jueves, 2 de septiembre de 2010

SEPTIEMBRE

SEPTIEMBRE.
ANTE EL INICIO DE UNA NUEVA TEMPORADA EN LO VITAL.





La llegada de todos los septiembres en nuestras vidas, con ese color violeta que se tiñe de un aire romántico renovador, siempre nos suele producir la tensión de lo imprevisto. Pasamos de un verano, que se resiste a emprender su cíclico viaje anual, a un otoño de luminosidad limitada, gotas de lluvia y rocío en los semblantes y hojas adormecidas que pueblan aceras, plazas y jardines, en la orfandad de juegos, voces y sonrisas. Por nuestra entrañable Málaga, esta estación que inaugura el reencuentro social, se hace esperar con su llegada térmica tardía. Aún en noviembre, los alegres atuendos veraniegos desafían el minutero meteorológico. Pero en todo lugar, aquí y allá, el noveno mes de la anualidad suele provocar un especial sentimiento de cambio. Ante un nuevo reto. Ante una nueva etapa. Ante una preciada oportunidad. En lo vital, en lo académico, en esa anhelada ilusión que genera silencios y esperanzas para otra experiencia en el recuerdo. Esta nueva serie de artículos debe estar presidida por esta percepción que nos aproxima hacia un cambio, siempre esperado en lo positivo, que va a gratificar otros doce meses de recorrido en lo espiritual y en lo material. Por identificación primaria, en el referente a lo humano. Una excelente compañera de Instituto, con frecuencia, me ha comentado su agrado por este trimestre de paisajes románticos, en la lluvia y en la nostalgia. Personalmente, prefiero el otro equinoccio. Aquél que, con la Primavera, se viste de luz, aromas y flores de intensidad multicolor, para adornar la naturaleza y los espíritus de semblantes y senderos necesitados.

Y este verano, como otros en el ayer y en el mañana, ha sido térmicamente intenso, en lo monótono y, lúdicamente, reparador por lo gratificante de todas las experiencias vividas. Un curso académico que finaliza con ese, ya asumido, “más de lo mismo” y con unas fuerzas que alcanzan el más bajo nivel en la escala de lo somático. El Profesor trata de desconectar en ese julio en el que, todavía, la Administración permite el inicio vacacional. Tras la avalancha de documentación rellenada, en cumplimiento de la norma, cerramos nuestra taquilla profesional aventurándonos en otras posibilidades y vivencias. Complementarias, diferentes, compensadoras. Libros pendientes de su pausada lectura. Viajes más o menos programados en unos meses no especialmente gratos, por la masificación social que conllevan. Alguna reparación en casa. Un despertador que se torna más respetuoso en su obligación acústica temporal. Ese deporte que se retoma con necesidad y sabor, sea en la playa, el senderismo, la bicicleta o en el juego grupal. El abandono del rígido “uniforme” diario por las bermudas y las sandalias liberadoras. Y el cine, en abundancia. Peregrinajes a chiringuitos en la playa o en la calle “de los restaurantes”. Probablemente los verás muy cerquita del paseo marítimo de todas las ciudades que se despiertan mirando al mar y se acuestan bajo el guiño enamorado de las estrellas. Por cierto, hay un cine (el Babel), algo escondido en una calle de Valencia, cerca del cauce remodelado del Turia, donde en sus cinco salas sólo proyectan películas en versión original subtituladas. Algo así como el Albéniz, pero “en lo total” de sus cinco pantallas, no muy grandes pero en sumo acogedoras. Y ¡cómo no! el AVE con su espléndido y más que bien pagado servicio. Un verdadero acierto empresarial. Nos impactan en su trasiego los aeropuertos, con su vorágine de maletas, horarios, prisas y embarques. No me olvido de esas carreteras en caravanas, a horas punta, que asemejan procesiones integristas hacia los santuarios olímpicos del absurdo. Contacto directo con la familia, a tiempo completo, circunstancia que puede favorecer la eclosión de realidades ocultas o pospuestas tras el estrés laboral de los días. Algunas estadísticas hablan de los numerosos matrimonios con grietas difíciles de restañar a partir de la vuelta de vacaciones. Es el verano. Calor, terral o esos aguaceros convectivos que provocan gruesas tormentas e inundaciones más que repetidas en su daño por las pantallas del telediario, ya digital. Y los alumnos…… con sus “pendientes”. Hablemos ahora de ellos.

