viernes, 30 de mayo de 2025

EL GALLO EN CELO


El protagonista de esta curiosa historia tenía por nombre ARTEMIO Cabrales, 42. Residente en un importante pueblo andaluz, había estado casado y posteriormente separado de su mujer ELOISA Briales, 43. Eran padres de una hija, MARTINA, 12, que desde la desvinculación familiar vivía con su madre, que trabajaba como auxiliar de farmacia.  El currículo escolar de Artemio no había sido brillante. Tras los estudios de la ESO, con modestos resultados, hizo un módulo profesional de auxiliar administrativo. A su finalización, fue pasando por muy diversos trabajos (camarero, albañil, pintor de paredes, reponedor en centro comercial, ayudante de persona mayor impedida) prácticamente todos ellos en régimen de contratos temporales, soportando de igual forma largas temporadas de paro laboral. Esta inestabilidad laboral afectó a la armonía familiar, pues su mujer se caracterizaba por tener un carácter difícil y muy exigente, con el que era su “infortunado” marido. El período de pandemia hizo mucho daño a esta ya difícil relación conyugal: sin ocupación y con mucho tiempo de estancia en casa, todo ello incidió en la ya previsible ruptura convivencial. Como tantos otros, encontró cobijo en su casa de siempre, en donde su madre, doña MIRANDA Canales, le dio la necesaria y lógica hospitalidad. Allí al menos tenía techo, alimentación y el cariño de una madre, viuda sexagenaria. 

La constancia y el esfuerzo de la Sra. Miranda, al fin pareció dar su buen fruto. ALBANO, un vecino del bloque de pisos anejo al de esta señora, cumplía 70 años y se jubilaba. Había sido, en una etapa de su vida legionario, en el tercio Juan de Austria, pero la última fase de su vida laboral la había desarrollado, según él explicaba, en un restaurante de carretera, donde le pagaban muy bien por sus servicios en el control de la seguridad. Tras escuchar a la persistente doña Miranda, se ofreció a dialogar con la dueña del negocio, a fin de que pusiera a prueba al hijo de esta vecina, el cual gozaba de la “fuerza de su juventud”, pues apenas superaba los 40 y “luchaba” día a día para encontrar un puesto laboral con una cierta estabilidad. Su perfil, bien recomendado y potenciado por su madre, era bueno para sustituir al respetable don Albano, en ese trabajo para mantener el orden en el centro “restaurador”.

Albano se ofreció a llevarlo en su propia motocicleta para la entrevista que desarrollaría con la dueña del citado “restaurante”. Cuando llegaron al edificio, Artemio quedó un poco extrañado pues la construcción no daba el perfil normalizado de cortijo o venta para celebrar comidas. Las paredes del edificio individualizado estaban pintadas, según las fachadas, con diversos y llamativos colores. No estaba a pie de la carretera comarcal, sino en un lugar secundario, paralelo a la misma, en la que el firme estaba muy degradado y lleno de matojos. Podría decirse “en medio de la naturaleza”, solitario y sin otras viviendas a la vista. El cartel del supuesto restaurante ponía por título EL GALLO EN CELO. Efectivamente, el logotipo del negocio ofrecía un gran dibujo de un gran gallo de plumaje beige y cresta roja, con un pico muy procaz y unos vistosos ojos que se abrían y cerraban alternativamente con luces, a fin de llamar la atención de los vehículos que por esas carreteras circulasen. Artemio, al ver el panorama que tenía delante, le puso un fácil calificativo: parece un bar de copas.

“Efectivamente, amigo, aquí se bebe bastante pero también ofrecen frutos secos y otras “menudencias” para acompañar los vasos. De madrugada sirven sándwiches y diversas infusiones”. 

Como era una hora intermedia de la mañana, cuando entraron en el gran salón, muy bien decorado con cálidos colores y “picantes” láminas para la estimulación, estaba completamente vacío. “la clientela viene por la tarde avanzada y especialmente por la noche. Yo he tenido que echar el cierre, en algún caso, a las 6 o las 7 de la madrugada. Es un establecimiento para noctámbulos. 

Pronto apareció la dueña del gran local, que le fie presentada al asombrado Artemio como ALONDRA. Era una señora de notable humanidad en su grueso volumen, que ya no cumpliría el medio siglo de vida. Lucía una larga melena, teñida de un sensual color violeta. Atrevidas pestañas, obviamente postizas, ojos verdosos, de fijeza embriagadora. Fumaba en una alargada boquilla, provocando una tenue neblina con las exhalaciones de humo constantes. Vestía una amplia túnica de color esmeralda, adornada con diversos dibujos estampados con motivos claramente de incitación sexual. Pero lo que más impresionaba de la Sra. Alondra eran sus espectaculares “delanteras”. Artemio estaba asombrado de que pudiera existir en la naturaleza senos de tan voluminosa prestancia. Debajo de la incitante túnica, aparecían unas gozosas pantorrillas, enfundadas en un pantalón celeste, a juego con el cromatismo de la vestimenta. Calzaba unas sandalias plateadas, destalonadas y adornadas con un baño de perlas y cristalitos reflectantes. Usaba medias de color rosa intenso. 

Tras los saludos pertinentes, mezclados con las toces de Artemio que nunca había fumado, Alondra escuchaba las recomendaciones y elogios que Albano hacía de su posible sustituto. La señora parecía complacida del joven que tenía delante. Con presteza le dio las primeras indicaciones. 

“Sus funciones serán las mismas que mi buen “Albanito” realizaba. Vigilar la puerta de entrada al local y estar siempre dispuesto a mantener el orden, ya que hay clientes que se embriagan nada más tomas dos copas. Y sobre todo evitar que haya visitantes que quieran sobrepasarse con las “señoritas” que realizan con eficacia su trabajo. Aparte del servicio en las mesas, cada señorita tiene su propio reservado, para la necesaria privacidad del “paquete contratado”. Vd. comenzará su labor a partir de las 8 de la tarde y permanecerá de vigilancia hasta las 4 de la madrugada. Si el horario se extremara, las horas de más trabajadas le serán retribuidas como extraordinarias. El servicio de bar lo llevan las propias señoritas, con las bebidas y el “picoteo” correspondiente”. 

Tras estas explicativas indicaciones, Artemio acompañó a la señora a una habitación posterior, en la que había tres grandes armarios de madera, pintados de un intenso color rosa. “El material que hay en su interior, previa peticiones para el reservado correspondiente, tendrá que subirlo y entregarlo a las operarias”. El cada vez más asombrado nuevo miembro de seguridad contempló, una vez abiertos los sugestivos armarios, una serie de objetos (son objetos de labor, indicaba Alondra)  como látigos, fustas, antifaces, cadenas de distintos grosores, correas de grueso cuero, sugestivos consoladores, bikinis y tangas de sensuales colores, cuerdas, esposas policíacas, orejas de burro, chalecos aborregados, además de cajas con CDs,  debidamente clasificados, con material pornográfico del más alto calibre y un estante dedicado a cremas estimulantes para las sesiones con un mayor nivel de exigencia por parte de la selecta clientela. 

Ya no le cabía la menos duda, Artemio era consciente que iba a trabajar en un tugurio, garito o burdel de carretera. Un bar de copas y servicios especiales para los clientes que así lo demandasen y bien pagasen esas “atrevidos” ejercicios. Una “casa de putas” en el mejor sentido término. Alondra seguía con su explicativa lección al “sobrecogido” nuevo miembro del distinguido staff. “Las señoritas llegan al local a las 19 horas de cada tarde y su trabajo lo desarrollan entre lunes y domingos atendiendo a diversos turnos, a fin de respetar el régimen laboral sindical. Ya conocerá a PLÁCIDO, miembro de este familiar y entrañable equipo, que ayuda en un poco de todo, quien le sustituirá en el día que le corresponda descansar”. 

