viernes, 20 de diciembre de 2024

GRAN CENA DE NOCHEBUENA

Era una oportunidad repetidamente buscada y felizmente lograda. Resultaba complicado y difícil, tras varios intentos previos fallidos, reunir a la mayoría de los integrantes de una muy amplia y acomodada familia malagueña. En cualquier evento que coordinaban, para esta fraternal reunión, siempre había significativos miembros que excusaban, por diversos motivos, la posibilidad de su asistencia. Pero al fin, para el 24 de diciembre, la casi totalidad de la genealogía Alcubilla-Calatrava se mostraba dispuesta a compartir esa gran cena de Nochebuena, con el sentimiento de mostrar una gran hermandad.

Los más de cuarenta familiares que habían dado el OK a su presencia en la cena no podían “caber” en un piso normal en sus dimensiones. En consecuencia, se contrató el alquiler de un antiguo cortijo, reconvertido en restaurante, denominado EL CENCERRO, situado en la zona del Puerto de la Torre, que tenía un gran salón para albergar a tan “arbóreo” y numeroso parentesco. Este gran establecimiento estaba dedicado a la celebración de numerosos y variados eventos (bodas, bautizos, cumpleaños, reuniones de empresas e incluso divorcios o separaciones matrimoniales). Su capacidad podía llegar a más de 200 invitados. Gozaba de amplios jardines, piscina, para la temporada estival, amplia zona de baile, con una infraestructura adecuada para equipos musicales y actuaciones en directo.

El gestor principal de esta gran reunión familiar era EUFEMIANO Alcubilla Torresierra, prestigioso abogado penalista, quien se estaba encargando de toda la “tramoya organizativa. Se había puesto en contacto con la afamada empresa LEPANTO, que podía servir un espléndido catering contratado para 45 personas, ampliables hasta cincuenta. De forma paralela a la cena del 24, también fue negociado un grupo de música en directo, LOS INVISIBLES, para animar la velada con bailes y concursos, después de gozar de una suculenta ingesta. Entre esos cuarenta (en principio) miembros que habían confirmado su asistencia, había una red de todos los parentescos posibles: abuelos, hijos, nietos, primos, sobrinos, yernos, suegros, a los que en muchos casos acompañaban sus parejas. Como en todas las familias, había algunos integrantes que habían “rehecho” su vital convivencia, por lo que Eufemiano estableció el lúcido criterio de que, en casos de divorcios o rupturas conyugales, también podrían acudir a la fiesta los antiguos cónyuges, que compartirían mesa, en civilizada convivencia, con las nuevas parejas de los asistentes.

Para el punto de encuentro, se fijó las 20 horas de ese domingo de diciembre. Un autocar de la empresa TORRES, contratado al efecto, se encargaría de recoger a los comensales en la zona habitual de El Corte Inglés, trayéndolos después a ese mismo punto de recogida. Con ello se evitaba condicionar a muchos asistentes a la cena a no tomar bebidas alcohólicas, para poder conducir sus propios vehículos, especialmente a la vuelta de la celebración en horas avanzadas de la madrugada. A ese muy concurrido lugar de recogida fueron llegando los invitados para la feliz celebración, multiplicándose los abrazos, besos, lágrimas emocionales e incluso la “identificación” de muchos familiares lejanos, que llevaban años sin verse o comunicarse. ¡Ah , pero tu eres …! Algunos apenas se conocían.

A la llegada al Cencerro, con los viales de entrada bien aseados e iluminados, los invitados fueron recibidos por el organizador del evento, don Eufemiano, quien se había trasladado al lugar en taxi una hora antes, a fin de controlar todos los detalles para que nada fallase. Junto al penalista se encontraba su mujer PITITA Calatrava, elegantemente ataviada y enjoyada con la generosidad del estatus económico del que gozaba. Un fotógrafo, también contratado, hacía las tomas subsiguientes, para organizar un buen álbum o reportaje de imágenes, que gratificaran la mejor nostalgia de los buenos recuerdos.

Todos los recién llegados, al entrar en el gran salón, recibían la habitual copa de cava, intercambiando múltiples sonrisas, emocionales y nerviosas. De nuevo, besos y abrazos y un servicio de guardarropa para la comodidad de los que se habían bien abrigados, en una noche relativamente templada, pero con elevada humedad ambiental. El servicio de catering, muy profesional, también se ocupaba de la ubicación de cada miembro en las cinco grandes mesas redondas habilitadas para servir la cena. Jóvenes monitores (plural genérico) realizaban con amabilidad, destreza y grata simpatía su necesaria y eficaz labor. La ubicación exacta de todos los invitados había sido supervisada por don Eufemiano quien, ampliamente documentado, trataba de evitar “incómodas coincidencias” entre parejas actuales con los/las correspondientes ex. El activo penalista también conocía, en admirable labor de documentación, algunas relaciones un tanto “fría” o conflictivas, entre determinados miembros de la gran familia.

Ya sonaban los alegres compases de Los Invisibles, cuando todos los invitados habían tomado su correspondiente asiento, fijado en unas simpáticas tarjetas colocadas delante de la rica cubertería que Lepanto había dispuesto. Para abrir la gran ceremonia, Eufemiano se sintió obligado a decir unas cariñosas y emocionales palabras, previo a la iniciación del gran ágape, al que se podría calificar de “pantagruélico”. Lepanto se había esmerado para servir una espléndida cena, a cambio del elevado coste correspondiente.

LA BODEGA, barra libre por supuesto, era la habitual para estos eventos de alto standing. Vinos tintos, rosados y blancos, todos ellos de prestigiosas marcas (Rioja, Valdepeñas, Toro, Jerez). Cervezas de todos los niveles o graduación: 00, negra, rubia, turbia e incluso germana. Refrescos de limón y naranja y agua mineral, para los asistentes con dietas o los niños que, lógicamente, también asistían.

EL MENÚ constaba de unos suculentos y bien elegidos ENTRANTES: bandejas de surtidos ibéricos, jamón, lomo, chorizo, salchichón, quesos añejos, curados, frescos, también glaseados y fritos. Caviar original ruso y patés franceses.

