mayores.

Una mayoría de casetas están dedicadas para vender artículos, con los que decorar y gozar las fiestas de Navidad: figuritas y materiales para montar el nacimiento o belén, árboles sintéticos y elementos para su decoración, artículos muy variados para bromas y fiestas, instrumentos para la música de pastorales y comparsas (zambombas, panderetas, flautas y tambores…) además de vestidos, gorros y bufandas, apropiados para disfrazarse de Papá Noel. Más hacía el este del Paseo, hay otras casetas dedicadas a ofertar productos y complementos para el regalo y el uso personal. Además de los juguetes educativos” la tradicional bisutería y productos de culturas lejanas, como la India, predominan los artículos artesanos con el trabajo de la piel: carteras, bolsos, cinturones, pulseras, gorros y guantes. Por último, suele aparecer una gran librería, con ejemplares a muy buen precio, de manuales desclasificados y restos de ediciones (los denominados popularmente “librería de viejos” aunque la mayoría son ejemplares de primer uso). No podían faltar, algunos puestos con productos alimenticios, de manera especial las tradicionales patatas asadas, churros,  bocadillos, golosinas o “chuches” y algunas bebidas.

Las luces de colores, el continuo gentío y los sones alegres de villancicos, generan un marco festivo y alegre, que añade la siempre grata imagen de color y dinamismo en la decoración urbana, para despedir el año en curso y celebrar la llegada de la nueva anualidad.

Entre todos esos puntos de venta, hay uno cuyo inquilino ha querido rotularlo con un llamativo cartel: LOS REGALOS ESPECIALES EN AHMED. Este “teatral” y sugerente vendedor es un hombre ya bien entrado en años, probablemente en la quinta o sexta década de su vida. Años bien llevados, por la delgadez y esbeltez de su cuerpo. Cubre su cabeza con un ostentoso turbante rojo, que disimula una extensa y tostada alopecia. Viste con una larga túnica beige, embellecida con un labrado cinturón de piel. Encima de su pecho luce un elegante medallón de latón dorado, adornado con unos dibujos y letras que revelan alguna simbología islámica. Se esfuerza en atender a sus clientes de una manera amable, aunque su hablar pausado y mirada penetrante, dota a la conversación de una atmósfera misteriosa, cercana a esa indisimulable magia que estimula la curiosidad.



Caminó ayer por la tarde y hoy también ha repetido su paseo, deteniéndose unos minutos delante del mostrador. Le ha llamado la atención el atractivo rótulo que preside el frontal del atractivo puesto de “los regalos especiales”. Daila, 39 primaveras en su vida, administrativa de una gestora inmobiliaria, lleva ya cierto tiempo con su nivel anímico bastante degradado. Teme que estas sentimentales fiestas navideñas, horaden más ese foso de confusión en el que, de manera paulatina, se ha ido viendo inmersa. Por este motivo, trata de distraer los ratos de ocio que tiene disponibles, cuando sale de la oficina sobre las siete de la tarde. A veces elije una película en la gran pantalla, en otras ocasiones recorre los centros comerciales y en momentos afortunados también gusta quedar con alguna de esas amigas que pueden disponer de algún hueco libre para compartir. Vive sola, en un coqueto apartamento que tiene alquilado por la zona de la subida a Gibralfaro. Sus padres, a los que visita de tarde en tarde, siguen residiendo en un pueblecito de escasa población, en las estribaciones de la serranía rondeña. Pero, en la actualidad, esta joven mujer percibe una preocupante infelicidad, mezcla de confusión, frustración y anhelos sin suerte.

“Hola, buenas noches. Me agrada observar la cantidad de objetos y figuras curiosas que tiene para vender en su puesto. Muchas de estas cosas no sé si tienen un fin solamente decorativo u otro sentido de uso que se me escapa. Desde luego todo parece tan atrayente y misterioso … como ese perfume que está quemando y cuyo olor subyuga nuestro sentido del olfato. Verá, yo quería comprar alguna cosa interesante pero, considerando que el regalo es para mí, no sé si tendría, entre su variada mercancía, aquello que me pudiera ayudar a sonreír. Debo explicarme, porque me siento un tanto liada y con los biorritmos algo bajos. Estoy sufriendo un momento de depresión anímica, que ya está durando excesivo tiempo. Y temo que pueda ir a más. ¿Por qué no me ofrece algún objeto que sea especial y diferente, como bien anuncia en el rótulo de ahí arriba? Igual me decido a comprarlo y, por supuesto, poder disfrutarlo. Me haría mucho bien”.