El embriagador perfume a rosa madurada que emanaba el amplio local se hermanaba con el que salía del cuerpo y ropajes de Alondra. El olor que dominaba el ambiente parecía una mezcla de rosa, tomillo canela, hinojo, un tanto dulzón o acaramelado, excitante para los sentidos. 

Cuando Artemio y Albano volvieron al pueblo (a unos 18 km de distancia) doña Miranda preguntó a su hijo acerca del negocio en el que iba a trabajar. La buena mujer estaba “loca de contenta” de que su único hijo encontrara un buen empleo o estuviera bien colocado, como antes se decía. “Mamá, es una casa para el desahogo del cuerpo y la ilusión del espíritu”, añadiendo unos cuantos detalles acerca del tipo de “restaurante” donde había estado trabajando el señor Albano. Después de escucharlo y manteniendo unos segundos de silencio, Doña Miranda resumió con resignación y elevando los ojos al cielo: “Una casa de trato, lupanar o mancebía, en donde las señoritas hacen felices a los solitarios clientes. No me puedo creer, que don Albano, con lo formal que siempre ha sido, controlara el trasiego de esas “atrevidas fulanas” Pero todos los días hay que ganarse el suelo que nos permita vivir”. 

Artemio comenzó su trabajo con mucha ilusión. Lo que más llamó la atención al nuevo empleado de seguridad, con su porra de goma y plomo al cinto, fue el tipo de clientes que acudían a ese recinto de sexo, bebida y placer. La inmensa mayoría eran hombres, quienes aparentaban ser “señores bien”, fachas con el dinero suficiente para calmar y al tiempo excitar sus ardores placenteros, entre risas, miradas atrevidas, contoneos, tocamientos en las “delanteras” y verdadera obsesión por los traseros prominentes. Todo excitante y fascinante. Los reservados del primer piso y los del pabellón adjunto estaban casi siempre ocupados en esas horas “punta”, como era la medianoche. En total hasta 18 reservados para el goce sexual pagado. Esos señores de gafas oscuras, brillantina en sus escasas cabelleras, bigotes fascistoides, panzudos por la buena vida que se “regalaban” a la hora de la ingesta, llegaban en coches bien despampanantes, fumando sus puros, enfundados en sus gabardinas y ofreciendo sus pícaras sonrisas.  Los que no habían reservado turno, tenían que esperar su número de orden, puesto que podía correr “rascándose” un poco más sus opíparos bolsillos. Los servicios prestados en los reservados solían durar aproximadamente una hora, aunque había potentado del dinero que sacaban su tarjeta oro o billetera para gozar de más tiempo o para experimentar esos castigos masoquistas que tanto anhelaban y fascinaban. Algunas operarias, después de prestar el esfuerzo de su trabajo, tenían que pasar por las duchas, pues las degradaciones solicitadas y pagadas no reparaban en intercambios y sevicias de lo más repugnante. Artemio se veía obligado intervenir a veces, cuando se encendía la luz roja de algún reservado, pues era señal que el cliente exigía posturas y acciones aberrantes o se comportaba de manera violenta.

Solía haber variaciones entre las integrantes del grupo laboral. A este nuevo miembro de seguridad le llamaba la atención los nombres que las señoritas tenían que, en muchos de los casos, no sería el que figuraba en el DNI. Perla, Iris, Pétalo, Lili, Lucero, Aria, Cloe, Alara, Naila, Zoe, Clamia, Eva, Jazmín, Ninfa, Neus, eran algunas de las integrantes del Gallo encelo que iba conociendo. Como ocurre en todos los grupos, Artemio “intimaba” más con algunas empleadas que con otras. Era obvio que el equipo de trabajo estaba permanentemente supervisado por la jefa o Madam Alondra, a la que a veces se la veía con un latiguillo de tiras de cuero en la mano, símbolo de su autoridad y orden para la buena marcha del negocio “restaurador”. Entre los nuevos servicios, se instalaron junto a los reservados unas cabinas, para ser utilizadas por los clientes “mirones y pajeros”, a través de un visor de “ojo de pez, aquéllos de naturaleza afectada por la intensa timidez. 


Como experiencia humana, Artemio aprendió mucho, pues cada dependiente de doña Alondra tenía unos orígenes y unas circunstancias específicas que las había llevado a ejercer una profesión universal en ese burdel de triste y alegre imagen, para obtener dinero que las permitiera subsistir. Había chicas que habían entrado en el negocio, tras atravesar la frontera de manera ilegal por carencia de documentación adecuada para la estancia en España. Otras eran madres solteras, con la urgencia propia de conseguir un rápido sustento para sacar adelante a ese pequeño que carecía de lo más básico. No faltaban las obreras interesadas en el oficio más antiguo del mundo, que veían llegar fácilmente las ganancias a sus monederos y billeteras. El nivel de analfabetismo en la mayoría de las jóvenes era manifiesto. Artemio tenía una cultura básica, que aplicaba generosamente para prestarles ayuda en sus cartas y gestiones administrativas. 

Al paso de los meses, Artemio consideró que tenía que seguir buscando un puesto de trabajo que le llenara más en lo humano y en lo económico. El ayuntamiento de su pueblo, a través de la concejalía de cultura, había organizado unos cursos de inglés, financiados por las arcas municipales. Se inscribió en uno de estos cursos, cuyas clases tenían lugar los lunes y miércoles, en horario de mañana. Este aprendizaje le iba a ser bien útil para su futuro, por lo que se entregó al estudio con gran voluntad en las horas o ratos libres que le permitía su dedicación laboral. Muchos clientes que acudían al Gallo en Celo se expresaban en inglés, y esta relación le ayudó mucho en su nivel coloquial del listening y speaking. 

Una de las empleadas, de nombre JANNINE, nacida en un densificado barrio londinense, cuyos padres se “embarcaron” en un camino hacia la autodestrucción, recaló, tras un periplo por diversos lugares, en un pueblo de Andalucía, cuando tenía 31 años. Su perfecto dominio de la lengua inglesa, pero su imperfecto castellano, dio pie a formar un inteligente equipo con Artemio, el cual deseaba mejorar el aprendizaje del inglés. Uno y otro se enriquecían con los dos idiomas. Fueron intimando, durante los ratos de práctica que les eran posibles. La transparente sonrisa de Jannine y la necesidad afectiva de Artemio unió a esta pareja en una relación sencilla, fiel y cariñosa. Con los notables ahorros de que disponía la joven inglesa, arreglaron un viejo local en el pueblo, en el que instalaron una academia de inglés, para niños y adultos. Artemio también cambió la vigilancia en el burdel. Ahora trabaja en un Mercadona recién instalado en la localidad. Incluso la cigüeña se mostró generosa, trayendo al mundo a una preciosa niña, a la bautizaron como ALBA, pensando en el buen amanecer para las personas. Así finaliza la muy humana historia de este viernes, cuyo título podría ahora cambiarse por el Alba del Amanecer. –

 

 

EL GALLO EN CELO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 30 mayo 2025

                                                                                                                                                                                   Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es          

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viernes, 23 de mayo de 2025

LA PROVIDENCIA DE LA RAZÓN

 



Durante la temporada baja en las zonas turísticas, un porcentaje elevado de establecimientos hoteleros subsisten o permanecen abiertos gracias a los viajeros del Programa Imserso para el turismo social. Estas personas, ya jubiladas, pueden acceder a una semana (o más días) de estancia en hoteles de la costa o el interior, peninsular e insular, en régimen de pensión completa (muchos destinos tienen el transporte incluido) con un coste muy reducido si consideramos al precio usual de estos servicios turísticos. Y ello es posible, gracias a la subvención que el gobierno de la nación deriva para estas vacaciones de personas mayores, que pueden viajar acompañadas de algún familiar o persona de su confianza. También si el hotel dispone de plazas, pueden ocupar una habitación individual. 

