En todas las localidades geográficas, sean grandes o pequeñas en población, ejercen un importante protagonismo social determinadas personas, que han desarrollado durante períodos, más o menos amplios, diversos cargos o funciones en el ámbito de la administración pública o en la actividad privada: política, deporte, arte, cinematografía, religión, comercio, construcción, finanzas, teatro, investigación, medicina, educación, etc. Los dirigentes e instituciones de estas ciudades suelen también homenajear a estos ilustres ciudadanos destacados, lamentablemente cuando ya han fallecido. Pero también esos homenajes y reconocimientos se efectúan a veces en vida de estos protagonistas.
Son jornadas festivas sumamente agradables, centradas en destacar, a través de vibrantes y emocionantes discursos (entre los que interviene el propio ciudadano, premiado o reconocido por sus excelsos valores) la justicia y el agradecimiento a tan excelsos personajes. No suele faltar en estas populares fiestas sociales la imposición de medallas, la concesión de diplomas acreditativos, el reconocimiento y levantamiento de algún busto o placa señera, cuando el festivo acontecimiento se desarrolla en la propia vía o plaza pública. Al final de la fiesta homenaje, la banda del municipio u otra agrupación musical, interpreta piezas o composiciones bien elegidas para la alegría de todos los presentes y de la propia persona a quien va dedicado tan emblemático y emocionante acto. Vayamos ya al núcleo temático de nuestra historia, sustentada en la previa introducción.
El protagonista de este divertido y reflexivo episodio tenía por nombre FELICIANO Palanca Ciempasos. 75 años, había sido todo un “animal político” servidor público en la administración de un importante pueblo o municipio de la alta Andalucía. Concejal encargado de variadas competencias, 1er teniente de alcalde y posteriormente alcalde presidente de la corporación municipal durante más de tres décadas. Todos esos años en la dirección municipal, desde su primer oficio de trabajador y propietario de una panadería, su buena capacidad de gestión, acumulando un poder “casi absoluto” para llevar a buen puerto a varias generaciones de vecinos, lo hacían merecedor de un fraternal homenaje.
Se podría sintetizar el poder y la influencia de este versátil gestor público, con esa frase popular que posee un tan hondo significado “No te preocupes, que yo hablo con Feliciano y todo arreglado”. Esta amable y premonitoria frase, se complementaba con otra más agresiva o “amenazante” de “Mira, que yo conozco a Feliciano, así que ándate con cuidado”.
Feliciano Palanca estaba casado con BENITA Timbal Riansares, una santa mujer, que había dado al preclaro gestor hasta 4 hijos, tres varones y al final una niña, llamada Isabela, todos ellos con unos intervalos de edad de tres o cuatro años, siendo el mayor Matías, en la actualidad casado y director de una agencia bancaria. La santidad pacífica y religiosa de Benita procedía de su sometimiento al “páter familias” el jefe absoluto del hogar, gran mujeriego y que engañaba, sin el menor recato o consideración a su esposa, un día sí y el otro también. Estos devaneos sexuales eran intensos durante los fines de semana, en los que siempre justificaba su ausencia del hogar a causa de múltiples y engorrosos asuntos para resolver, en función de esos cargos administrativos con los que siempre había encadenado sus justificaciones para “el trabajo fuera de casa”. “Mujer, el puesto que ocupo me impone plena dedicación y sacrificio”.
El listado de amoríos y desahogos sexuales del muy conocido prócer municipal era largo en cantidad y contrastado en calidad. Todo ello ante la triste mirada de sumisión cristiana de una esposa, que “entendía” como normalizados esos placeres extramatrimoniales de su marido, “por ser hombre y esposo”. Entre todas esas amistades para el goce del sexo, Feliciano siempre elegía, para una intensa relación, a una “favorita”, en ese harén de las benevolencias y el disfrute placentero. En los últimos años para su jubilación, destacaba una escultural belleza llamada QUINA. A muchos extrañó que Joaquina rompiera “bruscamente” con su novio Adriano, vínculo que mantenían desde hacía años, pues habían sido compañeros de Secundaria. Se trataba de una joven mujer que había estudiado secretariado. Ofrecía al goloso alcalde una belleza “inmaculada” que deslumbraba por donde pasaba. A muchos le atraía su juventud, simpatía, buen hablar y una mente inteligente. A Quina y Adriano (electricista de profesión) su pareja de siempre, se les veía pasear juntos muy encariñados por los aledaños del importante pueblo andaluz. El buen electricista trabajaba a tope, a fin de ir juntando dinero para comprarse una casita, que sustentara el futuro enlace que ambos proyectaban. Incluso los padres de la chica iban acumulando ropa de ayuda o “ajuar” para el futuro hogar de su hija. Don Bartolomé, labriego, y doña Fuensanta, sus labores, se mostraban ampliamente encantados con la formalidad y laboriosidad de su previsible futuro yerno. La feliz pareja tenía la misma edad, 25 años de vida. Eran coetáneos.
