viernes, 20 de junio de 2014

INESPERADA Y TENSA LLAMADA, AL FILO DE LA MEDIANOCHE


 “Hola…. No, por favor, no cuelgue. Esta llamada le puede resultar extraña. Lo entiendo y me disculpo por ello. Pero he marcado un número al azar confiando en hallar, al otro lado de la línea, un poco de atención y comprensión para mis palabras. Sea Vd. quien sea, le aseguro que me encuentro….. mal, muy desanimada, ante la situación por la que estoy atravesando. No, no es por un problema de enfermedad o de gravedad o dificultad económica. Tampoco por el miedo, ante algo corporal que me puede ocurrir. Mi problema, mi gran problema….. es el de la incomunicación. Verá, cuando te levantas un día y otro….. y otro más, sabiendo y sufriendo esa soledad íntima ante los demás, te llegas a preguntar si merece la pena seguir viajando por esa rutina de las hojas del calendario. Simple y gravemente …… no tengo a nadie en quien confiar, con quien compartir y hermanar este horrendo vacío de la soledad…..”

Recibir una llamada de teléfono, a esas horas incómodas de casi la medianoche, con este duro, durísimo contenido, me dejó psicológicamente afectado. Francamente, no atinaba la mejor respuesta que darle a mi anónima y desesperada interlocutora ¡Claro que pensé que podría tratarse de una broma de mal gusto! O de alguna mente enferma, que se permite utilizar las redes sociales o su propio teléfono, para sembrar la duda o la inquietud entre aquellos con quienes contacta. En otro sentido, el planteamiento del problema estaba más que claro, por parte de la persona que me había llamado. Reconduje rápidamente mi sorpresa inicial y me dispuse a participar, tal vez de manera un tanto imprudente o temeraria, en ese envite para el que había sido involuntariamente convidado. Si la casualidad me había señalado ¿por qué no aceptar esa oportunidad de conocer a un alguien anónimo y tratar de ayudarle en su más que evidente estado de angustia?

“Bueno, reconozco que no es muy normal que, a estas horas de la madrugada, recibas una llamada de teléfono, con un contenido de esta naturaleza. No sé quien eres, no sé absolutamente nada de ti. Sólo que padeces un estado de profunda tristeza e, incluso, desesperación. Ruego te pongas en mi lugar ¿Qué puedo decir o hacer para ayudarte? Lo único que se me ocurre es que al escuchar tus planteamientos y razones estoy abriendo un primer camino para aliviarte de este algo que sólo tú pueden concretar y desarrollar. No, no te preocupes. No voy a colgar o a cortar la comunicación. Si ello te hace bien, explícame quién eres, cómo te llamas y más detalles de tu vida y, de manera especial, sobre ese problema que te hace sentir tan mal”.

Quien me hablaba, tenía una voz dulce, femenina, pero soportando una indudable tensión anímica. Con su decisión, un tanto infantil, se había ganado de manera rápida el premio a seguir dialogando. Ya desde este momento tenía la percepción de que la noche iba a ser larga y, también, muy interesante. La intriga estaba puesta, con todos los honores, sobre una mesa entre dos.

“Soy una persona, como esas otras que te cruzas por la acera o con las que compartes el bus, en el día a día. Con sus pequeñas y grandes historias, con sus afanes, fracasos e ilusiones que sólo ellas y su entorno más próximo conocen. A veces, ni ese entorno inmediato, se encuentra al cabo de su intimidad. Me atrevería a decir que, en no pocas ocasiones, ni ellas mismas, controlan lo que les sucede. En mi caso, soy una mujer sola, rodeada de gente. Me llamo….. me hubiera gustado llamarme Stela, como esas estrellas que nos miran desde la noche y que parecen estar siempre felices. Bueno, me pusieron al nacer otro nombre pero….. dejémoslo en Stela. Te decía que me hallo rodeada de gente, pero cada una de estas personas va a lo suyo. Sólo a lo suyo, con ese profundo ego que nos domina. En algunos de estos familiares y aquellos que se dicen amigos, podría entenderlo. Pero ya es más difícil y terrible, percibir esa lejanía próxima en aquellos que están más vinculados a ti, por razón del hogar en el que vives.”