Durante los días de estancia, se les ofrecen distintas excursiones que pueden contratar y, diariamente, el hotel desarrolla un programa de animación muy variado (juegos divertidos, bailes con actuaciones de cantantes en directo, ejercicios de gimnasia, concursos, etc). Todo ello en un ambiente de franca camaradería y buen talante relacional. Por supuesto, diariamente disponen de un seguro médico para atender los problemas que los viajeros puedan presentar con su salud. 

Este programa de turismo para mayores funciona desde el mes de octubre hasta mayo, favoreciendo paralelamente a los establecimientos hoteleros para que no echen el cierre en los meses no “vacacionales”. Así pueden seguir dando trabajo a un amplio staff de recepcionistas, camareros, cocineros, limpiadoras, camareras de habitaciones, personal técnico de mantenimiento. Indirectamente también se ven beneficiadas las agencias de viajes que ayudan a gestionar las estancias y los servicios de transporte. 

Si se preguntara, a modo de encuesta, cual es el aspecto que más valoran los usuarios de este programa social, muchos destacarían la posibilidad de viajar a bajo precio, el conocer lugares en los que no se ha estado y disfrutar de sus incentivos. También se valoraría las actividades de animación y distracción. Pero hay un aspecto en el que la mayoría estaría de acuerdo: la suculenta y variada oferta restauradora, para los desayunos, almuerzos y cenas. En casi todos los hoteles funciona el sistema de buffet, para escoger lo que se desea tomar, sin límites para la cantidad. Y si hay huéspedes con problemas de movilidad, los camareros y personal de servicio acuden presto para hacer más feliz la estancia de estos veteranos viajeros. En este contexto vacacional se inserta nuestra interesante historia de esta semana. 

 

El hotel ESTRELLA DEL MAR estaba ubicado en la zona playera de Guardamar del Segura, localidad de la provincia de Alicante. Se trataba de un gran establecimiento hotelero, con nueve plantas, que sumaban 504 habitaciones. Más de mil personas alojadas, en el tope de su capacidad. Diversos grupos viajeros, procedentes de diversas provincias españolas, acudían a estas instalaciones. Un viajero, que viajaba en autobús desde Málaga, para pasar al igual que su grupo 10 días/9 noches de estancia, tenía por nombre GEMINIANO Cebrero, 72 años. Durante su vida laboral (35) había trabajado como persianista, vinculado a una empresa de toldos, persianas, cancelas y otros elementos de protección. Había enviudado al cumplir los 70 y aunque tenía un hijo casado y con familia, sus ocupaciones y la “fría” relación que mantenían padre e hijo, le animó a viajar solo, haciendo toda la gestión a través de una agencia de viajes. El hotel tenía disponibilidad de unas habitaciones más pequeñas para los usuarios que viajaran sin acompañante, o en todo caso cobraba una pequeña tasa para que dispusieran de una habitación doble de uso individual. 

Geminiano, persona “campechana” se adaptaba muy bien a este tipo de estancia, sintiéndose bien arropado por el resto de los compañeros de viaje. A partir del segundo día, el antiguo persianista bajaba a desayunar, almorzar y cenar acompañado siempre de una recia mochila de piel de camello. Tomaba asiento en una de las mesas esquineras del gran salón restaurante, levantándose como los demás comensales para coger los alimentos que iba a consumir. En el hotel funcionaba el sistema buffet, por lo que el usuario podía tomar lo que quisiera y las veces que deseara. 

Cuando Geminiano finalizaba sus comidas, gustaba dejar ordenada la mesa que había utilizado y se marchaba portando su sempiterna mochila, que parecía más llena que cuando entró en el salón restaurante. Como el proceso se repetía en las tres comidas del día, el encargado de visar las tarjetas a la entrada del comedor captó ese detalle, de una mochila que en apariencia salía más llena que cuando entró

El personal del staff (camareros y encargado del restaurante) estaban habituados y eran conscientes de esa realidad que resultaba a todas luces comprensible. Hay residentes a quienes gusta e incluso necesitan tomar alguna fruta, yogurt, galletas o similar antes de irse a la cama, o consumir algo entre el almuerzo y la cena. Incluso hay personas que después de tomar la medicina diaria, les agrada o necesitan acompañar a esos medicamentos con algún zumo o alimento que les alivie la estancia del medicamente en el tracto digestivo. A pesar de que en muchos hoteles hay carteles indicadores de la prohibición, algunos comensales suelen llevarse a su habitación   algún alimento del buffet. En realidad, ese yogurt, plátano o panecillo con una lasca de jamón cocido se podía haber tomado dentro del restaurante todas las veces que se desease. Por esto los camareros suelen ser comprensivos con este gesto que obviamente carece de maldad. 

Pero el caso de Geminiano era diferente. Este hombre daba una apariencia de buena y amable persona, pero alentrar con su mochila aparentemente vacía y salir con la bolsa de piel mostrando la evidencia que llevaba muchos alimentos en su interior, ya no pasaba inadvertida. La información llegó al director del hotel SANTIAGO, Calvente. A fin de evitar situaciones incómodas o desagradables y tratándose de un jubilado de grupo Imserso, septuagenario, uno de los recepcionistas, con especial delicadeza, indicó a Geminiano que el director deseaba hablar con él durante unos minutos. De inmediato fue recibido con toda cordialidad en el despacho del profesional, quien tras los saludos y con todo tacto y amabilidad le expuso la evidencia contrastada por los camareros de que en cada comida se llevaba fuera del restaurante alimentos en su mochila. 

El ex persianista atendió con toda atención y tranquilidad las educadas observaciones de su interlocutor. En modo alguno nervioso sino con todo sosiego respondió explicativamente las causas de su forma de proceder.

 

“Tiene Vd. toda la razón, D. Santiago. Permítame explicarme una historia que me conmovió. En la mañana siguiente a mi incorporación, sabiendo lo que me gusta pasear, fui caminando hacia el pueblo, que está a unos tres y pico km. del hotel. Hay un sendero o pequeña carretera que como Vd. bien sabe está paralelo a la autovía general. En el camino pasé por una pequeña casa semiderruida, en cuya puerta y alrededores juraban cuatro críos, tres varones y una niña. Había una mujer, de unos treinta años, que estaba tendiendo ropa lavada. Dada mi edad, con los achaques propios de la tensión y el azúcar, me sentí algo mareado. Entonces la buena mujer, llamada ELVIRA, me ofreció un vaso de agua, que me ayudo a recuperarme. Hablamos un ratito. Esa familia, de raza gitana, iban de un lugar para otro y desde hacía meses ocupaban esa casa en ruinas, para protegerse. El marido, sin trabajo, hurtaba lo que podía por las huertas cercanas, a fin de poder dar de comer a su prole, 4 niños pequeños. Un día lo cogieron el juez le puso un año de prisión. La pobre mujer hace lo que puede para alimentar a sus hijos. A veces limpia en algunas casas del pueblo, dejando a los pequeños con una señora que los atiende cobrando una módica cantidad o se los lleva consigo mientras hace su limpieza. Me habló que había días que pasaban hambre.

Mientras volvía caminando al hotel, recordé como muchos comensales dejaban en sus platos abundante comida que, por glotonería, había cogido del buffet, alimentos que una vez recogidos los platos iban a los contenedores de residuos. Era comida desperdiciada. Sentí una gran pena y angustia, recordando a esos cuatro niños hambrientos que sufrían la necesidad de alimento. Entonces pensé recoger algunos alimentos de más, cuando iba al restaurante y los guardaba, con la adecuada discreción, en mi bien usada mochila. Por las tardes se los llevaba, con el agradecimiento infinito de esa buena mujer. 

