Todas las profesiones tienen en su naturaleza incentivos y servidumbres. Los elementos motivadores son agradecidos, lógicamente, por quienes ejercen esa actividad. Los factores incómodos y dificultosos son sobrellevados con más o menos resignación y paciencia. Pero cuando sobrevienen los problemas (de toda tipología) los profesionales suelen expresar esa frase común y complaciente de “esto va con el oficio o el trabajo que he elegido”. Lo significativo del caso aparece cuando no somos plenamente conscientes, en nuestro ejercicio profesional, de algo sobrevenido, inesperado, casual, que puede ser de importancia o trascendencia variable. En este contexto se inserta el desarrollo de nuestra semanal historia.
ÁLVARO Cayuela Ardales eligió, a la finalización de sus estudios de secundaria obligatoria, cursar un módulo profesional de grado medio, FOTOGRAFIA GENERAL, que recibiría en un centro público de F.P. Casi desde niño le había gustado el manejo de las cámaras fotográficas, afición fomentada por su padre don MATÍAS, también aficionado a las tomas de fotos. Esta reducida familia (la esposa y madre se llamaba doña NATIVIDAD) se ganaba la vida con una pequeña tienda propia, instalada en el portal de la vivienda donde residían, en el entonces floreciente barrio de Lagunillas, en la zona antigua de Málaga.
Cuando le compró, para Reyes, la primera cámara a su único hijo, Matías comentó: “así ya no me cogerás más mi cámara fotográfica, pues ahora tienes la tuya propia. No es réflex, pero con ella aprenderás a hacer muy buenas tomas. Posees arte para los buenos y mejores encuadres. Tengo la esperanza de que llegues a ser muy buen fotógrafo y no me extrañaría, dada tu gran afición, de que podrás vivir ejerciendo este arte que permite conservar los recuerdos en nuestra memoria”. Álvaro había cumplido los 12 años.
A ese módulo de enseñanza de grado medio, con el tiempo añadió otros dos más, uno de fotografía creativa y otro de aplicación informática a las tomas fotográficas, en el campo digital de la imagen. Alvaro fue pensando en dedicarse profesionalmente a la actividad fotográfica, arte que desarrolla con el reconocimiento de aquellos que veían sus preciosas tomas y el tiempo que dedicaba a esta artística actividad, A los 18 años obtuvo el carnet de autónomo, montando un pequeño, pero bien organizado, estudio en un local abandonado, esquina de Lagunillas con el Mercado de la Merced, espacio que supo arreglar y preparar para ejercer la actividad que tanto le ilusionaba. Especialmente durante los fines de semana dejaba su estudio, para desplazarse a diversos lugares a fin de realizar reportajes encargados o por su interés de hacer nuevas experiencias con sus tomas.
El campo de encargos era amplio, basándose su clientela en los buenos precios que aplicaba y en la calidad de los trabajos que presentaba.
Bautizos, bodas, cumpleaños, onomásticas, graduaciones, divorcios y separaciones, reportajes publicitarios, encargos de inmobiliarias, estudios de arquitectura, encargos de prensa, comidas de empresa y de hermandad, etc. También hacía las necesarias y reglamentarias fotos para el DNI, pasaporte, fichas de alumnos, carnés de paro. En su estudio informático sabía cómo restaurar y recuperar fotos antiguas e incluso algunos representantes de artistas le encargaban reportajes acerca de sus patrocinados. Con este ámbito tan amplio para la actividad podía ganarse honrada e ilusionadamente la vida, dedicando parte de sus ganancias a la adquisición de materiales de última generación, con los que mejoraba el tiempo empleado y la calidad de los trabajos que recibía. También pudo ampliar ese su primer local, adquiriendo otro espacio adjunto, consolidando su estudio fotográfico como uno de los mejores existentes en la ciudad. Su prestigio iba en aumento, para satisfacción personal y de modo especial el orgullo de sus padres, por ver cada vez más realizadas las esperanzas depositadas en ese su hijo ejemplar.
Entre nuestras amistades, siempre elegimos y conservamos a determinadas o concretas personas, que por diversas circunstancias de la vida han estado muy relacionadas con nuestra andadura existencial. En el caso de Álvaro, esta amistad íntima tenía el nombre de BRUNO Campala. En el mismo centro profesional en donde había estudiado el joven fotógrafo, este compañero de centro había cursado un módulo de secretariado y contabilidad. Se hicieron amigos y ese vínculo juvenil lo supieron mantener en excursiones, guateques domingueros, asistencia a cines, teatros y por supuesto a los naturales “ligues pandilleros”. Álvaro y Bruno pertenecían a familias humildes. En el caso de Bruno, su padre MARIANO trabajaba como dependiente en una tienda de ultramarinos, mientras que su madre ADELA cosía para casas de “señoras bien”.
