Era una oportunidad repetidamente buscada y felizmente lograda. Resultaba complicado y difícil, tras varios intentos previos fallidos, reunir a la mayoría de los integrantes de una muy amplia y acomodada familia malagueña. En cualquier evento que coordinaban, para esta fraternal reunión, siempre había significativos miembros que excusaban, por diversos motivos, la posibilidad de su asistencia. Pero al fin, para el 24 de diciembre, la casi totalidad de la genealogía Alcubilla-Calatrava se mostraba dispuesta a compartir esa gran cena de Nochebuena, con el sentimiento de mostrar una gran hermandad.
Los más de cuarenta familiares que habían dado el OK a su presencia en la cena no podían “caber” en un piso normal en sus dimensiones. En consecuencia, se contrató el alquiler de un antiguo cortijo, reconvertido en restaurante, denominado EL CENCERRO, situado en la zona del Puerto de la Torre, que tenía un gran salón para albergar a tan “arbóreo” y numeroso parentesco. Este gran establecimiento estaba dedicado a la celebración de numerosos y variados eventos (bodas, bautizos, cumpleaños, reuniones de empresas e incluso divorcios o separaciones matrimoniales). Su capacidad podía llegar a más de 200 invitados. Gozaba de amplios jardines, piscina, para la temporada estival, amplia zona de baile, con una infraestructura adecuada para equipos musicales y actuaciones en directo.
El gestor principal de esta gran reunión familiar era EUFEMIANO Alcubilla Torresierra, prestigioso abogado penalista, quien se estaba encargando de toda la “tramoya organizativa. Se había puesto en contacto con la afamada empresa LEPANTO, que podía servir un espléndido catering contratado para 45 personas, ampliables hasta cincuenta. De forma paralela a la cena del 24, también fue negociado un grupo de música en directo, LOS INVISIBLES, para animar la velada con bailes y concursos, después de gozar de una suculenta ingesta. Entre esos cuarenta (en principio) miembros que habían confirmado su asistencia, había una red de todos los parentescos posibles: abuelos, hijos, nietos, primos, sobrinos, yernos, suegros, a los que en muchos casos acompañaban sus parejas. Como en todas las familias, había algunos integrantes que habían “rehecho” su vital convivencia, por lo que Eufemiano estableció el lúcido criterio de que, en casos de divorcios o rupturas conyugales, también podrían acudir a la fiesta los antiguos cónyuges, que compartirían mesa, en civilizada convivencia, con las nuevas parejas de los asistentes.
Para el punto de encuentro, se fijó las 20 horas de ese domingo de diciembre. Un autocar de la empresa TORRES, contratado al efecto, se encargaría de recoger a los comensales en la zona habitual de El Corte Inglés, trayéndolos después a ese mismo punto de recogida. Con ello se evitaba condicionar a muchos asistentes a la cena a no tomar bebidas alcohólicas, para poder conducir sus propios vehículos, especialmente a la vuelta de la celebración en horas avanzadas de la madrugada. A ese muy concurrido lugar de recogida fueron llegando los invitados para la feliz celebración, multiplicándose los abrazos, besos, lágrimas emocionales e incluso la “identificación” de muchos familiares lejanos, que llevaban años sin verse o comunicarse. ¡Ah , pero tu eres …! Algunos apenas se conocían.
A la llegada al Cencerro, con los viales de entrada bien aseados e iluminados, los invitados fueron recibidos por el organizador del evento, don Eufemiano, quien se había trasladado al lugar en taxi una hora antes, a fin de controlar todos los detalles para que nada fallase. Junto al penalista se encontraba su mujer PITITA Calatrava, elegantemente ataviada y enjoyada con la generosidad del estatus económico del que gozaba. Un fotógrafo, también contratado, hacía las tomas subsiguientes, para organizar un buen álbum o reportaje de imágenes, que gratificaran la mejor nostalgia de los buenos recuerdos.
Todos los recién llegados, al entrar en el gran salón, recibían la habitual copa de cava, intercambiando múltiples sonrisas, emocionales y nerviosas. De nuevo, besos y abrazos y un servicio de guardarropa para la comodidad de los que se habían bien abrigados, en una noche relativamente templada, pero con elevada humedad ambiental. El servicio de catering, muy profesional, también se ocupaba de la ubicación de cada miembro en las cinco grandes mesas redondas habilitadas para servir la cena. Jóvenes monitores (plural genérico) realizaban con amabilidad, destreza y grata simpatía su necesaria y eficaz labor. La ubicación exacta de todos los invitados había sido supervisada por don Eufemiano quien, ampliamente documentado, trataba de evitar “incómodas coincidencias” entre parejas actuales con los/las correspondientes ex. El activo penalista también conocía, en admirable labor de documentación, algunas relaciones un tanto “fría” o conflictivas, entre determinados miembros de la gran familia.