Nadie, salvo la chica y el propio Feliciano podrían explicar exactamente qué es lo que ocurrió entre esa pareja perfecta de jóvenes. Un infausto día, Quina manifestó a su sorprendida, desconcertada e infeliz pareja, que ella había cambiado y que cada día que pasaba sentía menos atracción sexual por su persona, Y que, a pesar de seguirle apreciando, prefería tomarse un tiempo de reflexión, descanso y libertad, pues (la única queja que pudo aducirle) se sentía muy absorbida por él. El pobre Adriano no se explicaba lo que estaba ocurriendo. D Bartolomé y doña Fuensanta pusieron el grito en el cielo.
Pero Quina tenía muy claras sus ideas y “ambiciones” y no atendía a razones. Explicaba a sus padres de que estaba cansada de su novio, quien multiplicaba sus horas de trabajo en el ELECTRODO, la empresa en donde prestaba sus servicios. El cotilleo popular era de alto calibre. Así se entretenían todos los aburridos, parados y fiscalizadores de la privacidad ajena. Cosas de pueblo, un tanto desagradables para quien las padece.
Al poco tiempo de esta ruptura, Quina llegó a casa comunicando con desbordante alegría a sus extrañados padres que al fin había conseguido un trabajo estable. Nada más y nada menos que en la administración municipal, en la que había sido contratada como auxiliar administrativo, cargo que al paso de los meses fue superando en importancia, pues fue ascendida a jefa de sección y de ahí a ocupar el cargo de secretaria del Excmo. Sr. alcalde, don Feliciano Palanca.
Los amores entre ambos eran bien llevados, pues el prócer municipal poseía un par de viviendas rurales, en el extrarradio del perímetro urbano. En estas viviendas para el “descanso”, los fines de semana, la primera autoridad municipal, ávido de sexo, saciaba sus apetencias con la escultural y noble belleza juvenil de una chica ambiciosa y exigente de favores, para los servicios prestados fuera del horario laboral. Feliciano tenía esa versátil cualidad de saber y necesitar compartir: su potencialidad viril. Pero este lujurioso personaje, adicto al sexo, gustaba siempre de la novedad y el cambio subsiguiente. Luego el futuro profesional de Quina no estaba del todo asegurado.
Como alcalde, Feliciano hacía y deshacía a su antojo. Los negocios municipales le reportaban buenos dividendos y “nadie” se atrevía u osaría levantar un dedo, para pedir una explicación o para denunciar ante la Guardia Civil esos “tremanejes” que llevaba a cabo el también ambicioso personaje que gustaba de ganar buen capital para hacer más placentera su existencia. Feliciano era ya sexagenario avanzado. Pero su buena forma física soportaba esa “actividad ajetreada a todos los niveles” que su mentalidad le exigía y satisfacía. Quina seguía como secretaria municipal, aunque iba siendo consciente de que las demandas de su “secreta pareja” ya no eran tan intensas y frecuentes, como en los primeros tiempos de relación. Algo tenía que hacer.
Y el “escándalo” estalló. Una noche Quina comunicó a sus padres, entre sollozos, que estaba embarazada. ¿Y quién es el padre de esa criatura que viene? La chica no lo quería concretar o denunciar, aunque sus padres tenían claramente en mente el nombre por el que preguntaban. Quina no quería organizar un gran escándalo, dada la personalidad y el poder que poseía aquél a quien se había entregado. Mantuvo secretamente su embarazo ante el colectivo social. Cuando su perfil físico mostraba la evidencia de su estado, consiguió “milagrosamente” el traslado a un municipio alejado en más de 100 km. con respecto a la vivienda de sus padres En esta su nueva residencia había una plaza vacante para la secretaría municipal. Feliciano intervino activamente, moviendo todos los hilos que pudo, para que esa plaza fuera concedida a su pareja “secreta”. En realidad, trataba de alejarla del pueblo, “quitársela de en medio”, para evitar más habladurías, pues la gente no era ajena a las aventuras de su alcalde. La relación con ella había durado más de cinco años, demasiado tiempo para un ambicioso y caprichoso personaje, amante continuo de la novedad.
