jueves, 30 de septiembre de 2010

En la vida de Carol.

EN LA VIDA DE CAROL.

Parece que observo las imágenes, latentes para su proximidad, en el ayer de mi recuerdo. En realidad hace ya un cierto tiempo en que viví esta solidaria acción tutorial. No era nueva, por supuesto. Repetida, una y más veces, para ayudar a comprender respuestas, actitudes y rendimientos académicos. En este caso ¡podría citar tantos ejemplos….! se trataba de una joven alumna, a la que vamos a llamar Carol. ¿Así se llamaba? Seguro que era otro su nombre. O tal vez, sí. Morena de rostro, de ágil complexión delgada, ojos con iris color castaño, en proceso de ortodoncia bucal y con un llamativo aditamento en la oreja izquierda que pronto amplió su escenografía al labio inferior de un rostro angular y atractivo. Utilizaba faldas, más que vaqueros, lo cual era una novedad en la globalidad de sus compañeras. Prevalecía en su ropero los tonos oscuros y fríos. Calzaba zapatillas de baloncesto, variadas en el color pero siempre de marca, manoletinas negras en determinadas ocasiones y sandalias a partir de la Primavera. Algo seria de carácter, pero agradable y correcta de trato con su Profe tutor. Siempre me llamaba por mi nombre, con afecto de especial naturalidad. No era especialmente popular entre sus compañeros, pero tampoco tenía problemas con nadie, al menos en apariencia. Era la primera vez que compartíamos curso, creo que a nivel de tercero de la ESO. Con un precario rendimiento escolar, en la mayoría de las materias, lo que iba a dificultarle, de manera evidente, la promoción de curso, en esa anhelada evaluación final que anticipa la llegada del verano.

En un momento determinado del Curso, las justificaciones de inasistencia a clase comenzaron a ser preocupantemente frecuentes y rutinarias en la explicación de su contenido. Finalizaban, en su brevísimo texto, con esa frase que se me hacía repetitiva y poco clarificadora en su argumentación. “….por encontrarse mal”. Siempre firmaba su madre, con una gran letra mayúscula encerrada con un garabato sinuoso y protector de la consonante. Al ser tan notable este absentismo escolar, un día me decidí a preguntarle qué le ocurría para este peculiar proceder en sus obligaciones escolares. Una serie de comentarios evasivos e inconcretos aclararon bien poco mis interrogantes y propuestas. Tal es así que al fin de semana, por la tarde (su madre trabajaba fuera del hogar) marqué el número del domicilio y, al no obtener respuesta, el del móvil de la responsable familiar. Estos datos los tenía recogidos en la ficha de clase. En este caso tuve mejor suerte. Aparentemente esta señora no se extrañó de mi interés en localizarla. Me dio a entender, con un nervioso compromiso, que se pasaría por el Instituto el lunes siguiente. Aprovecharíamos una hora, después del recreo, en la que aparecía un hueco disponible dentro de mi horario.

¿Cómo está, Sra? Es un placer poder saludarla. Entenderá que, como Profesor-tutor de su hija, estoy preocupado por las repetidas ausencias de clase. Debo añadir que, al margen de este absentismo escolar, hay reacciones y actitudes en Carol que denotan algunos problemas de tipo personal. Es mis horas de clase, hecho que también he contrastado con algunos compañeros docentes, se la ve como ausente, ensimismada, siendo difícil observar en sus gestos esa expresión de alegría o ilusión que, por su edad, sería más que espontánea y natural. Apenas toma apuntes durante las explicaciones. En las pruebas y ejercicios sus niveles en respuesta son sumamente débiles. Su dedicación a las obligaciones de estudio es, obviamente, muy limitada. Y cuando he provocado un diálogo individual, durante los minutos de recreo, sólo he obtenido el blindaje evidente de la desconfianza y la cerrazón. La intercomunicación es complicada pues uno de los polos carece de voluntad para sustentarla. Sinceramente sospecho que su hija está atravesando una etapa de profunda dificultad e inestabilidad en su vida. Por este motivo he provocado nuestro encuentro de hoy, respuesta y actitud que, por su parte, agradezco y valoro de una manera puntual. Debemos hablar. Es necesario dialogar. Podremos coordinar nuestro esfuerzo para ayudar a una persona que necesita, de manera evidente, comprensión y ayuda.

Tenía ante mí a una mamá bastante joven. Probablemente en el ecuador de la treintena. Años muy bien llevados, en lo físico. Carol es hija única. Malena (otro nombre, tampoco real) trabaja de administrativa en un organismo dependiente de la Junta de Andalucía. En su expresión suele utilizar frases cortas, bajando la intensidad de su voz al final de las mismas. Tiene una cierta dificultad para mantener la fijeza en su mirada, denotando una evidente timidez ante personas que apenas conoce. Su sonrisa es claramente forzada, aunque mantiene un correcto nivel de cordialidad. Camisa blanca, con una rebeca beige. Vaqueros muy ceñidos, calzando náuticos de color azul oscuro. Utiliza lentes de contacto, hecho que observo en el brillo de sus ojos. Controla su nerviosismo, jugueteando entre sus manos con una funda de gafas y también con un móvil de esa telefonía de la insignia anaranjada. Tras escucharme, en esa incómoda y reducida sala de visitas, comienza a expresarse cada vez con mayor fluidez, manifestando su punto de vista acerca de la situación que nos vincula. Una hija, una alumna, de quince años (repitió curso en primero) que sufre una situación problemática en su privacidad.

