domingo, 24 de octubre de 2010

EN EL FELIZ DIA DE TU SANTO


Creo que resulta muy agradable recibir unas palabras de felicitación, en el día que celebras tu santo u onomástica. Nadie lo ha de negar. Ya sea a través del correo electrónico, utilizando la vía telefónica o (cada vez menos) mediante unas letras cariñosamente escritas en una carta o postal enviada mediante el correo ordinario. Por estas vías, además de la comunicación directa, llega a tu sentimiento y necesidad un mensaje de afecto y buenos deseos que te hacen un poquito más feliz. Principalmente, porque percibes cómo ese remitente o interlocutor amigo se ha acordado de ti en una fecha importante para tu calendario. Familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos y conocidos, son los que han tenido la atención y la delicadeza de transmitirte su recuerdo y ese afecto que tanto reconforta. Incluso las cálidas ¡felicidades! que se te dicen en el ámbito de la empresa, o en ese espacio más que reducido del ascensor domiciliario, lo integras como una muestra necesaria de buena convivencia y mejor educación.

El problema se presenta porque no todos hemos recibido en la pila bautismal el nombre de José, Juan, Antonio, Pilar, Carmen, Santiago o Inmaculada…… Podríamos citar más ejemplos, pero los anotados son suficientemente expresivos para lo que deseo transmitir. En una gran mayoría de ciudadanos es fácil recordar las fechas del 19 de marzo, el 24 de junio, el 13 del mismo mes, el 12 de octubre, el 16 o el 25 de julio o el 8 de diciembre, siguiendo el orden correspondiente al santoral que hemos citado. Y es que hay muchos más “santos” en la Iglesia Católica. He navegado en las aguas siempre informativas del “dios” Google” y en algún momento concreto de la travesía he creído perder las cartas de ruta. Tenía la sensación de estar un tanto a la deriva o a merced de esas corrientes marítimas que resultan tan incómodas para navegantes inexpertos. ¿Cuántos santos y santas hay en la agenda de la sociedad vaticana? O en el cielo… para que nadie se incomode. La aritmética es complicada de resolver, pues hay páginas que te ofrecen el listado por las letras del alfabeto. Incluso aportando una, más o menos amplia, biografía del agraciado personaje. Pero de números exactos no se ofrece una información específica para la cuantificación. Me he permitido elegir una letra al azar. En el listado de la J, he llegado a contar hasta 240 santos y 77 santas. Y eso sin reparar en otras categorías de la jerarquización divina para la eternidad (beatos, siervos…). En definitiva, que la guía santísima para los católicos o los cristianos es amplia, muy extensa, en su contenido. Abarcable sólo para expertos o doctos en la materia. Conozco una página WEB, vinculada a la diócesis madrileña, en la que se informa del santoral, en cada uno de los días del año. Invito a que se escriba un día cualquiera del calendario y observaremos el amplio listado de nombres que se nos ofrece, todos ellos de vidas admirables y ejemplares , dada su señalada trayectoria en el tránsito de lo humano.

Volviendo al sentido de este artículo sobre la felicitación “en el feliz día de tu santo” , he de manifestar que tenemos admirables compañeros, amigos y familiares sobre los que no resulta fácil atender a ese gesto amable y cariñoso. Simplemente, porque no conocemos la fecha en que celebran su santoral. Son nombres menos conocidos o celebrados socialmente. Por eso se escapan del archivo ordenado de nuestra memoria. En ocasiones el objetivo se complica en el afán de cumplir amablemente con los demás. Hay más de una celebración vinculada a los Franciscos. En el caso de las Marías, otro tanto. Con los nombres compuestos tampoco tenemos una fácil solución. ¿Cuándo celebras tu santo, el 19 de marzo o el 13 de junio, José Antonio? Otros nombres parecen que sólo resultan explícitos en el santoral regional: Ainhoa ¿cuándo es tu santo?

En alguna ocasión he preguntado a diferentes compañeras de Claustro cuándo celebraban su onomástica. Especialmente con aquellos nombres menos usuales, de los que se suelen anotar en el Registro Civil. Me confesaban que ellas no celebraban su santo, sino su cumpleaños, costumbre frecuentemente utilizada en las regiones del norte latitudinal español. Es una opción legítima, por supuesto, y con un sentido lógico en el desarrollo de la conmemoración. Aunque nunca se me ocurriría preguntar por el número o dígito concreto del “cumple”, tanto para la mujer como, cada día más, para el hombre, entiendo que cada año más que se anota en la biografía de tu vida es una parcela vivencial que has podido recorrer, en su sentimiento, enriquecimiento personal y disfrute. Resulta un año más el que has tenido la suerte de vivir. Y es que por celebrar, nos esforzamos por ampliar los motivos y circunstancias para la conmemoración. Bautizos, comuniones, mayorías de edad, graduaciones, noviazgos, despedidas de solteros, bodas, separaciones y divorcios, aprobados y traslados, sorteos y premios de azar, viajes y reencuentros…... Incluso en algunas culturas, contamos con las merendolas sociales que se organizan, tras el duelo funerario correspondiente. Esas comidas, en el contexto de lo fúnebre, me ha hecho dudar, con una más que razonable inquietud, acerca de la verdadera causa de organizar y “engullir” tan suculento y copioso ágape, una vez que el personaje central de la conmemoración ya viaja presuroso hacia la profundidad de sus insondables, respetables y privativas creencias del alma. Bueno, pensemos con generosidad. Siempre resulta positivo el gesto amable de la celebración. Especialmente, adornando cualquiera de estos eventos, con el estómago bien restaurado y mejor regado.

