Para muchas personas, la noche supone una fase del día muy al contrario de para lo que se supone está diseñada: el descanso y la recuperación corporal y mental. Pero el estrés laboral, social y económico provoca que el INSOMNIO sea una muy incómoda realidad en nuestras vidas. El permanecer despiertos en la cama impide, obviamente, ese imprescindible descanso que debe ocupar aproximadamente un tercio de las horas del día. Cierto es que unas personas necesitan dormir más que otras. Pero todas han de asumir la necesidad del sueño reparador y en este contexto hay quienes sueñan mucho o poco. Generalmente los SUEÑOS suponen una recomposición mental y lo más curioso es que al despertarnos hemos olvidado la mayor parte de lo soñado. Sin embargo, hay quienes recuerdan sus sueños con bastante exactitud e incluso los conservan en esos escritos que han realizado nada más despertar. Vamos con nuestra historia semanal, ambienta en los años noventa de la anterior centuria.
AGUSTÍN Nevado, 51, trabaja en una gestoría administrativa que tiene su sede en la Alameda Principal malacitana. El espacio disponible de la oficina está poblado de mesas, estanterías, carpetas, personal laboral y abundante clientela. Cuando finaliza su jornada laboral, a las 20 h. vuelve a su domicilio con la mente abrumada por la compleja tarea de todo el día. Y esta imagen se repite rutinariamente durante la mayor parte del almanaque laboral.
Este taciturno, reflexivo, introvertido personaje vive solo. No ha estado casado, ni ha tenido pareja. Hace muchos años que tomó conciencia de su homosexualidad. Pero esa realidad de su ser la ha llevado o mantenido en secreto, por la discreción que le gusta guardar. Su comportamiento es normal, sin gestos o actitudes que puedan “delatarlo”. Cuando escucha o lee en los medios de comunicación eso de “salir del armario” su actitud es “pasar” de tal mensaje No duda que algunos amigos y compañeros de trabajo pueden tener esa impresión sobre él. Pero como trata de llevarse bien con todo el mundo, su sexualidad es algo que a nadie debe importar.
Tiene dificultad para descansar bien por las noches y hay etapas del año en que suele soñar mucho. Tiene sueños fáciles o normales, relacionadas con las tareas habituales del día. Pero hay otras historias o imágenes oníricas más preocupantes, que vienen con el ropaje de auténticas pesadillas. En principio, Agustín “culpaba” de estos malos sueños, algunos de ellos recurrentes, a la inadecuada, por abundante y contenido, ingesta de la cena. Pero a pesar de reducir o controlar lo que cocinaba o preparaba, las pesadillas continuaban sobreviniendo y despertándole en algunas de las madrugadas, sintiéndose intensamente sobresaltado. Algunos compañeros del despacho administrativo, viéndole en ocasiones un tanto adormilado o confuso, trataban de ayudarle:
“Agustín, yo tuve que pedir la ayuda de un psiquiatra, que bien me recomendaron. Su nombre es Waldo Trillo. El nombre que parece extranjero es debido a que su padre, según me contó, era muy futbolero, teniendo como ídolo a un jugador que perteneció al Valencia F.C. por los años sesenta, que destacaba por su fuerza potencia de los goles que conseguía, que parecían verdaderos obuses. Así que le puso a su hijo ese nombre. Te voy a facilitar su teléfono y le solicitas cita. Es persona muy preparada, que te puede echar una mano para esas noches tan incómodas que me has confesado pasas o sufres”.
El consejo del amigo y compañero Ceberio no cayó en saco roto. En pocos días, el oficinista estaba en la consulta del facultativo, dispuesto a pedirle ayuda para su mente. El Dr. Waldo lo escuchaba atentamente e iba tomando las notas correspondientes.
¿Hay algún sueño, Agustín, que destaque o se repita y que le produzca una alteración emocional de especial intensidad?
