viernes, 30 de julio de 2010

EN UN DIA DE VISITA AL GALENO. NO SON DIOSES, SINO PROFESIONALES DE LA MEDICINA

EN UN DÍA, DE VISITA AL GALENO
NO SON DIOSES, SINO PROFESIONALES DE LA MEDICINA



Mañana martes, me corresponde volver a visitar su consulta. Podría ser un acto más o menos rutinario, similar a otros muchos que protagonizamos en el discurrir de los días. Pero… no. Ir al despacho de un facultativo en medicina tiene un sentido un tanto especial, por una serie de connotaciones que me dispongo a comentar. Hace tiempo, muchos años añadiría, era el médico de familia (de cabecera, se le solía denominar) quien acudía a tu domicilio cuando la situación así lo requería. Ahora, es más que improbable vuelva a repetirse este desplazamiento. En todo caso, cuando se origina una situación de crisis en la salud, podrás llamar al 061, o a otra urgencia, para que la ambulancia de guardia te facilite una primera asistencia que, posteriormente, habrá de completarse en el propio hospital o en un centro de salud. Vayamos ahora con el comentario de la visita prevista.

Tanto en el caso de la asistencia pública, como en la de naturaleza privada, has de solicitar la asistencia con bastante antelación. Para médicos especialistas la dilación temporal puede ir de varias semanas a meses. Para tu médico de familia, apenas un par de días. Para ese anotado encuentro sueles extremar o cuidar la presentación de tu indumentaria. Siempre es de buen sentido ir adecuadamente arreglado, tanto en tu forma de vestir como en el calzar. Lo que a veces descuidas con otro profesional, casi nunca sueles hacerlo con aquél que está cualificado para mejorar tu estado de salud. Bien es verdad que en la sanidad pública he visto sentarse en las salas de espera a personas que parece estaban, en cuanto a su forma de vestir, en el salón de su hogar, dispuestos a visionar un ratito de televisión u otro menester de su íntima privacidad.

Las consultas en la sanidad pública son un tanto más impersonales y frías. Siempre las he adivinado revestidas con ese aire cuartelero o castrense. En las paredes, algún aditamento reclamando silencio o paciencia en relación al tiempo de espera. No suele faltar el póster o cartel de ocasión para indicar algún consejo para la salud. Poco más. La voz que reclama, desde dentro de la habitación, tu presta entrada para el diálogo sanitario resuena con cíclica intermitencia. No siempre la persona que ha de atenderte es la titular de la plaza. Las sustituciones son más que frecuentes. Sabes que sólo vas a disponer de poco más de cinco minutos para explicar tu dolencia y atender los comentarios de tu interlocutor que se afana, tras su ordenador, por rellenar los datos pertinentes y extenderte la receta de medicinas o el pase al especialista. Tras esos breves minutos, otra persona te sustituirá para otros escasos minutos previstos de atención médica. En las asistencia primaria el facultativo permanece solo en la habitación. Por el contrario, al acudir a un especialista, suele acompañarle un enfermero/a o asistente sanitario.
Cuando te desplazas al domicilio donde el médico tiene establecida su consulta privada, cambia profundamente la escenografía descrita. Normalmente hay una persona que trabaja en atender las llamadas, abrir la puerta y mantener el orden en la agenda de solicitudes. Las salas de espera suelen ser de lo más variadas a tenor del carácter y exigencias de su propietario. Algunas están decoradas con exquisito gusto. Mobiliario cómodo. Numerosas revistas que ofrecen su contenido para tu entretenimiento. El tipo de publicaciones que se te ofrece es también un interesante dato para conocer algo del facultativo que te va a atender. Y las paredes. Suelen estar muy densificadas en marcos que exponen actos formativos o de titulación relativos al especialista de turno. En ocasiones, estos diplomas y certificados te facilitan un cierto conocimiento y datos acerca de su edad, trayectoria académica e interés preferente para las visitas a congresos y jornadas académicas. No es que sea una información trascendente. Simplemente te ayuda a conocer algo más de la persona que puede colaborar en mejorar o sanar tu estado general de salud. Hay consultas en que emite, de manera continua, un monitor de televisión que suele estar sintonizado en una de esas empresas mediáticas que por la tarde escenifican programas del “corazón”. En otros casos existe hilo musical, cuyo contenido se agradece para alegrar y distraer el estado de ánimo. He llegado a conocer cómo se acota, en ocasiones, una pequeña zona para el público infantil, con sus juegos y tebeos para el caso. Y no puedo por menos que recordar a un docto especialista que toda su casa la tiene decorada con pinturas y carteles artísticos, cuidadosamente enmarcados. Parece que te encuentras como en una galería de arte. Por supuesto que este gesto es de buen agradecer. Resulta obvio que vas a dialogar con un profesional amante de la estética artística.