El suyo fue un matrimonio de urgencia, tras quedarse embarazada de Carol, siendo ambos muy jóvenes para este paso importante a dar por dos personas que, realmente, poco se conocían. Condicionamientos familiares forzaron el enlace. Ya de marido y mujer, su relación fue más o menos llevadera pero los intermitentes problemas laborales de él (trabajador de hostelería) no facilitaron la estabilidad afectiva del vínculo. La presencia de su niña hacía sobrellevar, para ambos, una atmósfera en la que pronto desapareció el diálogo y la confianza. Y, lo que era dolorosamente previsible, la pasión y la necesidad del amor. Momentos esperanzadores en esa unión (esporádicos) alternaban con disputas y enfrentamientos en los que, además de la artillería de los vocablos, hubo alguna que otra balística física, tanto con ella como para con su hija. La situación acabó bruscamente por romperse cuando, hace apenas unos meses, su marido hizo explícita la infidelidad que estaba manteniendo desde hacía algo de más tiempo. Probablemente no había sido la primera, hecho que ella siempre había sospechado a través de esos detalles que nos sugieren la existencia de algo que se percibe, aunque no se concrete en su materialidad. Aguantó y aguantó, con paciencia y dolor, apoyándose en la mirada transparente y necesitada de su querida niña. Ahora ya viven las dos solas, pero más serenas y tranquilas, en casa. A Carol le ha afectado esta ruptura, tanto en su equilibrio psicológico como en sus obligaciones de estudio. Especialmente, tras conocer que la persona que convive conyugalmente con su padre es, para sorpresa de madre e hija, otro hombre.

Con una sonrisa, y modulando el ritmo y la intensidad de las palabras, agradecí a esta frágil mujer su franqueza y la confianza de la que me hacía partícipe. De inmediato me interrogó acerca de cómo mejor ayudar a mejorar la situación académica de su hija. En mi respuesta le comenté que necesitábamos actuar con una doble estrategia. No sólo en el espacio escolar, sino también en el propio hogar que, ahora, ellas dos conformaban. Sobre todo, debería priorizar el esfuerzo por ganarse, en esta difícil cronología de la adolescencia, la confianza de Carol. Sin agobiarla, pero sí con una entrega generosa y continua de afecto, cariño y comprensión. También, y con la más discreta habilidad, ejerciendo esa autoridad educativa que, subliminal y efectivamente, una jovencita quinceañera reclama para su vida. Pero, sobre todo, generando diálogo y diálogo. con el ejemplo diario, sencillo y grande a la vez, de la responsabilidad. Todos tenemos nuestras obligaciones e incentivos compensatorios. Podemos dar mucha seguridad y afecto pero reclamar, al tiempo, las respuestas necesarias de la corresponsabilidad. Y relativizar los problemas. Lo importante es hallar soluciones eficaces e imaginativas. Hay que afrontar los retos de las dificultades, con la fuerza y voluntad de la ilusión por mejorar. Y tratar con Carol el tema de la bisexualidad de su ex marido con una racional naturalidad. Son actitudes humanas que la tolerancia nos debe permitir aceptar. El dolor y rechazo de su hija algún día se tornará en una responsable postura de respeto hacia la privacidad individual de su progenitor.

Quedamos en vernos, o en utilizar la vía telefónica, cuando la situación así lo aconsejase. Le prometí que, a no tardar (lo hice en cuarenta y ocho horas), hablaría con Carol para ofrecerle la oportunidad de mi ayuda en ese salto cualitativo tan necesario que ahora debería emprender. Sobre todo, le explicaría que muy cerca de su vida, inmerso en ese microcosmos del aula, hay problemas aún más graves y complicados que el suyo. Alrededor de nuestras vidas hay amaneceres, luces y estrellas. Tras el oleaje del egoísmo y la incomprensión, llega esa calma azulada y salina de un mar templado que sirve de espejo ilusionado a un cielo que nos transmite confianza y seguridad. También viajarán…. los sonidos y tonalidades de un amor adolescente que, en su oportuno momento, podrá fructificar.

Así, así es la profesionalidad del tutor. Necesitas de un completo y contrastado conocimiento de la situación sobre la que has de intervenir. Al tiempo, ofreces tu plena disponibilidad para las personas que están implicadas en los hechos. Todo ello, conlleva la utilización de una heterogénea mezcla de tiempo, esfuerzo, paciencia, prudencia y, a la vez, una cierta decisión en la valentía para actuar, superando determinantes perjudiciales en el deseado objetivo que nos hemos propuesto. Hablé con Carol una mañana en la que los azahares primaverales ayudaron, gratificando con la pureza de su olor ese cielo azul celeste que sabe cubrir de imaginación el quehacer de los días y los sentimientos. Le expliqué, con la mayor naturalidad alguna de las respuestas con que los humanos dibujamos nuestra trayectoria en el caminar contrastado por la vida. Ahora era la suya propia quien debía tener prioridad en la planificación de su comportamiento. Tienes que formarte. Tienes que vivir. Tienes que comprender. Aunque difícil, es bueno aceptar. Y tienes que ser generosa, incluso con el incomprensible abandono de tu padre, pues así….. te sentirás mejor. Tus amigos, tus compañeros, los Profesores, deseamos no sólo ayudarte. Queremos que nos veas como parte sustancial de tu pequeño y entrañable mundo. Esa madre que te vio nacer a la luz y a la vida, en el momento más feliz de la suya, y ese padre para quien siempre serás su mejor patrimonio, necesitan verte sonreír, luchar, crecer y mejorar. Sólo así habrá tenido algún sentido la dulce oportunidad, para ellos, de su presencia y quehacer existencial.-


José L. Casado Toro (viernes 1 Octubre 2010)
Profesor.

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