A continuación, fueron servidas las atrayentes e insustituibles bandejas de MARISCOS: langosta, pulpo a la gallega, nécoras, almejones, percebes y langostinos, cocidos y a la plancha.

PRIMER PLATO: Crema tártara “para la aventura”, al champagne, con saltarines de picatostes aromatizados con agua de azahar y posteriormente caramelizados.

SEGUNDO PLATO: Cada comensal podría elegir entre Asado de faisán relleno con sorpresas de “perlas” ibéricas del chef o gran besugo al horno, con verduritas de la huerta murciana, malteadas y salteadas.

POSTRES: Espectacular gran tronco de Navidad al limón, nevado con chocolate blanco de la Trapa, relleno con delicias de trufa. Macedonia casera de frutas con zumo de cítricos al almíbar. Bandejas con dulces de Navidad, elaborados por las diestras y santas manos de las monjas Clarisas de Antequera.

Los Invisibles, con la mayor ilusión y entrega, mezclaban la variada y tradicional música navideña con melodías endulzadas de romanticismo, mientras los 43 comensales, que al final había logrado reunir Eufemiano, iban densificando la acústica ambiental con esos diálogos en los que se mezclaban recuerdos, logros y proyectos para ese año venidero que ¡siempre ha de ser mejor! Y por supuesto, sin dejar de saborear con infantil glotonería ese gran menú que Lepanto había preparado con esmero y profesionalidad. El servicio de catering estaba atento a cualquier detalle que facilitara el bienestar de esos comensales que no cesaban de “engullir”, animados hasta el delirio por esas copas que se vaciaban y llenaban con la mayor rapidez. Era curioso como muchos iban “descubriendo” a esos familiares con los que no habían hablado en años. Algunos hasta confundían a personas y parentescos, en un contexto de condescendiente comicidad.

Como suele ocurrir en la generalidad de las mesas de celebración, no faltaba en ninguna de ellas la figura del “mantenedor”, con sus chistes y bromas, que exigen las sonrisas aunque en muchos casos están carentes o exentos de gracia; también aquél que se ufana de sus grandes logros, de cualquier naturaleza, en su recorrido vital; en dos de las mesas, sendos gestores bancarios, de fácil palabrería, que ofrecían vender algún producto de sorprendente y seguro elevado interés “ahora que es la oportunidad, no lo puedes dejar pasar”;  la señora de los suspiros, recordando y mirando al techo a ese familiar que ya no está; y el gran “ostentador” de su nueva compañera ¡todo un monumento de  belleza y juventud, teniendo en la mesa vecina a su ex, que arrojaba miradas cargadas de munición contra aquélla que ha ocupado su lugar, en el corazón de un adicto a la infidelidad.

Los gramos de traviesas calorías iban incrementando las ya orondas humanidades de unos y otros, en esos vientres, pantorrillas y traseros, en donde hallan hospitalario y feliz acomodo. Algunas conciencias demandaban mayor autocontrol para la imponente ingesta que llegaba a los platos de los comensales, pero esa misma conciencia se prometía incrementar las horas de polideportivo que, en las semanas siguientes, después de Reyes, habría que afrontar, con las máquinas y cintas para el walking, las horas de pilates y los objetivos senderistas, añadiendo las horas de natación y jacuzzi. Mientras la conciencia “perdonaba”, la boca y el estómago “incitaba” a seguir comiendo y bebiendo.

En los correos electrónicos y en la aplicación de WhatsApp, se había establecido que cada comensal abonaría para sufragar los gastos de tan magna celebración la suma de 60 euros. Como el dinero recaudado no sería suficiente para compensar el gasto de alquiler, servicio, comida y grupo musical, Eufemiano, echando mano de su tarjeta oro compensó el coste restante. Pensaba que “un día es un día. Tendré que aceptar un par de nuevos casos en el bufete, para nivelar cuentas”.

La curiosa anécdota de la noche fue la presencia, con modesta o elegante actitud, del tío FÉLIX. Ocupaba una plaza en la 3ª mesa, sonreía de continuo, hablaba poco y contemplaba con pensamientos incrédulo toda aquella “parafernalia” festivo familiar, con numerosas personas que no se comunicaban en el año o incluso años. Ahora todas ellas reían, bailaban, cantaban, se abrazaban, e incluso jugaban a formar esa rueda infantil, a modo de tren, con el chu cu chu, chu cu chu, chu cu chu, chu, recordando con nostalgia las lejanas diversiones infantiles. Mientras que los productos ibéricos, los aromáticos asados, los turrones y tartas navideñas iban siendo ingeridos por los cada vez más animosos asistentes, este familiar,  tío segundo de un primo hermano … recientemente enviudado y que había llevado toda su vida laboral trabajando en un establecimiento de marquetería de cuadros y espejos, sólo tenía ante sí en la mesa, acompañando a una lujosa cubertería, un servicio formado por un cuenco de sopa de cocido, al que se había añadido unas ramitas de hierba buena, una bolsita de piquitos integrales y de postre le fue servido otro pequeño cuenco con macedonia de frutas. Eso sí, después de su particular cena (que él había pedido expresamente) le trajeron un café con leche, para tomarse una serie de pastillas para controlar su salud.

Unos y otros se preguntaban, un tanto extrañados ¿Po qué este hombre se conforma con tan escuálido menú? ¿Estará enfermo? ¿No habrá podido pagar el coste de la cena? “Pero, don Félix, ¿no le apetece tomar un trocito de faisán o una loncha de besugo?” Él sonreía, callaba o negaba con la cabeza, dando repetidamente las gracias. Pero ante tanta insistencia, al fin el tío Félix consideró que debía hablar, dejando en silencio a los que, con asombradas sonrisas le escuchaban.

