viernes, 2 de diciembre de 2016

IVÁN Y TATIANA. CONFIDENCIAS Y SENTIMIENTOS EN EL ALBAYZÍN.

Durante esta semana Tatiana cubre el turno de tarde en el museo municipal, institución donde lleva trabajando tres meses ya como vigilante. Entre sus obligaciones, se encuentra también la de atender las consultas realizadas por ese público heterogéneo, que cada día decide acudir al céntrico espacio expositivo. 

Desde que finalizó su grado formativo en archivos y bibliotecas, hace ya dos cursos, esta voluntariosa joven, a punto de cumplir las veintitrés primaveras de  vida, no había tenido especial suerte en el ámbito laboral. Algunas clases particulares, impartidas a los hijos de unos amigos de su padre, con el fin de ayudarles a preparar  las pruebas finales de Junio, junto a una semana de sustitución en las rebajas de una franquicia de ropa, éstas habían sido las únicas experiencias laborales. Sin embargo, al ser seleccionada para el programa de empleo joven, convocado por el Ayuntamiento de su ciudad, se sintió muy ilusionada ante un interesante y cómodo trabajo que iba a durar, al menos, cuatro meses prorrogables.

Dado su específico currículo formativo fue asignada al departamento de cultura, a fin de cubrir el horario de vigilancia y atención al público, en el espacio múltiple de exposiciones. Esta sección del organigrama municipal tiene un horario de apertura al público, entre las nueve y las veintiuna horas, cerrando desde las dos a las cuatro de la tarde. Ella y otra compañera se reparten las horas de trabajo en dos turnos, que alternan cada semana entre martes y domingo. Tras la novedad de los primeros días, las cinco horas diarias de vigilancia se le han ido haciendo aburridamente cansinas. Tiene que recorrer de manera continua las tres salas expositoras (especialmente cuando hay público en las mismas) controlando la actitud de los asistentes con respecto a las obras expuestas. La toma de fotografías con los flashes de las cámaras no se encuentra permitida, por lo que ha de llamar con frecuencia la atención a los visitantes que hacen caso omiso de esta advertencia. Las exposiciones son renovadas cada dos semanas, por lo que días antes de cada nueva muestra, ella y su compañera Silvia, reciben un pequeño dossier informativo que han de leer y aprenderse, para el caso de recibir alguna pregunta sobre los cuadros o esculturas expuestas.

Salvo algunos fines de semana y el inicio de los nuevos ciclos expositivos, el número de visitantes a las salas es normalmente escaso. A veces pasan las horas de la mañana y la tarde, sin la presencia de persona alguna en las salas. Al ser un centro de titularidad municipal, el coste para el interesado en las diversas muestras resulta gratuito. En realidad, casi nadie suele preguntar acerca de las obras que contempla por lo que, al acumular minutos de paseos y recorridos, el sentimiento de profundo aburrimiento anímico embargaba a esta joven al paso de sus jornadas de trabajo.

Sin embargo, este martes un hecho vino a cambiar la situación de cansada rutina diaria que soportaba esta alegre y comunicativa chica. Tatiana había estado mezclando los paseos intermitentes, por entre los cuadros, con algunos minutos sentada en un único taburete de madera, habilitado para los encargados de vigilar el material expuesto. De inmediato vio entrar a un joven barbudo, que vestía vaqueros envejecidos y bien sucios para estar a la moda, una camiseta de color indefinible, por sus degradadas tonalidades y unas “blancas” playeras, a tono con el estado material y de limpieza de sus raídos pantalones. Como después tendría oportunidad de conocer, el “bohemio” individuo atendía por el nombre de Iván José.

Un suspiro de alivio brotó desde la garganta de Tatiana. “¡Al fin un visitante, en casi dos horas con el museo abierto. Qué aburrimiento de tarde! Vamos a ver cuantos minutos es capaz de permanecer este chico dentro de las salas”.

Tras expresar estas palabras en voz baja, se acercó prudentemente, pero con una amplia sonrisa, al joven interesado en la muestra colectiva de pintura actual, con nombres muy destacados en el mapa artístico nacional. Le ofreció un catálogo muy bien editado de la exposición, con los títulos de todas las obras, así como con una reseña biográfica de cada uno de los cuatro artistas, autores de las pinturas. Tras ojear el catálogo, Iván sonrió agradecido el gesto de la responsable que le atendía y, de manera rápida, se encaminó hacia una parte concreta del local. Allí es donde estaban expuestos los cuadros de un famoso artista de los pinceles, radicado en Segovia.

De manera discreta, dejó al único visitante solo en aquella amplia sala, a fin de que no se sintiera incómodo con su presencia, dirigiéndose a continuación  hacia las otras dos salitas del complejo expositor. Al pasar unos minutos, volvió a esa sala, mayoritariamente ocupada por el trabajo artístico del pintor segoviano. Comprobó que el joven allí seguía, desplazándose lentamente ante los cuadros del afamado artista contemporáneo. Viendo el interés que mostraba por la muestra pictórica, decidió acercarse al mismo, a fin de intercambiar unas palabras y compensar la aburrida rutina que sentía aquella tarde.