El confiado paciente guardó silencio unos segundos y pronto concretó un “episodio” que era bastante recurrente, por lo que tenía bien conformado en su mente numerosos detalles:
“Efectivamente, profesor (Waldo daba clases en la Universidad de Málaga) hay uno que me obsesiona un tanto. Veo a un niño de dos o tres años cogido de la mano de una bella mujer, que podría ser mi madre de joven. Estamos en una estación de ferrocarril. Los andenes están llenos de gente, viajeros, familiares, el sonido es ensordecedor, y el humo de la locomotora nubla un poco los ojos, pues me obliga a entornarlos. Es invierno, pues voy muy bien abrigado y con una gorrilla verde oscuro que protege mi cabeza. Mi madre habla con alguien al que yo sólo miro sus pantalones y grandes zapatos negros. Esa persona pronto nos deja. Mi madre llora desconsoladoramente. Me toma entre sus brazos y sus lágrimas caen por mi cuello, sintiéndome protegido y desvalido al tiempo”.
El profesional de la medicina preguntó si su madre vivía y en caso positivo si había hablado con ella del tema central de ese sueño repetido.
“Mi madre ALICIA se me fue hace unos años, cuatro, exactamente. Siempre que hablaba con ella de la naturaleza de mi padre, ella se esforzaba en cambiar de conversación. Su respuesta era tenazmente repetida: que mi padre había fallecido y que la relación que había mantenido con él era muy complicada. Ella me crio, me educó, haciéndome un buen hombre. Debo ser franco con Vd. Mi naturaleza es harto confusa. Mi sexualidad es poco clara. La mujer, como tal, no me atrae. En cuanto al hombre, nunca he tenido relación íntima con ninguno. Tal vez tendría que decir que me atrae la soledad sexual”.
“Pienso, sin duda, que ese sueño recurrente, puede ser cuando tu madre despedía al que era tu padre y que por las circunstancias de la vida no te pudo reconocer legalmente. Sin la ayuda de tu madre, nunca lo podremos saber. Es obvio que ese niño pequeño eras tú. Esas lágrimas amargas de quien te trajo al mundo no las has podido borrar de tu memoria, al paso de tantos años”.
El psiquiatra le recetó unos fármacos tranquilizantes, que le ayudasen a estabilizar el descanso nocturno. Acordaron mantener citas de control cada tres semanas o con menos intervalo en caso de urgencia.
Agustín seguía residiendo en el modesto piso de su madre, vivienda propia que tal vez había sido pagada por el benefactor de sus amores. Al fallecer Alicia, una de sus primeras decisiones fue hacer una “limpia” profunda” de enseres, que no creía conveniente conservar, por los recuerdos que podían afectar a su inestable estado anímico. Tenía que superar la pérdida de la persona que le había dado todo, sin reclamar nada a cambio. El gran amor de una buena, maravillosa madre. Contactó con una asociación humanitaria que recogía muebles y enseres que a los donantes no les resultaban necesarios. Sólo quiso conservar un armario, no muy grande, de buena madera y con un gran espejo. Allí doña Alicia guardaba su modesta y preciada ropa.
Un fin de semana, cuando se peinaba y arreglaba ante el espejo para salir al cine, yéndose a cenar posteriormente a una pizzería que le agradaba, sintió en su interior un sobresalto. En su imaginación creía ver en la luna del espejo no a su figura sino la imagen de su madre. Muy sobresaltado, salió rápidamente de casa. El lunes pidió cita urgente con el psiquiatra para narrarle el hecho. El Dr. Waldo, con firmeza y dulzura, al tiempo, le indicó la necesidad de deshacerse de ese armario materno, pues le estaba provocando intensos recuerdos y alucinaciones.
En la mañana siguiente a la entrevista médica, Agustín volvió a llamar a la Organización Proyecto Hombre, ofreciendo ese armario de caoba, para que hicieran el favor de retirarlo. La asociación envió esa misma tarde a dos operarios vinculados al proyecto, quienes retiraron el buen armario, agradeciendo expresivamente la donación.
