viernes, 15 de octubre de 2010

UNA PUBLICIDAD POCO AFORTUNADA. MOTES A LOS PROFESORES.

UNA PUBLICIDAD POCO INTELIGENTE.
MOTES A LOS PROFESORES.


La tarde malacitana se había ataviado con una primavera en fechas otoñales que resultaba muy grata para el cuerpo y, lo que es más interesante, para enaltecer ese ánimo desorientado que nos permite sonreír en el sosiego. El Centro del Arte Contemporáneo nos había regalado el disfrute de una interesante película de cine europeo, en versión original subtitulada. Con pesar, hay que manifestar que la “filmoteca” de esta ciudad se halla repartida a trozos heterogéneos por el escenario cultural de instituciones y organismos, frente a la desidia administrativa de quien la debe crear…. pero no lo hace. Aún, por el oeste urbano, el azul del cielo se resistía a dejar paso al manto oscuro de la noche, mientras el Parque Comercial de mi zona veía el tránsito y fluir de personas con sus bolsas, miradas, voces y silencios. Camino de casa, me crucé con un amplio cartel publicitario, en soporte luminoso, que llamaba poderosamente la atención. Curiosamente, estaba ubicado junto a la verja de la Delegación Provincial de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía. Como homenaje al Día del Maestro, 30 de septiembre, una organización humanitaria de ayuda social, como después comprobé, había conformado un “collage” de esos nombres y apodos con que los alumnos obsequian, cada uno de los días, a sus Maestros y Profesores. Aunque al final de este artículo se adjunta la fotografía original publicitaria, resumo aquellos epítetos más “generosos” recogidos en ese cartelón público para la información viaria.

El ogro. El amperio. El tortuga. La bioloca. El orejas. Petete. El morta. El megáfono. Al Tapone. El Popeye. El chapas. El salmonete. El barrilete. La Rottenmeyer. El Gadafi. El fósil. El mediometro. El manograsa. La yeti. La rana……. Y algún otro calificativo, cuyas letras quedan semiocultas por una nota en amarillo, con un “perdón y gracias” que no nos llega.

Como no sabía identificar en su momento quién estaba detrás de las siglas autoras del cartel, consulté en ese manual digital universal que ha hecho olvidar al Espasa (el de los cientos y pico de volúmenes) y a la clásica Enciclopedia Británica. Me refiero al “dios informador” Google, como resignadamente solía calificar, ante mis alumnos, a ese maravilloso buscador que actúa con los nanosegundos de rigor, en su mágica e inexplicable rapidez. De inmediato, me sacó de dudas. www.fad.es.

¿Y QUÉ ES LA FAD?
La Fundación de Ayuda contra la Drogadicción es una institución privada, sin ánimo de lucro, no confesional e independiente de toda filiación política, de carácter benéfico-asistencial, y dotada de status consultivo con categoría II ante el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas. La FAD, cuya Presidencia de Honor ostenta Su Majestad La Reina, tiene como misión fundamental la prevención de los consumos de drogas y sus consecuencias.
La FAD fue creada en 1986 con el respaldo de empresas, instituciones y profesionales, y desarrolla sus actividades en colaboración con otras organizaciones de la sociedad civil que entienden que los problemas de drogas requieren una respuesta solidaria, que debe articularse principalmente desde el ámbito de la prevención.
A lo largo de su historia, la FAD ha pretendido integrar la contribución de expertos de diferente perfil, para mantener una línea innovadora en sus estrategias y programas, y poder constituirse como un referente orientador y estimulador de otras propuestas.
Una de las características diferenciales de la FAD es su apuesta por prevenir los riesgos de las drogas a través de estrategias educativas, para lo que actúa de forma muy destacada en el ámbito de la educación formal e informal.
La FAD promueve la educación preventiva en todos los niveles -escuela, familia y comunidad-, buscando objetivos específicos relacionados con los consumos de drogas, y atendiendo, secundariamente, a otras conductas de riesgo psicosocial. Asimismo, mantiene líneas de investigación sobre las causas y consecuencias de los consumos de drogas, propuestas para la formación de profesionales y mediadores, sobre todo utilizando nuevas tecnologías, y campañas de sensibilización y movilización sociales.
En estos momentos la FAD ocupa un espacio destacado como una organización líder y referente de las intervenciones en el sector, tanto en España como en América Latina, donde ha compartido su experiencia y su modelo de intervención con catorce países.

Se trata de una institución privada que persigue nobles y loables objetivos. Admirables, por supuesto. Pero considero que, en este caso, no es una publicidad afortunada la elegida al efecto, a fin de homenajear a los Maestros. Sin duda posee atractivos y reclamos, para motivar la atención popular. Pero… es un tanto inadecuada o desafortunada, en su trasfondo. Vayamos por partes. Los españoles siempre hemos sido muy aficionados a utilizar el apodo para referirnos a otras personas, costumbre aplicada incluso con la más alta magistratura o Jefatura del Estado. Recordemos algunas de estas históricas expresiones: el Sabio; la Loca; el Hechizado; el Magnánimo; el Piadoso; Pepe Botella; el Pasmado; el Conquistador; el Prudente; el Honesto; el Emperador; el Animoso; Reyes Católicos; el Grande; el Hermoso; el Jorobado; el Político; el Bien Amado; el Franco; el Deseado; el Rey Felón; el Justo; el Cruel; el Casto; el Malo; el Impotente; el Batallador; el Humano; el Emplazado; el Monje; el Bravo; el Ceremonioso; el de las Mercedes; el Consentidor; el Gotoso; el Craso; el Doliente; el Santo……

