viernes, 6 de agosto de 2010

Mamá no está en casa. Ha ido a la peluquería. Hijos, en la soledad.

MAMÁ NO ESTÁ EN CASA. HA IDO A LA PELUQUERÍA.
HIJOS, EN LA SOLEDAD.




Una solución bastante inteligente, para estos días en que aprieta el calor y no hay otras alternativas más atrayentes para la distracción y el sosiego, es, contando con esa lectura siempre amiga en la fidelidad que nos regala un libro, la visita a una sala cinematográfica. Buen precio, mejor película y la atmósfera, a veces algo extremada en el frío, del grato aire acondicionado. Con esta razonable introducción, he de confesar que visito con apasionada frecuencia las salas pequeñitas del recuperado cine Albéniz. Felizmente hoy renovadas en su decoración y donde se proyectan cintas, normalmente en versión original subtituladas. Lo de cintas es un decir…. pues el celuloide ya ha desaparecido. Ahora es otro tipo de materia plástica, absolutamente ignífuga. También se trabaja mucho con el betacam y, sobre todo, con la proyección digital. Ésta viene en un formato de disco duro, tamaño libro de bolsillo, eso sí, con millones de píxeles y más que numerosos gigas. La imagen en pantalla me sigue resultando un poco fría. A veces, hay problemas de enfoque. Pero sin un solo fallo de continuidad ni “suciedad” en pantalla. Por supuesto, el sonido es perfecto. Calidad digital. Te das perfectamente cuenta si la máquina es analógica o digital, al inicio de la película. Se les suele “escapar” unos números, superior izquierda en la “sabana blanca”, que te avisan del nuevo soporte informático.

Como decía, me desplazo al cine Albéniz, y tengo la suerte de encontrarme en la entrada del edificio al jefe de cabina, persona que ya tengo el gusto de conocer. Con la generosidad que le caracteriza, me da una pequeña lección técnica, que “me sabe a gloria” Ya no sólo es ir al cine, sino que te explican el underground de la técnica del séptimo arte, sin cobrarte suplemento en taquilla. Una delicia. A pesar de que es un cine muy particular, me agradan desde siempre las comedias francesas. También, el género dramático. Su cinematografía suele tener el valor del realismo familiar y social. Y está muy bien elaborada. De hecho, en este vecino país es donde Hollywood tiene un competidor más fuerte para “vender” la aculturación estadounidense. En la mayoría de los estados europeos la industria USA es dueña y señora de las salas y pantallas para la imaginación. El francés es un cine serio, elegante y que refleja con intensidad, y de manera continuada, la psicología que subyace en el carácter de los personajes.

Elegimos, para este atardecer de colores cruzados en el cielo, Mamá está en la peluquería (Maman est chez le coiffeur). Si, ya sé. Se me va a corregir con el dato de que su nacionalidad es canadiense. Repasemos la historia de este nórdico estado americano. Por lo del lenguaje, aclaro. Se rodó en 2008. 99 minutos de “metraje” (proyección en betacam, algo parecido a las antiguas cintas VHS). Imagen perfecta, aunque con un poquito de falta de “temperatura”. Está hábilmente ambientada en los felices y míticos sesenta. Cuando éramos y gozábamos de aquella nuestra juventud cronológica. Exactamente, en 1966.