“Toda mi larga vida he gozado con la modestia y sencilles de mi comportamiento. Este caldito que me han servido es lo que suelo cenar cada una de las noches y me sienta muy bien. Así me siento feliz. La abundancia nunca ha sido para mí buena consejera. Mi caldito, mi fruta y el café que tanto me gusta. De todas formas, me agrada ver a tantos familiares, juntos en la amistad, hablando, riendo, cantando y bien comiendo esas exquisiteces que les están sirviendo. Pero yo me conformo con “mi habitual menú” sintiéndome agradecido y contento ante esta unión familiar, en una noche emblemática de la Navidad”. Ese “corrillo” que ante don Félix se había formado, felicitó a este gran personaje de la noche y continuaron con su comida y su bebida, sin el menor control o prudencia.

La fiesta finalizó un poco más tarde de las 4 de la madrugada. El viaje de vuelta, desde el Cencerro a la Avda. de Andalucía se hizo con un autocar ocupado por los 43 celebrantes de la Nochebuena, somnolientos, cargados de alcohol, con los estómagos bien repletos y pesados, después de una gran representación teatral, para el feliz reencuentro familiar. Ya en la despedida, más besos, abrazos y “firmes” promesas de una más fluida comunicación para el futuro. Antes de la larga despedida final, los que aún tenían potencia en sus gargantas, cantaron el último villancico, algo desentonados pero voluntariosos, en ese emblema musical de la Navidad.

Aquella noche, ya en el 25 de diciembre, el llamado tío Félix, al que nadie realmente sabía dónde ubicarlo en el árbol genealógico familiar, se fue directo a la cama, durmiendo plácidamente su racional y austera cena. En la mañana del día de Navidad, tras una reconfortante ducha, desayunó una tostada con aceite de oliva y un Nescafé con leche desnatada, ayudándose para su energía con unas galletas integrales, confitadas en un convento de Antequera. Pensó en dedicar la mañana a dar un largo paseo, desde el Parque hasta el morro de levante. Contemplando el oleaje del mar, sobre los grandes bloques de cemento que protegen esa zona portuaria, recordaba detalles, imágenes y comportamientos de un gran reencuentro en la Nochebuena, en el que cada uno había interpretado su papel, sobre un guion teatral libre de autor.

En la cuarentena amplia de comensales asistentes a la fiesta, más de la mitad tuvieron molestias y respuestas estomacales, diversamente severas, durante el día. Tres de ellos se vieron obligados a pasar consulta en el ambulatorio del barrio.  Muchos de ellos recordaron el sereno y sabio ejemplo que les había dado don Félix. De esta forma eligieron, como homenaje al personaje de la Noche, para el almuerzo del día de Navidad, una tacita de caldo, con esa ramita de hierbabuena que tan buen sabor le aporta a un cocido bien elaborado. -

 

GRAN MESA DE

NOCHEBUENA

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 20 diciembre 2024

                                                                                                                                                                                    

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viernes, 13 de diciembre de 2024

EL REGRESO DE TÍO DANIEL

La historia que vamos a narrar se desarrolla en el seno de la muy devota familia, Carriscosa Aldaba. Fervorosa en su catolicismo practicante, modesta en sus posibilidades económicas y, desde hace muchos años, esperanzada en que el TÍO DANIEL, único hermano de don   TIBURCIO Carriscosa, se “acordara” de ellos para poder “tomar algo de respiro” en sus muchas necesidades y carencias materiales. El matrimonio de Tiburcio, ordenanza en los juzgados de Málaga capital y de su mujer AMANDA Aldaba, había tenido el fruto genético de FRIDA, en la actualidad estudiante de 2º de bachillerato y BERTÍN, que cursaba 4º de la E.S.O. Este bien unido grupo familiar residía en una vivienda alquilada con renta antigua, en la zona del Camino Nuevo malacitano. El edificio era un antiguo y pequeño bloque de ocho pisos, sin ascensor, con dos vecinos por planta.

La vivienda de los Carriscosa (y las del resto de la vecindad) necesitaba, a todas luces, un buen “lavado de cara” para que las siempre postergadas reformas solicitadas la hiciesen más agradable y habitable, en las vidas de sus integrantes: pintura, tuberías, solería, cristalería e incluso la instalación eléctrica, porque “los plomillos siempre estaban “saltando”. Pero la propietaria del inmueble, CUARESMA Aliaga, condesa de la Ermita Alta, 84, se negaba sistemáticamente a “soltar” dinero para atender las demandas de sus inquilinos, todos ellos alquilados, justificando su negativa en la escasa renta que abonaban en cada una las mensualidades.

Los gastos que soportaban los vecinos del 2º B, Tiburcio y Amanda, eran cada vez más gravosos (alimentación, electricidad, agua, ropa, zapatería, material escolar, telefonía, Internet, a lo que había que sumar ese pequeño ocio de la juventud, desarrollado en los cines, los refrescos con los amigos, las excursiones e incluso la asistencia al gimnasio, que Bertín y Frida realizaban). Todo el esfuerzo económico recaía en el trabajo que realizaba don Tiburcio en los juzgados, única entrada económica que proporcionaba el sueldo del buen ordenanza. Eran frecuentes los meses en los que tenían dificultades para “llegar a final de mes”.

Sin embargo, su proverbial fe cristiana hacía que asumiesen, con paciencia y resignación, su protagonismo existencial de familia modesta, más bien pobre, con la alegría y confianza en los designios divinos, que les había concedido una buena salud y confianza en la Providencia celestial.

El hermano de Tiburcio, Daniel, hacía más de dos décadas en que había decidido buscarse la viuda por otros parajes de nuestro Planeta. Era considerado por su corta familia como un tanto “cabeza loca”. El carácter positivo de su capacidad emprendedora lo perjudicaba o se desvanecía con celeridad, dada su escasa constancia en mantener lo que bien empezaba. Estuvo años sin dar “señales de vida”, aunque alguna Navidad enviaba un Christmas, para felicitar la fecha, añadiendo que todo le iba bien. En esos más de veinte años, sólo viajó a Málaga en dos ocasiones: cuando falleció su madre y posteriormente su padre, hechos que acaecieron hacía más de dos lustros. Daniel, desde su juventud, tenía bien ganada fama de mujeriego o faldero. Con la sonrisa en su boca, solía comentar “las mujeres me lo sacan todo”.