Se te indica, en su momento, una hora concreta para asistir a consulta. Sueles ser previsor y te esfuerzas en llegar con unos minutos de antelación. Sistemáticamente ya sabes que tendrás que aguardar el turno correspondiente por espacio aproximado de una hora. Puedes entenderlo, pues, en el diálogo que se establece entre médico y paciente, surgen elementos que hacen imprevisible un tiempo exacto de atención. Pero, tener que esperar tanto tiempo, tampoco se te hace agradable. De forma especial si estás afectado por una molestia más o menos profunda. También es verdad que hay enfermos que se explayan en sus comentarios, aludiendo a temas que poco tienen que ver con el objeto de su desplazamiento. Lo he podido comprobar cuando atendía a los familiares de mis afectos alumnos. ¡Podría escribir tanto sobre esta temática! En su momento, lo haré.

Y ya te corresponde el momento esperado de atravesar la puerta que da entrada al despacho de tu galeno. Revestido con su bata inmaculada, te extiende su mano mágica a manera de saludo, invitándote a tomar asiento. En ocasiones se levanta de su sillón. En las más, permanece sentado, incluso al finalizar la consulta. La habitación que nos acoge suele estar rodeada de vitrinas que encierran en su interior libros y manuales de la especialidad. Suele haber algún marco frontal que acomoda la fotografía de su familia. También aparece algún objeto curioso encima de la mesa, pero del que nunca conoces el significado o uso específico del mismo. Aunque todavía hay especialistas que utilizan el papel y el bolígrafo, hoy día ocupa lugar preferente el ordenador personal que va recogiendo la información que transmites o se genera durante la conversación.

Es más que frecuente que los médicos, al margen de la edad que tú alcanzas, utilicen el tuteo para dirigirse a tu persona. No me parece mal, en principio. Pero la situación recíproca ya no es tan clara. Si a un profesional de la sanidad tu le tuteas desde la primera consulta, como ellos hacen contigo, no sabes lo que te puedes encontrar. Y ya no por lo que te digan, sino por la cara y el trato que te pueden deparar a partir de ese momento. Desde luego es un riesgo al que te expones. Personalmente prefiero tratarles de Vd. o utilizar un lenguaje un tanto impersonal que, aun resultando complicado mantenerlo en toda la conversación, resulta bastante eficaz. Ya con el médico de cabecera, que te conoce a lo largo de los años, puedes tener un mayor acercamiento y probar si el tuteo es conveniente, observando detenidamente su reacción. Desde luego, ellos practican el tuteo sin el menor límite hacia tu persona.

Otro aspecto, al que también debo referirme, es cuando le manifiestas una opinión, por supuesto vinculada con tu salud, que discrepa de la que ellos mantienen. Evidentemente, les molesta. En cierta ocasión, a un profesional médico que me conocía desde hacía muchos años, le expliqué que no había seguido una de sus indicaciones. Era una cuestión acerca a un comprimido recetado de naturaleza leve. Su respuesta fue, con gran enojo y sin preguntarme el motivo, ¿entonces porqué vienes aquí?. No me pude reprimir más con aquella respuesta y le dije, también con semblante enfadado: Vds los médicos ¿porqué tienen que estar siempre regañando cuando el paciente tiene una opinión o circunstancia que aportar? Me vio tan enfadado que “retrocedió” en su rictus imperativo. Evidentemente, hay que seguir sus indicaciones. Nadie duda de su buena voluntad. Pero el enfermo también tiene derecho a opinar. Y cuando te dan un largo listado de medicinas (no existiendo causas graves) es tu cuerpo el que ha de soportarlas. Y el enfermo tiene ojos para leer los prospectos que, junto a los comprimidos, vienen en el envase. Pero sobre todo, lo que hay que defender es un trato amable y dialogado. Por parte del médico y, también, por parte del paciente. Es comprensible que, cuando se ha atendido a unas veinte personas y te llega el turno, el doctor esté cansado y abrumado por tantas historias clínicas que ha tenido que afrontar a lo largo de la mañana. Sin embargo el enfermo carece de culpa de la ineficacia administrativa u organizativa de los Centros de Salud, ambulatorios, hospitales y otros servicios de la Sanidad. Reiterando el sentido de este párrafo, hay que defender tu opinión en el contexto de la entrevista. Con educación y respeto, pero también con firmeza. No son dioses a los que hablas. Son especialistas en una rama de la ciencia y están al servicio de la comunidad ciudadana.