¿No te acuerdas qué fecha es hoy? Ante esa “simple” y punzante pregunta” plena de “inocencia” conceptual, te ves un tanto desarmado por la previsible dialéctica subsiguiente que va a generar. Vienes un tanto cansado de los varapalos sociolaborales que has tenido que encajar, con la mejor de las actitudes de amabilidad, dadas las obligaciones de imagen que tu rol profesional conlleva, y lo primero que te encuentras es esa frase teatralizada con una sonrisa que provoca el temblor anímico subsiguiente. Da igual. Poco importa que sea la fecha de su natalicio, el de la celebración nupcial o el de aquella preciada Virgen o Santo patronal de la Villa, que da nombre a mi interlocutora…. o interlocutor conyugal. La batalla, marcada con un heterogéneo carácter incruento, en lo físico, pero hiriente, en lo psicológico, ha comenzado. Tratas de ganar ese tiempo imposible para la reacción, pero la posición, como en el baloncesto, la tienes más que perdida. Pronto aparecen en la argumentación los aires “proustianos” en busca de aquel tiempo perdido que no ha de volver. “Pues antes no eras así. Te acordabas de estos detalles que tanto significan en la convivencia entre dos personas” Con la mayor de las paciencias intentas salvar la situación, justificando lo complicado del día que has tenido que sufrir. ¡Y cómo has cambiado! Dardo un tanto envenenado pues esa frase va acompañada de un gesto teñido con una expresión de víctimismo doliente, en el que la sonrisa forzada ya está ausente de su expresión. El climax se acelera cuando te coloca en la mano un paquetito, cuidadosamente revestido de ese conocido color verde mercantilizado, bajo la insignia del Corte Inglés. ¡Yo, no me he olvidado!

Creo que esta escenificación sería innecesario prolongarla con el metraje de crueldad y realismo que encierra en sus alforjas de vivencias varias, para lo matrimonial o familiar.

Para evitar estos traumas, desagradables e inelegantes en su desarrollo, existen las agendas. Electrónicas o en soporte papel. Con un pequeño esfuerzo de planificación, podemos ir anotando aquellos eventos y celebraciones que afectan a las personas que nos son más afines. Y esta práctica, por lo demás compensadora por su utilidad, habrá de llevarse a la práctica con la suficiente antelación, a fin de evitar errores que después se potencian en su incomodidad. Resulta obvio comentar que las agendas están diseñadas para ser anotadas con regularidad y, por supuesto, para ser consultadas con la exigible periodicidad. Si llegara el caso de que hemos cometido una carencia en la atención a los demás, bueno sería pedir disculpas, con palabras elegantes en su sinceridad y/o con un significativo detalle o gesto material que compensara nuestra falta de atención o memoria, con esa u otras personas.

Recordemos cuando éramos pequeños. Reflexionemos, ahora que somos mucho, mucho más mayores. Siempre alegra, a todos nos satisface, recibir una felicitación. Principalmente porque, tras la misma, existe el buen detalle de que otras personas se han acordado de nosotros. Sentimos, en definitiva, que significamos algo en la esfera de influencia de aquellos que comparten, con la proximidad de la distancia, nuestro caminar por los senderos de la vida. Esas personas que forman parte, con una heterogénea intensidad, de nuestra modesta pero sentida biografía.

Me quedé unos segundos pensativo, observando la cajita del regalo, aún envuelta con sus cintas de colores, que acababa de recibir. La miré a sus ojos algo entornados, en cuyo limpio gris azulado había una mirada plena de enfado. La mímica de su rostro daba muestras inequívocas de una profunda decepción. Pero a poco…. sonreí. Abrí la cartera del trabajo, que aquel día estaba vacía de folios, dossieres y ficheros. Extraje una primorosa rosa roja, envuelta en un celofán regado de colores y corazones. “Yo tampoco, tampoco me he olvidado de esa fecha tan importante en nuestras vidas. Confío sepas interpretar y valorar el significado de esta flor”. Esa rosa, rebosante en sentimientos que hablan y comunican sin el soporte de las palabras, pronto se vio acompañada de otro detalle o regalo, cuyo contenido pertenece a la privacidad de la historia. “Gracias, gracias por ti. Feliz, feliz día, en nuestro aniversario”.

José L. Casado Toro (viernes 22 octubre 2010)

Profesor.

http://www.jlcasadot.blogspot.com/.

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