Explicaba a su hermano, en las escasas cartas que enviaba, que andaba metido en negocios de cultivo de cacahuetes, un negocio siempre boyante, pues además de su potencialidad alimenticia para el consumo y la elaboración de dulces, también podía utilizarse para la producción de aceites y bálsamos para la belleza. Explicaba a su hermano que los cacahuetes le hacían ganar “buena pasta”, para gozar de la existencia que Dios y el destino le habían concedido. En ocasiones, también se acordaba de sus sobrinos, enviándoles algunos dólares para “pasteles”, como los Reyes de Oriente con sus alforjas llenas de regalos. Aunque no se caracterizaba por su generosidad en esos regalos navideños, Frida y Bertín podían gozar de algún juguete o esa ropa que los adolescentes tanto valoran y agradecen.

Su hermano le aconsejaba que ambos iban sumando años, así que era conveniente de que fuera pensando en acumular su patrimonio y volver a la “madre Patria”, en donde podría invertir con inteligencia el fruto de su trabajo en muchos años de esfuerzo.

Aunque Daniel no era muy dado a comentar acerca de sus intimidades, dejaba caer que había tenido varias relaciones amorosas, pero que por su mentalidad nunca quiso pasar por la vicaría o por la administración judicial para legalizar su situación de convivencia. Ante las peticiones de su hermano para que viajara y tomara algunas vacaciones en la ciudad que le había visto nacer, se justificaba aduciendo el “inmenso trabajo” que tenía que desarrollar en las plantaciones que controlaba. “Los administradores, cuando se les deja solos, piensan únicamente en “sacar” lo más posible para sus bolsillos, relajándose en sus obligaciones de controlar e incentivar la producción. La fase de venta y exportación conlleva, hermano mío” un continuo trabajo, a fin de rentabilizar los costes de producción de los cacahuetes, que son en sumo elevados. Los obreros se llevan una parte muy importante del rendimiento. Como no estés encima de todo el proceso, el negocio se te va al garete”.

Siguiendo esta dinámica o justificación, Daniel llevaba una gran parte de su vida residiendo en las Américas, específicamente en Argentina, y por los detalles que aportaba manteniendo una vida harto desahogada, cómoda y fructífera. Por decirlo con otras palabras, se sentía feliz en ese territorio americano, que le había dado cobijo para sustentar su prosperidad, tanto en lo anímico como, especialmente, en lo económico. La respuesta de Tiburcio iba más o menos en los siguientes términos:

“Dichoso tú, hermano mío, que vives tan bien y te ves tan realizado. Nosotros, tu única familia, con la modestia y limitaciones materiales que soportamos, luchamos cada día para sacarla adelante, pero las necesidades son perentorias de continuo. Sin embargo, con la ayuda de la divina Providencia, vamos sumando días a nuestra sencilla historia, viviendo en santa cristiandad”.

En este contexto, causó sorpresa emocional, alegría desbordante y entusiasmo, cuando Daniel escribió esa siempre esperada carta electrónica, anunciando un placentero viaje a España y a Málaga, a fin de pasar las Navidades y la entrada del Nuevo Año, con su única y entrañable familia del alma. Sería la tercera estancia que iba a desarrollar en sus raíces hispanas, después de 22 años de práctica ausencia. El “indiano” volvía. El hermano, el tío, el cuñado, deseaba que pasaran juntos las entrañables fiestas de Navidad. La felicidad y el entusiasmo, verdaderamente espectacular, “revolucionó” la placidez y sencillez de los Carriscosa Aldaba.

Pero somos humanos e interesados. Cada uno de los integrantes de esta familia fue interpretando e imaginando la llegada del tío Daniel como un nuevo Rey Mago, que en las alforjas de su camello traería ese deseo, esa necesidad, esa ilusión que todos tenemos desde que somos niños hasta que nos llega la etapa de la vejez. La pregunta que cada uno se hacía era la misma ¿QUÉ REGALO NOS TRAERÁ TIO DANIEL? Las mentes y los deseos se pusieron a funcionar, con una legítima imaginación, ilusión y ambición.

Tiburcio y Amanda estuvieron hablando largas horas sobre este reencuentro, noche alegre para la esperanza. “Tu hermano, con el paso de los años, ya se ha ido centrando en su racionalidad. No me cabe que este sorpresivo viaje a su país, para reencontrarse con nosotros, pasando juntos estas entrañables fiestas, nos va a deparar estupendas sorpresas. Daniel, por una vez, va a ser bastante generoso, al menos con sus sobrinos. Cuando vea la casa en donde vivimos, tan antigua y deteriorada, que necesita “como el comer” un repaso de los pies a la cabeza, nos va a dejar un sobre bien alimentado de dólares, para que reparemos el cuarto de baño y la cocina, pintemos las paredes, arreglemos la puerta de entrada e incluso metamos mano a la instalación eléctrica, pues de continuo tenemos que estas cambiando “el plomillo”.

“Amanda, yo tengo la esperanza en que mi hermano nos puede dar una gran alegría, con un gesto super generoso. Si le sobran “los cuartos”, cosa que en varias ocasiones me ha insinuado, puede decirme una mañana “hermano, vamos a una inmobiliaria que tu conozcas. Os voy a regalar un piso en condiciones, en el que no tengáis que depender de un alquiler y en el que los chicos se sientan a gusto. Ya no tendréis que compartir el único baño, a esas horas nerviosas de las mañanas, sino que dispondréis de dos baños, una cocina como las que salen en el cine y un mobiliario para vivir con la comodidad que merecéis”. Esa gran sorpresa la tengo en la cabeza. Me parece que vamos a tener “unos Reyes” muy generosos.”