Cuando llamas por teléfono, solicitando una cita médica para consulta privada, la persona que recoge tu mensaje suele preguntarte si perteneces a una compañía de seguros médico. Esta pregunta no es inocente, por supuesto. A la hora de darte día y hora, en muchos profesionales no se te atiende por igual si vas por libre o respaldado por el seguro contratado. Varias semanas, en este caso, o pocos días, si eres tú quien paga la consulta correspondiente. Hay que decir que este hecho no se produce con todos los médicos. Es cierto. Pero sí lo he comprobado, con exactitud, en más de un caso. No debería ser así, pero es una realidad que tenemos ahí y que, con desagrado, tenemos que soportarla.

Y ya hablemos, aunque brevemente, de la asistencia en consulta privada que da pie a este escrito. Realmente no tuve que esperar demasiado. Las dos salas de espera son cómodas y familiares. Muy bien decoradas, con pinturas y láminas que ocupan casi todos los centímetros hábiles de las paredes. Sillones y tresillos de piel, destacando la cuidada limpieza que impera en toda la casa. Las ventanas dan a una agradable y turística plaza malagueña. Nada de música ambiental, pero sí un aire acondicionado que se agradecía por lo tórrido de la fecha. Cuando entro en su despacho, nos saludamos estrechándonos las manos. No se levanta de su asiento. Pertenece a una generación superior a mi fecha de nacimiento. Sus setenta y tantos años están muy bien llevados. De trato agradable. Hablar pausado y con una tonalidad baja y paternal. Su despacho está totalmente rodeado de estanterías con libros de su profesión. Existe una pequeña salita adjunta con vitrinas ocupadas de instrumental sanitario y una mesa camilla, previsiblemente para exploraciones al efecto. Nos hallamos en una habitación interior, que debe dar a un ojo de patio. La iluminación es reducida, por lo que han de mantenerse encendidas unas bombillas, no estridentes, tanto encima de la mesa como en uno de los ángulos espaciales. No vi ordenador alguno, pero sí una especie de tortuga que aplastando la concha provoca un suave timbre para avisar a la recepcionista de la consulta (denominada usualmente “pasanta”). Le explico mi situación actual y esos datos los va recogiendo en un folio sobre el que resume con bolígrafo, levantando la vista en un par de ocasiones. Cuando finaliza mi breve exposición, hace algunos comentarios acerca de su contenido y entra de lleno en el capítulo farmacológico. Aceptó, sin problema alguno, que yo redujera la prescripción que me recetó. Es evidente que le expliqué mis motivos. Era más que previsible. Al tener ya editado su libro, sobre un interesante tema profesional, me lo enseñó (ya había visto el manuscrito en otra de las visitas). Le hice un comentario agradable sobre el acierto de titularlo (Dormir bien, creo recordar) de una forma sugerente. Los quince minutos que me dedicó he de manifestar que fueron gratos y afectivos. Me sugirió, con delicadeza, que volviera a la prescripción inicial, aclarándome de una forma didáctica el porqué debía hacerlo. Quedamos en volver a vernos pasados un par de meses. El saludo, en la despedida, fue exactamente igual que en la entrada. Ya, en la sala de espera, dos señoras de semblante maduro e inquieto esperaban turno para ser atendidas por este profesional.

Al producirse, previsiblemente, mi vuelta a su consulta en otoño, consideraré un detalle simpático la localización y compra de su libro, recién publicado, del que se siente ostensiblemente orgulloso. Le rogaré que me extienda una dedicatoria por su docta pluma y este gesto no dudo que le va a producir una profunda satisfacción. El tema del libro aclaro que es muy interesante y sumamente práctico. Le puede interesar a mucha de la ciudadanía, en estos tiempos de estrés, nervios, prisas y desequilibrios, para esas horas en las que el ruido se torna en silencio y la luminosidad solar se apaga en siluetas y sombras. Despierta un nuevo día, un anhelo que florece, un pronto amanecer…..-


José L. Casado Toro (viernes 30 julio 2010)
IES. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga. Dpto. CC SS Historia.

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