viernes, 16 de noviembre de 2012

EQUÍVOCOS Y RELATOS DESDE "LA CONCEPCIÓN".


Desde casi siempre, los grandes actores de la pantalla han gozado de ese otro duplicado personal, más o menos parecido o caracterizado, para rodar determinadas escenas de riesgo o de contenidos muy secundarios, en la realización escénica de una película. Se trata de personas anónimas que, físicamente o preparadas por manos expertas, se parecen al actor principal. Evitando los primeros planos y aplicando un hábil vestuario, peinado y maquillaje, intervienen en algunas fases del argumento para las que la nítida identificación del protagonista no es imprescindible. Pero, sobre todo, participan cuando hay escenas complicadas o puntualmente incómodas para la integridad física o equilibrio anímico del actor principal. Suelen ser actores secundarios, especialmente muy bien adiestrados y cualificados para representar acciones peligrosas que podrían dañar la seguridad personal de aquéllos que las llevan a efecto. Los nombres de estos actores “dobles” no llegan, en la mayoría de las ocasiones, al conocimiento del espectador. Permanecen bajo el anonimato injusto de la cartelera cuando, no pocas veces, su intervención en la trama ha sido más que necesaria. Fundamental, en suma. Han salvado ese inoportuno día de constipado, inseguridad o incapacidad del actor titular, para éstas u otras escenas, o fases de la misma, que conformarán el articulado conjunto narrativo del film.

En la vida cotidiana, también repleta de referentes cinematográficos, no faltan esos anónimos (para nuestro conocimiento) “dobles”. Seguro que en más de una ocasión hemos sido partícipes de la misma escena. Se te acerca un hombre o mujer, para ti totalmente desconocido, hablándote con la familiaridad del conocimiento hasta que, analizando tu mímica expresión dubitativa, caen en la cuenta de que te han confundido con otra persona. De inmediato reaccionan con la consabida pregunta. Pero ¿tú no eres…..? con las disculpas subsiguiente, entre nervios y sonrisas. Amablemente le quitas hierro al asunto, respondiéndoles “No, no te preocupes, me ha/has debido de confundir con otra persona”. Con el tuteo o el usted, dependiendo del contexto y las características en el trato aplicado por tu equivocado interlocutor. En otras ocasiones, juegan al acertijo con respecto a tu profesión. “Vd. es policía ¿verdad?” “Vd. es sacerdote ¿no es cierto?” Y así un panel multicolor de actividades con las que se te vincula influyendo, previsiblemente, la forma de comportarte  o algún que otro detalle, inesperado o casual, desde tu proceder. Y esto fue lo que ocurrió en aquella ocasión, bajo el prisma de la simple anécdota o la hábil intencionalidad.

Fue en una tarde iluminada, con esa alegría que usualmente sabe generar la Primavera. Pensé que el día animaba a dar un grato paseo por esa joya vegetal que tenemos en el Botánico de la Concepción. Un inmenso jardín, pleno vitalmente de naturaleza e historia, situado entre el embalse del Limonero (o limosnero) y esas Pedrizas que nos motiva a la comunicación con las provincias hermanas. Se trata éste, sin duda, de un inteligente destino para dialogar con los silencios plásticos que aprecian nuestros sentidos, la brisa que balancea la serenidad de las hojas y un sol paternal que se asoma entre la malla arbórea que genera la tierra. Bolsa al hombro, con el necesario botellín del agua, un librito para soñar e imaginar y no faltaban unos apuntes, ya que siempre hay algo importante para ese repaso o estudio pendiente. Por la zona más elevada, denominada ruta forestal, me cruzo con una señora que caminaba lentamente con un libro en la mano. Edad intermedia y apariencia inequívoca de trabajar en las aulas. Ese carisma docente lo reconocemos, al aire, aquellos que también hemos participado, gozosamente, de la profesión. Se me queda observando y, tras el saludo correspondiente, me hace educadamente una pregunta.

“Perdone, Vd. es crítico literario ¿verdad? Le he reconocido, ya que estuvo en la presentación de mi libro que se hizo, el mes pasado, en la sección cultural de los Grandes Almacenes. Me quedé con su rostro, pues le vi tomando continuamente notas sobre la intervención que realicé y en el posterior debate que se llevó a cabo. Se han publicado algunas crónicas sobre este libro de relatos, ambientadas en este marco incomparable, afortunadamente muy elogiosas. Posiblemente  Vd. sea el autor de una de estas reseñas publicadas en la prensa, hecho que profundamente agradezco y valoro”.

Como no es la primera vez en que se me confunde con otra persona, y dado lo apacible de la tarde, cambié la consabida explicación acerca del error que está sufriendo mi interlocutor. Según esta señora, un analista literario de la prensa malagueña debe poseer unos rasgos físicos parecidos a los que me identifican como ciudadano. Si ella me ubicó en la profesión de periodista, quise seguir un poco el juego del equívoco y por unos minutos “suplanté” a ese desconocido, para mí, profesional de la prensa. Me quedé observándola, con una amplia sonrisa. Tras unos segundos de silencio, comencé a hablarle con gran delicadeza, sin sacarla, de momento, de su error.