Ya sonaban los alegres compases de Los Invisibles, cuando todos los invitados habían tomado su correspondiente asiento, fijado en unas simpáticas tarjetas colocadas delante de la rica cubertería que Lepanto había dispuesto. Para abrir la gran ceremonia, Eufemiano se sintió obligado a decir unas cariñosas y emocionales palabras, previo a la iniciación del gran ágape, al que se podría calificar de “pantagruélico”. Lepanto se había esmerado para servir una espléndida cena, a cambio del elevado coste correspondiente.
LA BODEGA, barra libre por supuesto, era la habitual para estos eventos de alto standing. Vinos tintos, rosados y blancos, todos ellos de prestigiosas marcas (Rioja, Valdepeñas, Toro, Jerez). Cervezas de todos los niveles o graduación: 00, negra, rubia, turbia e incluso germana. Refrescos de limón y naranja y agua mineral, para los asistentes con dietas o los niños que, lógicamente, también asistían.
EL MENÚ constaba de unos suculentos y bien elegidos ENTRANTES: bandejas de surtidos ibéricos, jamón, lomo, chorizo, salchichón, quesos añejos, curados, frescos, también glaseados y fritos. Caviar original ruso y patés franceses.
A continuación, fueron servidas las atrayentes e insustituibles bandejas de MARISCOS: langosta, pulpo a la gallega, nécoras, almejones, percebes y langostinos, cocidos y a la plancha.
PRIMER PLATO: Crema tártara “para la aventura”, al champagne, con saltarines de picatostes aromatizados con agua de azahar y posteriormente caramelizados.
SEGUNDO PLATO: Cada comensal podría elegir entre Asado de faisán relleno con sorpresas de “perlas” ibéricas del chef o gran besugo al horno, con verduritas de la huerta murciana, malteadas y salteadas.
POSTRES: Espectacular gran tronco de Navidad al limón, nevado con chocolate blanco de la Trapa, relleno con delicias de trufa. Macedonia casera de frutas con zumo de cítricos al almíbar. Bandejas con dulces de Navidad, elaborados por las diestras y santas manos de las monjas Clarisas de Antequera.
Los Invisibles, con la mayor ilusión y entrega, mezclaban la variada y tradicional música navideña con melodías endulzadas de romanticismo, mientras los 43 comensales, que al final había logrado reunir Eufemiano, iban densificando la acústica ambiental con esos diálogos en los que se mezclaban recuerdos, logros y proyectos para ese año venidero que ¡siempre ha de ser mejor! Y por supuesto, sin dejar de saborear con infantil glotonería ese gran menú que Lepanto había preparado con esmero y profesionalidad. El servicio de catering estaba atento a cualquier detalle que facilitara el bienestar de esos comensales que no cesaban de “engullir”, animados hasta el delirio por esas copas que se vaciaban y llenaban con la mayor rapidez. Era curioso como muchos iban “descubriendo” a esos familiares con los que no habían hablado en años. Algunos hasta confundían a personas y parentescos, en un contexto de condescendiente comicidad.
Como suele ocurrir en la generalidad de las mesas de celebración, no faltaba en ninguna de ellas la figura del “mantenedor”, con sus chistes y bromas, que exigen las sonrisas aunque en muchos casos están carentes o exentos de gracia; también aquél que se ufana de sus grandes logros, de cualquier naturaleza, en su recorrido vital; en dos de las mesas, sendos gestores bancarios, de fácil palabrería, que ofrecían vender algún producto de sorprendente y seguro elevado interés “ahora que es la oportunidad, no lo puedes dejar pasar”; la señora de los suspiros, recordando y mirando al techo a ese familiar que ya no está; y el gran “ostentador” de su nueva compañera ¡todo un monumento de belleza y juventud, teniendo en la mesa vecina a su ex, que arrojaba miradas cargadas de munición contra aquélla que ha ocupado su lugar, en el corazón de un adicto a la infidelidad.
Los gramos de traviesas calorías iban incrementando las ya orondas humanidades de unos y otros, en esos vientres, pantorrillas y traseros, en donde hallan hospitalario y feliz acomodo. Algunas conciencias demandaban mayor autocontrol para la imponente ingesta que llegaba a los platos de los comensales, pero esa misma conciencia se prometía incrementar las horas de polideportivo que, en las semanas siguientes, después de Reyes, habría que afrontar, con las máquinas y cintas para el walking, las horas de pilates y los objetivos senderistas, añadiendo las horas de natación y jacuzzi. Mientras la conciencia “perdonaba”, la boca y el estómago “incitaba” a seguir comiendo y bebiendo.