Mientras Stela desarrollaba su íntimo monólogo, marcando una forma especialmente lenta, en la dicción de las palabras, pensaba en tantas y tantas personas que, a buen seguro, estarían atravesando una situación tan complicada como la de mi comunicante…. sin tener a quien decir o compartir sus desalientos. Me atreví a interrumpirla, más que nada, por darle un cierto respiro a una tensión que yo percibía claramente “in crescendo”.

“Pero ¿no crees que, en esa incomunicación en la que te sientes, hay una parte (puede ser importante) que afecta a tu propia responsabilidad? Entenderás que no estoy al tanto de los detalles (prácticamente no conozco ninguno) pero siempre he considerado que, cuando las relaciones se degradan, la culpa o los errores están en las dos partes. Parece que estás casada… ¿tienes hijos? Digo esto porque si con tu pareja no hay conexión, siempre puedes apoyarte en esa bella prolongación de tu vida que, sin duda, son los hijos”.

Tras unos largos segundos en el silencio, continuó este curioso diálogo. Las manecillas del reloj marcaban ya las 11.30. Decidí apagar el aparato de televisión. Aunque la película no era especialmente interesante, había perdido ya el hilo argumental y quería concentrarme en la conversación que estaba manteniendo con una silueta de la que sólo controlaba su voz.

“No, en estos años de matrimonio no hemos tenido descendencia. Y ahora, en la distancia del tiempo, lo veo como un error, un profundo error. El trabajo de ambos y ese ego que tanto nos traiciona, hizo que fueran pasando los meses y los años, acomodándonos a una situación que a medida que el tiempo avanzaba no nos atrevíamos a modificar. Y cuando la convivencia con mi pareja se tornó árida y vacía de contenido, ni él ni yo tuvimos en quien apoyarnos para intentar salvarla. Debo reconocer que, en estos catorce años de convivencia, fueron buenos los cinco o seis primeros. Pero después, la fuente se fue secando, de manera paulatina, hasta que por sus grifos sólo manaba esa rutina adobada de silencio y disimulo. Seguimos viviendo juntos, pero cada uno va a lo suyo.”

“Por mi parte, aunque no te lo creas, la situación tampoco es muy lúcida para la ostentación. Ahora que vivimos separados, mi relación con la que ha sido mi pareja ha mejorado. Los dos niños viven con ella, pero cumplimos sin problema los tiempos en que vienen a mi casa. Cuando surge alguna dificultad que les afecta, dialogamos y llegamos pronto a un acuerdo para solucionar su problema. Me centro en mi trabajo y en esas aficiones que nos vitalizan. También, hay algunos amigos en los que hallo siempre el calor del afecto. En este sentido, te reitero esa sugerencia para enriquecer un poco tu vida. Aficiones, amigos, el trabajo (si lo tienes….)”.

Sentí entonces, a través de ese micrófono que nos identifica, como la respiración de mi interlocutora se fue tornando más jadeante y nerviosa. Sin darme apenas tiempo a reaccionar, interrumpió esa parte de mi exposición que trataba de aportarle luces y soluciones para su bloqueo anímico.

“¿Puedo volver a llamarte en otro momento? Es la primera vez que escenifico o protagonizo esta situación. Tenía miedo de hacerlo, pero he tenido la inmensa suerte de encontrar una respuesta admirable en tu persona. Te lo aseguro. Es la primera llamada, después de haberlo pensado mucho. Y parece que he acertado con los números mágicos de esa ruleta que marca caminos inesperados de nuestro destino. Creo que eres una persona amable, comprensiva e inteligente, a fin de encontrar soluciones a los problemas. Y muy generosa. Me siento mucho mejor, después de este rato de conversación.”

