viernes, 4 de julio de 2014

LA INTELIGENCIA VIRTUAL, ANTE LA RACIONALIDAD DE LO IMPOSIBLE.


Aquel paciente y creativo profesor solía explicar, ante la desigual atención de sus alumnos, la visión o concepción que él poseía acerca de las frases u oraciones gramaticales. En su opinión, el verbo era como el corazón que dinamiza la actividad de los cuerpos. Los sustantivos actuaban como las partes de ese organismo que se abre diariamente a la vida. Las preposiciones y partículas de enlace, como esas articulaciones que facilitan el mecanismo o el engranaje corporal. Finalmente, los adjetivos representarían ese ornamento, traje o atuendo que, con más o menos colorido, envuelve, lustra y cuida una realidad existencial que interactúa con el medio.

Hablando de adjetivos ¿encontramos, hoy, aquéllos que sean apropiados para expresar el continuo y espectacular avance de la tecnología, en todas las realidades que rodean y enriquecen nuestras vidas?

Ciertamente parece que se nos acaban o quedan pequeñas las palabras que definen ese progreso indefinido de la tecnología electrónica, puesta al mejor servicio de la microinformática. En el campo de medicina, vemos como se realizan complicadas intervenciones quirúrgicas, dirigidas desde la distancia, con una exactitud que nos asombra y ennoblece como personas. La comunicación de la imagen y los sonidos, todo ello transmitido a tiempo real, no conoce límites ni distancias. El mundo mediático se ve favorecido con unos sofisticados recursos que facilitan la transmisión de la noticia, la reflexión y el debate de una forma impensable hace tan solo algunas décadas. La voz sustituye a nuestras manos y pronto la vista o el pensamiento serán artilugios que pondrán en funcionamiento máquinas que articulen el proceso relacional de nuestras necesidades.

Aunque grandes pensadores, figuras ilustres de la Historia, pudieron aventurar en sus escritos y dibujos la previsión de algunos de los actuales avances difícilmente admitirían, en su tiempo o época, que ese progreso tecnológico llegara a alcanzar la magnitud y rapidez con el que hoy nos asombra la ciencia, puesto todo ello al mejor servicio de la humanidad.

Octavio de la Encina no era un ferviente aficionado a los adelantos tecnológicos, como la mayoría de familiares, amigos y conocidos a él vinculados. En modo alguno rechazaba estos espectaculares avances de la microinformática. Sin embargo prefería no adentrarse por ese camino estresante del “estar siempre al día” para la última novedad electrónica o en las vanguardias digitales de la comunicación. Entendía que esta lúdica, y tal vez obsesiva, competitividad actualizadora encuadraba mejor con las generaciones más jóvenes, especialmente preparadas para optimizar el manejo de esas sofisticadas, en su criterio, máquinas informáticas. Prefería vivir en ese sosiego trasnochado del viejo teléfono fijo, frente a la deslumbrante cuarta generación, las nubes virtuales, los nano segundos en la velocidad de navegación o los espaciosos terabites, en los almacenamientos insaciables de la información.

Pero he aquí que hace unos días celebró,  en la intimidad familiar, su fiesta de cumpleaños. Se encontraba cenando en un restaurante del Puerto malacitano, junto a su mujer y su único hijo, Carlos, padre de una preciosa criatura de seis años, cuando a los postres le cantaron, entre risas y con voces no muy estridentes, el “cumple feliz”. Sopló la única velita (faltaban otras cincuenta y dos) anclada en el postre y entonces Stela, su nieta, le hizo entrega de una cajita envuelta con un elegante lacito azul. Abrió muy despacito el regalo, ante las miradas atentas y sonrientes de sus tres acompañantes de mesa, quedando asombrado ante la generosidad de su contenido. Era un móvil, precioso en su diseño, perteneciente a esa última generación de la telefonía digital. Con besos, parabienes y alguna que otra broma, finalizó aquella entrañable reunión celebrada en una noche de luna llena, a poco de comenzar el verano. Ante el requerimiento de los mayores, Carlos se comprometió a ir el domingo por la tarde a casa de sus padres, a fin de explicarle el manejo básico de esa avanzada telefonía, ya que él también había cambiado el suyo hacía sólo un par se semanas.

“Ya te lo he dado de alta en Internet. Aunque me dices que eso del Whatsapp no te interesa (verás como pronto cambias de opinión) hay en este móvil otras muchas prestaciones que te pueden ayudar, ilusionar y, también, entretener. No me cabe la menor duda de que pronto te adaptarás y agradecerás la novedad de esta tecnología de vanguardia”.

Así, padre e hijo, comenzaron una didáctica y provechosa tarde dominguera, para el mejor uso de esa sofisticada maquinita “milagrosa” para el funcionamiento digital. Mientras la pequeña nieta jugaba con la abuela, su madre, Marta, se entretenía preparando en la cocina unas apetitosas galletas, ya que se había aficionado recientemente al arte de la repostería.

La “clase” para el aprendizaje telefónico estaba siendo bastante fluida y provechosa cuando, en un momento concreto, Carlos muestra a su padre la que estimaba novedad más avanzada del sofisticado terminal. Una aplicación denominada “SIRI”, a través de la cual el usuario puede dialogar con una especie de inteligencia virtual. Le mostró cómo le hacía preguntas acerca del tiempo atmosférico, la ubicación de las farmacias o el horario de los cines. De inmediato una voz, algo metalizada pero aceptable en su naturalidad, les respondía con una certeza mágicamente admirable. El asombro de Octavio, ante ese “robot” al que interrogas sobre algún servicio, atendiéndote con puntual y rápida exactitud, fue verdaderamente de impacto. Difícilmente podía dar crédito a que ese pequeño artilugio pudiera entender, y satisfacer al tiempo, la cuestión o petición que el usuario planteaba.