Observo que te interesa mucho la obra de este importante pintor. Lo digo por el tiempo que llevas centrado en estos cuadros. En el catálogo se explica que este artista está en un momento “dulce” de su creatividad plástica. Y, a sus cuarenta y nueve años de edad, es todavía bastante joven para que nos siga enriqueciendo con la calidad de sus paisajes castellanos, donde predominan los colores intensos, destacando especialmente los celestes, naranjas y grises”.

El joven permaneció en silencio, sin quitar la vista de los cuadros. Cuando Tatiana se iba a retirar, para dar otro de sus paseos, viendo la falta de comunicación de su descortés interlocutor, éste volvió su mirada hacia ella, con la intención de responderle.

“Discúlpame, quiero darte las gracias por lo amable que demuestras ser. Bueno… mi nombre es Iván José y me dedico a esto de la pintura desde mi adolescencia. Te darás cuenta, por mi pronunciación, que también soy natural de la región castellana, concretamente de una provincia hermana a la de este pintor: Valladolid. Conociendo por Internet la celebración de esta muestra, en tu preciosa ciudad, he viajado hasta aquí para visitarla y de paso ver los cuadros. Tengo muchos motivos para hacerlo, pero sería largo de explicar. Si te apetece escucharme, podemos  tomar algo cuando termines hoy tu horario en la exposición. Me voy a quedar, aquí en Granada, al menos una semana. Estoy en casa de unos amigos, artistas también (hacen maravillas con el cuero) que viven por la zona alta del barrio del Albayzín”. 

Iván aún permaneció largo rato en esa sala, tomando numerosas fotos y haciendo unas anotaciones. Previamente él y Tatiana habían quedado para las 8 y media, en una de las tabernas que pueblan esa siempre romántica subida hasta el barrio antiguo musulmán. Le había caído bien el muchacho que, aun silencioso y raro al principio de conocerlo, pronto mostró ser una persona afable, de fluida palabra y portador de algún misterio que, en esas frases compartidas, había dejado entrever. Quería conocer un poco más a ese joven que había permanecido, no menos de sesenta minutos, delante de los cuadros pintados por un afamado autor, afincado en la región castellana. Siempre muy curiosa, se preguntaba cuáles serían los verdaderos motivos que habían llevado a este apuesto joven para desplazarse a la bella ciudad de los cármenes.

A la hora más o menos fijada, ambos estaban en El Candelabro, lugar emblemático de ese barrio con encanto y misterio musulmán, sentados en torno a una tosca mesa de madera, con dos vinos de la casa y sendas primeras tapas, de esas que tan generosamente sirven en la capital de la Alhambra. Tras unas primeras palabras, de temática intrascendente, Iván decidió complacer la más que evidente curiosidad de su interlocutora.

“Aunque tengo la piel regularmente bronceada, he de confesarte que soy en realidad un “negro”. No te rías, por favor. Te lo voy a explicar enseguida. Siempre me gustó la pintura. Mis padres comentan que desde los pañales ya dibujaba, con todos los colorines que pillaba. De niño me tenían que poner grandes pliegos de papel en las paredes del pasillo, a fin de evitar que las llenase con mis garabatos y lápices Alpino. Me califico de autodidacta, en esto del arte, aunque he pasado por algunos centros formativos, generalmente por presión familiar. Intenté probar suerte, participando en exposiciones organizadas por las instituciones y, también, en algunas galerías privadas. Muy buenas palabras, esperanzadoras críticas, pero lo que se dice vender, vender, casi nada de nada. Y no puedes estar acumulando lienzo tras lienzo, en ese pequeño local que alquilé, pues al final de cada mes necesitas un soporte económico que nunca acaba de llegar.

Un tanto desesperado, pues no le veía fácil salida a mi situación, tuve la debilidad de contactar con una sociedad que te posibilitaba acceder a pintores prestigiosos, que se ven desbordados ante los numerosos encargos que reciben. Entras a formar parte de sus equipos, trabajando con los pinceles para ellos que, a veces, hacen algunos retoques y siempre firman con sus nombres todas esas obras en las que apenas han participado. Con el agravante de que te entregan una miseria por unos cuadros que ellos se encargan muy bien de cobrar. Todo está hábilmente controlado por esa sociedad que tiene sus “espaldas” muy bien protegidas, a fin de evitar verse metida en pleitos antes la justicia”.