Soy consciente de que los camareros se daban cuenta de mi acción, pero con su bondad me hacían “la vista gorda”, para no llamarme la atención. Se portaban muy bien conmigo. Me miraban, pero hacían como si no me hubieran visto. ¿Y qué les llevaba? Un poco de pan, queso, jamón cocido, pescado frito, yogures, galletas, manzanas etc. Esos alimentos que los comensales solemos dejar s medio consumir. 

Reconozco mi falta, pero le confieso que no podía dormir tranquilo pensando en aquello que la mayoría desperdician y va a los cubos de basura, mientras hay familias que podrían recibir esos pequeños sobrantes con mucha alegría y necesidad”. 

Santiago Calvente quedó internamente emocionado de la humanidad que atesoraba el huésped que tenía ante él. Pensó, mientras Geminiano le explicaba su comportamiento, que lo mejor era adoptar una postura intermedia, repitiéndole al generoso viajero las normas de uso del hotel, para no sacar alimentos del comedor. 

“Entre Vd. y yo vamos a buscar una solución “imaginativa” que contente a todas las partes implicadas. Después del almuerzo, va a pasar por la cocina. Pida hablar con el jefe de cocineros, BASILIO, con el que voy a hablar, a fin de que le entregue una bolsa de alimentos que no van a ir al cubo de la basura y que están en buen estado. Una vez con la bolsa, se la lleva y hace con ella la obra de caridad que estime más oportuna. De esta forma, cumplimos con la norma y don Geminiano también cumple con su hermosa conciencia”. 

Entonces director y huésped se abrazaron con fraternal amistad. Los siete días en que aún duró la estancia de Geminiano en el hotel Estrella del Mar, esa pobre familia, tan necesitada, tuvo la providencia de recibir una serie de alimentos básicos que los comensales habían dejado en sus platos. Elvira, la agradecida madre necesitada y los cuatro pequeños, veían llegar cada tarde a don Gemi (como lo llamaban) como un ángel que el cielo les había concedido. La alegría de esa pobre familia era manifiesta. 

Durante la tarde del último día de estancia del grupo de Málaga, en el hotel de Guardamar, el ex persianista Gemi recorrió los 1200 metros que separaba el establecimiento hotelero de la casita ocupada por esa muy modesta familia desafortunada de la vida. Les entregó una nueva bolsa con bollitos de pan, yogures, queso, tuppers de lentejas, manzanas y galletas. Elvira abrazó al veterano ángel que tanto los había ayudado, con sollozos de agradecimiento. Como era el último día, Gemi tuvo el gesto de dejarle un sobre con alguna cantidad que a él le podía sobrar, pero que esta familia iba a necesitar. 

Antes de tomar el autocar para la vuelta a Málaga, Geminiano pidió permiso para saludar a Santiago Calvente, el director del hotel. Con especial afecto, ambos se abrazaron y el profesional hotelero hizo prometer a su bondadoso huésped que el año próximo quería verlo de nuevo en una estancia Imserso, para que disfrutara en su establecimiento.

“Viajeros como Vd. don Geminiano, son los que engrandecen la imagen de este establecimiento. Me siento orgulloso de haberlo, haberte conocido. Personas con su calidad humana son los que nos hacen mejor y más felices”. 

Cada lunes y jueves, cuando Elvira abre la puerta de su humilde vivienda, se encuentra colgados en el pomo de su puerta dos grandes bolsas, con alimentos en buen estado. No hay señal identificativa acerca de quién los ha dejado en ese lugar. Esa buena mujer entiende que esos regalos son obra del cielo. Piensa, qué duda cabe, en el veterano Geminiano, una buena persona que tanto los ayudó. Unos meses más tarde, cuando la temporada veraniega densificaba los establecimientos costeros para las vacaciones, el encargado de personal del Hotel Estrella del Mar contrató a Elvira para que atendiera labores de limpieza y de camarera de habitaciones. Santiago Calvente, además de ejercer con proverbial eficacia su función profesional, es una de esas buenas personas que, como Geminiano Cebrero cubren de color y esperanza esta convulsa sociedad en la que nos ha correspondido vivir. – 

 

 

 

 

LA PROVIDENCIA 

DE LA RAZÓN

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 23 mayo 2025

                                                                                                                                                                            Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es       

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viernes, 16 de mayo de 2025

DOS AMIGAS DE SIEMPRE

 

Un importante valor, que no todos sabemos aprovechar, es mantener algunas de las amistades generadas en tiempos de la infancia y la adolescencia. Conservar esos vínculos al paso de los años no resulta fácil, pues son las voluntades de dos personas que han de coincidir en ese enriquecedor objetivo. Cuando finaliza el periodo escolar, las vidas de unos y otros van por caminos diferentes y los reencuentros apenas se producen, salvo por el azar o la necesidad puntual de uno u otro antiguo compañero. Pero hay casos en que la vida y nuestra decisión nos regala esa amistad que, por fortuna, nunca desfallece. En este contexto se inserta nuestra historia de esta semana. 

VITO y MARIAN, curiosamente hijas únicas de sus respectivas familias, se conocieron en tiempos escolares de la educación primaria y secundaria. La enseñanza no universitaria la desarrollaron en el Colegio Sagrado Corazón de las Esclavas de Cristo, tanto en las instalaciones del Cerrado de Calderón, como en el monumental edificio de la calle Liborio García, bocacalle de Larios, para los estudios de bachillerado. 

Ambas compañeras y amigas pertenecían a familias honradamente modestas. El padre de Vito era carpintero, mientras que el de Marian trabajaba como dependiente o comercial en unos grandes almacenes, ubicados en el nuevo centro de la ciudad. Los caracteres de una y otra compañera eran un tanto contrastados. Muy activa y a ratos polémica y “rebelde” (Vito), mientras Marian era de temperamento más sumiso o tranquilo, complaciente y desde luego más racional que su impulsiva amiga. Sin embargo, este contraste o diferencia en sus psicologías, favoreció que se “cayeran” muy bien desde el principio de su conocimiento. Las dos chicas tuvieron el acierto de mantener esa convivencia afectiva en la amistad, durante esos años de infancia y adolescencia. 

Ya en la época universitaria, Vito se decidió por la Filología inglesa, pues su primera pareja sentimental tenía antecedentes familiares de origen británico y se expresaba muy bien en este idioma. También justificaba su opción pensando que de esta forma podría llevar mejor a la práctica esa actividad que tanto le gustaba, como era la de poder viajar, para conocer otros ambientes y formas de vida. Por su parte Marian tenía una forma de ser en la que siempre había admirado la profesión de maestra, por lo que se matriculó en la facultad de Ciencias de la Educación, realizando una carrera brillante en su expediente académico. 

Al paso del tiempo, como en las mejores amistades, la vida fue separando ese intenso vínculo de amistad que habían mantenido durante largos años. VITO, siempre con ínfulas de grandeza, carácter que fue incrementándose en el discurrir del almanaque, buscó y encontró un “buen partido” en la persona de RENATO, prestigioso arquitecto, que formaba parte de un conocido estudio denominado OASIS. Esta “lucrativa” empresa tenía su ubicación en la “milla de oro” marbellí. Vito disponía de una solvente disponibilidad económica, pero también se aburría en casa, ya que el servicio de que disponía llevaba muy bien sus obligaciones. Por este motivo, su padre político, vinculado a negocios editoriales, le buscó un acomodo laboral dentro de su perfil, buscando sobre todo que se distrajera, en el mundo librero de la ciudad: Librería LUMEN, en la que trabajaba de lunes a jueves, por las tardes, con una compensación económica complementaria para sus “caprichos. Aplicaba su perfecto conocimiento del inglés, para mejor atender a los clientes de esta nacionalidad. Entre sus allegados, comentaba que deseaba publicar una novela, para la que ya tenía título. ANSIEDAD, aunque le faltaba el necesario desarrollo argumental. 

