viernes, 26 de diciembre de 2025

EN EL FINAL DEL CAMINO


EMILIANO Canales era alumno de la facultad de Derecho, carrera universitaria que continuaba la tradición familiar. Su padre, Edmundo y su abuelo Dámaso habían también optado por esa jurídica profesión. Canales, 21, era un buen estudiante y persona “abierta” al trato personal. Se mostraba muy ilusionado ante un trabajo grupal que le había propuesto su profesor de Sociología, el catedrático don ALVARO Carriscondo, junto a otros nueve compañeros de clase. Cada uno de los alumnos de este laborioso grupo, colaboraría en una investigación en la que se recabaría información, para su posterior estudio, de personas que estuvieran “razonablemente” próximas a la finalización de su recorrido existencial. En una sesión de tutoría, su profesor les dio por escrito las pautas investigativas, que fueron convenientemente analizadas. Se les recomendaba que acudieran a centros de la tercera edad, a hospitales con salas de enfermos terminales e incluso eligieran mendigos callejeros de avanzada edad, entre otras opciones. Básicamente el estudio que iban a realizar trataba de conocer y analizar la reflexión de estos ciudadanos que se encontraban en el límite de su tiempo vital. Cómo analizaban su presencia en la vida y de qué forma afrontaban el desenlace, que para ellos era más que previsiblemente inminente. 

Se trataba un trabajo de prospectiva sociológica, en el que diez alumnos de la especialidad universitaria iban a obtener una trascendente información, cuyos datos y conclusiones sustentaría la realización de seminarios y coloquios, resultados que podrían servir de base para la redacción una muy interesante publicación. 

Aparte de la tutoría departamental, Emiliano contó con la ayuda de su padre Edmundo, un reconocido abogado de la ciudad, quien realizó las correspondientes gestiones para que su hijo fuera atendido en una afamada residencia de ancianos denominada EL PARAÍSO. El estudiante universitario fue recibido por el director gerente de la institución, don Gabriel Pita. Tras escuchar atentamente al alumno investigador, le indicó que volviera un par de días más tarde por la mañana, pues él tendría que hablar con algunos internos adecuados para esa entrevista, pidiéndoles lógicamente su conformidad, Elegiría a la persona más idónea de los que se prestaran a esta colaboración de análisis científico.

A las 10 en punto de un jueves otoñal, ya se encontraba Emiliano en la sala de espera de la residencia. El director Pita fue también puntual. Tras los saludos, ambos se desplazaron al gran jardín que lustraba el complejo de personas internas. “Hay un residente que ha accedido a colaborar en el trabajo. Se llama IVÁN Celades. Alcanza los 92 años y su enfermedad cardiaca nos hace temer, según los médicos, que su final se aproxima en fecha próxima. Ha sido labriego durante toda su vida laboral, cultivando sus propias parcelas. Lleva con nosotros más de cuatro años”. Emiliano fue presentado al anciano Iván que, sentado en una silla de ruedas, estaba tomaba el lívido sol de noviembre. El residente observó atentamente al joven que tenía delante con una mirada escéptica, casi inexpresiva, como si observara el infinito. En las manos tenía un periódico deportivo, que no leía. No regaló al visitante la menor sonrisa. Un auxiliar trajo una silla, para que Emiliano se pudiera sentar. Éste tendió la mano al anciano quien, tras dudar unos segundos, finalmente se la estrechó. Pita le susurró al estudiante que “hoy no más de 60 minutos. Puedes volver otro día”.

“¿Quién eres? ¿qué necesitas? Don Iván, soy estudiante de la universidad y estamos realizando un trabajo de curso, en la espacialidad de sociología. Me gustaría que Vd. me ayudara, para conocer su forma de pensar acerca de su larga vida. Lo veo muy bien. No todos pueden decir que han vivido más de nueve décadas ¿Cómo se siente, mirando hacia atrás? ¿Contento, decepcionado …?

Tras pensar un poco la respuesta, el anciano explicó el sentimiento que le embargaba. 

