viernes, 13 de diciembre de 2024

EL REGRESO DE TÍO DANIEL

La historia que vamos a narrar se desarrolla en el seno de la muy devota familia, Carriscosa Aldaba. Fervorosa en su catolicismo practicante, modesta en sus posibilidades económicas y, desde hace muchos años, esperanzada en que el TÍO DANIEL, único hermano de don   TIBURCIO Carriscosa, se “acordara” de ellos para poder “tomar algo de respiro” en sus muchas necesidades y carencias materiales. El matrimonio de Tiburcio, ordenanza en los juzgados de Málaga capital y de su mujer AMANDA Aldaba, había tenido el fruto genético de FRIDA, en la actualidad estudiante de 2º de bachillerato y BERTÍN, que cursaba 4º de la E.S.O. Este bien unido grupo familiar residía en una vivienda alquilada con renta antigua, en la zona del Camino Nuevo malacitano. El edificio era un antiguo y pequeño bloque de ocho pisos, sin ascensor, con dos vecinos por planta.

La vivienda de los Carriscosa (y las del resto de la vecindad) necesitaba, a todas luces, un buen “lavado de cara” para que las siempre postergadas reformas solicitadas la hiciesen más agradable y habitable, en las vidas de sus integrantes: pintura, tuberías, solería, cristalería e incluso la instalación eléctrica, porque “los plomillos siempre estaban “saltando”. Pero la propietaria del inmueble, CUARESMA Aliaga, condesa de la Ermita Alta, 84, se negaba sistemáticamente a “soltar” dinero para atender las demandas de sus inquilinos, todos ellos alquilados, justificando su negativa en la escasa renta que abonaban en cada una las mensualidades.

Los gastos que soportaban los vecinos del 2º B, Tiburcio y Amanda, eran cada vez más gravosos (alimentación, electricidad, agua, ropa, zapatería, material escolar, telefonía, Internet, a lo que había que sumar ese pequeño ocio de la juventud, desarrollado en los cines, los refrescos con los amigos, las excursiones e incluso la asistencia al gimnasio, que Bertín y Frida realizaban). Todo el esfuerzo económico recaía en el trabajo que realizaba don Tiburcio en los juzgados, única entrada económica que proporcionaba el sueldo del buen ordenanza. Eran frecuentes los meses en los que tenían dificultades para “llegar a final de mes”.

Sin embargo, su proverbial fe cristiana hacía que asumiesen, con paciencia y resignación, su protagonismo existencial de familia modesta, más bien pobre, con la alegría y confianza en los designios divinos, que les había concedido una buena salud y confianza en la Providencia celestial.

El hermano de Tiburcio, Daniel, hacía más de dos décadas en que había decidido buscarse la viuda por otros parajes de nuestro Planeta. Era considerado por su corta familia como un tanto “cabeza loca”. El carácter positivo de su capacidad emprendedora lo perjudicaba o se desvanecía con celeridad, dada su escasa constancia en mantener lo que bien empezaba. Estuvo años sin dar “señales de vida”, aunque alguna Navidad enviaba un Christmas, para felicitar la fecha, añadiendo que todo le iba bien. En esos más de veinte años, sólo viajó a Málaga en dos ocasiones: cuando falleció su madre y posteriormente su padre, hechos que acaecieron hacía más de dos lustros. Daniel, desde su juventud, tenía bien ganada fama de mujeriego o faldero. Con la sonrisa en su boca, solía comentar “las mujeres me lo sacan todo”.

Explicaba a su hermano, en las escasas cartas que enviaba, que andaba metido en negocios de cultivo de cacahuetes, un negocio siempre boyante, pues además de su potencialidad alimenticia para el consumo y la elaboración de dulces, también podía utilizarse para la producción de aceites y bálsamos para la belleza. Explicaba a su hermano que los cacahuetes le hacían ganar “buena pasta”, para gozar de la existencia que Dios y el destino le habían concedido. En ocasiones, también se acordaba de sus sobrinos, enviándoles algunos dólares para “pasteles”, como los Reyes de Oriente con sus alforjas llenas de regalos. Aunque no se caracterizaba por su generosidad en esos regalos navideños, Frida y Bertín podían gozar de algún juguete o esa ropa que los adolescentes tanto valoran y agradecen.