Lógicamente, sus hijos también esperaban dádivas especiales, por parte de tío Daniel. Bertín, que apoco iba a cumplir los 16 años, tenía la ilusión de poseer una bicicleta eléctrica o una motocicleta de baja cilindrada.  Otra de sus ilusiones, era tener su propio bloque informático, con un gran ordenador Apple, Tablet y un iPhone, todos ellos de la última generación. Su hermana Frida pensaba que, para el verano, con la buena “propi” que su tío le podría traer, tenía la ilusión de hacer un idílico viaje, con su pareja Ferrán, por tierras griegas, realizando un apasionante crucero por el mosaico insular del Egeo. Entre sus proyectos estaba el estudiar el grado de Historia Antigua, pues le apasionaba la mitología helénica. Unas vacaciones de esa naturaleza tenían que costar “un ojo de la cara”, pero con la generosidad del tío indiano, solventaría las dificultades económicas de ese apasionante periplo marítimo por el Hélade. Los cuatro miembros de la familia dibujaban en sus mentes el tradicional Cuento de la lechera con los huevos de oro.

De alguna forma, todos pensaban que Daniel podría venir acompañado de alguna bella mujer americana, como en las películas de Hollywood, una buena y cariñosa esposa para alegría de la única familia que su amado poseía en España. Tiburcio era seis años menor que su hermano, pero según las fotos que habían intercambiado, ahora el ordenanza de juzgados parecía años mayor que la hercúlea y cinematográfica figura del hermano emigrante.

La espera se hacía larga, pero la ilusión y la legítima ambición compensaba la “lentitud” de los días para la ansiada llegada, que había sido fijada para el 21 de diciembre. Para ese sábado prenavideño, todo debía estar bien organizado. Tío Daniel dispondría del cuarto de Bertín, mientras que éste se trasladaría para descansar a un sofá cama que, doña Herminia, la viuda del 3º B, les había prestado para ubicarlo en un rincón del saloncito, cuyos enseres iban a estar durante la estancia empaquetados en la terraza/balcón de la vivienda. Un albañil amigo les iba a pintar la entrada y algunas habitaciones, Don Tiburcio había pedido un anticipo de la extra de Navidad, ya que necesitaban efectivo para compras y reformas. Todo el esfuerzo a realizar parecía poco, si con ello se favorecía la feliz estancia y las buenas dádivas que el hermano emigrante traería en su bien repleta cartera. Doña Amanda también se dispuso a llenar con espléndidas viandas la alacena de los alimentos. Para ello, negoció con don Simeón la compra de suficientes mercancías, cuyo coste se mantendría en la cartilla de los fiados hasta que se pudiera ir pagando poco a poco. Jamón, queso, longaniza, mantequilla, vino, legumbres para preparar esos buenos “potajes de la abuela” que alguna vez Daniel confesó añorar. Por supuesto, tampoco faltaban los mazapanes y manjares navideños, dada las fechas de celebración que iban a disfrutar. El día 21 se iba acercando y la emoción fraternal se incrementaba, para la ilusión y felicidad de esta pobre familia, que veía abrirse un soplo providencial en el cielo de las esperanzas. Estaba casi todo preparado para la llegada del “rey Mago, procedente de las Américas.

En la tarde del 21, víspera de la lotería de Navidad, los cuatro miembros de los Carriscosa Aldaba, muy limpios bien trajeados (había que ofrecer una imagen presentable para el impacto) se desplazaron algo nerviosos en el tren cercanías de Fuengirola, para apearse en la estación del aeropuerto. Cuando los viajeros procedentes de Buenos aires iban saliendo a la sala de espera, la “tensión” era incontenible en la modesta familia. Al fin vieron llegar a Daniel que para su sorpresa viajaba solo acompañado de una “antigua” maleta. Vestía con una patente humildad: una gabardina con “muchas puestas”, un jersey de color gris y una bufanda al cuello, pantalones de pana beige y calzaba unas zapatillas deportivas que en su origen debían de ser de color blanco, pero con el uso y falta de limpieza habían cambiado a un color ocre. Tiburcio comentó “¡Dani ha sido siempre un tanto bohemio!”. Lo que más desentonaba en el recién llegado era esa barba de tres o cuatro días, que su hermano destacó “lo hace más atractivo”.

Besos, fuertes abrazos, lágrimas incontenibles, sonrisas de continuo, todos estaban sumidos en un estado de catarsis emocional. El recién llegado hablaba poco, sólo repetía ¡familia, familia, familia! Nadie mencionó o sugirió la palabra taxi. Volvieron en el mismo tren de cercanías, que los había trasladado desde la estación malacitana. Los dos únicos asientos libres en ese momento fueron ocupados por Amanda y Daniel, los dos cuñados. Amanda, en un gesto cariñoso, lo tenía cogido afectivamente por el brazo. “Os veo muy bien, querida familia” Palabras henchidas de amor y fraternal sentimiento.

Al fin llegaron al pequeño bloque del Camino Nuevo, utilizando el bus municipal, encargándose de subir la no pesada maleta, hasta la segunda planta, el animoso Bertín, haciendo muestra de su fortaleza juvenil. Ya en el saloncito, con unos dulces encima de la mesa, para hacer una buena merienda, Daniel se sentó pausadamente y mirándolos a todos se echó a llorar como un niño pequeño. Tiburcio lo abrazó, una vez más. “Todo es a consecuencia de lo emocionado que estás, hermano mío”. Amanda, con diligencia, preparó un vaso de tila. Tras beber un par de sorbos, Daniel hizo una señal, indicando que deseaba explicar la realidad de su vida.

“Hermanos y sobrinos de mi corazón. Aquí ante vosotros me presento con la verdad, con la única verdad por delante. La imagen que os he dado en mis cartas no responde fielmente a la realidad. Quería evitaros todo sufrimiento acerca de mi persona. Es cierto que tuve momentos buenos, para qué negarlo, pero desde hace años fui cayendo en el precipicio del fracaso. Todo lo que gané lo fui perdiendo, en el vicio del juego con los naipes. También, con mi debilidad ante las mujeres. Todo ello me fue dejando sin un solo peso. Desde hace meses he ido a comer un plato caliente a una casa de monjas de la caridad. Intermediaron para darme cobijo en un convento de frailes, a los que les limpiaba los jardines y la estancia conventual y también. les hacía los mandados, pues practicaban “la clausura” clerical.  Me cedieron un pequeño cobertizo, en donde guardaban tres vacas para la leche y el queso y allí dormía sobre un jergón de estopa. En las noches de frío, soportaba la gélida temperatura con las ventosidades calientes y “aromáticas” que las vacas expulsaban.