Vito y Renato tuvieron un único hijo y dos severos abortos. Este descendiente familiar recibió en la pila bautismal el nombre de LUCAS, recibiendo toda su educación reglada en el Colegio de los Hermanos Maristas. Había sacado “la cabeza loca” de su madre. Su padre intentó que probara suerte en el camino familiar de la arquitectura, fracasando estrepitosamente en el empeño. Por presión familiar lo intentó en la escuela universitaria de Aparejadores, pero sin vocación para el oficio (quería ser piloto) tampoco avanzaba en estos estudios. Por influencia de su madre, le buscaron un hueco como representante editorial. Pero el joven Lucas, donde verdaderamente mostraba su capacidad y originalidad era en las juergas y saraos que organizaba con los “parásitos” amigos a los que se vinculaba, pues éstos veían que casi siempre tenía algo de dinero en sus bolsillos. 

Pasando al mundo de MARIAN, había obtenido su grado universitario en Educación Especial, ayudándose de una beca que pudo obtener de una importante institución bancaria a nivel nacional. Pronto consiguió, gracias a su buen expediente académico, plaza de profesora interina en varios centros de Primaria de la Comunidad andaluza, Iba acumulando sustituciones y sumando puntos en su expediente para la baremación. Tras dos intentos fallidos logró sacar plaza en las oposiciones de maestra, que fueron, dado el número de optantes, muy reñidas o competidas. 

En este apasionante periplo docente, conoció a su pareja, AUGUSTO, profesor de secundaria en la especialidad de Educación Física. De esta unión matrimonial vino al mundo un hijo, llamado GONZALO, en recuerdo de su abuelo paterno, del mismo nombre. Desde pequeño este niño se caracterizaba por la sensatez, virtud heredada de su madre. Ya en la adolescencia, dio muestras de sus habilidades para trabajar con todo tipo de artilugios, lo cual fue positivo para tener un “manitas” en el hogar. Él mismo se decidió por cursar un módulo de Formación Profesional, grado medio, basado en la carpintería, fontanería y la electricidad. En realidad, era un módulo de pluriservicios. Al que añadió otro de electrónica. En la actualidad se gana la vida trabajando con empresas subcontratadas, que aprecian mucho su habilidad y responsabilidad ante el trabajo. Ello le permite tener una cierta disponibilidad económica y sobre todo, trabajar en lo que verdaderamente le gusta. Sigue viviendo con sus padres y carece de pareja sentimental estable, mostrando de continuo su carácter social y trabajador. Sus amigos aprecian en mucho su natural forma de ser. 

El teléfono de Marian sonó un viernes por la tarde. Para intensa sorpresa de la maestra, era su antigua amiga Vito quien realizaba la llamada. Prácticamente, llevaban un par de décadas sin contacto alguno. Por suerte, ninguna de las dos había cambiado su número telefónico. En ese momento ambas antiguas amigas eran “cuarentonas”. El destino, más la voluntad de carácter las había llevado por caminos diferenciados. La inesperada alegría que se llevó Marian hizo que su corazón latiera aceleradamente. En segundos respuesta, se dispuso a atenderla como su carácter bondadoso y solícito demandaba. Vito había sido su gran y mejor amiga, en esos años adolescentes y juveniles tan decisivos para la conformación vital de cualquier persona. Hablaron, un tanto presas de la emoción, durante unos minutos. Tenían tantas cosas que decirse y compartir que decidieron reunirse lo más pronto posible. Se citaron para el día siguiente, sábado de mayo, en una cafetería alejada de la vorágine turística malacitana. Eligieron un lugar tan romántico y sosegado al atardecer como era el puerto de Málaga. Allí estarían más tranquilas para hablar de tantas cosas como tenían que transmitirse. 

A la hora acordada, seis de la tarde, las dos amigas fueron extremadamente puntuales para retomar una historia que había quedado detenida casi veinte años atrás. Como era usual en ella, Marian eligió ropa deportiva: camisa blanca, rebeca, vaqueros y zapatillas deportivas. Vito se presentó vestida de “gran señora”, gesto propio de su carácter. El suéter celeste, la falda gris y los zapatos negros de tacón, sin que faltaran un buen acopio de alhajas, generó una traviesa sonrisa en Marian. Tras los besos correspondientes, pidieron sendas tazas de café y leche con canela. Poco a poco se fueron contando sus respectivas vidas de casadas, con las actividades laborales desarrolladas. A continuación, centraron el diálogo en sus hijos.  

Vito, por más que intentaba disimular, acabó reconociendo el fracaso vital y profesional en el que se hallaba su único hijo Lucas. De tener grandes posibilidades en el ámbito de la arquitectura, habían criado a un hijo poco responsable, un “cabeza loca”, que no había podido ni acaban la carrera de aparejadores. Era un golpe duro de reconocer, para la forma de ser de una mujer que siempre había buscado la aureola de la ostentación y el poderío. Sin embargo, ante su gran amiga de la infancia tuvo que sincerarse y aplicar ese punto de humildad que todos tenemos, aunque esté demasiado oculto en las entrañas de nuestra privacidad. 

“Como matrimonio, bien. Renato tiene a veces sus “salidas” o escapadas, pero te confieso que yo también lo he engañado. Te lo cuento a ti, la única persona a quien no podría mentir, porque me conoces muy bien”. 

Marian agradeció la buena y sorprendente franqueza de su “inolvidable” amiga. Cuando ella se centró en Gonzalo, puso sobre la mesa de la sinceridad la humildad de los módulos profesionales que con esfuerzo admirable había superado. Con esta formación, ahora se estaba ganando dignamente la vida. La relación con Augusto, también profesor, pues normal, como casi todos los matrimonios. Siguieron hablando

Casi sin apenas darse cuenta, habían pasado casi dos horas de este sentimental y amistoso reencuentro entre dos antiguas amigas que habían hecho un largo paréntesis de dos décadas en aquella inolvidable complicidad e intimidad. 

Se despidieron con un fuerte abrazo de amistad, sonrisa y añoranza, aunque finalmente Marian le dio a su amiga un beso afectivo para la despedida. No había olvidado esa infancia y adolescencia que tanto le había hecho crecer por la fortaleza de carácter de su amiga Vito. Se prometieron, como suele ocurrir en estos casos, buscar huecos de reunión al menos dos veces al mes, para ayudarse y hablar acerca de sus vidas separadas. Ambas reconocían que se necesitaban, en esta etapa ya camino de la madurez en el recorrido de sus existencias. 

Hoy Gonzalo, el hijo de Marian, trabajo en el equipo técnico del arquitecto Renato, el marido de Vito. Dirige el mantenimiento de dos hoteles en la milla de oro, vinculados al grupo empresarial en el que trabaja el marido de Vito. Lucas ha hecho amistad con Gonzalo, cambiando en lo positivo mucho de su desordenado carácter, aprendiendo de un honrado y responsable trabajador y mejor persona. Cada dos semanas, Vito y Marian se reúnen. Son como dos hermanas de siempre, que han estado separadas cuatro lustros, pero que en estos tiempos del reencuentro quieren recuperar el tiempo perdido. Ambas mujeres se lo han propuesto y tienen la convicción que lo van a conseguir. -

 

 

DOS AMIGAS DE SIEMPRE

 

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 16 mayo 2025

                                                                                                                                                                                  Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es  

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viernes, 9 de mayo de 2025

EL GRAN REGALO DEL CUMPLEAÑOS

Es un día de sensaciones muy contrastadas, según las personas y las zonas geográficas.  Hay lugares y familias que sólo celebran los cumpleaños, mientras que en otras el santoral tiene una mayor significación. Cumplir años supone una gran alegría para los pequeños de la casa. Pero a medida que los años van sumándose en el calendario, esa alegría ya no es tan manifiesta. Incluso vemos ese hábito infantil, pueril o divertido, por el que van “cambiando” la fecha de su nacimiento. “Me he quitado dos años” o “yo cumplo años para atrás”. En ocasiones, la edad es un obsesivo secreto, cada vez más complicado de descubrir. Sin embargo, hay resquicios informáticos o de otra categoría, para que podamos conocer los datos exactos del nacimiento de aquel que se esfuerza en ocultarlo. Es evidente que a medida que las décadas se van acumulando, se aplican todos los esfuerzos posibles para ocultar la fecha en que vinimos al mundo. 