Durante el curso, han gozado de numerosas oportunidades, y alguna más, a fin de superar esos contenidos mínimos que avalan el aprobado, al menos, en las distintas materias y áreas curriculares. Pero si después de esas opciones, generosamente repartidas durante los nueve meses de escolaridad, quedan algunos suspensos, tienen aún la posibilidad de los exámenes que se les ofertan a inicios de septiembre. La experiencia me confirma que resultan más que inútiles esos ejercicios. Si en la dinámica del trabajo diario no se aprovecha la inercia y el mimetismo colectivo ¿qué se puede esperar de un verano en el que durante dos meses han proliferado incentivos placenteros para la apetencia natural del cuerpo y el espíritu? Elevadas temperaturas. La playa o la piscina. Las tardes y mañanas de paseos con los amigos, familiares o compañeros. Esos trece o dieciséis años que reclaman y priorizan lo lúdico frente a la obligación rutinaria de lo responsable. Y para más, el manifiesto abandono de autoridad que emana de unos tutores familiares para los que resulta más cómodo mirar hacia otro lado, pues siempre es más grato el sutil y egoísta “chantaje de la sonrisa”. En definitiva, que corregir esos exámenes en la prueba extraordinaria septembrina es puntualmente desolador. Ocurre lo mismo que cuando hacemos esas cíclicas “repescas” (en el lenguaje y argot juvenil) y al final tenemos que reconocer que la calificación inicial siempre es más elevada, en contenido y calidad, que aquella que se alcanza en esos ejercicios secundarios de recuperación. Hablo en general, por supuesto. Siempre hay casos que posibilitan el aprovechamiento de esa otra posibilidad para obtener el aprobado que todos anhelamos. Pero los resultados de ese mes equinoccial son más que precarios y desalentadores. Si alguno manifiesta que sirven para bien poco…. no se equivoca. Lo afirmo con el aval que legitima la experiencia.

Y llega septiembre, en lo escolar. También, en la vuelta al trabajo que preside lo laboral. Cada profesión, cada persona, asume este retorno a la rutina de la “normalidad” con unos planteamientos y circunstancias concretas y específicas. Pero en todos anida esa ilusión, más o menos confesada o compartida, de que todo o aquéllo puede cambiar, por supuesto hacia algo mejor. Sospechamos o creamos ficticiamente en nuestra imaginación que la realidad cotidiana va a ser, en algo o en mucho, diferente. Desde mi profesión de docente, siempre albergaba por estas fechas esa mezcla de inquietud, ilusión, deseo o necesidad acerca de un nuevo curso. Alumnos diferentes o ya conocidos ampliamente en su trayectoria académica. Esa materia que me tocará explicar, una vez más, o por vez primera, lo que motivará o exigirá una especial dedicación a fin de preparar nuevos materiales, apuntes, estrategias, cuestionarios de trabajo, etc. La llegada de nuevos compañeros de trabajo, que dibujarán otras pinceladas a ese conjunto de Profesores que se enriquecerá con su vitalismo o renovada experiencia, según los casos. Ese primer Claustro, en los que se habla de horarios, novedades, y repetidas vueltas de tuerca a las obligaciones tutoriales, con esas caras novedosas de personas a las que ves por primera vez en tu vida. Te los van presentado y a los pocos minutos ya no recuerdas su especialidad, nombre o centro de procedencia. Más pronto que tarde, la subida al Departamento para articular un laberinto ajedrezado de la elección de materias por los compañeros que conforman aquél. Negociación, discusiones, cesiones o fortalezas consolidadas. Algún que otro enfado o decepción… pero ya cerca de las catorce treinta parece que se ha cuadrado el jeroglífico de las trece, dieciséis o dieciocho horas efectivas de clase. Más las guardias, reuniones, claustros y evaluaciones, tutorías, jefaturas. Y los tiempos dedicados al “Séneca” un nuevo “dios” para el sosiego purificador de la “nomenklatura” Al final habrá que declarar esas treinta horas, o treinta y cinco que se firman en los horarios individuales. ¡Este año tampoco podré dar la …….!

¿Dónde habéis estado? ¡Que buen moreno traes! “ No me digas que habéis estado allí, qué valor” Mira, te voy a presentar a …. Seguro que este año convocan oposiciones. Ya he visto que me has enviado muchos correos pero es que he desconectado de Internet durante el verano. ¿Te has enterado que ……? Oye os sobra algún Santillana o Anaya en el departamento. Es para un sobrino que….. Bueno ya nos veremos. Sí, ayer estuve otra vez en mi nuevo Centro. Ya nos llamaremos por teléfono o nos enviaremos algún e- mail. Te diré como me van las cosas. Te voy voy a decir algo que me he enterado. A mí ya sólo me queda éste y el que viene. En mi Departamento nos faltan dos plazas a cubrir. Pues en el mío nos sobre una. Dicen que este año van a controlar las “horas basura” ¿Se sabe algo de la “preju”? Tengo que limpiar la taquilla. ¿Hay algún “puente” ahora en octubre?. Y así, muchas frases cordiales, agradables y afectivas ante un nuevo periplo laboral que habrá de durar hasta la llegada del estío veraniego, allá en los días finales de junio.