Una mañana de sol brillante, reflexioné y decidí volver a la madre Patria. Aquí me tenéis, fracasado, arruinado, pero con la tierna esperanza de encontrar ese afecto y calor humano que la única familia que poseo me puede proporcionar. Con vuestro amor recorreré la última fase de mi vida. Allá, en la Pampa, todos me han abandonado. Especialmente las mujeres, al verme sin plata. A una de ella le hice un hijo, pero no sé por dónde andarán. Nunca ha querido volver a ponerse en contacto conmigo. Pero no quiero ser una carga para vosotros. Buscaré una portería, para cuidar y limpiar el bloque que los señores propietarios tengan a bien contratarme. Acudiré a algún centro de caridad, en donde me faciliten algo de alimento para cuidar mi necesidad. Para dormir solo os pido una manta que me ayude a descansar sobre el suelo. Esta es mi pobre realidad, hermano Tiburcio, hermana Amanda, queridos sobrinos. La vida nos trae estos vientos desafortunados, como castigo por los desvaríos que cometemos en los tiempos de prosperidad. No he sabido mantener y guardar plata, para los días de carencia”.

Llegado a este punto, un avejentado Daniel, rompió de nuevo a llorar, con tan fuertes gemidos y sollozos, que doña Engracia, la vecina del 2º A llamó a la puerta, preguntando si algo grave ocurría. Tiburcio, tuvo que tomar asiento y llevándose las manos a la cara, tapándose el rostro, no sabía lo que mejor decir. Amanda sufrió un “flato” o medio desmayo, que tuvo que resolver Frida, preparándole una infusión con hierbas de Santa Elena, compradas en la herboristería. Bertín era el que parecía “más entero”. “Total, tío, que estás en la indigencia” Aquella noche, casi nadie durmió en casa de los Carricosa. El único que bien lo hizo, con fuertes y acústicos ronquidos, era el recién llegado, sin un peso en los bolsillos. Todo se había desvanecido. La ilusión de tener un piso nuevo en propiedad, la reparación del que siempre habían habitado, el sistema informático, el viaje helénico … todos se había esfumado ante la verdad del pobre “indiano”.

Al paso de los meses, los Carriscosa Aldaba siguen afrontando con resignada entereza la realidad de su modesta vida. A su hermano Daniel, “el indiano rico de las Américas” Tiburcio le ha buscado un puesto de portero y jardinero en una gran mansión señorial, cuyo propietario es un notario que supo agradecer al ordenanza los favores que éste le había hecho en distintos momentos con asuntos de gestión administrativa. Daniel reside en un centro de acogida para inmigrantes, regido por una orden religiosa de monjas de la caridad. Todos los domingos acude para almorzar y cenar a casa de Amanda y Tiburcio, que tratan de ayudarlo en sus pequeñas necesidades cotidianas. El matrimonio, más que sus hijos, han tomado conciencia de que la “gallina de los huevos de oro” no era más que un cuento o fábula “ilusionada y metafórica”, acerca de muchas de nuestras ambiciones infundadas. Defienden ahora, con firmeza, que la única forma de conseguir algunos de los objetivos que nos proponemos es trabajando con honradez y constancia, día tras día, año tras año. Esa es la mejor forma de sustentar, con sabia entereza y madurez, la realidad de la mayoría de las vidas. -

 

 

EL REGRESO

DE TIO DANIEL

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 13 diciembre 2024

                                                                                                                                                                                    

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viernes, 6 de diciembre de 2024

EL CORAZÓN DE LAS CAPACIDADES OCULTAS

En ocasiones conocemos a personas que, de forma inesperada, ponen de manifiesto habilidades y destrezas, cuyo desarrollo mantenían en su legítima privacidad. Cuando esas capacidades “ocultas” llegan a nuestros sentidos, generan el asombro y la admiración por parte de sus amigos, conocidos, familiares o por alguna afortunada coincidencia para el sugestivo contacto. La naturaleza de esas habilidades o conocimientos es, lógicamente, muy variada, como diferente y contrastado es el género humano. En este interesante contexto, se inserta nuestra historia de esta semana.

El protagonista de nuestro relato tenía por nombre EVELIO Santamaría. Desde su primera adolescencia mostraba un gran interés por los conocimientos históricos, gustándole mucho las lecturas biográficas de los grandes e importantes personajes de la Historia. Esta plausible afición, a la que dedicaba muchas de sus horas para el ocio, algo inusual en otros chicos de su edad, sustentó la decisión de que al final de sus estudios en la formación secundaria, optara por matricularse en la Escuela Oficial de Turismo de la capital palentina (ciudad en donde había nacido y residía, en las austeras entrañas mesetarias de Castilla y león). Este joven estudioso consideraba que era el trabajo que mejor podría realizar, dada la cultura que su mente había ido acumulando con tantas horas dedicadas a la lectura de los hechos que conforman nuestro pasado.

Sus padres, Cipriano y Angelines, se mostraban bien orgullosos de lo “sabio” que les había salido el único fruto genético de su matrimonio: ¡Hay que ver lo mucho que lee y sabe nuestro crío! Con los conocimientos que posee, se va a ganar muy bien la vida.  ¡Tenemos una cabeza privilegiada en nuestra pequeña familia! Estas cariñosas y orgullosas expresiones eran del todo lógicas, toda vez que estos progenitores eran personas de naturaleza modesta: albañil y costurera.