También hoy, a nivel laboral o social, el uso de los apodos y motes es más que frecuente. Bien es verdad que su utilización se realiza de una forma comedida y en círculos privados de amistades o en el ámbito familiar. Sin embargo, es en el entorno escolar, dada la edad de sus integrantes, donde siempre ha prevalecido esta peculiar forma de referirnos a los que estaban al frente de las aulas como Profesores. Personalmente aún recuerdo algunas referencias de mis ya lejanos años de escolaridad juvenil, pero no me parece elegante utilizarlas en este lugar. En general, hacían alusión a “defectos” físicos o de carácter que presidían, de manera más o menos explícita, su actuación como enseñantes y educadores. No hay que negar que algunos de los mismos tenían un cierto humor o gracia en la habilidad de quien los había creado. Pero la inmensa mayoría contenían un elevado nivel de esa “crueldad” infantil o juvenil que resulta un tanto inevitable por la corta edad de sus autores. Tal vez el uso de la palabra crueldad sea un tanto exagerada, sin embargo había motes que estaban muy lejos de la sonrisa o el humor. Entraban de lleno en el área de la más evidente agresión expresiva, desconsideración y, añadiría, de falta absoluta de respeto y de caridad hacia estas personas dignas de respeto. Incluso provocando el jolgorio general, algunos compañeros más despistados se acercaron el Profesor correspondiente, saludándole con el Don o Señor seguido del mote que esta persona tenía, en la creencia que era su verdadero nombre. Podemos imaginarnos la cara que ponía el aludido tan despectivamente ante ese epíteto que, evidentemente, ellos ya conocían. Y es que, incluso con dieciocho o más años, se cometen errores infantiles e indelicados, provocando respuestas más que “cortantes”. ¿Por casualidad es Vd el Catedrático de Historia Medieval? ¡No, señorita, no lo soy por casualidad sino por rigurosa oposición ante un tribunal! Pero era más grave decirle a todo un catedrático, en su cara, Sr. Mogambo o Sr. Bombilla, conociendo la historia que sustentaban esos vocablos. Toda una temeridad, además que una falta patente de educación, aunque en este caso se hiciera por error propio o inducido.

Ya, en mi larga andadura como Profesor, he conocido numerosísimos motes, referidos a compañeros de Claustro. Por supuesto que mi propia persona no ha quedado exenta de estas peculiares creaciones expresivas. En la medida de lo posible, he tratado de corregir, a nivel tutorial o coyuntural, a los utilizadores de tales vocablos o palabras. Y no “corriendo” al parte de incidencia de los colores disciplinarios, sino hablando y razonando serenamente con el alumno o alumna en cuestión, a fin de hacerle comprender que esa persona, merecedora de respeto, tiene un nombre. Cambiándolo, de esa manera despectiva, ineducada y cruel, estaban provocando un profundo daño no sólo a la persona aludida, lo que es muy grave. También, sus autores, se estaban ellos mismos degradando como personas, al hacer uso de esos lamentables apodos. “A ti mismo te desagradaría que te llamaran de tal forma. No te haría gracia alguna. Sin duda, te dolería”.

Soy de la opinión de que todo mote o apodo encierra un sentido, subliminal o concreto, de indelicadeza, falta de respeto, desconsideración y desvaloración y, en no pocas ocasiones, buscando herir a la persona sobre que se utiliza. Como decía líneas atrás. No se “agrede” solo al destinatario. También el remitente resulta contusionado en su propia categoría como persona. Y eso de que son inocentes o simpáticos es pura literatura. Hay una cierta incapacidad, dialéctica y humana, o maldad personal en su origen. Habría que desterrar de nuestros hábitos cotidianos esa práctica tan poco elegante de cutrez lingüística. En los pequeños. En los jóvenes. Y en los mayores…. Incluso, cuando ese buen profesional de fútbol llamado José Guardiola es denominado por uno de sus jugadores (doce millones de euros libres al año, en su ficha) “el filósofo” se está tratando de agredir lingüísticamente al personaje. Y mira que la palabra es, en sí misma, muy hermosa. Pero el sentido y el contexto en el que era utilizada buscaba todo lo contrario a la hermosura intelectiva que con evidencia posee. El objetivo, puro y simple, era la descalificación personal.
Y exhibiendo esos cartelones, que pueblan las vías urbanas y las páginas de los media comunicativos, no se consigue desterrar esta lamentable práctica en nuestros usos expresivos. En este caso, referida a los profesionales de la enseñanza. Aquéllos que tienen como objetivo, entre sus múltiples funciones en el servicio a la sociedad, la de habituar a expresarnos de la manera más correcta y educada que sea posible. Se está fomentando, por un mimetismo inevitable y aún sin pretenderlo, la falta de respeto hacia quien más debe detentarlo, en las aulas y fuera de ellas. Y no me valen las líneas aclaratorias encerradas en un cuadrante amarillo. Hay una gran superficie comunicativa, donde se lee, con pretendida grafía infantil, esas expresiones de “el orejas” “el manograsa” “la yeti” “el salmonete” o “la búho”. Una técnica muy peculiar de homenajear al Maestro. ¿No creen que hay formas más inteligentes y afortunadas para ensalzar ese noble oficio de formar y educar personas para su mejor integración en la sociedad?.


José L. Casado Toro (viernes 15 octubre 2010)
Profesor

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