Y después de todo ¿qué es la edad? una cifra o factor numérico. Cada 365 +1/4 días, hemos sumado un año más. El niño quiere ser mayos. El joven quiere alcanzar la mayoría de edad. El adulto muestra cierta preocupación, porque esa “gozosa” fecha le recuerda que su oportunidad vital estadísticamente se va reduciendo. Y el anciano, en los momentos de lucidez, se siente feliz y agradecido, por haber acumulado todos esos años de vida. La preocupación sobreviene poque la fecha de nuestra caducidad se va aproximando. La racionalidad, para los muy mayores, es vivir al máximo cada amanecer, en su periplo vital. Esta significativa fecha anual es el contexto argumental de nuestro relato para esta semana. 

Don BRÍGIDO Armiño Froilán había alcanzado, con el natural gozo, su medio siglo de vida. Cincuenta años muy bien llevados, si no fuera por esas indisimulables entradas en sus sienes, camino inexorable de la calvicie acelerada, por esas canas que con habilidad artesanal se las disimulaba su servicial peluquero Roberto, con establecimiento en el barrio de Teatinos donde Brígido residía, por esa “papada” que al mover el cuello se balanceaba, cual badajo campanero en cualquier iglesia o ermita monacal, por esas  “traviesas” vértebras cervicales, dorsales y lumbares, que le recordaban la servidumbre del almanaque. A pesar de los adelantos en la elaboración de fajas para “barrigones” el diámetro de la barriga del celebrante exigía una talla 54-56, a fin de ajustarse los pantalones. Sus piernas arqueadas eran producto de la genética y sus pasos en los desplazamientos mimetizaba el caminar de los patos cuando salen del estanque. 

Este ciudadano era diplomado en Ciencias Empresariales, habiendo llegado a ser jefe de negociado en la delegación provincial de Obras Públicas, en el Ayuntamiento de Málaga, aunque había nacido en el pueblo de Villanueva del Trabuco. Estaba casado desde los 26, con BERNARDA Matosas, que ejercía de agente de seguros. Este matrimonio había traído a la vida a dos hijos y una hija, MARCO, 23, RAMIRO, 22 y DIANA,15, la joya de la familia por su vitalidad y alegría. 

Ese viernes, en que se celebraba su “cincuentenario”, Brígido se lo había tomado libre, como día de asuntos propios. En el almuerzo familiar, además de los cinco miembros familiares, iban a estar presentes los cuatro abuelos de la bien avenida familia: Don Julián doña Elvira, por parte del padre y don Trinidad doña Amelia, por parte de la madre. También estaban invitados la hermana de Bernarda, Candelaria, con su marido el tío Leopoldo, en total once comensales. 

Bernarda había encargado el almuerzo en el CATERING LA FORTALEZA, empresa de reconocido prestigio para todo tipo de eventos. Toda la familia estaba citada a las 14 horas, con la intención de iniciar la comida del cumpleaños media hora más tarde. Había que ultimas los últimos detalles, recibir a los familiares, con los efusivos saludos de besos, abrazos, sonrisas y entrega de los regalos, con el acuerdo tácito que se abrirían en el momento de los cafés y demás infusiones. Se había contratado, sugerencia de Brígido, a la sobrina del portero del bloque, llamada ESMERALDA, una joven de 20 años, verdaderamente atractiva en su físico, para que ayudara en el servicio de mesa. A medida que fueron llegando los familiares, se escuchaban, entre besos y abrazos, frases verdaderamente ingeniosas, para ver quién podía quedar más bien con los “barrocos” y exagerados elogios. 

“Pero si cada día estás más joven, querido Brígido, pareces un chiquillo”. “Y los dos “dandis” de la casa ¿tienen ya mocita a la que merecer?” “doña Elvira y doña Amelia, cada vez que nos vemos me reafirmo que son Vds. Las más guapas de la familia”. “Bernarda, me tienes que recomendar el salón de belleza al que acudes, porque la juventud la mantienes en el cuerpo, como si fueras, que lo eres, una quinceañera de merecer”. “Trinidad, me dijo Bernarda que se había quitado del tabaco, te veo más esbelto y saludable, igual te animas con el siguiente maratón”. “Cuñado, tengo un pariente muy recomendado, no te olvides de avisarme si encuentras algún hueco en el negociado, para poderlo colocar”. “Mi nieta guapa ¿cuántos has cumplido ya? querida Diana, la alegría de toda la familia”. “Ya me has visto Amelia, la ciática me está dando mucho que hacer” “Si, Elvira, incluso parece que cojeo un poco, Julián me ha recomendado que use bastón, incluso se ha ofrecido a dejarme uno de cuando tuvo el problema con el tobillo” “El culo y las pantorrillas se me han mejorado, Candelaria, desde que voy a clase de pilates, que lleva una polaca de muy buen ver y bastante experta en esa técnica”. “Vienen unos olores de la cocina que alimentan, habéis tenido que echar la casa por la ventana. Los 50 se cumplen una sola vez”. “Qué maravilla de tarta, la he visto en la cocina, una obra de arte elaborada por La Fortaleza. ¡Me he emocionado cuando he visto sólo cinco velitas para apagar! Desde luego que sería un error poner 5º velitas encendidas".

El almuerzo, servido por un representante de La Fortaleza y Esmeralda transcurrió con toda perfección y diligencia. El MENÚ estaba compuesto por los siguientes platos: 

Copa de champagne, en la entrada. Caldo de pato a la holandesa, con picatostes y pastas de estrellas salteada. Solomillo asado de ternera relleno con guarnición de espárragos trigueros a l licor. Tarta del medio siglo, con dos pisos, con nevaditos y colinas de chocolate (tenía un tesoro escondido especial. Rioja, Cervezas, refrescos y agua de Fuente Bibiana. Café, té y chocolate a la taza, con pastas. 

Se cantó, a coro de viva voz, el CUMPLEAÑOS FELIZ, con la emoción propia de don Brígido que fue besando y abrazando a todos los miembros de la familia y, de manera especial, a su Bernarda, que le había acompañado en gran parte de su vida. 

El ama de la casa, Bernardita para muchos, mandó que todos pasasen al salón estar, para abrir LOS REGALOS, mientras que esmeralda servía en una gran bandeja las infusiones, acompañadas de pastas elaboradas por las hermanas Clarisas de un venerado convento de Antequera. 

Brígido, visiblemente emocionado y nervioso, fue abriendo los diversos presentes que en fecha tan especial iba a recibir. Un juego de corbatas, azul, roja y mezclilla. Una pluma de oro Mont Blanc con una dedicatoria grabada. Unos palos de golf, una afición tardía del celebrante, deporte que apenas practicaba. Una preciosa bufanda de seda y lana gris, importada de la India. Una muy vendida biografía de Manuel Gutiérrez Aragón, Maravillas, con dedicatoria al celebrante manuscrita en la primera página.  Una cartera de ejecutivo hecha en piel de becerro, encargada en una industria sita en Antequera. 

“Gracias, gracias, gracias, todos sois muy generosos. Poseo la mejor familia del mundo. Yo no sería nada, sin todo el cariño que recibo de una familia tan unida y feliz”. Todo el mensaje envuelto en lágrimas, pues don Brígido era por naturaleza muy llorón. 

