jueves, 7 de octubre de 2010

UNA DÉCIMA INFLEXIBLE PARA LA DESILUSIÓN.

UNA DÉCIMA INFLEXIBLE,
PARA LA DESILUSIÓN


En junio, no pudo ser. Y eso no eres una persona de suspensos. Todo lo contrario. De hecho, durante mis clases, siempre te destaqué como una de las alumnas que con más atención seguía y aprovechaba la explicación. Tú, con esa amiga que comparte el mismo nombre, solías ubicarte en el flanco izquierdo del aula, muy cerca de la pequeña puerta grupal. Silenciosa, respetuosa, sabiendo sonreír en los tiempos necesarios, agradable y con la tensión apropiada para el estudio, obtenías cómodas calificaciones (no sólo en mi materia) tras ese periplo viajero en busca de experiencias académicas. De esas…. que sosiegan, y tensan a la vez, el último curso de la secundaria. Pero hubo alguna traviesa, entre las asignaturas del currículum, que te convenció de la necesidad para trabajar en verano y aprobarla ya en las puertas del otoño. Sin embargo, el estío malagueño es duro para concentrar el esfuerzo y el ánimo de todas y cada una de las jornadas, hasta esa postrera oportunidad para los rezagados, oportunistas, y voluntariosos aprendices de una secundaria que se acaba. Me escribiste, días antes de esas Pruebas de Acceso, Me hablaste de nervios, estrategias y de un verano “loco” y tórrido para aprender los últimos rudimentos que te abrieran esa puerta claustral universitaria, dibujada, decorada y más que anhelada en tus deseos. ¿Recuerdas que uno de los temas propuestos, en la materia que nos vincula, fue aquel que os envié resuelto en junio, a fin de sembrar y potenciar vuestra mejor confianza?

Y ahora, comprendo tu tristeza. También, es la mía. Cuando azota el fracaso, de todos me duele. Pero, en tu caso, es más hiriente. Porque esas cualidades que adornan tu vida hacen que merezcas un mejor trato. Las puertas de la Universidad permanecerán abiertas… para otros. Habrá que esperar ¿Verdad? Tu sensatez ha generado que preveas un camino alternativo. Coyuntural, por ahora. O, tal vez, definitivo. Aunque tengas que viajar a esa localidad en el oeste nuestra provincia. Y residir en ella, hasta que las hojas del calendario nos avisen del otro solsticio que nos regale la alegría estival. He de confesarte que esa ciudad, presidida y agraciada entre la naturaleza, el halo romántico, el arte y la historia, me atrae. Me ilusiona por esas ensoñaciones que alargan el día, disfrutando un atardecer soleado y pleno de color para espíritus que cantan en silencio y vibran serenos ante el fulgor vegetal. Te acompañan esos jardines y plazas, con aquellos torreones que saben vigilar sentimientos de enamorados que susurran afectos y comparten el amor y ternura en sus miradas. Iglesias y conventos. Urbanismo y biología. Habrás de abrigarte bien durante el crudo invierno. Igual, algún día, te levantas con un manto de terciopelo nevado que sabe adornar flores, risas y tu jersey de cuello alto. Calzando esas térmicas botas que te ayudarán a caminar con alegría por aceras y plazas blanqueadas de armiño inmaculado.


Cumpliste el bachillerato de manera ejemplar. Una nota media de 7,20 refleja, con meridiana claridad, que supiste aprovechar el tiempo y no dilapidar las oportunidades. Muchos somos los Profesores que avalamos tu capacidad, entrega y ejemplar voluntad. Pero la dinámica de la aritmética y las normas administrativas no han favorecido la rentabilidad de esa calificación medial. Un 2,80 en los exámenes de Selectividad podrían haberte bastado para alcanzar el cinco “purificador”. Pero te has quedado en un 3,90. Y la norma ¡otra vez la rígida norma! especifica que, para hacerte la media aritmética con el bachillerato, necesitas al menos cuatro puntos. Y te ha faltado una décima. Nos ha faltado esa medida cuantitativa que te posibilite el salvaconducto para ingresar en el Campus de la investigación y la enseñanza superior. Las vivencias que nos enseña la vida también pueden considerarse…. de categoría superior. ¿No es cierto? Solicitaste doble corrección, con la esperanza que de alguna forma se te hiciera justicia. Pero esa décima imprescindible, a fin de poder hacerte la media con el bachillerato, sobrevoló a otro recóndito y alejado lugar. Me dolió tu dolor, lamenté la inquina administrativa, entre el autismo de la inflexibilidad. Te ofrecí mi ayuda. Ahora mismo en realidad te escribo, pues necesitas paciencia, comprensión y afecto de todos nosotros, en cualquier momento y lugar. Una inflexible décima fronteriza nos ha condicionado a sentir, a pensar y a cavilar. No te preocupes más de lo necesario. En el alba matinal de un nuevo día, verás como, en otra oportunidad, habrá más suerte. Naturaleza, en la montaña. Naturaleza, en el mar. ¡Que más da! Has de saber esperar. Que esa rigidez intolerante torne en luz su lúgubre oscuridad. Sonreirás. Yo también lo haré, cuando haya flores en tu semblante y confianza en la posibilidad.