Ahmed había estado pacientemente escuchando las valientes palabras de esta mujer, que parecía desorientada y confusa ante su mostrador. Creyó reconocerla de la tarde anterior, cuando también estuvo detenida durante largos minutos ante su bien repleto panel expositor.

“Sí, te recuerdo, porque ayer ya me pareció verte interesada ante los productos que puedes encontrar en mi tienda. Es muy fácil y a la vez complicado satisfacer esa necesidad sobre algo que te ayude a generar la sonrisa. Ya sé que no te refieres a una “forzada” sonrisa momentánea, sino a ese regalo que te haga ver la vida de manera más positiva, a fin de que puedas enriquecer tu ánimo, con una mayor permanencia, ante las inesperadas dificultades y, por supuesto, ante esas otras muchas alegrías que debemos intentar buscar y disfrutar.

Ves aquí, encima del mostrador y en los paneles de las paredes, muchos objetos elaborados para el adorno, la distracción y las sorpresas. Pero, como me has caído muy bien, quiero premiar tu sinceridad con un objeto que no lo tengo expuesto a disposición para su venta. Espera un breve momento, que voy a tratar de localizarlo, ya que creo tenerlo guardado en el interior de uno de estos dos maletones”.

Dicho lo cual, el insólito mago, gurú o teatral comerciante, comenzó a rebuscar por aquí y por allá, tratando de localizar esa valiosa pieza con la que entendía podía generar la sonrisa suplicada por su cliente. Tras abrir diversas bolsas, al fin parece logró dar con ese objeto que necesitaba, ante la intrigada mirada de Daila. De una bolsita de cuero beige, extrajo lo que parecía ser un espejo, con un tamaño similar al de una cuartilla o medio folio de papel, con sus bordes chapados de latón plateado y con la forma de una bella flor acorazonada. Manteniendo el espejito en sus curtidas manos, guardó unos segundos de silencio, fijando sin pestañear su vista sobre el rostro de su interlocutora, a la que dijo finalmente una enigmática frase:

“Si aplicas la necesaria y paciente inteligencia, en el uso de este pequeña pero valiosa joya, hallarás el camino, no sólo para que la sonrisa vuelva a tu rostro, sino para también el sentimiento de alegría inunde la bondad de tu corazón. Tras encender una barrita de sándalo, que ayude a la ambientación necesaria, te aconsejo de que mires en el espejo, de manera especial durante la noche. A esa hora, en la que el firmamento parece dormir, las estrellas y su fuerza cósmica sabrán ayudarte en esa noble y valiente empresa que te has impuesto conseguir: sonreír y avanzar por la vida, siempre con humildad, por todos esos caminos que te hagan sentir el placer de la felicidad.

He de confesarte de que, en realidad, nunca he querido venderlo. Por eso, siempre he evitado mostrarlo en el expositor, donde sí aguardan otros muchos objetos para el regalo. Pero en tu caso, va a ser diferente. Creo que necesitas esa ayuda para vitalizar un ánimo que percibo tal vez atormentado o enfermo. Aunque este espejo me ha acompañado durante años, en esa aventura que siempre supone construir nuestras vidas, te lo ofrezco a un precio testimonial. Sí, he dicho bien “nuestras vidas” en plural, porque yo creo en la reencarnación de las almas”.

Daila cada vez entendía menos el sentido de lo que le estaba transmitiendo el comerciante Ahmed. El espejito era realmente coqueto, aunque un poco tosco en la terminación de sus bordes plateados. Sintiéndose un tanto ruborizada, sólo acertó a preguntarle por el coste de este objeto para su compra. Al final pudo conseguir una pequeña rebaja, abonando sólo dieciocho euros sobre los veinticuatro que el comerciante inicialmente le pidió. Camino de casa, iba pensando en una conversación tan original como la que había mantenido con el vendedor del turbante rojo y la túnica beige.