Su hermano le aconsejaba que ambos iban sumando años, así que era conveniente de que fuera pensando en acumular su patrimonio y volver a la “madre Patria”, en donde podría invertir con inteligencia el fruto de su trabajo en muchos años de esfuerzo.

Aunque Daniel no era muy dado a comentar acerca de sus intimidades, dejaba caer que había tenido varias relaciones amorosas, pero que por su mentalidad nunca quiso pasar por la vicaría o por la administración judicial para legalizar su situación de convivencia. Ante las peticiones de su hermano para que viajara y tomara algunas vacaciones en la ciudad que le había visto nacer, se justificaba aduciendo el “inmenso trabajo” que tenía que desarrollar en las plantaciones que controlaba. “Los administradores, cuando se les deja solos, piensan únicamente en “sacar” lo más posible para sus bolsillos, relajándose en sus obligaciones de controlar e incentivar la producción. La fase de venta y exportación conlleva, hermano mío” un continuo trabajo, a fin de rentabilizar los costes de producción de los cacahuetes, que son en sumo elevados. Los obreros se llevan una parte muy importante del rendimiento. Como no estés encima de todo el proceso, el negocio se te va al garete”.

Siguiendo esta dinámica o justificación, Daniel llevaba una gran parte de su vida residiendo en las Américas, específicamente en Argentina, y por los detalles que aportaba manteniendo una vida harto desahogada, cómoda y fructífera. Por decirlo con otras palabras, se sentía feliz en ese territorio americano, que le había dado cobijo para sustentar su prosperidad, tanto en lo anímico como, especialmente, en lo económico. La respuesta de Tiburcio iba más o menos en los siguientes términos:

“Dichoso tú, hermano mío, que vives tan bien y te ves tan realizado. Nosotros, tu única familia, con la modestia y limitaciones materiales que soportamos, luchamos cada día para sacarla adelante, pero las necesidades son perentorias de continuo. Sin embargo, con la ayuda de la divina Providencia, vamos sumando días a nuestra sencilla historia, viviendo en santa cristiandad”.

En este contexto, causó sorpresa emocional, alegría desbordante y entusiasmo, cuando Daniel escribió esa siempre esperada carta electrónica, anunciando un placentero viaje a España y a Málaga, a fin de pasar las Navidades y la entrada del Nuevo Año, con su única y entrañable familia del alma. Sería la tercera estancia que iba a desarrollar en sus raíces hispanas, después de 22 años de práctica ausencia. El “indiano” volvía. El hermano, el tío, el cuñado, deseaba que pasaran juntos las entrañables fiestas de Navidad. La felicidad y el entusiasmo, verdaderamente espectacular, “revolucionó” la placidez y sencillez de los Carriscosa Aldaba.

Pero somos humanos e interesados. Cada uno de los integrantes de esta familia fue interpretando e imaginando la llegada del tío Daniel como un nuevo Rey Mago, que en las alforjas de su camello traería ese deseo, esa necesidad, esa ilusión que todos tenemos desde que somos niños hasta que nos llega la etapa de la vejez. La pregunta que cada uno se hacía era la misma ¿QUÉ REGALO NOS TRAERÁ TIO DANIEL? Las mentes y los deseos se pusieron a funcionar, con una legítima imaginación, ilusión y ambición.

Tiburcio y Amanda estuvieron hablando largas horas sobre este reencuentro, noche alegre para la esperanza. “Tu hermano, con el paso de los años, ya se ha ido centrando en su racionalidad. No me cabe que este sorpresivo viaje a su país, para reencontrarse con nosotros, pasando juntos estas entrañables fiestas, nos va a deparar estupendas sorpresas. Daniel, por una vez, va a ser bastante generoso, al menos con sus sobrinos. Cuando vea la casa en donde vivimos, tan antigua y deteriorada, que necesita “como el comer” un repaso de los pies a la cabeza, nos va a dejar un sobre bien alimentado de dólares, para que reparemos el cuarto de baño y la cocina, pintemos las paredes, arreglemos la puerta de entrada e incluso metamos mano a la instalación eléctrica, pues de continuo tenemos que estas cambiando “el plomillo”.

