No
pocas veces, las oportunidades esperan, pacientemente, esa atrevida decisión
que fluye en nuestra compleja voluntad.
También, por supuesto, hay que contar con ese don mágico que denominamos suerte. Pero este valor suele venir ataviado con el “atrezo”
que representa el trabajo y la imaginación,
para cada uno de los días. Digo todo esto porque aún
no acabo de creerme que se me haya concedido esta importante entrevista,
con tan ilusionada facilidad. Sólo ha sido necesario el modesto esfuerzo de una
llamada telefónica.
Desarrollo
la práctica de mi profesión, aprendiendo de cada uno de los días, en el
principal diario de la localidad. Aunque estudié en la Complutense madrileña,
ciudad donde en la actualidad vive casi toda mi familia, cambié la residencia
por esta bella ciudad mediterránea, al terminar mi grado de comunicación hace
ya dos años. Mi pareja es malagueña. Este factor fue decisivo para buscar
acomodo laboral por estos lares del sur peninsular. Una sustitución por horas,
durante el verano, unida a una dedicación intensísima, me ha posibilitado esta
siempre relativa estabilidad en un buen periódico de provincias. Y cada mañana,
la “pasional” aventura de la comunicación. Con esas simas y crestas, en los
resultados de cada jornada, sigo ejerciendo un trabajo que, evidentemente, me
gusta e identifica.
Se trata de hablar con una actriz de leyenda, en la mejor
interpretación de nuestro arte escénico. Profesional polifacética, dentro del
cine, la canción, la televisión y, de manera preferente para esta etapa final
de su carrera, el mundo teatral. Realiza una gira por distintas provincias
españolas, antes de representar este último papel en un importante teatro de la
Gran Vía madrileña. Pero esto sólo ocurrirá a partir de septiembre. Ahora la
tenemos aquí en Málaga, donde actuará cinco días hasta el próximo domingo, precisamente
cuando comienza el siempre apetecible verano meteorológico. Efectivamente,
llamé al teatro esta mañana, día de la primera representación. Lo hice sin
grandes esperanzas de obtener una entrevista con esta importante diva del
espectáculo. Pero, lo que son las cosas, me pasan rápidamente con su
representante artístico. Tras plantearle mi deseo de dialogar con la actriz,
obtengo la confirmación de que esta tarde, a las seis, tendré quince minutos
para hacer las preguntas que estime necesarias, allí en el propio camerino del
teatro. Dada la significación del personaje, nunca pensé que fuera tan fácil
obtener ese intercambio de palabras con una actriz cuyo nombre está escrito con letras de oro en
la memoria de nuestra cultura. Sin duda han considerado que una entrevista,
publicada en el principal periódico local, puede traer público al magno coliseo
municipal de esta ciudad.
Con
anticipada puntualidad en mi desplazamiento, espero en la antesala del principal
camerino, repasando un esquema previo que tenía preparado, con muchas
tachaduras y añadidos. Me gusta escribir a lápiz (el Staedtler, número 2)
cuando no estoy sentando ante el teclado del ordenador. Rellenar unas
cuartillas, con ese medio de escritura tradicional, me confirma que aún no he
perdido el entrañable hábito de la caligrafía personal. Me he pasado todo el
resto de la mañana ante el Google y la Wikipedia, documentándome acerca del
personaje con la que hoy voy a hablar, en esos quince o veinte minutos que han
de ser bien aprovechados. Atiborrado de datos e interrogantes, reflexiono
acerca de esta simpar oportunidad que va a tener un principiante como yo. Acercar
al espectador a una singular mujer, personaje mítico de los escenarios, de la
que me separan dos generaciones largas en cuanto a la cronología. Repaso, una
vez más, la carga de mis dos grabadoras, pues siempre hay que venir bien
preparado por si falla el soporte tecnológico. Reconozco
que estoy un poco nervioso. Tal vez, a causa del café bien cargado que
he tomado poco antes de desplazarme al teatro y, también, ante la oportunidad
de lo que puede ser un buen trabajo para la mejor comunicación con los
lectores.
Percibo
el saludo un tanto frío y rutinario, mínimamente
endulzado con una forzada y bien adiestrada sonrisa. La “diva” ha llegado con
unos diez minutos de retraso, con respecto a la hora prevista y la primera
función de esta tarde ha de comenzar a las siete en punto. Me indica, con esa
petición de carácter imperativo, “sólo diez minutos”. Hay dos personas más en
el camerino. Una asistenta, para la ropa, peinado y maquillaje, más el
representante de la actriz, hombre bien entrado en kilos y muy solícito con el
periodista. De forma rápida, repaso y contrasto mentalmente su imagen en
pantalla, en las fotos de las revistas, en sus actuaciones ante la televisión
y…… me cuesta trabajo identificar a la mujer que tengo a muy escasos
centímetros de mi grabadora. La dura crueldad epidérmica de los calendarios refleja
la evidente transparencia de la realidad. No parece esa
misma persona que guardaba en la imagen de mi memoria. Viste de una
manera muy informal (tenemos un día de terral, muy propio de la “hoya”
malagueña) y aún ha de pasar por las hábiles manos de la maquilladora que
también habrá de preparar el modelado de su cabello. En la obra actúa como una
mujer veinte años menor, con respecto a la fecha “conocida” de su DNI. Milagros
de la crema y de todos esos oportunos complementos de la vestimenta. Nunca la
había visto fumar, pero ahora lo hace de una manera compulsiva. Observo, de
igual forma, un cuerpo trabajosamente cansado, sobre todo por la forma como se
deja caer en el pequeño sillón que tiene ante el espejo. Sin apenas dejarme
margen para la primera pregunta, comienza a desahogar la necesidad de su fluida
expresión.