“No sé qué pensar ¿habré sido timada o este espejito me ayudará en esta fase tan desanimada en la que me hallo inmersa? A menos, un espejito siempre viene bien aunque sea algo demasiado grande como para llevarlo en el bolso. En todo caso, siempre podré usar la bolsita de piel para llevar alguna documentación o incluso para proteger el móvil y la cámara fotográfica. A mí esto de mirar el espejo durante la noche y eso de las estrellas y su potencia cósmica, me sigue pareciendo una pueril tomadura de pelo. Pero todos los días tenemos momentos de debilidad para incurrir en estos juegos”.

Aquella noche quiso olvidarse del espejito mágico y sus cualificadas propiedades, yéndose directamente a la cama, tras completar el visionado una película que se había bajado de Internet. Pero, veinticuatro horas más tarde, se llevó la bolsita de Ahmed a su dormitorio. Comprobó desde su ventana que la noche se mostraba muy limpia y que la atmósfera permitía ver bastante bien todo un cielo lleno de estrellas, allá en todo lo alto del firmamento. Encendió una varilla de incienso y comenzó a mirarse en el espejo, una y otra vez, comprobando que nada ocurría, después de ver sólo su rostro en todas esas oportunidades fallidas. Estos mismos gestos los fue repitiendo en algunas de las siguientes noches, antes de recostarse entre las sábanas. Observaba su rostro y, tras unos minutos de reflexión, se entregaba al descanso. Curiosamente, en algunas de esos momentos con el espejo en las manos, se sintió un tanto ridiculizada, brotando desde la mímica de su cara esas nerviosas sonrisas que incluso finalizaban en una risa “floja” por la chusca escena que estaba protagonizando.

En esos breves momentos para la reflexión, acertaba a preguntarse por qué se sentía tan “desvalida”, cuando su situación vital, en realidad, no merecía ese tan radical y duro calificativo que, errónea y anímicamente, se concedía. Ciertamente, en las puertas de sus cuatro décadas, podía resaltar carencias afectivas y maternales para su proyecto de vida. Pero no era menos cierto que, por el contrario, tenía otras compensaciones que merecían consideración y valoración, aplicando sensatez y serenidad. Juventud, salud, trabajo, formación, independencia, amistades … valores muy estimables, cuya posesión no siempre sabemos considerar como realmente merecen. Cuando, por alguna circunstancia aciaga, comprobamos la pérdida de los mismos, entonces acertamos a darnos cuenta de la importancia y significación que humanamente poseen.

Otra tarde de Enero, cuando aún el mercadillo seguía funcionando con vista a la fiesta de Reyes, Daila encaminó sus paseos vespertinos hacia una determinada caseta, entre el bullicio acelerado de los viandantes. Tras el mostrador de objetos raros y curiosos, se encontraba el “sabio” del turbante rojo y la túnica beige.

“Buenas noches, Ahmed. He venido, de manera expresa, para agradecerle su sabiduría y generosidad, al venderme este bonito y “mágico” espejo. Aunque en un principio era profundamente incrédula, con respecto a la eficacia que podía ejercer en mi este pequeño instrumento, al paso de las noches me ha ido ayudando a reflexionar sobre mi real situación en la vida. Al fin he podido entender esas cosas buenas que tenemos a nuestro alcance y que, de manera desacertada, no sabemos valorar. Ahora me siento mucho mejor y, lo más importante, he sabido que la luz se encontraba dentro de mí. Sólo era cuestión de tomar conciencia de su proximidad y apreciar su eficacia, a fin de remontar de nuevo con el placer de la sonrisa”.

En esta ocasión, Ahmed también sonreía. En la despedida, quiso regalar a esta joven mujer unas barritas de incienso y sándalo, como nueva muestra de amistad. El Paseo del Parque seguía a esas horas de la noche repleto de personas que caminaban por entre un firmamento de luces, los subyugantes aromas, cientos de juguetes y esos cromático latidos a vida que sustentan la siempre necesaria esperanza.-

José L. Casado Toro (viernes, 9 de Diciembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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