¿Qué puedo contar del ARGUMENTO? Para los que necesiten y exijan (como el autor de este artículo) la “sorpresa” narrativa, lo más sensato sería saltarse este párrafo y continuar leyendo más adelante. Todos de acuerdo en que he avisado, a fin de evitar la ruptura de la ilusión. Familia acomodada socialmente que reside en una preciosa casita de campo. Viviendas repartidas por un entorno natural, junto a un caudaloso río. Padres que se acercan a los cuarenta en edad. La profesión del Sr. Gauvin es la de médico y microbiologo. Su bella mujer, Simone, trabaja de periodista en una empresa de comunicación televisiva. Atesoran en su vida tres hijos, que hacen un verdadero recital interpretativo durante toda la trama. La historia está “escrita” bajo su particular visión infantil. La preciosa hija mayor, Elise, con una mirada y gestos faciales, verdaderamente excepcionales, ya alcanza los catorce años. Tiene dos hermanos. Carl y Benoit, de doce y seis años. Coco (Carl) se esfuerza, para ese tiempo de vacación veraniega, en construir un rústico bólido, en el garaje familiar. El pequeño, Benoit, tiene problemas psicológicos que se verán agudizados por un grave problema que vinculará a todos los miembros de la casa. La hermana mayor, en plena pubertad, pensativa, reflexiva, sensible, se está haciendo una atractiva jovencita. Su madre soporta la frialdad sexual de su marido que prefiere estar mucho tiempo con los amigos. Uno de ellos, despierta una tendencia homosexual en su persona. Elise descubre el problema al escuchar la conversación telefónica de su padre, teléfono que lleva con presteza a su madre, que se ve destrozada anímicamente ante la terrible realidad. La ruptura es más que drástica. Abandona a sus hijos y esposo y se traslada a Londres, a trabajar en una delegación de su empresa audiovisual. Desaparece el clima de aparente estabilidad familiar, ya que el padre no comunica de manera inteligente con sus hijos y éstos reaccionan cada uno con sus posibilidades y caracteres. La hija se refugia en el cálido afecto de un vecino mudo, el Sr, Mouche, de aislada vida social. Carl, con sus amigos y sus aficiones automovilísticas. El que peor lo lleva es el pequeño, que potencia sus trastorno psicológicos, hacia la destrucción de muchas cosas que integran su vida. Todos necesitan a Simone. Su propio esposo llora desconsoladamente ante la ausencia de un pilar básico que sostenía la unión de cinco personas. También los amigos de los hijos padecen dramas y graves problemas afectivos con sus padres. Enfermedades, adulterios, violencias… es el trasfondo que existe en muchas escenografías “normalizadas”. Cuando las apariencias disimulan las debilidades y el realismo relacional entre los adultos. Éstos piensan más en sus necesidades egoístas que en el daño que están provocando sobre aquellos que más sufren su indefensión por su corta edad. Finaliza el verano, esa lúcida época vacacional de juegos, paseos en bicicleta, amistades y primeros besos y caricias en una sexualidad que despierta hacia la edad juvenil. Elise promete a Benoit que pronto irán a buscar a su madre, esa persona que a pesar de haber abandonado a sus hijos, todos la necesitan en el crecer, en el vivir y en el querer. La dulce voz de Francoise Hardy pone la música en los títulos de crédito, al final de la película.
¿Por qué ese TÍTULO de Mamá está en la peluquería? Los pequeños no entienden la reacción dolorida, pero egoísta, de su madre. Su padre tampoco les explica la verdad de todo lo que ha pasado. Incluso Elise se siente de alguna manera culpable del abandono maternal. Cuando algún vecino o conocido se acerca a su domicilio preguntando por Simone, todos a coro responden que su mamá no está. Que ha ido a la peluquería. No desean que socialmente se sepa la dura experiencia que están soportando en su agreste soledad. Ocurre este hecho varias veces en escena.

A pesar de esta dura y compleja temática argumental que se acaba de sintetizar, el profundo problema humano está tratado con amplia delicadeza y no menos elegancia. Se evita un patetismo lacrimógeno y dulzón. Incluso en ocasiones aparecen detalles de humor, protagonizados principalmente por los niños aunque también la “estirada” Madame Paradís, una vecina madre de dos niñas amigas de Elise, aporta momentos de un comportamiento lleno de ridiculez y necedad que provoca más de una sonrisa.

