viernes, 21 de noviembre de 2025

ALGUIEN LLAMA A LA PUERTA

 


En el siglo pasado, la llegada del cartero para entregar un telegrama sembraba inquietud y nerviosismo a quien lo recibía. Al abrir el sobre o el impreso, leyendo de inmediato su contenido, la preocupación se incrementaba o sosegaba, según fuese la naturaleza del comunicado. En la actualidad, el sistema de telegramas ha quedado obsoleto, con la versatilidad e inmediatez de las comunicaciones por el móvil u ordenador. Sin embargo, cuando suena el teléfono, sea fijo o móvil, la inquietud vuelve a generarse, sobre todo cuando la llamada es realizada a “deshora”, más o menos a partir de las 22 o 23 horas del día o en horas de madrugada. Lo mismo que comentamos del teléfono, podemos trasladarlo al timbre de la puerta, especialmente en horas concretas del día. Esta situación nos obliga a mirar por la “mirilla de la puerta y si no reconocemos a quien ha pulsado el timbre dudamos en abrirle o preguntamos, a viva voz, ¡Quién es! ¿Qué desea? Una tercera posibilidad es no abrir, para mayor seguridad. En este contexto se inserta nuestro relato semanal de los viernes. 

EUSEBIO Lapresa, 46, técnico electricista de la empresa de multiservicios LA PUNTUAL, separado de su mujer CLAUDINA desde hacía más de dos años, por incompatibilidad de caracteres, con régimen de visitas quincenales para los dos hijos desde el mediodía del sábado hasta la cena del domingo, es uno de los protagonistas de nuestra historia. 

Eran las quince horas de un miércoles, cuando ya había quitado la mesa del almuerzo que se había preparado. Esa tarde tenía turno libre, ya que muchos sábados tenía que trabajar, para atender servicios urgentes. Se sentó en su sillón favorito, a fin de ojear las páginas del diario deportivo AS, ya que era un gran “futbolero” desde su adolescencia. El apartamento amueblado que habitaba era alquilado, cerca del Hospital General de Málaga, en el Camino de Antequera. Como era frecuente que le ocurriera, cuando llevaba unos 10 minutos de lectura, el sopor de la digestión lo dominaba y caía dormido en un profundo sueño. Precisamente esa mañana había realizado cinco servicios, alguno de cierta complejidad. En esa siesta se encontraba, cuando le despertó sobresaltado el timbre de la puerta.  Miró su entrañable reloj y comprobó que las manecillas marcaban las 15:35 ¿Quién podría ser el que llamaba a esa hora habitual para el descanso?

Dejó pasar unos segundos, por si pudiera ser un equívoco, ya que el bloque era de muchos vecinos y él se trataba sólo con los más cercanos a su vivienda. Pero el timbre volvió a sonar. Se acercó a la puerta y con las limitaciones que tienen casi todas las mirillas electrónicas vio a un hombre que aparentaba una mediana edad, quien habiendo escuchado los pasos del interior del domicilio presentaba en sus manos un cartón en el que se leía, con letras mayúsculas: POR FAVOR, NECESITO AYUDA, SOY HOMBRE DE BIEN. Dudó otros segundos. La vena de la misericordia pudo más en él que la precaución ante un desconocido. Además, como esa tarde no trabajaba, abrió la puerta a ver qué le narraba el solicitante. 

Ante él aparecía un hombre modestamente vestido, con apariencia alrededor de los 50. Enjuto de cuerpo, mostraba una avanzada caída del cabello clareado por las canas. Ojos tristes, boca pequeña, llevando una chaqueta beige de mezclilla, un tanto raída por el uso, pantalones de pana y calzando unas playeras deportivas también muy gastadas. 