Los caracteres de ambos amigos eran bien diferentes y en estos contrastes radicaba su buen y enriquecedor complemento. Álvaro era una persona tranquila, aunque dinámica cuando ejercía su profesión. Su vida latía con el mundo de la fotografía. El carácter de Bruno se sustentaba en una mente práctica, para todo lo que significase negocio, la rentabilidad y las mejores inversiones que posibilitaran los réditos más apetecibles. Lo que Álvaro priorizaba era el arte de la imagen, mientras que Bruno se movía y se entregaba por el mundo del dinero y las clases altas de la sociedad. Pero caminando por sendas y objetivos diferenciados, sabían complementarse y cultivar una excelente amistad. Bruno poseía esa innata facilidad para contactar con las personas, especialmente aquellas que pertenecían a los sectores elevados del marco social y si esas apetencias tenían faldas y buenos perfumes en su anatomía, pues mejor que mejor.
“Te casarás, amigo Bruno, dando un buen “braguetazo. Lo llevas en la sangre y tienes el arte de saber con quien mejor contactar. Te envidio y te admiro. Yo no tengo tanta suerte con las mujeres, por ahora, aunque la fotografía me llena y vitaliza a diario”
Bruno comenzó a trabajar en una prestigiosa Caja de Ahorros, pronto reconvertida en banco, en el que, sin haber cumplido los 30, ya ejercía como apoderado, teniendo el punto de mira en la dirección de alguna sucursal. Así era la vida de estos dos jóvenes hermanados por una profunda y entrañable amistad.
Cuando el fotógrafo hace una toma para un primer plano o una foto grupal, centra la focalización de su objetivo en ese motivo preferente para su deseo o necesidad. Esta situación se modifica cuando se pretende realizar una toma panorámica. En esta situación el objetivo focal “se abre” todo lo necesario, estableciéndose un “gran angular” en la toma del paisaje, dependiendo de las características del objetivo que apliquemos a la cámara. En los grandes angulares siempre es conveniente echar una visual previa, a través del visor o la pantalla trasera de la cámara digital, a fin de repasar los principales elementos que van a quedar grabados en la composición de esa panorámica focal. Aun así, son numerosas las ocasiones en que, por la premura del tiempo o por el número de tomas que se realizan en pocos minutos, se incluyen en la composición elementos que no somos conscientes de su presencia cuando ampliamos la fotografía en el ordenador o en la proyección que realizamos con el videoproyector. Y esta situación se repite en numerosas ocasiones. Por ejemplo, el fotógrafo trata de evitar que no aparezcan en la toma niños o personas menores de edad, por la ley de protección de la propia imagen, por esos niños cuyos padres no han autorizado su inserción en la foto. Incluso con las personas mayores se trata de que no aparezcan sin su expresa conformidad. En todo caso, a estas personas de las retrata de espalda, de lado, pero nunca con el rostro de frente, a fin de que su identificación sea difícil de realizar.
A partir de esta somera explicación, volvamos a la historia que vivió Álvaro, con unas tomas fotográficas que nunca deseó haber realizado.
Su amigo Bruno, tras varias experiencias “sentimentales”, al fin había aceptado pasar por el altar. Contrajo matrimonio con la primogénita del director ejecutivo de la importante entidad financiera en la que trabajaba. Esta familia poseía un importante patrimonio económico. Bruno no sólo buscaba el amor de ESTRELLA, sino esas influencias empresariales que le permitieran ascender en la jerarquía bancaria. Tras un año y medio de casados, el joven matrimonio iba a celebrar con una fiesta “por todo lo alto” el nacimiento de su primer hijo. Parecía lógico que, en base a la amistad que los unía, encargara a su íntimo Álvaro la elaboración de un gran reportaje sobre el evento, tanto en la ceremonia bautismal, como en la gran fiesta que iban a dar en la finca LA CAMPANERA, propiedad de sus suegros, don TELESFORO y doña FINA, ubicada en la zona de Casarabonela, área del Parque Nacional de la Sierra de las Nieves. Álvaro asistió al populoso evento acompañado de su novia ISADORA. Las dos parejas compartían amistad y salidas para cenar algunos fines de semana, en la diversificada y suculenta restauración que puebla el centro de la ciudad malacitana.
La gran fiesta social y familiar se celebró en un cálido sábado de abril. Los Sres. de Cercedilla – Covadonga eran muy conocidos, por lo que acudieron destacadas personalidades, no sólo del mundo financiero, sino también de la élite social malagueña e incluso andaluza. Todo iba transcurriendo con señalada esplendidez, con un cáterin servido por la prestigiosa empresa de restauración Lepanto. Álvaro realizaba, con diestra pericia, su trabajo, haciendo Isadora de simpática y jovial ayudante de su novio. La cena fue espléndida, finalizando la fiesta con un inesperado y bello espectáculo de fuegos artificiales Sobre las dos de la mañana, un autobús trasladó a un importante número de invitados, que no quisieron utilizar su vehículo (por razones de bebida) al centro de málaga, zona de El Corte Inglés, lugar en donde los había recogido a las 19:30 del día anterior.