“Amanda, yo tengo la esperanza en que mi hermano nos puede dar una gran alegría, con un gesto super generoso. Si le sobran “los cuartos”, cosa que en varias ocasiones me ha insinuado, puede decirme una mañana “hermano, vamos a una inmobiliaria que tu conozcas. Os voy a regalar un piso en condiciones, en el que no tengáis que depender de un alquiler y en el que los chicos se sientan a gusto. Ya no tendréis que compartir el único baño, a esas horas nerviosas de las mañanas, sino que dispondréis de dos baños, una cocina como las que salen en el cine y un mobiliario para vivir con la comodidad que merecéis”. Esa gran sorpresa la tengo en la cabeza. Me parece que vamos a tener “unos Reyes” muy generosos.”

Lógicamente, sus hijos también esperaban dádivas especiales, por parte de tío Daniel. Bertín, que apoco iba a cumplir los 16 años, tenía la ilusión de poseer una bicicleta eléctrica o una motocicleta de baja cilindrada.  Otra de sus ilusiones, era tener su propio bloque informático, con un gran ordenador Apple, Tablet y un iPhone, todos ellos de la última generación. Su hermana Frida pensaba que, para el verano, con la buena “propi” que su tío le podría traer, tenía la ilusión de hacer un idílico viaje, con su pareja Ferrán, por tierras griegas, realizando un apasionante crucero por el mosaico insular del Egeo. Entre sus proyectos estaba el estudiar el grado de Historia Antigua, pues le apasionaba la mitología helénica. Unas vacaciones de esa naturaleza tenían que costar “un ojo de la cara”, pero con la generosidad del tío indiano, solventaría las dificultades económicas de ese apasionante periplo marítimo por el Hélade. Los cuatro miembros de la familia dibujaban en sus mentes el tradicional Cuento de la lechera con los huevos de oro.

De alguna forma, todos pensaban que Daniel podría venir acompañado de alguna bella mujer americana, como en las películas de Hollywood, una buena y cariñosa esposa para alegría de la única familia que su amado poseía en España. Tiburcio era seis años menor que su hermano, pero según las fotos que habían intercambiado, ahora el ordenanza de juzgados parecía años mayor que la hercúlea y cinematográfica figura del hermano emigrante.

La espera se hacía larga, pero la ilusión y la legítima ambición compensaba la “lentitud” de los días para la ansiada llegada, que había sido fijada para el 21 de diciembre. Para ese sábado prenavideño, todo debía estar bien organizado. Tío Daniel dispondría del cuarto de Bertín, mientras que éste se trasladaría para descansar a un sofá cama que, doña Herminia, la viuda del 3º B, les había prestado para ubicarlo en un rincón del saloncito, cuyos enseres iban a estar durante la estancia empaquetados en la terraza/balcón de la vivienda. Un albañil amigo les iba a pintar la entrada y algunas habitaciones, Don Tiburcio había pedido un anticipo de la extra de Navidad, ya que necesitaban efectivo para compras y reformas. Todo el esfuerzo a realizar parecía poco, si con ello se favorecía la feliz estancia y las buenas dádivas que el hermano emigrante traería en su bien repleta cartera. Doña Amanda también se dispuso a llenar con espléndidas viandas la alacena de los alimentos. Para ello, negoció con don Simeón la compra de suficientes mercancías, cuyo coste se mantendría en la cartilla de los fiados hasta que se pudiera ir pagando poco a poco. Jamón, queso, longaniza, mantequilla, vino, legumbres para preparar esos buenos “potajes de la abuela” que alguna vez Daniel confesó añorar. Por supuesto, tampoco faltaban los mazapanes y manjares navideños, dada las fechas de celebración que iban a disfrutar. El día 21 se iba acercando y la emoción fraternal se incrementaba, para la ilusión y felicidad de esta pobre familia, que veía abrirse un soplo providencial en el cielo de las esperanzas. Estaba casi todo preparado para la llegada del “rey Mago, procedente de las Américas.