Muy joven, 23, Evelio encontró acomodo laboral en una empresa de guías turísticos, EL CRISOL, aplicando su correspondiente y brillante titulación. Los miembros de esta empresa acompañaban a los grupos de turísticos que visitaban las localidades de la Comunidad autónoma de Castilla y León. La capacidad narrativa y explicativa de este joven guía, acerca de la historia, la arquitectura, escultura y pintura, en el patrimonio artístico de las provincias de la región, le granjeó el reconocimiento y la admiración de sus jefes y compañeros de profesión. Sin duda, era el profesional turístico preferido por los tours viajeros, organizadoras de los circuitos o recorridos turísticos para sus clientes vacacionales y también aquellos que integraban los grupos del turismo social o IMSERSO.

Evelio sabía dotar a sus palabras de un hablar pausado, con una dicción silábica y modulación expresiva, que atraía y complacía la atención de sus interesados oyentes. Éstos agradecían la buena escucha y amenidad de sus interesantes y divulgativos contenidos, no exentos de una dosificada documentación histórica. El diestro guía se ayudaba de un pequeño altavoz electrónico, muy útil para cuando se expresaba en zonas muy densificadas y ruidosas, para la comprensión de los grupos viajeros que en ocasiones eran harto numerosos. Sin embargo, cuando explicaba en los espacios cerrados, como clerecías, colegiatas, catedrales, templos, monasterios, castillos y conventos, la piedra y la madera constructiva producía o generaba una incómoda reverberación. Entonces los turistas agradecían que el guía Evelio cerrase el micrófono y utilizase la única acústica de su potente y sonora voz.

La expectación que sus palabras producían, transportadas en una suave, melodiosa y didáctica voz, a modo de un avezado locutor de las madrugadas en la radio, generaba esa atención y curiosidad en turistas deseosos de conocer cómo era ese pasado que ayuda a entender nuestro presente existencial y al tiempo nos predispone para afrontar ese incierto futuro que todos deseamos sea siempre mejor.

Su especial campo de acción laboral y especialidad era la Comunidad castellanoleonesa (león, Zamora, Valladolid, Palencia) recios y nobles territorios castellanos, a los que se unían también aquellas provincias algo más orientales de la submeseta peninsular (Burgos, Soria, Segovia y Ávila). Dominaba a la perfección el mundo medieval (visigodos, románico, gótico) aunque también completaban sus explicaciones la sociedad sefardí, el hispano musulmán y la España renacentista o barroca.

Sus recorridos profesionales, atendiendo e ilustrando a los viajeros turistas de cualquier provincia española, además de aquellos extranjeros de muy diversos países (dominaba bien el inglés y algo de francés) eran constantes, situación que su esposa CLARA comprendía y aceptaba. Después de un “agotador” tour semanal le correspondían dos días de descanso que el dinámico guía disfrutaba en su Palencia natal. Había nacido a finales de la década de los 70. Ahora, con 46, se encontraba en perfecta forma, con la madurez, conocimientos y responsabilidad que repercutían en la calidad de la función ilustrativa que diariamente realizaba. Se “pateaba” los empedrados, arcillosos o asfaltados suelos de nuestros pueblos y capitales, con su buena forma física, para explicar los misterios, la estética y la espiritualidad de monasterios, colegiatas, templos, conventos, restos arqueológicos, las plazas y calles porticadas, muchas de éstas con un elevado grado de inclinación que las hacía muy “empinadas” lo que lógicamente agotaba, tanto al subirlas como al bajarlas, a los sufridos turistas y también al guía que los acompañaba, aunque este siempre disimulaba el cansancio y caminaba en cabeza de grupo. . 

En ocasiones el ímpetu detallista, prolijo, aunque ameno y prudente, de Evelio “se pasaba” en sus densas exposiciones. Cuando tomaban respiro los asombrados turistas comentaban con admiración y sorna ¡Cuánto sabe este hombre! Pensaba que un buen profesional tenía que mantenerse al día, por lo que gozando de una memoria prodigiosa no dejaba de leer y documentarse en bibliotecas e Internet. De tal nivel era su cultura que, en momentos, algunos de sus oyentes, se veían obligados a “desconectar, porque sus mentes ya no podían asimilar tanta información que generosamente les facilitaba este preclaro orador de nuestra Historia.

En cierta afortunada ocasión Evelio recibió una insólita oferta. Procedía de una organización de invidentes y deficientes visuales, quiénes deseaban concertar una explicación del monumento más emblemático del románico u otros estilos artísticos de las nueve provincias castellanas leonesas. El proyecto se habría desarrollar durante nueve sábados consecutivos, en la avanzada primavera. Había sido “el elegido” porque su capacidad descriptiva era bien conocida en los ámbitos culturales de muchas de las provincias que recorría con sus turistas. Era un proyecto difícil, complejo, pero apasionante al que Evelio no dio la espalda. Tenía que utilizar “creativamente” su voz poderosa, a fin de crear o “visualizar” en las imaginaciones de sus oyentes, la estéticas y función de esos bellos monumentos que ellos no podían ver, pero sí sentir y conformar en sus receptivas inteligencias. El valor de la palabra, con unos contenidos atrayentes y sentimentales, vinculados a la belleza monumental, tenía que suplir la incapacidad visual del grupo que lo iba a seguir.   

El bueno de Evelio aceptó el reto, tras reflexionar algunas horas en la noche, para lo cual comenzó a preparar esa narración “dibujada” que iba a desarrollar durante los fines de semana en un par de meses. Conociendo el precioso y ambicioso proyecto, las diputaciones de las nueve provincias pusieron a disposición del grupo organizador los medios necesarios para el traslado, control de la movilidad y el almuerzo correspondiente de ese autobús de 50 viajeros. Cuando le preguntaron el coste que iba a suponer su difícil trabajo, el ya afamado guía puso un precio simbólico: 50 euros por sesión (cantidad que al final del proyecto donó a la propia organización que lo había contratado).

