viernes, 15 de marzo de 2013

HAPPY SPRING.



Siempre, feliz Primavera. Sin duda alguna, también tú has podido ser copartícipe de esta imagen cotidiana que, plásticamente, me dispongo a resumir. Vas caminando, entre calles, ruidos y soledades y, de manera inesperada, te cruzas con una chica que refleja en el rostro esas lágrimas que manifiestan desconsuelo. Con su mirada indefinible hacia nadie, comparte la desafortunada situación por la que está pasando con la atmósfera anónima de otros muchos transeúntes. No, no es la primera vez que soy testigo de esta experiencia. Y, al igual que en las anteriores ocasiones, tras un instante de percepción en la duda, pienso que lo más lógico sería tratar de ayudar a la persona que sufre. Al menos…. preguntarle qué le ocurre. Pero, de inmediato, reconduces el impulso solidario ante alguien con quien nunca antes has intercambiado palabra alguna. Sin embargo aquella mañana, a poco del inicio primaveral, ese impulso o decisión, ajeno al condicionante de la racionalidad, hizo que modificara la respuesta que es más que habitual en el caso. Volví sobre mis pasos y, aprovechando que la joven no aceleraba su desplazamiento, me acerqué hacia ella dispuesto a ofrecerle algo de diálogo.

Ahora, desde la frialdad del recuerdo, reconozco la imprudencia de mi gesto ante una persona a la que en nada conoces. Aunque la intención, con un planteamiento sencillo y primario, es ayudar, tu comportamiento puede ser malinterpretado por aquel quien lo recibe. En estos casos, toda respuesta ante la bondad de tu pregunta suele ser peligrosamente incierta. Incluso, más que ayudar, probablemente podrías incluso molestar. Pero ¿cuál fue la actitud de esa joven (probablemente, alcanzaba los veintipocos…) ante las que fueron mis palabras? “Perdone mi atrevimiento, Srta. ¿Le ocurre algo? ¿Necesita algún tipo de ayuda?” En dicho momento, esta joven continuaba “llorando como una Magdalena”.

Como primera respuesta recibo una mirada toda llena de sorpresa, incredulidad y asombro. Mi interlocutora se detiene, me observa una y otra vez y se queda como sin saber qué decir. En esos primeros segundos, sólo entendí algunas sílabas, algo inconexas o entrecortadas, que fluían de su boca. “No…. No sé…. Es que..” Verdaderamente, esta mujer estaba atravesando por un mal momento. Sus ojos, rojizos e hinchados, ponían luz a un cuerpo delgado, talla media baja, cabello castaño claro, modelado en una cortita melena y unos brackets organizadores de una dentadura bien blanca y pronunciada. Ella y yo nos quedamos unos segundos (que me parecieron horas) indecisos y al fin llegaron unas palabras por su parte, con el sentimiento algo más sereno. “No, no se preocupe. Te agradezco su intención, pero es que….“. En esta tensa situación, que a ambos nos albergaba, la chica mezclaba el tú y el usted con su mirada heterogénea entre la curiosidad y el alivio. “¿Necesita que hablemos o desahogarse? Creo que le hará bien. Por muy complicado que sea aquello que le afecte, siempre hay un poco de luz donde creemos que sólo permanece la oscuridad”.

Aprovechamos para sentarnos uno de los primeros bancos del Parque malacitano, próximo a la entrada del Puerto, con mirada a nuestra Catedral. Fijándome en la portada de los libros que transportaba, deduje que mi interlocutora era una estudiante de Económicas o Empresariales. Ya, en ese instante, recuperó un tanto la calma y, por vez primera, observé que le parecía simpática la situación ante un desconocido que llevaba también su cartera repleta de libros y cuadernos de apuntes. “Bueno, en tiempos de bloqueo, lo mejor e inteligente es serenarse, y pasar de nuevo “la película”. Verás que no todo es tan complicado como, en principio, tú supones. Mira, cuando los problemas se juntan, lo mejor es ir avanzando poquito a poco”. Francamente, me veía transportado a mis tiempos de acción tutorial en el Instituto, donde había vivido diálogos similares en no pocas ocasiones. Probablemente, la chica adivinó o supuso que su extraño interlocutor tenía una cierta experiencia en estos conflictos que reclaman la terapéutica de la objetividad en la distancia.

Sin yo preguntarle, me dijo que se llamaba Alicia. Efectivamente, como había supuesto al principio, era estudiante de 4º en el grado de Económicas. Después de darle unas cuantas vueltas al origen de su pesar, me comenta que está bastante depre. Se la ve hundida y profundamente desanimada. El intenso esfuerzo, en este su último año de carrera, las escasas expectativas laborales para el futuro, un reciente fracaso en el terreno afectivo y, también, unas relaciones familiares condicionadas por la separación reciente de sus padres, la habían llevado a un batiburrillo o confusión mental que, no sólo en esta mañana, ha derivado en ese estallido de lágrimas que ha provocado mi atención y preocupación.

“Bueno, si te parece… vamos por partes. Te veo extremadamente delgada. Incluso me atrevería a sospechar de que estamos en el terreno próximo a la anorexia. Y un cuerpo, así o así, hace que nos derrumbemos más fácilmente, ante la primera dificultad que nos llega. ¿Has consultado al médico? Este tema yo lo he tratado con aquellos que eran mis alumnos y es bastante latoso. Suele hacer bastante daño. Hay que priorizarlo pues, te aseguro, debe ser un primer frente para el ataque, en la búsqueda racional de soluciones. Imagínate un vehículo al que no le echan combustible. Las ruedas… no se mueven solas. Aparte de la ayuda médica, la solución se halla, principalmente, en ti. ¿Te atreves a decirme o nombrarme cinco alimentos, sólidos o líquidos, cuya sola mención no te produzca rechazo para su consumo, en este preciso instante?”