Tatiana escuchaba, atenta y sorprendida, las confidencias que su inesperado nuevo amigo le estaba transmitiendo. En realidad no era un tema totalmente nuevo para ella, aquello que el apuesto joven le contaba, aunque siempre lo había vinculado al mundo del cine, con artistas anónimos que trabajan para potenciar la fama, la gloria y el dinero de otros. Pero en modo alguno podía imaginar que tenía ante sí, a muy escasos centímetros de su persona, a un “buen” pintor cuya creatividad era aprovechada por nombres consolidados, a cambio de unas muy modestas monedas. Decidieron pedir otra ronda de vinos, que pronto llegó acompañada por unas “segundas tapas” en este caso de habitas con jamón y morcilla frita de la sierra.

“Habrás comprobado cómo me he centrado en una de las tres salas que habilitáis en el Centro cultural.  Entre las obras expuestas, por ese autor consagrado de tanto prestigio, hay cuatro, por cierto ya con el cartel de “vendidas”, cuyo verdadero autor son estas manos y mi capacidad para interpretar los paisajes. Si comparamos el precio de su venta, con la cantidad que yo recibí por tantas horas de esfuerzo ante los lienzos, te llevarías las manos a la cabeza. Llenan sus bolsillos de dinero, avalados por un nombre emblemático en el mundo del arte, dejando para ti sólo unas “pobres migajas” con las que apenas puedes subsistir. Y así funciona este mundo. Supongo que igual sucede en la novela o en cine, en los cuales el trasfondo de muchos oropeles son absolutamente falsos. Te explotan, mientras ellos se enriquecen. Pero, cuando tienes que resolver el sustento de cada día, te prestas a los comportamientos más inconfesables con el fin de poder vivir”.

Durante los siguientes cuatro días, el anónimo pintor y la joven encargada de la vigilancia en la sala expositiva, siguieron saliendo cada tarde/noche, intimando confidencias y sensuales afectos. Cada una de esas tardes Iván acudía al centro cultural, permaneciendo en el mismo un buen rato, antes de su hora de cierre. Tatiana le facilitaba una silla, para que estuviera junto a “sus obras”, mientras ellas se ocupaba de otros menesteres organizativos. Cuando terminaba su horario de trabajo, ambos marchaban alegres y esperanzados a disfrutar del embrujo lírico y pautado en los versos de la noche granadina. Los sentimientos de ambos eran inequívocos para su recíproca atracción en el amor.

Sin embargo, aquél domingo en Noviembre, para desconcierto e inquietud de una chica enamorada, Iván no apareció. Se sentía nerviosamente preocupada por si algo indeseable (como un accidente o problemas en su salud) le hubiera ocurrido. Pero el número que marcaba no recogía las llamadas que ella repetidamente realizaba. Y tampoco conocía la dirección exacta de esos “amigos del Albayzín” en donde él le había comentado que se “cobijaba” durante su temporal estancia en Granada ¿Qué podría estar sucediendo? ¿a quién acudir para preguntar?  

Ninguna explicación sobrevino al respecto, en los próximos días. Tampoco en las siguientes semanas hubo luz alguna para su confusión anímica. Enfado, desilusión, muchos interrogantes sin palabras y, otra vez de nuevo la evidencia de que había que volver a empezar. En los momentos de sosiego, con sus mejores amigas de siempre, Tatiana se repetía, con la voz de su conciencia, una frase paliativa, para su orfandad afectiva: “Fue una hermosa, una maravillosa posibilidad ¿Por qué me entregué e ilusioné tanto con este chico, que ha desaparecido de mi vida sin la menor explicación?”.

Se encontraba en su pequeño apartamento, donde se había querido independizar, preparándose para ir a tomar las uvas de Fin de Año en casa de sus padres. De manera inesperada, a eso de las seis menos cuarto de la tarde, un envío urgente llegó a su domicilio. En el interior del paquete, una tela de lino enrollada, 50 x 50 cm. El anverso de la misma mostraba una pintura al óleo de su propio rostro, a modo de sutil espejo, con un fondo de paisaje en el que se veían los Palacios nazaríes de la Alhambra, vista desde el Mirador de San Nicolás. Precisamente fue allí, en una intimidad inolvidablemente romántica, donde Iván le había regalado las dos palabras más bonitas que toda persona anhela siempre escuchar. Y, junto a la bella imagen del lienzo, una tarjeta que portaba una breve frase, para el enigma, la ansiedad y la esperanza:

“MI querida Tati. Reconozco que no he sabido darte toda la sinceridad que bien mereces. Pero aquellas dos palabras, pronunciadas en ese romántico lugar donde he dibujado tu precioso rostro y en el que los atardeceres hacen vibrar los corazones, representan mi gran verdad y mi único patrimonio afectivo. Debes saber esperar. Te pido, encarecidamente, que sepas esperar. Tengo que superar problemas, muy complicados, en lo profesional. Pero el premio, tras un difícil camino, serás tú. Eres tú. Iván”.-       

José L. Casado Toro (viernes, 2 de Diciembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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