miércoles, 2 de junio de 2010

Un aniversario de más de cuatro décadas. Magisterio. Promoción 1968

UN ANIVERSARIO DE MÁS DE CUATRO DÉCADAS

MAGISTERIO. PROMOCIÓN 1968





Era un día revestido de invierno, no especialmente frío pero sí con esa humedad que provoca una fina lluvia para mentes desconsoladas. Llegué tarde a casa y me encuentro con un nombre y número de teléfono para atender a la llamada. He de confesar que reconocí de inmediato ese remitente. La memoria me hizo recordar que se trataba de un antiguo compañero de estudio en la Escuela de Magisterio de Málaga. Aquella Escuela Normal ubicada en el barrio del Ejido, hermanada con la Escuela de Peritos, en una gran plazoleta ajardinada. En los años sesenta aún no existía la Universidad malacitana. Estudiar para maestro o perito técnico eran dos posibilidades de grado medio, a elegir para los estudiantes que finalizaban aquel antiguo Plan del 50, en la Secundaria. La Escuela de Magisterio, separada en dos mitades para maestros y maestras, formaba un recio y cuadrangular edificio, construido para albergar a los que hasta ese momento estudiaban para enseñantes en las dependencias de la Plaza de la Constitución (llamada, en aquel momento, Plaza de José A. Primo de Rivera). Es cierto. Los futuros maestros recibíamos las clases en una de las alas del rectangular bloque, separados “convenientemente” de las que serían futuras maestras. Obviamente, el régimen de coeducación no se había implantado en las aulas escolares. El franquismo gobernante no lo contemplaba. Por eso funcionaba “el Gaona” o Instituto femenino Vicente Espinel. Y el “Martiricos” o Instituto Masculino Ntra. Sra. de la Victoria. En éste último, mi Centro de “toda la vida” las primeras alumnas comenzaron a llegar, creo recordar, en el curso 81-82 (año arriba o abajo). En un principio eran sólo dos o tres chicas que estudiaban primero de B.U.P. A muy poco tiempo, la sex-ratio se fue equilibrando y hoy tenemos grupos en que la mujer prevalece, numéricamente, sobre los chicos matriculados.

Volviendo a la llamada telefónica pendiente, fue atendida de manera inmediata, contactando con su autor, un querido compañero de estudios de Magisterio. Hacía mucho tiempo que no habíamos tenido la oportunidad de intercambiar comentario alguno. Tras los afectivos saludos, me comentó la intención de otros compañeros de Promoción para organizar una reunión, con almuerzo incluido, en el que pudiéramos saludarnos y dialogar un buen rato, tras el paso de muchos años sin vernos. Anotamos nuestra dirección electrónica y quedamos a la expectativa de nuevos contactos, previos a la futura celebración de “hermandad”.

Muchos desconocen que en los años sesenta, los estudios para Maestro (de Primera Enseñanza), según reza mi título administrativo, se iniciaban tras finalizar el bachillerato elemental. Es decir, podías iniciar el primer año de “la carrera” incluso (para algunos) con catorce años. Normalmente finalizabas la titulación con dieciocho. Éramos Maestros a una edad en la que hoy finalizan los alumnos de 2º de bachillerato. Muy jóvenes, para dar clase a los escolares de más edad, aunque también es cierto que, al no existir la Educación Secundaria Obligatoria, muchos alumnos desmotivados o por circunstancias personales, abandonaban pronto los estudios y entraban en la dinámica laboral a partir de los catorce años. También debo aludir que la titulación de Maestro te abría las puertas de las facultades universitarias. Era propio que te matricularas en Filosofía y Letras, aún sin haber cursado el bachillerato superior (5º, 6º y el Preu). Al margen de que tenías que desplazarte a la ciudad hermana de Granada, con los gastos que ello conllevaba (la política de becas-salario fue muy efectiva para el autor de este artículo), te encontrabas con dos cursos de comunes en los que había una materia de Latín para la que carecías del “rodaje” imprescindible en el Bachillerato Superior. Aprobarla era todo un reto pues apenas poseías unos rudimentos de esta lengua clásica, cursados en aquel antiguo tercero del bachillerato elemental.