“En absoluto estoy contento de la vida. Si yo hubiera podido decidir, me habría negado a venir a este mundo de ´locos”, conociendo cuál ha sido mi historia” “¿Pero no ha tenido Vd. etapas o motivos para el goce o para sentirse feliz? “Tal vez, joven Emiliano.  Pero al paso del tiempo, me he ido dando cuenta y sufriendo acerca de la verdad de la vida. Aquí en la Tierra, nos traen para sufrir de una u otra forma”. “Pero Vd. ha estado casado, habrá tenido hijos, ha trabajado en un oficio admirable, la de agricultor, para hacer que la naturaleza produzca el alimento que nos permite vivir”. “Vamos por partes, joven. Mi mujer ya se fue, pero en gran parte del tiempo en el que estuvimos juntos me trataba con desprecio. Estaba amargada de estar a mi lado. ¿Pero a donde iba a ir? Nos soportábamos, pero no éramos felices. Los dos hijos crecieron y se olvidaron pronto de nosotros. Alguno viene por aquí de tarde en tarde. Pero, siempre tiene prisa para irse. Están en sus cosas. No me traen nada, ni pagan lo que vale estar aquí. Tuve que vender mis tierras, y con el dinero que me dieron y alguna pensión que me da el gobierno puedo seguir aquí para que me cuiden. Toda mi vida he estado trabajando, bajo el sol o la lluvia, para ganar el sustento que necesitaba mi familia. Y llega esta hora amarga, en la te “aparcan· para que no estorbes. Cuando llegue la hora, llegará también el olvido. Apenas puedo caminar. Por mis padecimientos tengo que tomar papillas y más papillas. Nada de alcohol. Solo agua. Soy un “trasto” viejo, súper viejo, que hay que quitar de en medio para que no moleste. Mira, joven. Cuando llegue allí arriba, que no creo tarde mucho en realizar el inevitable viaje, si quieren que me reencarne, le diré al jefe que no quiero repetir. A menos que existan otros mundos, el que conozco, es un asco. Si de mi dependiera, tras lo visto, no hubiera nacido. Tu eres joven. Te voy a dar un sabio consejo, aunque apenas sé leer y escribir. Pásatelo bien, todo lo bien que puedas. Diviértete, pues eso es lo único que vas a llevar en las alforjas. Aparte de la naturaleza, el sol, la lluvia, el agua del mar, los ríos y los lagos, todo lo demás es una gran mentira”. 

Emiliano, después de escuchar el duro y radical realismo de este veterano y buen labriego, que estaba viviendo o recorriendo su última estación, sólo tuvo el valor de darle un fuerte abrazo, de sinceridad y afecto. “Volveré a visitarle, amigo Iván. Sus palabras me han llegado al alma. Siempre tendrá en mí un buen amigo”. 

Cuando una semana después volvió a la residencia El Paraíso, le comunicaron en la recepción que “Iván ya no estaba”. Se sintió muy triste con la noticia. El paquete de dulces variados que le llevaba lo dejó para que otros residentes lo disfrutaran.



El segundo objetivo de investigación para Emiliano era, por naturaleza, especialmente complicado. El tema de la muerte es una cuestión muy dura y difícil, sobre todo cuando va vinculada al dolor de la enfermedad. Pero era la obligación del trabajo y no podía defraudar a su profesor ni a sí mismo. Estuvo preparándose mentalmente durante algunos días y cuando se sintió lo suficientemente fuerte se desplazó al HOSPITAL CLÍNICO UNIVERSITARIO, VIRGEN DE LA VICTORIA.  

Al igual que con Iván, e campesino de la residencia, llevaba una carta de presentación explicativa, con el membrete de la facultad y con la firma del catedrático de Sociología. Le indicaron que subiera a la 1ª planta y fuera al despacho del director gerente del gran centro médico, don RAMIRO Valenzuela, especialista en urología que ejercía en este momento como director del hospital. Emiliano le amplió los contenidos de la carta con las características del trabajo que él y otros compañeros iban a realizar. “Aquí tenemos otros muchos compañeros, estudiantes de medicina, que realizan sus prácticas” le comentó el amable interlocutor. Le habló con franqueza: Entenderás que tenemos que ayudar a enfrentarse con su último viaje a muchos enfermos. La ayuda psicológica es muy importante para mantener fuerte, en lo posible, el nivel anímico del paciente. Me dejas unos días, para que te pueda localizar al paciente adecuado para que te ayude en ese interesante trabajo. Su aceptación, lógicamente, es necesaria. Te invito a un café y me vas comentando como vais funcionando en la facultad de derecho. Tengo un sobrino que quiere entrar en tu facultad en año próximo.

“Soy Ramiro, Emiliano. Ya tengo un paciente que acepta hablar con un estudiante universitario, sobre esta vida que se le va. Es mujer y se llama VALERIA, 89. Lleva internada casi cuatro semanas. Pensábamos que la íbamos a perder casi de inmediato. Está lúcida, aunque por la tarde la sedamos para que haga un buen descanso por la noche. Vente mañana. Habitación 307, en la tercera planta. Su hermana, también persona bastante mayor, conoce tu propósito y ha accedido. Piensa que un rato de distracción y reflexión no le hará mal, sino todo lo contrario. Te espero. Un abrazo”. 

Tratándose de una mujer tan mayor y en un estado “terminal”, indujo a Emiliano a llevarle unas flores que alegraran la habitación hospitalaria. Cuando llegó al complejo médico, pasó por una pequeña tienda en la que compró un ramo de rosas, añadiéndole una cajita de bombones. Llamó a la puerta y ahí estaba Valeria, sentada en una silla de ruedas, con su bata hospitalaria y una toquilla de lana gruesa. Su brazo izquierdo lo tenía vinculado al gotero y tomaba un rayito de sol que entraba desde el este. Otra compañera parecía dormida, tras un biombo separador para la privacidad. Por el contrario, Valeria tenía los ojos bien abiertos, recibiendo al joven de la chamarra azul vaquera con una sonrisa.

