viernes, 27 de junio de 2014

EL INTELIGENTE VALOR DE LA SENCILLEZ, APLICADO A NUESTRAS VIDAS.



No siempre el supuesto valor de los grandes objetivos confirma todas esas expectativas que, con más o menos afán, hemos depositado en su futura consecución. Incluso algunos proyectos, las más de las veces, nos dejan un poso amargo de frustración que, en modo alguno, puede compensar el esfuerzo económico, anímico y temporal que hemos invertido en los mismos. Por el contrario muchas actividades o experiencias, pequeñas y sencillas, acaban produciéndonos o aportándonos el grato placer de la sorpresa en lo inesperado. En estos casos, lo que parecía simple se reviste de grandeza, la proximidad se universaliza y lo superfluo adquiere la categoría de lo imprescindible. Esta es una enseñanza que muchos deberíamos tomar en cuenta cuando, en tantas y numerosas ocasiones, calibramos y potenciamos, con evidente necedad, el deslumbramiento del continente con respecto a la serena potencialidad del contenido.

Los ejemplos que pueden avalar esta reflexión son abundantes, en el entorno más o menos inmediato de nuestros intereses y preocupaciones. Recuérdese …… esa ostentosa comida en la que participamos, con un menú de alto standing. Obviamente el precio que pagamos por la misma no suele compensar, en la mayoría de las ocasiones, la calidad y necesidad de lo que en ella consumimos. O ese viaje a un territorio lejano, cuyos cantos de sirena publicitarios nos subliman la imaginación y el deseo. La experiencia nos dice que en una proximidad regional, mucho más económica o asequible, también lo habríamos pasado bien con, tal vez, más naturalidad y menos parafernalia embriagadora. Y así, un largo etc. Vayamos pues ahora a ese mar, siempre atrayente para la aventura, que conforman las palabras y las ideas en la construcción de la historia.

Con esa falta de tiempo que siempre nos persigue y aturde, suelo aprovechar esos segundos de espera ante el ascensor, o ese caminar juntos hacia la puerta de salida del edificio, a fin de intercambiar unas palabras amables con cualquier miembro de la vecindad. Fue precisamente ayer por la tarde, cuando me encontré con Alicia. Es una agradable mujer, titulada en idiomas, divorciada desde hace dos primaveras y que reside, con sus dos hijas adolescentes, en el piso situado exactamente debajo del mío en el bloque de nuestra comunidad.

La vi un tanto nerviosa y con el semblante marcado por la preocupación. Le pregunté, con esa sonrisa siempre oportuna, qué le ocurría. Ella llegaba de la calle y yo me disponía a dar un largo paseo hacia la playa, vestido con atuendo deportivo. Uno y otro supimos posponer, durante unos minutos, nuestros objetivos inmediatos y nos sentamos a dialogar en uno de los bancos que adornan la pequeña plaza situada delante de nuestra edificación.

“Tus niños son aún pequeños…. pero ya verás cuando crezcan. Pensamos siempre que los problemas se van a acabar, cuando cumplan los años, pero después aparecen con otras dificultades, aún si cabe más difíciles de resolver. Ya sabes que vivimos prácticamente de mis traducciones. Y ese esforzado trabajo, siempre imprevisto, apenas nos da para lo más básico. De mi ex, en todo el año pasado, apenas 700 euros. Las cosas le han ido de mal en peor y la verdad es que no tiene un euro para echarse a la boca. Ha tenido que irse a vivir con su madre, a fin de tener un techo y un plato de comida. La última “fulangona” pasó pronto también de él, al ver la nula liquidez de lo que podría disponer. Nosotras, bueno….. yo, tengo que hacer “encajes de bolillos” para la supervivencia. Y menos mal que el piso está pagado….. Pero la mentalidad de las niñas lo hace todo más difícil. No asumen la verdadera realidad de nuestra situación. Y te preguntarás a qué viene todo esto que te cuento….”

Conozco a mi vecina y amiga Alicia desde hace años, cuando nos mudamos a este piso, tras mi último traslado en la enseñanza desde ese bello pueblecito de la Alpujarra. Nos llevábamos muy bien con este matrimonio y sufrimos, lógicamente, sus desavenencias y posterior e inevitable ruptura matrimonial. Entre ella y yo siempre ha habido una amistosa connivencia, probablemente derivada de nuestra similar titulación académica. Ella no ejerció la docencia, pero utiliza sus muy buenos conocimientos de dos idiomas para subsistir en estos tiempos de profunda necesidad. Físicamente, ha sabido conservar sus atractivos, a pesar de que las señales de los cuarenta ya comienzan a dejarse notar. Entiendo que necesita desahogarse y mi daily walking in the city, mi paseo diario para el ejercicio,  podía razonablemente esperar.

“En esta ocasión, Gille, se trata de la fiestas de graduación en el Instituto. Beli termina el cuarto de la ESO. Y Sandra también tiene la celebración por su bachillerato. Ambas están en una edad donde se valora, hasta la exageración, la apariencia física y, sobre todo, la vestimenta para el lucimiento. Ya te puedes imaginar que, en esos dos días de las fiestas, hay chicas que cuidan hasta los más mínimos detalles, sin reparar en gastos. Pero esas otras adolescentes, sus familias quiero decir, pueden hacerlo o permitirse esos extraordinarios. No es nuestro caso, que es verdaderamente complicadísimo. La competitividad entre los jóvenes, especialmente entre las chicas, es terrible. Yo comprendo que mis hijas sufren, escuchando los comentarios de sus compañeras y los proyectos de ese día, para lucir en la imagen. Pero es que nosotras no podemos. Con su padre, nada de nada. Con él no se puede contar. Y las discusiones surgen un día sí y el otro también. No atienden a razones. Son cosas de la edad, pero se te hace difícil controlar los nervios con ese cerramiento que tienen ante la realidad. Y después de algunas de estas trifulcas, te imaginarás las ganas que me quedan a mi de ponerme a traducir esos pocos trabajillos que voy consiguiendo.”