Después de diversos avatares para su realización, ya en este último sábado de un mayo primaveral, ha tenido lugar nuestra reunión de la promoción del 68, celebrado en un agradable restaurante playero de la Axarquía malagueña. Comprobando unas listas que por allí circulaban, sumábamos una matrícula de cerca de los noventa compañeros, como alumnos oficiales. Había otro tanto de estudiantes que se examinaban por libre. Pudimos asistir al ágape fraternal sólo una cuarta parte. De los veinticuatro presentes, todos éramos hombres en coherencia con la inexistente coeducación de aquella época. Resulta curioso que ninguno de los veteranos maestros se presentó acompañado de compañera o cónyuge alguna. Como alguno comentó, “demasiados tíos” con ese gracejo coloquial tan al uso. Es cierto que a muchas personas no les agrada este tipo de reuniones. Y hay que entender esta postura. Allí estaban compartiendo la suculenta mesa del almuerzo, compañeros de estudio que no se habían vuelto a ver desde hacía 42 años. Entre los mismos, la imagen de aquellas fechas juveniles ha evolucionado. Más en algunos. Menos en otros. Y casi todos con las cámaras fotográficas, a fin de no perder detalle alguno para inmortalizarlos en el archivo referencial de nuestro ordenador.

Tras la llegada a esa playa cercana a Torre del Mar, en Benajarafe, saludos y abrazos para unos y otros. En algunos, la memoria es bastante puntual. Se te acercan y te dicen tu nombre y dos apellidos, con el afecto y la sonrisa de por medio. Tu correspondes con todo el cariño que puedes aportar, aunque difícilmente reconoces en la persona que te saluda a ese joven compañero de aula que, con diecisiete años, jugaba al balón contigo, en las horas vacías de clase, por aquellas explanadas adjuntas al Ejido escolar. No hubiera sido una vana idea habernos colocado unos identificadores de pinza, como los usados en los Congresos académicos, con nuestros nombres, para una mejor identificación y memorización de nuestras personas. ¡Te conservas muy bien! ¡Por ti no han pasado los años! ¡Estás prácticamente igual que entonces! Toda una sucesión de hipérboles, generosa y simpáticamente exageradas y muy alejadas de la evidente realidad. Aquellos “niños” del 68 han perdido bastante de su potencialidad capilar. El color del pelo, que permanece, ha sido teñido de un manto nevado en lo cromático. La superficie corporal se ha visto agredida por “socavones” y desniveles, curvas de nivel y cambios de rasante epidérmicas que nos hablan del paso inevitable del tiempo en las frágiles hojas del almanaque.

Pronto circula una lista obtenida en la Secretaría de Ciencias de la Educación. Allí te ves junto a otros entrañables nombres cuyos apellidos te recuerdan el recitado diario a manos de D. Justo Novo, Doña Angustias Gallardo, D. Rafael Vela, D. Pedro Correa, Doña Coral Parga …. ¡Tantos Profesores para el recuerdo! Algunos aún comparten con nosotros los minutos y las semanas de la existencia diaria. Por ejemplo, D. Salvador Martín. Pocos le conocerán por este nombre. Pero si digo “el Mogambo”, por supuesto que con el mayor de los respetos, todo el mundo sabe que es (aunque lleve muchos años jubilado) un excelente Profesor de Física. Y D. Manuel del Campo, que aún sigue difundiendo por Málaga sus conocimientos musicales. D. Rafael Bravo, que curtió nuestro cuerpo en las clase de educación Física. Incluso en Religión tuvimos la grata compañía de un sacerdote joven y muy vital. Siempre irradió optimismo. Me estoy refiriendo a D. Francisco García Mota, hasta hace pocos meses deán de nuestro Templo Mayor catedralicio. No sé si algún compañero pudo contactar con estos Profesores que aún pasean su admirable imagen espiritual y corporal por las calles y plazas malacitanas. En todo caso hubiera sido especialmente simpático haber compartido mesa con tan ilustres personalidades, y esta frase la expreso con toda la justicia y sinceridad que conlleva. Fueron , con toda la mejor voluntad y estilo que les caracteriza, nuestros “Maestros” para enriquecer esa bendita profesión de enseñar a ser un poquito mejores a los demás. Les tenemos que deparar nuestro afecto, cariño y reconocimiento.