Ahora, que llevamos muy escasas semanas, desde el comienzo del Curso escolar 2010-2011, es el momento propicio para que los Profesores, todos, pero de manera especial aquellos que trabajan con alumnos de bachillerato, comenten con sus alumnos la importancia que poseen en estos tiempos, marcados para la competitividad y la rigidez normativa, las décimas y las centésimas, dentro de los expedientes y currículas personales. Hay que entender las respuestas juveniles. Con diecisiete, quince o menos años no se valoran, con la intensidad que es de menester, esos dígitos aritméticos que te dejan fuera de poder estudiar lo que deseas, que te sitúan en un lugar sin futuro para un concurso oposición o es una posición inaccesible para tus legítimos objetivos, profesionales y humanos. Cuando llevas un bagaje calificatorio del bachillerato, suficientemente cómodo (a nivel de “notable”) y fallas, por mil y una circunstancias, en las Pruebas de Acceso, sufres el lamento de no poder cursar ese trayecto universitariao legítimo para tus deseos, vocación y preparación subsiguiente. Pero, cuando este bloqueo hacia los hangares culturales e investigativos de la “tercera enseñanza” se produce por una traviesa y egoísta décima, sí la del 0,10, el sentimiento subsiguiente es más que patético. Desolador.

En más de una ocasión he comentado a mis atentos (no siempre, por respeto a la verdad) y afectos escolares el valor de una milésima en el último concurso oposición en el que fui participante. Oposición, de infausta memoria por una burlona escenografía puesta en cartelera de la mano irresponsable de nuestra Administración. Pero de positivos resultados personales para el noble esfuerzo que aporté en el “combate” titulatorio, perpetrado allá por las colinas jienenses de los olivos y la Subbética. Una milésima, en aquella oportunidad, valía unos quince puestos en el escalafón docente expuesto, para general información, no en un rígido tablón de anuncios sino desde las páginas digitales de Internet. También, por unos segundos, llegas tarde a ese tren que ya discurre por el cauce metálico y alegre de unas vías aventureras o un solo céntimo te impide poder validar el ticket que posibilita abrir la barrera del aparcamiento, a fin de que tu vehículo pueda continuar su viaje al tránsito urbano. Y es un solo céntimo. Y es un solo segundo. Y es una sola décima o milésima. Precisamente comentaba, hace unos pocos meses, a inicios del verano, como otra alumna con nota media en Selectividad de casi sobresaliente (creo recordar, un 8,8) se había quedado a cuatro puntos de la nota de corte en la facultad de Medicina malagueña, en la primera adjudicación de plazas disponibles. Así de “fluido” marcha esto.

Y no resulta fácil (como recita la canción del buen cantautor José L. Perales) aceptar impasible esas cuadraturas aritméticas de rigideces y reglamentos blindados. Sobre todo cuando, en el discurrir sociológico de cada uno de los días, tenemos que soportar como manada obediente las componendas, “enchufes”, compadreos, tarjetas personales y llamadas de móvil, comisiones de servicio para el sonrojo, carnés y amistades con un sobrino del tío hermano providencial. Sí, hablamos de esa chapucería decadente, pero utilísima, para la que sirve más el aval de conocer a un Javi o a un Juan que los méritos honestos y esforzados a fin de conseguir esa ansiada oportunidad. De verdad que no resulta cómodo aceptar esta doble e injusta vara de medir.

Retomando el sentido práctico de este artículo, habrá que incidir, sobre nuestros alumnos, incluso sobre nosotros mismos, acerca de la “trascendencia” que hoy poseen estos valores numéricos. Nos gusten más o menos, ahí están. Planteando esa peculiar convivencia que sólo cuando se hace explícita o real consideramos y sufrimos las consecuencias de su incomodidad. Hay que controlar mejor el minutero de nuestro reloj. Repasemos con mejor atención los céntimos del monedero o el tarjetero purificador. Exprimamos con mayor rentabilidad nuestro esfuerzo diario, en lo laboral y en el estudio. Algún día, a no tardar, se nos puede reclamar esa moneda, esa tarjeta, esos segundos para un tiempo hiperprogramado o esa décima o centésima para acceder a nuestro legítimo objetivo académico o laboral. En caso contrario, fluirán por nuestro ánimo aires de tristeza, desánimo, irritación o pasividad. Y, llegados a este extremo, resultará más conveniente superar el enfado, actuando con una mejor y pragmática habilidad. Muestra de inteligencia, mal que nos guste, en estos tiempos programados para el absurdo, la “fontanería” y las mentes cuadriculadas de autómatas con uniforme o de máquinas inflexibles a las que no se les ha enseñado a….. “razonar”.-


José L. Casado Toro (viernes 8 octubre 2010)
Profesor.

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