“Dios santo pagará su caridad, hermano. Mi nombre es JACINTO Menéndez. Soy un pobre hombre, en el que se han centrado todas las desgracias. Mi mujer me dejó, yéndose con un fulano con dinero de dudosa procedencia. AURORA no le agradaban los hijos, porque amaba la libertad. Se me fue con todos los ahorros que había juntado por meses en una alcancía, pues necesitaba comprarme una moto para mejor trabajar de paquetero. Nunca he tenido vehículo, sólo una bicicleta que pude comprar a un chatarrero. Y como las desgracias nunca vienen solas, el tablao flamenco, donde me ganaba unas pesetas de palmero, llamado LAS CASTAÑUELAS, echó el cierre. El dueño, un “maricón” de mala vida, ahogó el negocio con sus vicios. No me quedó desempleo, pues Aquiles no me había dado de alta. Voy rogando la caridad de puerta en puerta. No pido dinero, sólo algo de comer para llenar el estómago. Vivo con mi madre ENRIQUETA, una persona muy mayor, que tiene una pensión “de pobre”, ya que su pareja, mi padre, era otra cabeza loca, un “putero” que pegaba a las mujeres para sacarles pasta. Solo le pido, por dios, un trozo de pan y no le molesto más. Tiene Vd. cara de tener un buen corazón”. 

Eusebio sintió pena de una pobre persona, convincente en su mala suerte. Un desgraciado de la vida. Aquel día se había preparado unas lentejas, con chorizo y patatas. Como la olla era grande, la estaba enfriando para hacer un par de tuppers y congelarlos para otros días. “Pase Vd. Jacinto, que un plato de comida no se le niega a un hermano de la vida”. Entonces el pedigüeño, con su cartel bajo el brazo, tomó asiento junto a la mesa de la cocina. Eusebio calentó un plato de lentejas en el microondas. Era evidente el hambre que tenía el necesitado, pues las lentejas y la media telera que le puso junto al plato todo fue consumido en un “abrir y cerrar los ojos”. Le ofreció también una media botella de vino blanco que tenía en la cocina, por si quería echarse un vaso. El contenido de la botella sació la sed del hambriento comensal. No faltó una naranja para el postre e incluso le ofreció si deseaba tomar café. El modesto palmero de Las Castañuelas no cesaba de dar las gracias, ante el generoso trato que estaba recibiendo. 

“¿No le importaría a su caridad que le llevara el resto de las sabrosas lentejas a mi pobrecita madre que con lo que entra en casa se nos va para pagar el alquiler?”. Eusebio preparó un tupper de plástico, que lo llenó de lentejas para la madre de Jacinto. Ya que hacía la caridad, había que completarla bien. 

Lo cierto es que ambos nuevos conocidos, Eusebio necesitado de la habitual siesta y Jacinto bien animado con el medio litro de blanco que se había tomado, se quedaron somnolientos y dormidos plácidamente. El primero en el sofá y el visitante en uno de los sillones del tresillo. Formaban una bella página de fraternidad y caridad. 

Cuando Eusebio se despertó, vio que Jacinto permanecía sentado y sonriente en el sillón. “No me he marchado, porque lo veía tan dormido que me daba “apresión” despertarle. Quería despedirme besándole la mano, porque Vd. es un ángel en la tierra”. Entonces tomó la mano de su benefactor y la besó con profusión, ante el “sofoco” del técnico electricista por esas muestras exageradas de agradecimiento que su mano recibía. De inmediato preparó una bolsa, en la que introdujo el tupper de lentejas, añadiendo una media telera de pan y un par de manzanas para la señora Enriqueta. 

Acompañó al pobre J acinto hasta la puerta y tras darse otro abrazo le puso en la mano un billete de 20 euros. “Don Eusebio, es Vd. la caridad en persona. Si alguna vez pasa por la zona en donde vivo, LOS PALOMARES. Cerca de la Cruz de Humilladero, no deje de preguntar por mí. Seguro que será tratado como un gran señor, que de verdad lo es”. 

Eusebio quedó feliz, tomando conciencia de haber realizado una buena acción. Recordaba las palabras de su padre ERUNDINO. “La caridad no hay que decirla, sino hacerla”. Se sentía el hombre más satisfecho y benefactor posible, por haber aliviado las desgracias de un pobre hombre. 