Tras nuevos saludos, a los compañeros que se incorporaban al grupo, nos vimos todos ubicados alrededor de una larga mesa, en uno de los agradables comedores de este restaurante playero, muy cercano al oleaje que acaricia la orilla del Mediterráneo. En estas comidas, te relacionas por proximidad física con los compañeros que tienes a tu derecha e izquierda y a los tres que tienes enfrente en la mesa. Sin embargo hay personas que, con un natural dinamismo, logran elevar el tono festivo de la velada, haciéndose oír por todos y aportando simpatía y agrado con especial cariño y generosidad. Las cámaras fotográficas, compactas y réflex, no dejaron de cumplir con su testimonial misión, recogiendo sonrisas, gestos, poses y composiciones inesperadas pero que potenciaban la naturalidad ejercida por sus autores. Dichas fotos han ido llegado a las pantallas de los ordenadores, en el transcurso de los días, con lo cual la documentación gráfica del evento ha quedado suficientemente recogida para los anales de nuestro recuerdo.

Siempre he mantenido que el problema de estos almuerzos o cenas está en la fase de los entremeses. Llegas con un cierto apetito, que se agudiza con el natural nerviosismo que depara un encuentro con personas entrañables a las que no has visto, en su mayoría, desde hace más de cuatro décadas, y te comienzan a llegar platos y bandejas repletos de suculentos entrantes, bien acompañados con jarras de fresca cerveza y vino riojano para los que prefieren el néctar de la uva. Entre los comentarios y anécdotas que comienzan a fluir, vas llenado el estómago con esos alimentos del principio, sin darte cuenta que no vas a dejar capacidad en tu necesidad alimenticia para ese plato básico que, en este caso era un gran solomillo de carne asada, guarnecida con verduras. Cuando eran retirados los platos de este núcleo central del almuerzo, la mayoría de los mismos iban repletos de ese amplio trozo de carne que no había podido ser consumida por la densidad y variedad de los entremeses ofertados al gusto. Igual habría ocurrido con el pescado, si así hubiera sido el caso. Otro problemilla de estas comidas es que, tras la finalización de la misma, has de conducir. Y aunque no seas abierto a la bebida, lo cierto es que has de cuidar la mezcla de vasos de cerveza (con alcohol) con las copas de vino, cuyo grado alcohólico es obviamente mayor. Añades la copa de champagne o cava y esa otra copa que te regala el encargado del comedor y te expones, en definitiva, a un posible control de los agentes del tráfico o a un error en tu concentración a la hora de manejar el vehículo. Son frecuentes las fiestas y celebraciones en que los asistentes son trasladados en un microbús a fin de evitar estos riesgos, en los que nunca pasa nada…. pero puede lamentablemente pasar. Ese peligro queda solventado si la ubicación del restaurante se halla en pleno centro de la ciudad o asequible al transporte municipal de viajeros. En todo caso, conducir por la ciudad no es lo mismo que hacerlo por carretera o autovía.

Hubo palabras afectivas, pronunciadas por algunos compañeros (eludo nombres concretos pues los veinticuatro asistentes merecen ser citados) tras los brindis finales a la celebración. Entre ellas, muchas anécdotas y el propósito de repetir el encuentro dentro de unos meses. Y, también, una alegre foto grupal que va a quedar inmortalizada para la memoria en el recuerdo. Cuando conducía por la autovía, camino de la capital malagueña, seguía pensando en aquellos niños, de mediados de los sesenta, que con apenas catorce años se matricularon animosos con el objetivo de llegar a ser maestros. Bellísima palabra, todo un elogio quien se dirija a ti con esa expresión que indica tu mejor disposición para enseñar y ayudar a los demás. Con apenas dieciocho años, ya disponíamos del título correspondiente para ejercer como tal. Éramos muy jóvenes en el tardo-franquismo. Las aulas y los escolares nos esperaban. Algunos comenzaron sus clases prácticamente al año siguiente. Otros, tuvimos que esperar algunos años para poder hacerlo, dado que completamos la preparación con otros estudios. Incluso algunos acabaron trabajando, con gran eficacia y dedicación, en el ámbito sanitario. Teníamos mucha ilusión y fe en nuestro futuro. La Historia ha sido benévola y generosa con nosotros. Una larga y ejemplar trayectoria profesional nos contempla. ¿Lo más gratificante que hemos tenido en nuestra larga actividad laboral? Sin duda. los alumnos. Su ilusión y transparencia nos ha hecho a todos un poco mejores.

Continúan llegando correos y mensajes a nuestros ordenadores, con remites entrañables. Todos plenos de cariño y con una gran voluntad de diálogo. Hemos recuperado una valiosa amistad que había quedado adormecida. Seguiremos trabajando esa fértil tierra donde germinan sentimientos, afectos y añoranzas.-


José L. Casado Toro (viernes 4 de junio 2010)
IES Ntra. Sra. de la Victoria. Dpto de CC SS Historia

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