El último regalo que le fue entregado correspondía a su hija pequeña, la dinámica Diana, muy puesta en la técnica informática. Había montado una grabación en video, utilizando fotos de toda la familia, para disfrutar con la evolución de su padre el paso de los años, desde la niñez hasta la madurez.  Mediante Bluetooth fue pasada por el televisor de 72 pulgadas, montaje que a todos emocionó. “Mi principal regalo, os lo aseguro, con el corazón en la mano, es mi querida y gran familia, y este video que recoge momentos emblemáticos de mi vida. No puede haber un esposo, un padre, un hijo, un hermano, más feliz hoy en el mundo, que quien tiene el honor y el sentimiento de hablaros”.

Esmeralda tomó la foto grupal, como recuerdo de esta sin par efemérides. Y llegó la hora de la despedida. Más abrazos, besos, sollozos de emoción de las abuelas especialmente, carantoñas, y promesas de repetir el gratísimo evento cuando llegaran los 51. 

Marco y Ramiro se organizaron para llevar a sus domicilios respectivos a los abuelos y tíos, que habían llegado en taxi. Bernarda había bajado a la calle, a fin de estar pendiente de que los abuelos pudieran subir bien a los vehículos. Brígido, aún pleno de emoción, comentó que se iba a descansar, echándose un ratito en la cama. Mientras, Diana, desde el balcón de la quinta planta del inmueble despedía con una bandera rosa a sus queridos familiares. 

Al entrar en el piso, las suelas de goma de las botas deportivas Converse que calzaba no hacían ruido al caminar. Para su sorpresa tuvo una muy desagradable visión, que le impactó. Observó desde fuera de la cocina a dos personas que se estaban abrazando y besándose tiernamente. No podía creer lo que sus ojos veían, pero eran ellos. De espaldas a la puerta, estaba su padre besando ardorosamente a la sobrina del portero, Esmeralda, que se dejaba querer. La pareja de amantes, 30 años de diferencia, no se estaban dando cuenta de que estaban siendo observados. 

Diana tuvo la suficiente sangre fría para dirigirse a su habitación, sin hacer ruido alguno, se puso los auriculares del iPad y se concentró en la música de Spotify que escuchaba. Se dijo para sus adentros: 

“Son cosas de mayores. Mejor dejarlo como está y no romper o estropear el ceremonial de una jornada familiar inolvidable. El tiempo decidirá”. 

Jornada del cincuentenario, en la ejemplar familia Armiño-Matosas. – 

 

 

 

EL GRAN REGALO 

DEL CUMPLEAÑOS

 

 

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 09 mayo 2025

                                                                                                                                                                                     

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viernes, 2 de mayo de 2025

UN GENEROSO ÁNGEL GUARDIÁN

Hay momentos en los que infortunadamente las personas “perdemos los nervios” o el control de nuestra racionalidad. Los motivos de esta penosa actitud están, lógicamente, cercanos a las circunstancias de nuestras vidas. Estrés laboral, fracasos afectivos o familiares, tensiones por dificultades económicas, el tener un carácter desequilibrado, tratos injustos o desconsideramos que nos afectan en el ánimo, etc. Mientras sufrimos esta incómoda realidad, otras personas mantienen con admirable madurez su equilibrio temperamental, ante cualquier dificultad que les sobrevienen en su diario caminar. En este contexto se inserta nuestra historia que compartimos esta semana. 

Las circunstancias que rodeaban la vida de PRUDEN (Prudencio) Bilardo, 28, no eran las más favorecedoras para su tranquilidad anímica. Es un perito industrial que no ha conseguido plaza, en unas recientes oposiciones a las que, con gran esfuerzo en el estudio, se ha presentado. Optaba a un puesto administrativo en la delegación provincial de Industria en Málaga. Las relaciones con su novia IRINA, 24, graduada en Ciencias de la educación y con plaza de maestra interina en un centro escolar ubicado en la barriada universitaria de Teatinos, no pasaban por los mejores momentos. 

Los nervios de Pruden estaban a “flor de piel” con más frecuencia de lo soportable. Por el más nimio motivo, su temperamento juvenil “saltaba” como un gato felino contra quien consideraba autor de sus “ofensas”, poniendo a prueba su temple perdido en esta fase vital de incómoda desventura.

Una mañana, el joven Bilardo, que deseaba con ansiedad conseguir una vivienda de protección oficial, en régimen de alquiler, para ofrecerle a Irina el anhelo de irse a vivir juntos, se trasladó a un organismo municipal dedicado a la promoción de alquileres para las jóvenes parejas. Llevaba consigo una densa carpeta de documentos y fotocopias, con el fin de entregarlos en la “ventanilla” correspondiente del organismo municipal. Su legítima ilusión era poder ser uno de los agraciados con la concesión de un piso en alquiler a coste reducido. En esta convocatoria se indicaba que los afortunados para tal objetivo, podrían con el paso del tiempo acceder a la propiedad del inmueble de construcción municipal, a un precio bastante subvencionado en función de determinadas circunstancias familiares de los solicitantes. 

Se encontraba en un estado de comprensible tensión emocional, ante la posibilidad de conseguir esa pequeña vivienda en donde él pensaba viviría feliz con Irina, formando una familia junto a esos hijos que alegran la existencia. Sus fracasos en la búsqueda de un puesto de trabajo estable no disminuían su fe en esta difícil pero no imposible oportunidad de ser uno de los afortunados en la concesión de un piso subvencionado por el ente municipal. Cuando llegó al organismo administrativo, contempló con resignación que tenía una larga fila de solicitantes por delante. Esperó con paciencia que la “cola” se fuera moviendo, pero el funcionario que recogía la documentación de solicitud actuaba con lentitud y exasperante parsimonia. Se veía que era una persona muy meticulosa, ya que en muchos de los casos ponía objeciones a la documentación que lentamente revisaba. Cuando se fue acercado a la ventanilla había pasado casi una hora de espera. Pudo ver que el administrativo llevaba puesta en su chaqueta una pequeña placa con su nombre: EUSTAQUIO Canales. Se trataba de una persona no lejana a la jubilación, que podría ser sexagenario y que tenía mal carácter. El típico “viejo cascarrabias” que se excede en su función “regañando” y poniendo pegas a todo joven o con más edad que se le pusiera por delante. 

Cuando al fin Pruden alcanzó la ventanilla, el funcionario comenzó a revisar la densa documentación que había recibido. No pasaron muchos segundos cuando fue poniendo “peros y pegas” a determinados documentos, que se los devolvía al solicitante. La tensión nerviosa acumulada inestabilizaba cada vez más la paciencia del joven, cuyos nervios iban “in crescendo”. El clímax se produjo cuando el veterano administrativo trató con evidente desconsideración (comentario hiriente y burlón) al ya muy tensionado Pruden, que respondió con la fuerza de su juventud y el sentimiento de sentirse no bien tratado, por la kafkiana escenografía que soportaba. Se cruzaron palabras fuertes, advertencias y amenazas de llamar al vigilante de guardia para que interviniera. Se llegó a los gritos y a gestos acusadores por un Pruden que cada vez hacía menos honor a su nombre. Al fin apareció el guarda de los servicios de seguridad que trataba de mediar en aquella desagradable situación. 

Pero en ese crítico instante, intervino una señora que en la fila acompañaba a una joven, amiga o tal vez familia. Se llamaba ALBA Fonseca Quesada y su imagen evidenciaba que superaba los sesenta. Vestía con elegancia: camisa de franela cubierta por una rebeca de color crema. Falda plisada de color también beige y unos zapatos negros con medio tacón, también bien cepillados y lucidos con crema. Su cabello color castaño había pasado recientemente por la peluquería. Ojos azulados y una piel bien cuidaba en la que no sobresalían en demasía las arrugas. Sus movimientos y forma de expresarse reflejaban que se trataba de una persona tranquila, sosegada e intensamente racional. Su largo recorrido vital parecía que le había enseñado a relativizar lo desagradable y a potenciar ese don innato de la alegría, tesoro temperamental que algunos anhelan gozar. 