Quina, que sólo volvió a su pueblo natal para visitar espaciadamente a sus padres, fue criando a su hija Marta y tuvo la suerte de rehacer su vida con un joven sacerdote secularizado, TRINO Altea, que aceptó dar sus apellidos a la hija de su pareja conyugal. Contrajeron matrimonio eclesiástico y la relación afectiva entre ellos se consolidó y potenció para satisfacción de las respectivas familias.
Con el paso de los años, Feliciano alcanzó los 75 y dada la fogosa vida que había llevado entendió que había llegado la hora de su jubilación, para alegría también de su mujer Benita, quien pensaba que, a partir de ese cambio trascendental en su vida, ya tendría más en casa a su legítimo, desleal e infiel esposo. Fue la noticia “bomba” de la semana y del mes. Don Feliciano Palanca dejaba el cargo de alcalde. La noticia corrió como un torrente no sólo por la localidad en donde era regidor, sino también por todo el entorno regional.
El nuevo alcalde, ERANDINO Cifuentes, perteneciente a la misma agrupación política que su antecesor, “se llevó las manos a la cabeza” cuando fue teniendo conocimiento puntual de los desvaríos, trampas e ilegalidades cometidas durante casi tres décadas por su antecesor en el cargo. Pero también era consciente de que, en el pueblo, la figura del antiguo alcalde despertaba admiración, miedo y temor, agradecimiento, servilismo, con esa actitud “borreguil” de reírle las gracias al más “caradura” del lugar. En esta tesitura, una de sus primeras decisiones (las siglas del partido estaban de por medio) fue organizar una gran fiesta/cena homenaje al “poderoso” alcalde anterior, que había regido ininterrumpidamente la localidad durante tan amplio periodo de tiempo.
En el pueblo nunca se olvidará ese día de “gran fiesta” para todos los convecinos y de manera especial para quien había sido “un humilde y fiel servidor de su pueblo, por quien había entregado lo mejor de su vida”. Esa gran fiesta homenaje tendría lugar en la plaza principal de la localidad y tras la misma se llevaría a cabo una gran cena para los familiares, amigos y compañeros del homenajeado. Habría pasacalles, farolillos, alegre iluminación, actuación de la banda municipal de la capital provincial, grupos de bailes, coros y danzas. Se descubriría un busto de don Feliciano, nombrándosele alcalde vitalicio e hijo predilecto. Y así, un largo etc.
Ese 15 de febrero, para la gran fiesta, llegaron al pueblo numerosas personalidades, entre las que se encontraban el secretario general del partido, quien se desplazó desde Madrid y los dirigentes regionales de la misma agrupación, el presidente y equipo directivo de la Diputación provincial, muchos compañeros de infancia y juventud, familiares, amigos que vivían a muchos km. de distancia. El motivo era obvio, había que arropar y enaltecer a un gran servidor público. La localidad, en calles, plazas, farolas, incluso balcones, estaba adornada con fotos de Feliciano. En esa cartelería sólo se leía la palabra GRACIAS.
La banda municipal, sobre el estrado montado delante del edificio de la corporación municipal, ya estaba preparada para tocar bellas melodías e himnos generadores para el sentimiento popular. Las élites del pueblo también ocupaban lugares preferentes entre las más de 400 sillas de tijera que se habían instalado en la Plaza Principal. Allí estaba el párroco don Segundo, don Eleazar, el boticario, don Perfecto el médico. Empresarios de la industria, poderosos y afamados terratenientes, el teniente de puesto de la Guardia civil. El busto para descubrir estaba colocado encima de una gran peana de madera barnizada. Debía ser trasladado, una vez acabada la emocional ceremonia al pedestal de mármol rosáceo, situado a la derecha de la puerta principal del Ayuntamiento. No cabía ni un alma más en la gran plaza y calles aledañas. Era el gran día, el día de don Feliciano.
Y comenzó la fiesta, con un primer discurso del nuevo alcalde Erandino Cifuentes. Palabras sentimentales, vibrantes, emocionales, acerca de la integridad, altura moral, laboriosidad, solidaridad, sacrificio, generosidad, imaginación, inteligencia, modelo de hombre y persona, espejo de virtudes en el que todos debían mirarse para aprender algo del padre del pueblo actual … Los aplausos a las bellas palabras de Erandino duraron largos e inolvidables minutos. El propio Feliciano tuvo que ser ayudado con oportunos kleenex, que Benita, siempre a su lado, le facilitaba ya que con tan fraternales elogios se mostraba incapaz de contener las lágrimas que brotaban incontenibles de sus ojos cansados.