“Encantado de saludarla, Señora. Es evidente que el libro al que hace alusión es el que lleva, ahora, en su mano. Estoy recordando su título. Relatos en el Jardín Botánico, o algo así “verdad?. Hay una pregunta que me agradaría plantearle. Las historias o relatos que Vd. ambienta en estos jardines ¿pertenecen, en su totalidad, al género de la ficción o, por el contrario, hay en todas o algunas de las mismos un fundamento de verosimilitud? Es decir, esos personajes y esas historias ¿tuvieron realmente protagonismo en estos bellos parajes?

Percibo en esta escritora un indisimulable entusiasmo, por la atención protagonista que le estoy deparando. Tal es así, que me invita a sentarnos en uno de esos toscos, pero muy bellos, bancos de madera, hechos con troncos de árboles, que jalonan los bordes de nuestro camino por la zona tropical. Debo reiterar que todavía no me he identificado con mi verdadera profesión. Me limito a escucharla, con toda la atención de que soy capaz. Cuando comienza a explicarme alguna de esas historias, asegurándome que, casi todas ellas, tienen un fundamento histórico, vinculado a los propietarios de este gran jardín desde el siglo XIX, leo en la portada del pequeño volumen el nombre de su autora. Evelyn, ese es su nombre, me va detallando el proceso investigativo que tuvo que afrontar a fin de conseguir una buena documentación informativa que sustentara el contenido de los ocho capítulos que constituyen el volumen. Pasan los minutos y su entusiasmo va “in crescendo”. Alude al modesto apoyo que ha recibido del Patronato Botánico Municipal para la edición e incluso las librerías donde se puede adquirir a un precio bastante razonable. Intercalo algunas breves preguntas, pero es mi creativa escritora la que controla el protagonismo de la conversación. Todo ello en una tarde muy cálida, con esa acústica indefinible de los silencios que saben gozar y escuchar sólo aquellos que aman la naturaleza.

En un momento determinado de su casi monólogo, ralentiza el ritmo de su exposición y, tras unas alusiones intrascendentes, me dice abiertamente lo que tiene en mente. “Vd. no es el periodista al que yo me referí en un principio ¿verdad?” Le respondo, modulando muy bien los compases rítmicos de mi respuesta: “Yo creo, Evelyn, que Vd. desde un principio, sabía que yo no era el periodista con el que ha tratado de identificarme. He querido seguir un poco su juego por dos motivos. Básicamente, porque ya me ha ocurrido algo parecido en otras ocasiones y quería acercarme a uno de esos “dobles” que todos tenemos por la vida. Y, también, porque desde el principio la he visto tan ilusionada, con esa ansiedad o necesidad de comunicación, que me resultaba simpático colaborar en la escenificación.

“Efectivamente, soy la autora del libro. He dedicado mucho tiempo, toda una vida, a su elaboración. Todo ese esfuerzo me ha pasado factura, con fases depresivas un tanto amargas, que aún hoy exigen tratamiento médico. El coste de su publicación ha recaído, mayoritariamente, en mi bolsillo, aunque algo ha colaborado el Patronato Botánico Municipal. Ahora me esfuerzo en darlo a conocer, a intentar que se venda….. por eso algunos días abordo a los visitantes de este Jardín, utilizando los más variados motivos, con la esperanza que se conozca y, por supuesto, se compre y lea”.

Ninguno de los dos habíamos actuado desde el plano de la sinceridad. Decidí invitarla a un refresco, en el pequeño bar del Botánico. En realidad tomamos un té caliente que, a pesar de la templanza de la tarde, nos supo a gloria. Estaba en lo cierto. Evelyn es una Profesora, jubilada anticipadamente por motivos de salud. Sus alternancias anímicas son más que frecuentes. Me confiesa, en el fragor de la conversación, que vive con su madre, ya muy mayor y que, para ella, el oficio de escribir es una verdadera pasión que revitaliza y enriquece lo grisáceo de su existencia. Nos intercambiamos nuestras direcciones electrónicas y nos prometemos continuar la curiosa comunicación que esta tarde hemos iniciado.

Mientras conducía el vehículo, camino de vuelta a casa, iba reflexionando acerca de la soledad, explícita o muy íntima, que no pocas personas sobrellevan. Pero, sobre todo, en todos esos “dobles” que duplican nuestra vida e imagen, en un escenario teatral habilitado para cientos de miles de personajes. Por cierto, la inteligente estratagema de Evelyn había dado resultado. En la tarde siguiente a nuestro encuentro, pasé por una librería, sita en la Alameda principal, y compré su libro. Cuando se lo comenté, me respondió en su correo que me lo quería dedicar. Nos vimos unos días después y escribió la siguiente frase: “Dedicado a mi buen amigo….. que tan bien supo ejercer de periodista, durante aquella cálida tarde en el Jardín Botánico”.-



José L. Casado Toro (viernes 16 Noviembre, 2012)
Profesor

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