De inmediato, llegamos el tema del amigo, compañero de curso. El origen y desarrollo del mismo estaba en el terreno de lo más usual. Habían estado saliendo, desde comienzos de este curso y aquellos primeros afectos entraron en el cenagoso terreno de esa rutina que tanto daña, mezclada con los peligrosos egos y caprichos, tanto en el uno como en el otro. Había sido precisamente Alicia quien tomó la decisión de cortar una relación que, cada día más, soportaba sin la necesaria tensión  o atracción para la mejor normalidad. “No le des más vueltas. Habéis acabado en el terreno del aburrimiento, con el condicionante del protagonismo egoísta que a tantos nos afecta. Vendrán, a no dudar, otras experiencias, con  la ventaja ya de poder recordar algunos errores que han hecho fracasar vuestras ilusiones y proyectos. Mañana, tal vez pasado, tendrás que evitar incurrir, otra vez, en esos mismos errores. Por muchos años que atesoremos, siempre podemos aprender de todo aquello en que, desacertadamente, hemos fallado”.

Sin que apenas nos diésemos cuenta, las manecillas del reloj estaban recorriendo un buen trecho de su itinerario. Faltaban muy escasos minutos para que dieran las dos de una tarde que regalaba luz y sol a plena generosidad. “¿Vives con tu madre, verdad?” Pues no. Esta hija única reside en el domicilio familiar con su padre, profesional de la hostelería (jefe de cocina, en un emblemático y céntrico hotel, de la capital malagueña, establecimiento que cada mañana, tarde o noche goza observando, con el corazón enamorado, el aroma, color y frescor de un mar que transmite vida, comunicación y ensueño). En este caso fue su madre quien se embarcó en un infantil viaje a la aventura, a fin de recuperar un tiempo que ya había pasado por la geografía de su juventud. Reconoce que, con la compañera actual de su padre, la convivencia es bastante aceptable. La distancia cronológica entre ambas mujeres apenas supera los siete años de diferencia. En realidad podría ser o representar (quiso, de manera espontánea, mostrarme una foto) su hermana mayor. 

Tras casi dos horas, de monólogos y diálogos, Alicia aparentaba estar mucho más tranquila y serena. “¡Vaya culebrón y dramón que has tenido que aguantar, con todo lo que te he contado. ¿Te han dicho alguna vez que sabes escuchar maravillosamente?” Afortunadamente el Vd. ya se había volatizado y habíamos llegado a esa confianza “intergeneracional” producto de una voluntad recíproca para facilitar la amistad.

Quisimos despedimos con una amplia sonrisa. Sin saber por qué, a ninguno se nos ocurrió plantear el intercambio de números telefónicos o direcciones electrónicas. Lo que ambos valorábamos era haber sabido aprovechar ese momento puntual de diálogo y solidaridad en nuestras vidas.

“La verdad es que aún no alcanzo a creerme cómo te presté atención, sin conocerte de nada. Pero me has ayudado mucho. Me alegro de haberte concedido ese margen para la confianza.”

“Pues tengo que confesarte que tampoco yo sé explicarme como tuve la fuerza de acercarme a ti con la serenidad o franqueza de poder o intentar ayudarte. Hubiera sido previsible cualquier respuesta o actitud por tu parte. Afortunadamente, la oportunidad ha resultado positiva. Bueno, pues….. adiós. Cuídate, Alicia. Ha sido una alegría y suerte haberte conocido”.

“Seguro, seguro que sí, tendremos más oportunidades para el reencuentro. Como en el argumento de aquella película. Cualquier día, en cualquier…. esquina o lugar”. Ella y yo conocíamos que volveríamos a coincidir. Al menos, lo haríamos desde el plano creativo de la memoria.

Camino ya de casa, crucé por el Puente de la Alameda y atravesé ese siempre nuevo centro comercial de la ciudad. Resaltaba la generosidad, expositiva y cromática, de esos bellos carteles que anunciaban la llegada de otra nueva Primavera. El termómetro marcaba veintitantos grados, con un cielo anticiclónico pleno de luz y alegría. La tibia atmósfera confirmaba esa muy grata sensación de habernos abandonado, ya, un larguísimo invierno que nos había hecho apetecer la llegada de la novísima estación. Pensaba ¡cómo no! en esa joven vida de Alicia, con sus problemas, sentimientos y realidades. La simple, y complicada al tiempo, experiencia de hoy simbolizaba, en mi percepción traviesa y lúdica, esa Primavera que todos apetecemos sembrar, hacer crecer y aplicar para nuestras vidas. Nos llega una nueva estación que llega ataviada de naturaleza, luz y color. No sólo en el día, sino también cuando la noche cubre, con un terciopelo de estrellas, las imágenes de nuestros recuerdos, realidades y esperanzas. Bienvenida sea la nueva y anhelada Primavera, llena de esa magia de atardeceres que susurran el suave y delicado aroma del azahar.-  


José L. Casado Toro (viernes, 15 marzo, 2013)
Profesor

















 























No hay comentarios:

Publicar un comentario