Y llegó el gran momento, por todos esperado, en el que le fue impuesta, por parte de don Segundo, la MEDALLA DE ORO DE LA CIUDAD, con la Virgen patrona grabada en el anverso de esa joya emblemática para la memoria. Se le nombraba, por decisión unánime de todos los concejales HIJO PREDILECTO Abrazos, besos, parabienes y gritos de ¡¡¡ Feliciano, Feliciano, Feliciano, eres el mejor!!! De inmediato se generó un chisteo, para que todo el mundo guardara silencio. Va a pronunciar unas palabras don Feliciano. Se acercó pausadamente al trípode, con su terno azul naval y la corbata roja, colores simbólicos que todos bien entendían. Su pelo canoso había sido teñido la jornada anterior, como bien marcan los cánones.
“Hermanos míos, pueblo de mi sangre y latidos del alma, carezco de las palabras adecuadas para expresar todo el amor, todo el cariño, todo el agradecimiento que os debo, porque sin vosotros yo no sería nadie, Feliciano no sería nada. Siempre he querido ser un humilde, modesto, fraternal servidor de mi pueblo, de mis gentes, de mi alma. Me habéis dado el ser, la vida y los latidos que hoy vibran como agradecimiento a tan buena gente, a tantos hermanos, a tantos vecinos, sin cuya razón mi vida no valdría nada. Sois mi pueblo, sois mis hermanos en esta gran familia en el que todos caben y nadie sobra. (ya no pudo evitar los sollozos… entre aplausos que enaltecían a un hombre roto por la emoción de un pueblo que lo adoraba).
En ese preciso momento, sonó una voz estruendosa, grave, sólo equiparable a la de una arenga militar, desde la cuarta fila del magno y densificado auditorio:
¡¡¡ FELICIANO, SINVERGÜENZA, EMBUSTERO, LADRÓN, PUTERO, FARSANTE !!!
Todos centraron la mirada en quien gritaba e insultaba. Era Bartolomé Cabrillana, el padre de Quina, quien elevó con sus fornidos brazos al aire a una niña de siete años, Marta.
¡Aquí tienes a tu hija, PREÑADOR del diablo!
A doña Benita le dio un flato y tuvieron que llevarla a la ambulancia de la Cruz Roja que prestaba servicio para atender los problemas médicos que pudieran surgir, ante tal gentío allí congregado. El tumulto era general, porque pequeñas cartelas fueron izadas al aire, con las fotos de mujeres mancilladas por el poderío del hoy “subido a los altares, como ciudadano ejemplar”. Esas cartelas, bien preparadas para la denuncia, eran portadas por decenas de mujeres, todas vestidas de rojo, cada vez más indignadas, gritando al unísono ¡yo fui violada, y yo, y yo, y yo, y yo… Los dedos acusadores de estas mujeres señalaban al “alcalde del pueblo”, con su medalla de oro colgada al cuello, quien miraba a su derecha e izquierda, sin duda pensado como podría salir de allí sin mayores lesiones. La policía local tuvo que intervenir para evacuar, con la mayor rapidez a las autoridades presentes y, de manera especial, a un sofocado Feliciano que pedía ayuda pues temía ser linchado. Los ánimos se caldeaban cada vez más. Muchos de los que antes habían aplaudido a rabiar, cambiaban ahora su oficio de palmeros, por gritos de ¡LADRÓN, DESVERGONZADO, USURERO! Decenas de huevos y tomates fueron lanzados sobre el busto ya destapado, formando una abigarrada ensalada cromática, lista para ser sazonada y aceitada.
En los días siguientes, el pueblo trataba de recuperar la calma. Erandino Cifuentes, publicó un edicto indicando que en tres meses habría elecciones en el pueblo, para formar un nuevo equipo municipal. Él había dimitido, aunque se mantenía en funciones “por responsabilidad”. La confusión era manifiesta. Lo único cierto es que Feliciano Palanca, después de pasar aquella noche de autos en el hospital, por severos problemas cardiacos, llamó a un taxi por la mañana y asumiendo su soledad (pues Benita, en ese mismo hospital, en un estado de delirio solo repetía “maldito truhan, no quiero verle más en el tiempo que me quede de vida”) “huía” de la ciudad en donde había nacido, para nunca más volver. -
UNA FIESTA HOMENAJE
INOLVIDABLE
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 03 enero 2025
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