“¡Qué flores más preciosas! Te habrán dicho que me gustan los bombones, ¿verdad? Son unos detalles muy bonitos, que te agradezco. De modo que eres el estudiante de leyes. Te veo muy guapo y envidio, lo entenderás, tu juventud y tu salud. Me alimentan y me dan las medicinas a través de este gotero. Mi estómago ya se ha cansado de trabajar. Tengo casi 90 año, dentro de dos meses los cumplo. Dudo que pueda celebrarlos, aunque las máquinas y fármacos hacen lo que pueden. Don Ramiro me ha hablado de tu trabajo de clase. Pues te cuento.

He llevado una vida sencilla, con un marido que un día quiso cambiar de pareja. Buscaba libar en flores más jóvenes y esbeltas. La naturaleza no quiso darnos hijos. En aquellos años lejanos de juventud, la ciencia no estaba tan adelantada como hoy. He sido escritora. Así me he ganado la vida cuando residía en Madrid. Cuando me alcanzó la jubilación, vendí mi piso y me vine a vivir con mi hermana Soledad, aquí en Málaga. La pobre había enviudado hacía meses. En la editorial hacía casi de todo. Corregía pruebas. Ilustraba muchas publicaciones. Mantenía contactos con las librerías. Preparaba (en este momento guardó silencio, llevándose la mano derecha a su estómago. Fueron unos minutos tensos. ¿Quiere Valeria que llame a la enfermera? No te preocupes. Es que la máquina “está muy estropeada” y los mecánicos dicen que no tienen piezas de repuesto. Te decía que preparaba los envíos y los contactos con la imprenta. Mi horario de trabajo era de ocho a tres. Por las tardes sacaba tiempo para escribir. Poemas, relatos, tengo por ahí una novela, con muchos folios escritos, pero … ahora carezco ya de fuerzas-

Como ves una vida humilde, feliz, sosegada, con momentos muy gratos. Pero todo principio tiene una estación de término. Y tengo que decir adiós a una vida que amo. ¡Cómo me gustaría una segunda oportunidad! Hablan de la reencarnación, pero creo que es sólo un recurso para la esperanza. ¡El Cielo, el infierno, Satanás … madre mía, que imaginación tienen los curas! Lo que más lamento en este momento son las cosas que me han quedado por hacer. Sobre todo, viajar más. Y ayudar más a los demás. Pero en el trocito de vida que se nos concede, perdemos el tiempo en cosas banales, tonterías, preocupaciones, enfados etc. Y después nos lamentamos del tiempo perdido y tratamos inútilmente de buscarlo. Qué necios somos. Los humanos somos tozudos en el aprendizaje.

Hace dos días, mi hermana me trajo un cura, don Eleazar, para que hablara conmigo. Su gran humanidad corporal era manifiesta. Apenas cabía en el sillón en el que estás sentado. ¡Un sacerdote bonachón con una gran barriga! El buen hombre hizo su trabajo. Yo lo escuchaba pacientemente. En un momento dado, le dije con una sonrisa. No se esfuerce más, hermano, aprecio su voluntad y su generosidad. Con todo el respeto, no quiero ofenderle, ¿Vd. se cree todo lo que me está diciendo? Su plática era como el niño que se ha memorizado la lección y la repite de carretilla. Le ponen un 10 y tan contento. Pero no sabe lo que ha dicho. El buen clérigo hizo un esfuerzo para salir del sillón, me dio un abrazo y me dijo una frase enigmática “Hasta pronto, Valeria, Veremos lo que hay después de todo esto”. 

Emiliano, yo acepto el final de la vida. Te imaginas si todos fuéramos inmortales. No cabríamos aquí, en el espacio terrenal.  Las flores también se marchitan y hay que sacarlas del jarrón. La naturaleza tiene que sustituirnos. Llegamos, vivimos y desaparecemos. Creo que el dolor es inútil y profundamente cruel. Aun así, creo que volvería a probar esta dura experiencia. Creo que volvería a nacer”

El joven Canales, cortó la grabadora (veía muy cansada a la señora) y se arrodilló para abrazarla. Valeria le dio un beso. ¡Volveré la semana que viene! La entrevista con esta enferma terminal lo había dejado muy afectado. 

Siete días más tarde, volvió al centro hospitalario. Llevaba un nuevo ramo de flores.

“La paciente por la que pregunta, que ocupaba la 307, falleció hace una semana, a las cinco de la tarde”. Un tanto aturdido, dejó las flores para la capilla del centro. Volviendo, en el bus municipal número 11, pensaba en que la vida le había dado la gran oportunidad de hablar con Valería precisamente el último día de su recorrido por la vida.

La aportación de Emiliano al trabajo colectivo MIRANDO HACIA ATRÁS, AL FINAL DEL CAMINO, fue muy valorada por don Álvaro Carriscondo. El catedrático animó a los diez participantes a que organizaran los materiales y emprendieran su publicación colectiva. 20 historias acerca de la vida y su compleja justificación.  – 

 

EN EL FINAL

DEL CAMINO

 

 

           José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

           Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


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                                 Viernes 26 diciembre 2025



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