Aunque las dudas seguían flotando en el mar sereno de mi conciencia, le respondí de una manera positiva. Por mucho que me asombraba la situación que acaba de vivir, consideré que ayudar a las demás personas, cuando la necesidad de las mismas es manifiesta, no debe suponer sólo un gesto amable, sino una obligación en conciencia. Nos dimos las buenas noches y me fui a la cama. Mañana había que volver al trabajo de ocho a tres, en el negociado de urbanismo al que acudo diariamente. Esta noche se me había presentado muy diferente a todas las demás. Desde luego el día había finalizado de la forma ….. más curiosa e insospechada.

Pasaron los días y el teléfono permanecía mudo, en esas horas después de la cena. Debo reconocer que, en determinados momentos, sentía la necesidad de volver a dialogar con la supuesta Stela. Carecía de su número, pues ella había activado la privacidad del mismo. Las preguntas fluían, entre la imaginación y el deseo. ¿Qué rostro podría poner a la cara de esta chica? ¿Habría seguido alguno de mis consejos o sugerencias? ¿Se encontraría mejor de aquella situación de crisis, cuando decidió marcar unas teclas al océano del azar? Desde luego tenía la certera convicción  de que, en algún momento, la conversación se iba a poder reanudar.

La respuesta a todas mis dudas e interrogantes se produjo algunos meses después. Y fue también producto travieso de la casualidad. Entre mis aficiones se encuentra, ocupando un destacado lugar, la asistencia a los espectáculos teatrales. Especialmente me agrada participar, como espectador, en esas obras experimentales, protagonizadas por grupos universitarios vinculados a la vanguardia creativa.

En el Festival Anual de Teatro, asistía a la representación de una obra correspondiente al ciclo de “Nuevas experiencias en escena”. Lo cierto es que, a los pocos minutos de su desarrollo argumental, me vi perfectamente retratado en unos de los dos personajes que compartían el espacio escénico, hombre y mujer separados por una mampara de cristal. Evidentemente, la situación que yo había vivido a través del teléfono con Stela, era parte sustancial de la obra. Caí en la convicción que había sido elegido, por el azar o la intencionalidad, a fin de ayudar, con mis reacciones y actitudes, a construir una historia que, evidentemente, yo conocía muy bien. De ahí la llamada misteriosa de aquella noche. Cosas… del teatro experimental.

Aprovechando la oportunidad que me brindaba el momento, a la finalización de la representación me acerqué a su creadora, e intérprete principal, que se encontraba saludando a los muchos espectadores y amigos asistentes.

“Buenas noches ……. Stela. Veo que has conservado ese nombre para tu personaje. En cuanto al actor, aunque lo ha hecho bastante bien, creo que yo habría podido representarlo de una forma más natural y real. Por cierto, el final que le has dado a la complicada trama argumental ha estado presidida por un bello lirismo, emocionado y abierto a la esperanza”.

Mi asombrada interlocutora me miraba sin poder articular palabra. Un color sonrosado había inundado la agradable tersura de su rostro. Le quise quitar hierro al asunto e improvisé algún comentario simpático.

“El nombre de Alex, que me has concedido en tu libreto, no me desagrada. En realidad mi verdadero nombre también comienza por la primera letra del alfabeto. Por cierto ¿Cuándo vas a volver a comunicar otra vez por teléfono, a fin de compensar esa soledad que tanto te abruma….?”

Efectivamente, aquella misma noche recibí otra vez la llamada de Dania, su verdadero nombre. Tras intercambiarnos gestos, palabras y ocurrencias, al fin me confesó algo que yo presentía. Mi persona y dirección telefónica no eran datos desconocidos, para esta valiente e imaginativa, escritora e intérprete. Hacía años que habíamos compartido la anónima convivencia de los silencios. Pero ahora iba a significar el comienzo de una grata amistad.  Ese vínculo afectivo, en el momento de redactar estas líneas, aún hoy permanece.-



José L. Casado Toro (viernes, 20 junio, 2014)
Profesor

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