Unos días después, recibió una llamada telefónica de la benefactora asociación. Le indicaban que el armario había sido rápidamente vendido, por su indudable valor. Lo había comprado un anticuario que tenía su sede en calle Andrés Pérez, en el centro antiguo de la ciudad. Bruno Carranza, el propietario del negocio, estuvo revisando la calidad de la madera en los cajones vacíos. Al extraer uno de ellos, el comerciante se encontró, atrancado entre el soporte cajonero separador, un viejo sobre, muy amarillento y empolvado, por el paso del tiempo. En el anverso del sobre se leía, con letra manuscrita, PARA ALICIA NEVADO GRACIA. Eran los mismos apellidos que tenía su hijo, Agustín. El anticuario indicaba que el antiguo propietario del armario podía pasar por el negocio para recoger ese sobre.
Se desplazó a toda prisa al establecimiento del anticuario, entrando en un viejo caserón de comienzos del XX, con “agobiante olor a pergamino”. Don Bruno, un hombre bastante mayor, en concordancia con los objetos antiguos que ofrecía para su venta a los aficionados a estos materiales, le entregó cordialmente el sobre, que dormitaba dentro de una bolsa de plástico de las utilizadas para archivar documentos. Agustín, agradeciéndole el gesto y profundamente emocionado, no pudo reprimir darle un fuerte abrazo al comerciante. Ya en la estrecha calle, próxima a la Iglesia de los santos Mártires Ciriaco y Paula, miró “una y mil veces” el nombre escrito de su madre. Debajo del nombre, una dirección: la del piso donde él siempre había vivido. El franqueo tenía la imagen del general Franco. Observó el anverso del valioso sobre: estaba remitida por PABLO ATIENZA. Apartado de Correos 357. Madrid.
Embargado en una profunda emoción, caminó hacia los jardines de la Catedral. Allí sentado en uno de los bancos, rodeado de setos de flores, pequeños estanques, con agua acristalada sobre las losetas celestes, abrió el preciado sobre. Eran las siete y media de la tarde.
“Mi querida Alicia. Esta es una carta en la que te quiero mostrar ese cariño maravilloso que te profeso, pero que tiene el nublado de lo imposible. Hemos pasado juntos momentos de inmensa felicidad, pero mis ataduras familiares, políticas y sociales, con el alto cargo que desempeño en el Ministerio de la Gobernación me obliga a cortar, con mucho dolor, esta inolvidable relación. He de volver a mis obligaciones madrileñas. Este ha sido mi último viaje que emprendo a una balla ciudad, en la que dejo mi ilusión, mi cariño y posiblemente mi felicidad. Pero la responsabilidad ante mi familia y mi trabajo me obliga a hacerlo. Cuando leas esta carta, que te entregaré en la estación de ferrocarril, en esas despedidas que tantas veces hemos realizado, será una despedida leal, sufriente, pero definitiva. He realizado gestiones para que puedas trabajar como auxiliar en la delegación del gobierno en Málaga, en donde se te entregará un contrato de duración indefinida, hasta tu jubilación. Así podrás educar y hacer lo mejor por ese hijo nuestro que ya ha cumplido los tres años. Me ocuparé que nada básico te falte. Pero lo nuestro ha de tener un punto final, respetando los condicionantes que la vida nos impone. Siempre te llevaré en mi corazón. Para nuestra seguridad, debes eliminar esta misiva y continuar con tu vida, haciendo felices a los que tengan la suerte de compartir tu tiempo y tus valores. Un beso de alguien a quien debes olvidar. Pablo.”
Este curioso episodio afectó a hombre sumido en el desconcierto personal. Agustín, gracias a la suerte, encerrada en un vetusto armario de madera, recuperaba esa identidad que tantas veces había solicitado a su querida madre Alicia. Ese sueño repetitivo, en una populosa estación de ferrocarriles, no volvió a surgir al caminar por la niebla misteriosa y críptica de los onírico. –
SUEÑOS
DE IDENTIDAD
José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 7 noviembre 2025
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