“La verdad es que representar dos sesiones diarias no es tarea
fácil. Ni mucho menos. Una verdadera locura, determinada por los intereses
empresariales. Mañana y pasado serán días, afortunadamente, con una representación
única. Esta dificultad se va sobrellevando. Después de todo lo que yo he vivido……
Hay muchos recursos que compensan, con habilidad, el agotamiento de dos o más
horas en escena. La experiencia, bendito maná, te permite disimular ese clímax
de no poder aguantar más el sobreesfuerzo de tantos minutos en pie ante los
espectadores. Veo que eres muy joven ¿Cuánto tiempo llevas en esto del
periodismo?
Además de dos personajes secundarios, Vd.
es, prácticamente, la única protagonista de la obra. ¿No sufre problemas de
memoria, para esos largos monólogos que ha de recitar? Y, en su caso, que
recursos utiliza cuando aparecen los impertinentes olvidos del texto?
“Bueno, tomo algunos medicamentos, prescritos para los
problemas de concentración. Pero la ayuda más útil y eficaz es….. modificar el
texto del libreto original. Con la habilidad que da la experiencia, el
espectador no se da cuenta de la improvisación que estoy aplicando. Simplemente
me pregunto cómo actuaría mi personaje en la vida diaria real. Y,
espontáneamente, lo hago. Soy otro yo. Pura empatía.”
¿Pero eso no es engañar o traicionar la
credibilidad del espectador?
“No, eso es simple y necesariamente enriquecer las
posibilidades de un texto que el autor siempre deja abierto, con ese margen
ante la vida. El escritor nunca lo va a reconocer o aceptar. Pero esta es la
verdad. Así es la realidad de como funciona esta maravillosa profesión”.
¿Tiene problemas de identidad, ante el hecho
de representar al mismo personaje durante tantos meses o incluso años?
“Te respondería que no. Pero seguro que pecaría de
insinceridad. Cuando lloro, río o canto, en escena, soy el otro yo. Y esa otra
persona, claro que aparece en las intimidades de mi privacidad. Te voy a contar
una anécdota reciente. Hace unos día estuve en un macrocentro comercial, a fin
de comprar ropa. En un determinado momento, discutía con la encargada de una
importante franquicia, por un problema de talla y color. Sentí, en esa precisa
situación, que no era yo quien defendía una posición ante los expositores. Era
ese otro yo que cada tarde me veo obligada (con gusto) a representar ente el
público. Sí, son cosas del psicólogo ¿verdad? En mi anterior obra, fueron dos
temporadas y media. Casi tres años es mucho tiempo para “matar” en el olvido a
ese otro yo que tu también has compartido”.
Hubo
un par de preguntas más, pero la tensión del cronómetro se disparó. Comprendí
que la entrevista tenía que finalizar cuando, para mí, apenas estaba
comenzando. Precisamente, ahora que avanzábamos por unos terrenos jugosamente
interesantes, tanto en la identidad de lo humano como en lo técnicamente
profesional.
Ya,
en el momento de la despedida, observé como le traían un zumo de fruta natural.
Dejaron la bandeja encima de la mesa y la asistenta vació dos pequeños sobres
en el vaso. Sin yo preguntarle me aclaró, encogiéndose de hombros “… son vitaminas y reconstituyentes. En caso contrario no
aguataría ni media sesión. Y hoy tengo para casi cuatro horas. Bueno, que te
vaya bien. Y a ver lo que escribes. Espero que me trates con cariño, cuando te
sientes al teclado. Disculpa que no me fotografíe contigo, pero no podría salir
así en la prensa. Mario, mi representante, te dejará unas fotos, para la
publicidad, por si necesitas ilustrar tu reportaje. Por cierto, tu tía Amparo
te envía un beso, Fredy. Chao”.
Dio
media vuelta y todas las miradas me estaban invitando a salir de aquel vetusto,
pero remozado, habitáculo para el atrezo corporal. ¿Le había dicho mi nombre?
¿Cómo no me ha comentado nada, tía Amparo? La grabadora no había fallado.
Seguía haciendo un sofocante calor en la calle. Me crucé con dos chicas de
ensueño que reían a plenitud, ataviadas con la alegría liberal del verano. Caminaba,
entre la selva anónima de los transeúntes, hacia la redacción de mi periódico. Allí
me esperaban unas horas de intenso trabajo, a fin de dar forma a mi percepción
del célebre personaje. Lo lógico habría sido asistir a la representación de la
obra, antes de escribir el reportaje. Pero esa lógica se ausenta cuando es más que
necesaria. Tenía hasta las nueve y media, para entregar mi trabajo. Pero ¿sobre cuál de los dos personajes iba a centrarme? En
la protagonista de la pieza teatral o en la actriz que la representa. ¿O ambas
habrían conseguido ya la misma identidad, en el mágico taller de la imaginación?
José L. Casado Toro (viernes, 8 marzo, 2013)
Profesor
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