Gran parte del domingo fue dedicado por Álvaro para trabajar en su laboratorio la clasificación y corrección del material que sus cámaras habían tomado el sábado de la magna celebración: más de 400 fotos. El material era lógica y temáticamente muy variado, tanto en lo social como en el aspecto técnico: primeros planos, planos americanos, planos detalles, juegos de luces, parejas, familiares, amigos, etc. material adecuado para conformar un bello álbum del bautizo y fiesta del pequeño recién nacido SERAFÍN.
El ya “experto” fotógrafo se recreaba en decenas de tomas que habían resultado muy artísticas para el mejor de los recuerdos. También contrastaba algunos “fallos” de encuadre, exposición, velocidad de abertura, luminosidad, etc. Pero como él decía, con admirable sensatez, todos los días y experiencias son buenos para aprender. Lógicamente, un experto como él, siempre utilizaba varias cámaras réflex, en programa manual. Serían las 12:30 de ese domingo primaveral, cuando se detuvo en tres tomas que tenía en pantalla, repasándolas con especial atención una y otra vez. Eran encuadres panorámicos, realizados con el objetivo en gran angular. Detectaba que, en el lateral derecho del encuadre, detrás de dos viejos olivos, con poliédrico ramaje, muy alejados del motivo central de las tomas (unas panorámicas de todas las mesas y parte del gran caserón de La Campanera) parecía que había dos personas que estaban tiernamente abrazados y besándose. Esos detalles sólo los detecta un experto profesional. La motivó la curiosidad y se puso manos a la obra. Con el Photo Shop y un programa especial de IA fue eliminando pacientemente el ramaje, a fin de ir recreando las dos personas que, ocultándose del natural bullicio originado en la masa festiva, estaban ensartados en una “furtiva” o ardiente escena de amor. Desde luego todo su esfuerzo “investigativo” era un simpático capricho o juego tecnológico, pues el desenfoque y deformación que suelen proporcionar los grandes angulares era manifiesto. Se decía a sí mismo “yo soy capaz de desbrozar ese abrazo y ardiente beso de dos personas que se están ocultando de entre la “multitud de invitados”. Siguió trabajando con las tres fotos, haciendo un descanso para tomar algo de almuerzo en su investigativa labor. Continuó posteriormente con su “operación descubrimiento”.
La paciencia, el esfuerzo y su destreza informática aplicada tuvo el fruto del éxito, para satisfacer su ilusión e ¡inesperada desgracia! Fue reconstruyendo píxel a píxel las dos figuras ensartadas en el ardiente amor. Era una tarea artesanal y técnica “de relojero”. No tuvo que terminar su minucioso y “apasionante” trabajo. Su habilidad técnica le permitió reconocer a las dos personas que se ocultaban tras el espejo ramaje. Todo una “terrible bomba” que nuca olvidará. Su “medio hermano” (como en broma proclamaban) estaba gozando “acaramelado” con una de sus numerosas conquistas. Nada nuevo en él, pero lo que nunca pudo creer o imaginar era la persona que acompasaba ese ardiente beso, en el pentagrama de la densa naturaleza: era Isadora, su novia, su “fiel amor”.
El impacto que el bueno de Álvaro sufrió es de los que nunca llegan a olvidarse. Su intensa pasión y amor por la fotografía y los avances de la tecnología digital aplicada, le habían permitido descubrir unas imágenes que destrozaba su proyecto de vida. Se sentó lentamente en el borde de su cama, echándose después sobre la misma con los ojos cerrados, que no podían evitar los brotes de unas lágrimas de frustración, rabia y dolorosa incredulidad. Estaba siendo engañado por su amigo del alma.
Bruno Campala, a pesar de su vitalista juventud, dirige la oficina central en Málaga de la entidad financiera en donde entró a trabajar hace tres años. Su suegro, don Telesforo, tras su jubilación anticipada por un problema de cervicales, movió los hilos para que el marido de su hija Estrella lo sustituyera en tan importante y retributivo puesto. La pareja matrimonial mantiene su vínculo de cara a la galería social, pero ambos organizan sus respectivas intimidades con esas rosas y jazmines ocasionales, en donde encuentran la ilusión y la aventura pasajera o fugaz de la novedad.
La relación entre los dos antiguos e íntimos amigos es prácticamente inexistente. Bruno es consciente de que traicionó una fidelidad fraternal de muchos años “pero es que yo soy así. Va en mis genes. No lo puedo evitar”. Pero uno y otro mantienen la connivencia de que, en caso trascendente de gravedad, nunca cerrarían la puerta a una amistad que nació en la avanzada adolescencia y que en cualquier primavera puede de nuevo echar brotes: para renacer la palabra, la confidencia y el guiño generoso a la comprensión, el perdón y la verdad. –
EL FOTÓGRAFO
INDISCRETO
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 17 enero 2025
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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