Valorando que yo trabajo, en el día a día del Instituto, con estas generaciones de adolescentes y jóvenes de la Secundaria, ofrecí mi ayuda a la vecina por si ella consideraba necesario que hiciera algo o al menos intentara dialogar con sus dos hijas. En realidad estas situaciones, que provienen de la inmadurez de los chicos, las tengo que atender, con bastante frecuencia, desde el plano diario de la acción tutorial. Alicia me dejó carta blanca, sobre todo porque sabía que mi relación con sus dos hijas era cordial y alguna vez incluso les había ayudado en la elaboración de algunos trabajos que debían presentar. Ahora había que buscar una ocasión propicia, a fin de entablar una conversación con mis jóvenes vecinas. Y había que hacerlo con una cierta presteza, porque los días de ambas graduaciones no se hallaban lejos en el almanaque.

La acción tutorial exige imaginación, mucho tacto, una cierta valentía y saber aprovechar y optimizar las oportunidades. Y, en el caso que nos ocupa, una cierta rapidez, para conseguir eficazmente los objetivos propuestos. A este fin, “moví unos cuantos hilos” en la estrategia que había organizado y ese viernes por la tarde, un día templado por el terral, pero con una inmensa luz en nuestra ciudad, invité a las dos jovencitas a merendar, con la aquiescencia o conformidad de su madre. Fuimos a un sitio agradable, con inmejorables vistas y rodeado de pinos y setos con esas bellas flores que abren y lucen en Primavera: El Parador malacitano de Gibralfaro, en las estribaciones del Castillo del mismo nombre. Sentados alrededor de una mesita, ellas pidieron helados, mientras yo había elegido un té con canela y un toque de naranja. ¡Buenísimo!. Las chicas se habían llevado sus cámaras y se divertían tomaban foto tras foto, con esas vistas inmejorables de la ciudad. Y en un momento concreto les pedí que me acompañaran a los jardines anejos al Parador.

“Se que estáis muy preocupadas con vuestras respectivas fiestas de Graduación. Me lo ha contado vuestra madre. Que también me ha explicado la dificultad económica que está atravesando. Y sabéis que es grave…. porque hay prioridades que no se pueden dejar de lado. Y os enfadáis con ella porque no vais a poder llevar ese atuendo que compita con los de otras compañeras. A veces los nervios no nos dejan pensar con racionalidad. A mi se me ocurre, ahora mismo, que observéis estas floras. De verdad que no han pasado por Zara, Bershka, El Corte Inglés, Primark, Pull & Bear…… etc. Sólo lucen lo que les ha dado la naturaleza. Ningún traje o calzado podría competir con el que la vida les ha concedido. Pensad en ello. ¿Cómo veis a esas flores? Bien….. ¿verdad?”

Ya sentados en nuestra mesa, mis dos vecinas permanecían muy serías y pensativas. Seguí con mi té y ellas no articulaban palabra alguna. Dejé pasar unos minutos, que fueron “algo” tensos, poniendo al descubierto la segunda parte de la estrategia. Primero la reflexión y posteriormente soluciones adecuadas a la misma. 

“Bueno, ya sé que igual no os va a convencer mucho la metáfora o el ejemplo que os he puesto. Pero sí que os ha hecho pensar…. En lo estúpido o necios que somos o nos comportamos a veces, con nuestra irreflexión. De todas formas, hay segundas soluciones. Vamos a ellas. Queréis unos trajes y unos zapatos de estreno. Perfecto. ¿ Y por qué no os los ganáis, haciendo algo útil? Me he movido en estos últimos días, negociando alguna gestión al efecto. Conozco un par de familias que necesitarían  ayuda, ya que tienen niños pequeños. Algunos fines de semana, les vendría muy bien disponer de un “canguro” para que sus peques fueran atendidos, mientras que ellos salen con los amigos a cenar o al cine. Son dos familias serias y responsables que podrían pagar ese servicio. Repito, a ellos les vendría muy bien. También a vosotras. Y vuestra madre está de acuerdo. ¿Qué me decís……?”

Volvimos a nuestras casas, ya a la caída de la tarde. Beli y Sandra hicieron todo el camino de vuelta en el coche sin apenas pronunciar palabra alguna. Las las dos permanecían muy pensativas. Cuando me despedía de ellas, ante la puerta de su piso, fue Sandra, la pequeña, quien me dijo “Gracias, Guille, hemos captado el mensaje. Nos apuntamos. Nos ha gustado esa posibilidad. Entonces ¿empezamos este viernes… no? Ah, hemos pasado una tarde estupenda?” Su madre, Alicia, que nos esperaba en la puerta y que conocía toda la historia, sonreía agradecida.

En esos dos días de junio, para la fiesta, ambas adolescentes no desmerecieron ante sus compañeras. Todo lo contrario. Las dos iban muy guapas y tuvieron la deferencia de invitarme al evento. Creo que tomaron alguna conciencia de todas las sugerencias que traté de transmitirles. De vuelta a mi domicilio, conduciendo por ese puzle urbano que, generacionalmente, hemos ido construyendo, reflexionaba acerca de la experiencia en la que había sido indirecto protagonista. No me cabía duda que esta enseñanza no sólo debería afectar a la gente joven. Esa otra, que suma más edad, también deberíamos aplicarla a nuestras vidas. El inmenso valor y significado de las cosas sencillas.  


José L. Casado Toro (viernes, 27 junio, 2014)
Profesor

No hay comentarios:

Publicar un comentario