¿Qué nos aporta como MENSAJE esta valiosa película? La enseñanza es meridianamente clara y evidente. La actitud de los mayores condiciona de manera decisiva la vida y el desarrollo de los más pequeños. Y es que esos mayores son los padres. Y esos menores…. sus hijos. Sólo la hija mayor percibe el trasfondo real del problema. Hay enfados, enfrentamientos, desamor, y apariencias forzadas, entre los padres. En este caso, responsabilidad primaria del marido. Pero la reacción de la madre, abandonando a sus hijos, descalifica notoriamente su personalidad y la justicia de su dolor. Por ahí he leído una frase, referida a esta película, en la que se dice con acierto sobre la actitud de muchos padres que rompiendo entre ellos piensan en solucionar su problema, sin reparar en todo lo que rompen en el mundo frágil de sus hijos, seres inocentes y necesitados, por su corta edad, de afecto, cariño y estabilidad. Estos valores han desaparecido de sus vidas, en la familia Gauvin. No saben bien por qué. Pero es que necesitan a una madre. Su madre. Y ella se encuentra ya lejos, muy lejos. Esa postal que les envía prometiendo que está buscando un apartamento para que sus hijos puedan vivir junto a ella no refleja verosimilitud o credibilidad. Ni ella, ni su marido, por irresponsabilidad y egoísmo, han medido bien las consecuencias dolorosas de sus actos para aquellos que tanto dependen de sus personas. Cuando Benoit, el más pequeño, ve el coche de su madre alejarse de casa, dejándolos en el abandono afectivo, reacciona orinándose, allá junto a la puerta de su casa. En otro momento, se golpeará contra la puerta de un armario, hasta hacerse sangrar, mirando el dibujo que había hecho de su mamá. Son infancias que van a quedar lastradas y marcadas por el dolor y la tensión de unos adultos que han pensado más en ellos que en sus propios hijos.

La guionista Isabelle Hebert aporta en su escrito literario experiencias propias, vividas en el seno de su familia. También ella fue abandonada por su madre cuando contaba pocos años. Y es que la trama argumental narra la esencia de un entorno que resulta real y bastante frecuente. Lo que es de lamentar. Muchos de nuestros alumnos ofrecen un comportamiento negativo, rebelde y hostil a las normas. Su aprendizaje queda marcado por la desorientación, la frustración y el fracaso. ¿Nos hemos puesto a pensar en el contexto familiar y social de estas vidas, de apenas trece o catorce años, que han de soportar la actitud irresponsable de sus mayores genéticos? Hagan los responsables políticos leyes, normativas, proyectos y controles de diagnóstico. Pueden ser útiles, sin duda. Pero atiéndase, con prioridad, en la formación, respuestas y vivencias de las familias a las que estos niños y jóvenes pertenecen. Los Profesores tutores tienen una hermosa, difícil y sacrificada labor que desarrollar para detectar ese desequilibrio familiar en el que sus alumnos pueden verse inmersos. Una vez conocida los parámetros y circunstancias de esta inadecuación, hay que actuar con los medios que la ley y los servicios que la Administración ponen a nuestro alcance. Pero, sobre todo, hay que dedicar tiempo, diálogo, afecto a esos alumnos que más lo demandan y necesitan. Ese cariño del que carecen en su entorno familiar ha de ser compensado durante esas horas de que disponemos en nuestro horario laboral. Y, en más de una ocasión, habrá que sacar tiempo del reloj de nuestra legítima privacidad. La amistad y el cariño no entienden, no deben entender de estructuras reglamentarias. Vocación, generosidad y solidaridad en lo humano.

Mamá está en la peluquería es una película que los padres deben conocer. Que, todos, necesitamos visionar. Ganaremos en ello cotas de reflexión y oportunidad para la responsabilidad. La limpia, transparente y cálida mirada de Elise Gauvin (Marianne Fortier, 14 años) justifica esa hora y media larga de aprendizaje, por y para la vida. Con el noble objetivo de hacer felices, sembrando simientes de afecto y equilibrio, en aquellos que más nos necesitan.-


José L Casado Toro (viernes 6 agosto 2010)
IES. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga. Dpto. CC SS Historia.

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