En los correos electrónicos y en la aplicación de WhatsApp, se había establecido que cada comensal abonaría para sufragar los gastos de tan magna celebración la suma de 60 euros. Como el dinero recaudado no sería suficiente para compensar el gasto de alquiler, servicio, comida y grupo musical, Eufemiano, echando mano de su tarjeta oro compensó el coste restante. Pensaba que “un día es un día. Tendré que aceptar un par de nuevos casos en el bufete, para nivelar cuentas”.
La curiosa anécdota de la noche fue la presencia, con modesta o elegante actitud, del tío FÉLIX. Ocupaba una plaza en la 3ª mesa, sonreía de continuo, hablaba poco y contemplaba con pensamientos incrédulo toda aquella “parafernalia” festivo familiar, con numerosas personas que no se comunicaban en el año o incluso años. Ahora todas ellas reían, bailaban, cantaban, se abrazaban, e incluso jugaban a formar esa rueda infantil, a modo de tren, con el chu cu chu, chu cu chu, chu cu chu, chu, recordando con nostalgia las lejanas diversiones infantiles. Mientras que los productos ibéricos, los aromáticos asados, los turrones y tartas navideñas iban siendo ingeridos por los cada vez más animosos asistentes, este familiar, tío segundo de un primo hermano … recientemente enviudado y que había llevado toda su vida laboral trabajando en un establecimiento de marquetería de cuadros y espejos, sólo tenía ante sí en la mesa, acompañando a una lujosa cubertería, un servicio formado por un cuenco de sopa de cocido, al que se había añadido unas ramitas de hierba buena, una bolsita de piquitos integrales y de postre le fue servido otro pequeño cuenco con macedonia de frutas. Eso sí, después de su particular cena (que él había pedido expresamente) le trajeron un café con leche, para tomarse una serie de pastillas para controlar su salud.
Unos y otros se preguntaban, un tanto extrañados ¿Po qué este hombre se conforma con tan escuálido menú? ¿Estará enfermo? ¿No habrá podido pagar el coste de la cena? “Pero, don Félix, ¿no le apetece tomar un trocito de faisán o una loncha de besugo?” Él sonreía, callaba o negaba con la cabeza, dando repetidamente las gracias. Pero ante tanta insistencia, al fin el tío Félix consideró que debía hablar, dejando en silencio a los que, con asombradas sonrisas le escuchaban.
“Toda mi larga vida he gozado con la modestia y sencilles de mi comportamiento. Este caldito que me han servido es lo que suelo cenar cada una de las noches y me sienta muy bien. Así me siento feliz. La abundancia nunca ha sido para mí buena consejera. Mi caldito, mi fruta y el café que tanto me gusta. De todas formas, me agrada ver a tantos familiares, juntos en la amistad, hablando, riendo, cantando y bien comiendo esas exquisiteces que les están sirviendo. Pero yo me conformo con “mi habitual menú” sintiéndome agradecido y contento ante esta unión familiar, en una noche emblemática de la Navidad”. Ese “corrillo” que ante don Félix se había formado, felicitó a este gran personaje de la noche y continuaron con su comida y su bebida, sin el menor control o prudencia.
Aquella noche, ya en el 25 de diciembre, el llamado tío Félix, al que nadie realmente sabía dónde ubicarlo en el árbol genealógico familiar, se fue directo a la cama, durmiendo plácidamente su racional y austera cena. En la mañana del día de Navidad, tras una reconfortante ducha, desayunó una tostada con aceite de oliva y un Nescafé con leche desnatada, ayudándose para su energía con unas galletas integrales, confitadas en un convento de Antequera. Pensó en dedicar la mañana a dar un largo paseo, desde el Parque hasta el morro de levante. Contemplando el oleaje del mar, sobre los grandes bloques de cemento que protegen esa zona portuaria, recordaba detalles, imágenes y comportamientos de un gran reencuentro en la Nochebuena, en el que cada uno había interpretado su papel, sobre un guion teatral libre de autor.
En la cuarentena amplia de comensales asistentes a la fiesta, más de la mitad tuvieron molestias y respuestas estomacales, diversamente severas, durante el día. Tres de ellos se vieron obligados a pasar consulta en el ambulatorio del barrio. Muchos de ellos recordaron el sereno y sabio ejemplo que les había dado don Félix. De esta forma eligieron, como homenaje al personaje de la Noche, para el almuerzo del día de Navidad, una tacita de caldo, con esa ramita de hierbabuena que tan buen sabor le aporta a un cocido bien elaborado. -
GRAN MESA DE
NOCHEBUENA
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 20 diciembre 2024
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