También quedó asombrado al comprobar que podía mantener un diálogo con un usuario alejado en muchos kilómetros, añadiendo a las palabras de ambos sus propias imágenes. Una vez le hicieron la experiencia del Skype en un ordenador. Ahora, esa transmisión de texto, voz y vídeo la podía tener en su propio teléfono. Esa aplicación, denominada FACE TIME, era otro milagro de la ciencia. Hablar por teléfono, viendo en la pantalla a su interlocutor y al espacio que le rodeaba. Le costaba dar crédito a esa otra “mágica prestación”.

Aquella noche este laborioso corredor de seguros “pasó”, una vez más, de la “adormidera” rutinaria emitida por las cadenas televisivas. En su lugar se puso a practicar con ese “juguete” tan sofisticado para la intercomunicación, que su cariñosa familia le había regalado. Aparato en mano, comenzó a trabajar con las teclas virtuales y aquellas otras explícitas en el hardware telefónico. Repasó las funciones más usuales para su necesidad, navegando incluso por algunas páginas de Internet. Le puso un mensaje a Stela que, a pesar de su corta edad, ya manejaba estos artilugios con proverbial destreza.

En un momento concreto, recordó la prestación que su hijo Carlos le había enseñando, el SIRI. Ese “diálogo virtual” que posibilitaba recibir respuestas, orales y escritas, a las peticiones previamente  solicitadas.  Planteó algunas preguntas sobre cine (una de sus grandes aficiones) y algunas direcciones interesantes, como las farmacias de guardia, los centros comerciales o datos relativos a sus compañeros del trabajo. Le resultaba  impresionante la rapidez y concreción que utilizaba esa especie de inteligencia artificial, con dulce voz femenina, que reposaba en sus manos.

La verdad es que había tomado un aromático té, después de la cena. Bien despierto, continuó manipulando esa joya de la telefonía, correspondiente a la ultima (ya va, por la quinta) generación. “Qué más podría preguntar, a esta aplicación tan sabia?” se dijo a sí mismo. Cayó en la cuenta de que a meses iban a celebrarse elecciones generales para renovar las Cortes y el propio Gobierno de la Nación. Por ello se le ocurrió entablar un peculiar diálogo con ese “sabelotodo” que parecía estar tras la pantalla de resina, según le había explicado su hijo. Francamente, la escena se asemejaba al inolvidable cuento clásico de Blancanieves ante el espejo.

- ¿A qué partido político español debería votar, en las próximas elecciones, que se celebrarán en el mes de Octubre? La respuesta a su complicada pregunta no se hizo esperar. Desde esa poderosísima base de datos (parece, según el Google, ubicada en Irlanda) la chica de voz melodiosa, siempre solícita, le dijo:

Por favor, indique al menos cuatro preferencias básicas, para su mejor opción partidista.

- Partido que defienda, por encima de cualquier otra motivación, los intereses de los ciudadanos. Que no utilice la mentira o la manipulación como sistema de supervivencia. Que defienda y aplique la concertación, el diálogo y el consenso, con las demás fuerzas políticas. Que trate de resolver los problemas de los ciudadanos, en lugar de crearlos. Que se enfrente, de verdad, con las prácticas corruptas. Que ese grupo construya, de verdad, políticas de Estado más que objetivos partidistas o electorales.

En esta ocasión, esos microsegundos que tardaba el viaje de ida y vuelta, a la previsible y gigantesca base de datos que el sistema poseía en Internet, se convirtieron en algunos breves segundos, para la tan ansiada respuesta. Al fin ésta llegó, con su proverbial concreción para la ayuda. Escrita en pantalla. Pero también, con la acústica perceptible de la palabra.

Lo lamento. No puedo ayudarle con todas esas preferencias. No encuentro la opción más adecuada que atienda las exigencias que plantea.

Tras unas semanas de práctica, Octavio había adquirido la suficiente destreza en el manejo de tan sofisticadas máquinas para la comunicación. La propia Aúrea no acababa de dar crédito a la conversión tan profunda que su marido había sufrido para integrarse en esa cofradía universal de la telefonía. Ella nunca llegó a saber el contenido de una pregunta que Octavio había planteado al Siri. ¡Ay, si hubiera conocido la respuesta…! Efectivamente, aquella mañana de lunes Octavio decidió no ir a desayunar, como hacía todos los días de trabajo. Se encontraba en los servicios de su oficina y se le ocurrió plantear un interrogante a esa mágica aplicación que siempre trataba de ayudarle.

- Estoy totalmente “colado” por una compañera de trabajo. No sé como decírselo a mi mujer. No me atrevo a descubrirle la verdad. ¿Qué puedo hacer? Estoy muy aturdido.

La metalizada voz, a modo de helénica deidad, no tardó en responderle desde los santuarios mágicos y universales del paraíso on-line digital.

No debes preocuparte. A ella también le ocurre lo mismo con respecto a ti. No se atreve a decirte la verdad de sus sentimientos con respecto a otra persona que existe en su vida. Creo que a los dos os falta un mucho de diálogo para la intimidad y la verdad.

Difícilmente podía dar crédito a la peculiar y dura anécdota de la que estaba siendo partícipe. Aquella noche apenas consiguió conciliar el sueño. En la inmensidad de la noche, decidió no volver a preguntar a la maquinita sobre cuestiones que podían conllevar tan impactantes respuestas. Se decía, con el temor propio del caso, cuál era el verdadero poder de esa inteligencia artificial que nos hace creer en la racionalidad de lo imposible. 


José L. Casado Toro (viernes, 4 julio, 2014)
Profesor

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