El éxito de la experiencia fue espectacular. Prensa escrita, radio y televisión se hicieron eco, en sus informativos, de la ardua y hermosa tarea que Evelio Santamaría iba desarrollando. Las alcaldías respetivas, también a través de sus concejalías de cultura y acción social, colaboraron eficazmente con auxiliares para ayudar a los deficientes visuales en estos lúcidos paseos por amor a la cultura. En el contexto de las explicaciones, grupos especializados en música antigua también acompañaron a estos valientes turistas que junto a las doctas palabras del experto guía se deleitaban con bellas piezas interpretadas por los respectivos grupos musicales.

Lógicamente el autobús que cada semana se desplazaba a una provincia diferente no trasladaba siempre a los mismos oyentes, ya que la demanda para este lúcido proyecto fue muy numerosa. De esta forma se tuvieron que conformar varios grupos de asistentes, a fin de que el mayor número de personas tuviesen acceso a las explicaciones artísticas y acompañamiento musical.

Los afortunados asistentes a las explicaciones reconocían y aplaudían con entusiasmo la valiente realización de estas visitas turísticas que ellos recreaban en sus mentes con la ayuda de la palabra y la música.   

El destino y la oportunidad quiso que, en otro viaje grupal, organizado por la agencia para la trabajaba Evelio, con el objetivo de disfrutar del románico palentino, uno de los turistas viajeros fuera precisamente un profesor de la Universidad Complutense madrileña, Dr. y Catedrático de Historia del Arte, cuyo nombre era DAMIANO Albiach. Este prestigioso profesor viajaba con su señora Martia y su hijo Rubén, a quien acompañaba su pareja. Evelio aplicó a este grupo, durante los siete días de viaje, lo que siempre hacía con las personas que atendían sus palabras: básicas explicaciones arquitectónicas, escultóricas o pictóricas, atrayentes acercamientos a los personajes históricos, evitando abrumar con datos secundarios. También, amenidad con la aportación de las necesarias e interesantes anécdotas. Rigor y una sutil narrativa en los contenidos históricos que, sustentaban la eclosión y vida de estas creaciones monumentales. Resumiéndolo con una ilustrativa frase: gran capacidad para hablar y ser entendido tanto por las personas de notable cultura, como también por aquellos que buscaban simplemente en estos desplazamientos turísticos la lúdica distracción o la amena curiosidad.

Recorrieron las más significativas localidades del mundo románico, gótico y renacentista palentino, durante una semana inolvidable, en lo climático, artístico y en la intercomunicación social. La última noche del tour viajero, realizaban la cena en el hotel monasterio de San Zoilo, entorno monumental en donde se alojaban. Evelio ocupaba una mesa individual, como solía hacer, a fin de mantener la necesaria privacidad ante los turistas que atendían sus explicaciones. Cuando terminaba de tomar su postre, vio acercarse a ese viajero que, durante el resto de los días, más atención había aplicado a sus palabras. Obviamente era don Damiano, el profesor universitario. Se saludaron y de inmediato el guía invitó al viajero sentarse en su mesa. Iban a compartir el café que siempre se servía después de los postres. De inmediato Damiano tomó la palabra, explicándole al guía lo que venía reflexionando desde el primer día en que atendió a sus explicaciones.

“Estimado Evelio. Llevo seis días escuchándote, junto a mi familia y el resto de los viajeros. Tengo que expresarte, con franqueza y sinceridad, mi incomprensión porque no te hayas dedicado a la enseñanza universitaria. Sabes mucho Historia. Te documentar de continuo con rigor y amenidad. Y no eres como esos guías que no saben salir de las fáciles anécdotas. Generas atención, porque sabes motivar y sustentar perfectamente las explicaciones. Tu acervo cultural es impresionante, admirable. Y todo ello te lo has labrado con tu esfuerzo, con ese amor a la cultura de nuestra memoria que tanto te identifica. Se nota a distancia tu ilusión por investigar nuestro pasado, con su riqueza patrimonial monumental. Te aseguro que he disfrutado, he aprendido con tus sabias explicaciones.

Me gustaría proponerte que, coordinando con tu horario y obligaciones profesionales, impartieras algunas exposiciones a mis alumnos del grado de Historia del Arte. Debo aclararte que yo trabajo en la Universidad, dirigiendo un departamento en el que hay numerosos profesores, pero he de reconocer que nunca he visto era capacidad y naturaleza que posees para enseñar y divulgar la riqueza de nuestro patrimonio artístico.

Podemos hacer una sesión a prueba en el aula y posteriormente me indicas tu predisposición para desarrollar esa experiencia colaboradora que mis alumnos y yo mismo en mucho te agradeceríamos. Obviamente el departamento te abonaría el desplazamiento a Madrid y la noche de hotel que tendrías que pasar, antes del viaje de ida y vuelta a tu Palencia natal, en donde has comentado que resides con tu familia. ¿Qué piensas acerca de esta oferta que con ilusión te estoy planteando?”

Evelio quedó gratamente impresionado acerca de lo que había escuchado. Todo un Catedrático de Universidad le estaba invitando a que impartiera algunas clases o explicaciones a unos alumnos que cursaban el grado de Historia del arte. Nunca pensó que una situación así pudiera serle ofertada. Era como un regalo caído del cielo.

En la actualidad Evelio Santamaría sigue trabajando como guía turístico, en el muy conocido y trabajado entorno monumental castellano leonés. Pero se ha comprometido, con su nuevo amigo el profesor Albiach, a intervenir en los Cursos de Verano, que cada año programa la Universidad Central. Lo haría en calidad de conferenciante invitado en la modalidad de Historia del arte “como un simple amante de la Historia”. La conferencia que en el próximo junio impartirá llevará por título: “El tesoro románico, en la Palencia donde nací”.  El apoyo del catedrático Damiano Albiach es un poderoso incentivo para esta cultural empresa que, gracias a esas capacidades o habilidades ocultas que las personas atesoran, llega el día en que pueden aportarse para el beneficio cultural de la sociedad. -

 

 

EL CORAZÓN DE LAS

CAPACIDADES OCULTAS

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 06 diciembre 2024

                                                                                                                                                                                                                               

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