Pensó en que tenía que dar el paseo de la tarde, que hoy lo haría por la zona del puerto. Al volver pasaría por Martínez Maldonado y compraría algunas cosas en el Mercadona. Antes de salir, quiso darse una ducha, pues la mañana había sido laboriosa en el trabajo. Al entrar en el cuarto de baño hizo el gesto usual de quitarse el reloj de pulsera, muy valioso por sus apliques de oro y que había heredado de su padre. Para su sorpresa, vio que no lo llevaba puesto. Rebuscó por toda la casa, pero el reloj había desaparecido. Estuvo haciendo memoria y recordó que la última vez que lo vio fue cuando se despertó de la siesta y miró la hora: 17.15. Dándole vueltas al asunto, cayó en la cuenta acerca de la forma que Jacinto besaba su mano, abrazando su brazo izquierdo. 

“¡Será posible que este sinvergüenza, desagradecido, se haya llevado mi reloj, herencia entrañable de mi padre!” Se sentía profundamente afligido. Entonces, para su sorpresa, sonó el timbre de la puerta. Era doña CÁNDIDA, la vecina del 5ºB, piso abajo del suyo. 

“Don Eusebio, he ido a echarle una botella de agua al gran macetero de las plantas. Me he encontrado entre las ramas esta cartera. Tenía dentro su DNI y el carnet de conducir. No había dinero alguno en su interior”. 

No sólo se había llevado el reloj de oro, sino también la cartera, que tras quitarle los 400 euros que contenía la había arrojado al gran macetero del portal.

Aquella noche, el bueno de Eusebio apenas pudo dormir. Por la mañana, pidió permiso en su trabajo y fue a la Comisaría Central de Policía para presentar una denuncia contra “un tal Jacinto”. El funcionario policial, tras redactar los escasos datos que le proporcionaba el denunciante, le comentó, con la mirada cansada, 

“Permítame que le diga, con todo el respeto, que Vd. es el 4º “incauto” que ha sido robado, por el mismo procedimiento, en el mes en curso. El problema es que carece de más datos y pruebas de esta persona, profesional de la delincuencia. Sólo su nombre y la sustracción de 400 euros y un valioso reloj familiar que, muy probablemente, ya habrá sido negociado en la reventa del mundo delictivo. El mejor y más sensato consejo que le podemos dar en este momento es que no se debe abrir la puerta a desconocidos sin más. Desconfíe de esas muestras de afecto y fraternidad. Para efectuar la caridad hay organismos y personas adecuadas que pueden recibir sus donaciones, con la garantía de la legalidad. Hay “rateros” bien preparados para el vil engaño. Afortunadamente no ha recibido violencia física. Revise bien su piso, por si faltasen otras pertenencias”.



Una semana después, también miércoles tarde, Eusebio tomó el autobús y se dirigió a la zona que había mencionado el infiel Jacinto. Preguntó a un par de personas, en qué lugar del barrio Humilladero La Unión se encontraba el área de Los Palomares, que había mencionado el singular pedigüeño. Allá de dirigió, encontrándose con un conjunto de viviendas modestas, en plano laberinto. Recorrió varias de sus calles, con la vana esperanza de encontrarse con el pícaro Jacinto. Cansado de caminar, tomó asiento en una pequeña zona ajardinada que tenía varios bancos de madera. Había preguntado a diversas personas si conocían a un hombre llamado Jacinto sin ningún resultado. La gente movía la cabeza negativamente. Recuperaba fuerzas de su búsqueda infructuosa, cuando vio acercarse a un chico adolescente, con la cabeza bien rapada y abundantes tatuajes en brazos y piernas. De manera espontánea, el chico le dijo: 

Vd. se llama Eusebio ¿verdad? Me envían para darle un mensaje. ¡Váyase de aquí! Es por su bien y no vuelva”. 

No se recuperaba de su sorpresa, cuando el adolescente ya había desaparecido casi por encanto. Eusebio se sentía verdaderamente asustado. Caminó con premura hacia la Avda. de la Aurora, en la que tomó el bus 14 que lo condujo hacia el centro de la ciudad. Ya más tranquilo, dio un largo paseo por el puerto, prometiéndose que olvidaría de una vez este enojoso asunto. Desde entonces, es bastante precavido, en abrir la puerta de su domicilio. –

 

 

ALGUIEN

LLAMA EN LA PUERTA

 

 

                 José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

                 Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga 

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