En otras profesiones ocurre también algo similar a lo hasta aquí ya expuesto. Es el aterrizaje en la pista del realismo cotidiano que ese mes vacacional ha logrado disimular o modificar en la reiteración cotidiana. Y es verdad que, junto a esos uniformes escolares, camisas blancas, jerseys azules o grises y faldas plisadas y pantalones formales dominando en este último color, observamos esas columnas de los Anaya, Vicens Vives, Santillana o SM que esperan pacientes la llegada de esos jóvenes propietarios para su lectura y estudio. Ahora con la entrega gratuita de los textos escolares en los Centros, esas columnas ya no son lo que eran. Predomina, por el contrario el material multicolor de rotuladores, diccionarios, carpetas, agendas, mochilas y calculadoras, donde anotar y escribir para el recuerdo de la obligación. Desde mediados de agosto, los centros comerciales han rebajado drásticamente bañadores y zapatería para el calor pues necesitan ese espacio para ubicar los baberos y uniformes establecidos en el aprendizaje reglado. Menos mal que el aire acondicionado de los Carrefour o Eroski de turno compensa el sofoco que te produce ver los abrigos y anoraks organizados en los expositores para el frío o la lluvia de los meses venideros.

También en los puestos callejeros de venta de prensa y libros comienza una cierta universidad o aprendizaje popular. Hace años se nos inundaba de ofertas en fascículos sobre los temas más diversos en el interés comercial. Posteriormente había que llevarlos a encuadernar. Hoy se publicita una variada gama de productos, desde muñecas, maquetas y estudios ilustrados sobre la Segunda Guerra Mundial. No faltan tampoco el aprendizaje y perfeccionamiento de los idiomas, mayoritariamente el inglés. Lamentablemente, muchos de estos títulos son comprados para descansar, tras la buena voluntad inicial, en el estante ya repleto de ese mueble que totaliza un generoso panel del salón en nuestro hogar. Pero son de agradecer esas ofertas que nos recuerdan, a los que ya tenemos más edad, aquellos años de la vuelta al cole para avanzar en un escalón más de nuestra formación.

Ocurre, más o menos, como a comienzos de enero. Nuevos y admirables propósitos para abandonar el tabaco, realizar un poco de deporte, avanzar en ese idioma extranjero que cada día resulta más útil para casi todas las profesiones, seguir una alimentación más racional y equilibrada y entrar de alguna forma por la vía del cambio que siempre resulta necesaria y renovadora. Realmente septiembre es un mes esperanzador para reiniciar y hacer casi de todo, con la mejor de nuestras voluntades y deseos. Percibimos como la normalidad vuelve a la vida ciudadana, tras un agosto en que todo parece detenerse en el letargo, el calor, las fiestas y el ansia por viajar de aquí para allá en la búsqueda ansiada de lo diferente. Es un nuevo mes, óptimo para conocer otros lugares. Sólo para aquéllos que pueden disponer de su tiempo y de su desahogada capacidad adquisitiva. También para llevar a la práctica efectiva esos nobles deseos que, sin duda, habrán de mejorar la rutina de nuestros días. Hay que saber aprovechar esta otra oportunidad que nos regala el calendario. Y ser constante en el cumplimiento de aquello que hemos previsto en el cambio de nuestra vida. El docente, el técnico, el comercial, el albañil…… todos, en esa poliédrica figura de la sectorización económica, debemos retomar con energía y voluntad las raíces profesionales de nuestra existencia y hacer las mañanas y los atardeceres algo diferentes, pero más enriquecedores.

Hay algunos, muchos más cada día, que tendremos que reprogramar el itinerario del segundero. Personalmente, puedo felizmente equivocarme y, tras la luz que hace florecer el alba de la mañana, tomo la bolsa de los apuntes y las fichas. En la conducción hacia el entrañable IES. Ntra. Sra. de la Victoria, pienso y diseño cómo hacer una explicación diferente para despertar no sólo el sueño sino el interés de jóvenes adolescentes que están en la mejor edad para sustentar su aprendizaje. En muchos años así lo he hecho. ¿Por qué no ahora?

Ya en otra oportunidad hablaremos de los primeros días de clase. Recuerdo aquella simpática película de Robert Mulligan, 1961, protagonizada por Rock Hudson y Gina Lollobrigida. Cuando llegue septiembre. Con su pegadiza y alegre canción, era una cara amable para ese mes que se nos ofrece sugerente y renovador.-


Jose L. Casado Toro (viernes 3 septiembre 2010)
Profesor

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