Se acercó con una amable sonrisa al “foco del conflicto” rogando a joven Pruden que guardara silencio. Con educada firmeza indicó al funcionario que este joven, como tantos otros estaba pasando una “mala racha”. Usando de la invención, añadió “Yo lo conozco y respondo por él. Indíqueme los errores de la documentación que real realmente importantes. También le ruego que se sosiegue”. Como por arte de magia, la actitud del funcionario Eustaquio cambió de inmediato. A partir de la afortunada intervención de la señora Alba, el administrativo estuvo más comprensivo, ya que entendería que esta mujer que con educada firmeza le hablaba sería un familiar o persona muy allegada al solicitante de una vivienda protegida. Éste contemplaba la situación con indisimulado asombro. La situación administrativa se normalizó y se agilizó.

Cuando Alba junto su joven amiga terminaron también de realizar su gestión, en el Instituto Municipal de la Vivienda, observó a la salida que la estaba esperando Pruden. La reacción de éste fue muy afectiva. Le dio un cariñoso abrazo, mientras repetía emocionado la palabra gracias. “Gracias señora, por la ayuda tan generosa que me ha prestado ¿Aceptaría que la invitara a un café? Me haría ilusión y creo que bastante bien poder explicarle algunos motivos de mi comportamiento, muy nervioso y a ratos incluso violento de palabra.” En unos minutos estaban ambos sentados en una cafetería cercana (la chica que acompañaba a Alba se había despedido amablemente). Dos generaciones separadas por muchas hojas del calendario compartían sendas tazas de café.  Parecía como si una abuela estuviera hablando con su nieto. La estampa era entrañablemente familiar. 

Pruden explicó someramente a la buena señora los ingratos momentos que estaba atravesando que condicionaban sus actos ante los hechos de la vida cotidiana. Esa situación le impedía mantener el necesario autocontrol de cordura, provocándole el estallido de respuestas radicalizabas. Reconocía también que su carácter se había “degradado” en los últimos tiempos. “Le confieso, doña Alba, que choco con mis padres, con mi novia Irina, con mis amigos e incluso me enfado conmigo mismo”. Entienden que estoy pasando por un mal momento y me soportan y ayudan”. La señora lo escuchaba con maternal paciencia. 

Alba le explicó que ella había sido profesora de música y que había actuado durante largo tiempo como miembro de la Orquesta Filarmónica. Con una traviesa sonrisa le comentó que era una virtuosa del violín, instrumento que seguía tocando, aunque ya se había jubilado de sus obligaciones docentes y de actividad musical en la orquesta. Ahora su vida se caracterizaba por la tranquilad, disfrutando del importante valor del sosiego. Y que además gozaba mucho ayudando a los demás, cuando observaba necesidades a su alrededor, como había pasado esa mañana, ante la ventanilla del negociado de la vivienda. Hacía años que había enviudado. Ahora, con 68 años, vivía sola en una casa que había compartido con su difunto esposo, situada cerca de la playa, alejada del bullicio del centro de la ciudad. Cada día disfrutaba viendo el amanecer, en al alba como mi nombre y esos bellos atardeceres también cromáticos, anaranjados y románticos, cuando el día se va despidiendo, camino del anochecer. 

Su larga experiencia en la vida le había enseñado a relativizar (sin quitarles importancia) los problemas de cada día. Pensaba que salvo la salud, cuando el deterioro es grave, todo lo demás se puede ir afrontando con paciencia, voluntad e imaginación. Por supuesto que contando con el calor humano de esas personas que saben aportar también su cariño y sosiego. Me refiero a esas personas que sabes están siempre cerca, aunque esa cercanía no sea sólo física.

Alba y Pruden, esa nueva e inesperada amistad, compartieron sus números de teléfono y también las direcciones electrónicas de sus ordenadores. La buena señora le ofreció el entorno natural playero en donde residía, para que la visitase, acompañado “sería una alegría conocerla” de su novia Irina. Se despidieron con afecto, en lo que había sido un día alegre y esperanzado para el inexcusable valor de la amistad. 

HAN PASADO MESES Y DÍAS. La situación de Pruden ha mejorado, pues ahora afronta las dificultades con una mejor disposición y estrategia. Alba le sugirió que, dado el estado anímico en que se encontraba, lo más sensato sería ponerse en manos de un especialista en psicología, consejo que su joven amigo aceptó, buscando un mejor equilibrio en sus comportamientos y decisiones. Acude a consulta semanal, con esperanzadores resultados. Es una profesional de la psicología, Marian Laval, especializada en respuestas ante las dificultades cotidianas. La comunicación telefónica y mediante el correo electrónico también es frecuente con Alba, quien le ha animado la redacción de un pequeño diario, en el que refleje sus reflexiones con respecto a los aciertos y errores que sea consciente haber sido protagonista en la sucesión de los días. También acude a un gimnasio, afin de encauzar con acierto el potencial energético que generan sus ya 29 años.

Con frecuencia quincenal y acompañado de la maestra Irina, visita el domicilio de su gran “madrina”, como simpáticamente él la denomina. Fijan estas visitas los sábados por la tarde, compartiendo los tres una estupenda merienda (Alba es también una excelente repostera) y, lo que es más importante, densos y gratos minutos de conversación sobre las últimas vivencias de los contertulios. Pruden queda maravillado acerca de esa “angelical” amiga que ya se acerca a la barrera de las siete décadas y la serenidad de sus respuestas, narrando las adversidades y mejores logros en su culta existencia, con la música y los libros. Sobre todo destaca en su persona ese envidiable sosiego espiritual que transmite a su alrededor. Para poner un digno colofón a esos encuentros quincenales, el atardecer se ve enriquecido con una admirable sesión de violín, tocado por las manos expertas de Alba, quien sabe “arrancar” de esas cuerdas sonidos celestiales. 

“Amigo Prudencio, el gran secreto de esta paz espiritual que he logrado alcanzar deriva del saber convivir con las dificultades, compensando los malos momentos, que todos tenemos, con esas virtudes que nos engrandecen, haciéndonos mejores. Perder los nervios no lleva a ninguna parte, normalmente porque el problema que lo ha originado permanece. Hay que busca la mejor y serena solución, entre todas las opciones posibles. Y cuando uno no es capaz de salir de la ofuscación y el radicalismo expresivo, tener cerca a esa mano amiga, que tanto nos aporta. Te confieso que ayudándote también me ha dado fuerza espiritual y una gran tranquilidad del alma”.

Una mañana Pruden, que ya formaba familia con Irina y ejerciendo de técnico de mantenimiento en una prestigiosa cadena hotelera, recibió una terrible noticia. Alba se había “marchado” al reino celestial donde lucen las estrellas. Una ayudante de servicio la encontró, sumida en ese sueño infinito, sentada en su butaca preferida del salón de su hogar, con vistas al mar. Sobre su regazo reposaba el violín que con tanta perfección sabía tocar. 

Alba no tenía hijos. En su voluntad testamentaria legaba sus bienes materiales en tres partes: un tercio del valor lo recibía su hermana, del segundo matrimonio de su padre, que residía en el Pirineo catalán. Otra parte iba dirigida a una fundación asistencial para personas mayores, que sufrían abandono afectivo y económico. Y la última parte la recibiría su “ahijado” y querido Prudencio Bilardo, al que tanto dio y del que recibió el cariño, el respeto y la admiración, en la fase terminal de su vida.

Así finaliza esta bella historia acerca de personas inestables y sumidas en el descontrol, que una vez tuvieron la inmensa suerte de conocer y aprender multitud de valores, procedentes de su verdadero ángel guardián. 

 

 

UN GENEROSO

ÁNGEL GUARDIÁN

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 02 mayo 2025

                                                                                                                                                                                     

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