En la tarde del 21, víspera de la lotería de Navidad, los cuatro miembros de los Carriscosa Aldaba, muy limpios bien trajeados (había que ofrecer una imagen presentable para el impacto) se desplazaron algo nerviosos en el tren cercanías de Fuengirola, para apearse en la estación del aeropuerto. Cuando los viajeros procedentes de Buenos aires iban saliendo a la sala de espera, la “tensión” era incontenible en la modesta familia. Al fin vieron llegar a Daniel que para su sorpresa viajaba solo acompañado de una “antigua” maleta. Vestía con una patente humildad: una gabardina con “muchas puestas”, un jersey de color gris y una bufanda al cuello, pantalones de pana beige y calzaba unas zapatillas deportivas que en su origen debían de ser de color blanco, pero con el uso y falta de limpieza habían cambiado a un color ocre. Tiburcio comentó “¡Dani ha sido siempre un tanto bohemio!”. Lo que más desentonaba en el recién llegado era esa barba de tres o cuatro días, que su hermano destacó “lo hace más atractivo”.

Besos, fuertes abrazos, lágrimas incontenibles, sonrisas de continuo, todos estaban sumidos en un estado de catarsis emocional. El recién llegado hablaba poco, sólo repetía ¡familia, familia, familia! Nadie mencionó o sugirió la palabra taxi. Volvieron en el mismo tren de cercanías, que los había trasladado desde la estación malacitana. Los dos únicos asientos libres en ese momento fueron ocupados por Amanda y Daniel, los dos cuñados. Amanda, en un gesto cariñoso, lo tenía cogido afectivamente por el brazo. “Os veo muy bien, querida familia” Palabras henchidas de amor y fraternal sentimiento.

Al fin llegaron al pequeño bloque del Camino Nuevo, utilizando el bus municipal, encargándose de subir la no pesada maleta, hasta la segunda planta, el animoso Bertín, haciendo muestra de su fortaleza juvenil. Ya en el saloncito, con unos dulces encima de la mesa, para hacer una buena merienda, Daniel se sentó pausadamente y mirándolos a todos se echó a llorar como un niño pequeño. Tiburcio lo abrazó, una vez más. “Todo es a consecuencia de lo emocionado que estás, hermano mío”. Amanda, con diligencia, preparó un vaso de tila. Tras beber un par de sorbos, Daniel hizo una señal, indicando que deseaba explicar la realidad de su vida.

“Hermanos y sobrinos de mi corazón. Aquí ante vosotros me presento con la verdad, con la única verdad por delante. La imagen que os he dado en mis cartas no responde fielmente a la realidad. Quería evitaros todo sufrimiento acerca de mi persona. Es cierto que tuve momentos buenos, para qué negarlo, pero desde hace años fui cayendo en el precipicio del fracaso. Todo lo que gané lo fui perdiendo, en el vicio del juego con los naipes. También, con mi debilidad ante las mujeres. Todo ello me fue dejando sin un solo peso. Desde hace meses he ido a comer un plato caliente a una casa de monjas de la caridad. Intermediaron para darme cobijo en un convento de frailes, a los que les limpiaba los jardines y la estancia conventual y también. les hacía los mandados, pues practicaban “la clausura” clerical.  Me cedieron un pequeño cobertizo, en donde guardaban tres vacas para la leche y el queso y allí dormía sobre un jergón de estopa. En las noches de frío, soportaba la gélida temperatura con las ventosidades calientes y “aromáticas” que las vacas expulsaban.

Una mañana de sol brillante, reflexioné y decidí volver a la madre Patria. Aquí me tenéis, fracasado, arruinado, pero con la tierna esperanza de encontrar ese afecto y calor humano que la única familia que poseo me puede proporcionar. Con vuestro amor recorreré la última fase de mi vida. Allá, en la Pampa, todos me han abandonado. Especialmente las mujeres, al verme sin plata. A una de ella le hice un hijo, pero no sé por dónde andarán. Nunca ha querido volver a ponerse en contacto conmigo. Pero no quiero ser una carga para vosotros. Buscaré una portería, para cuidar y limpiar el bloque que los señores propietarios tengan a bien contratarme. Acudiré a algún centro de caridad, en donde me faciliten algo de alimento para cuidar mi necesidad. Para dormir solo os pido una manta que me ayude a descansar sobre el suelo. Esta es mi pobre realidad, hermano Tiburcio, hermana Amanda, queridos sobrinos. La vida nos trae estos vientos desafortunados, como castigo por los desvaríos que cometemos en los tiempos de prosperidad. No he sabido mantener y guardar plata, para los días de carencia”.

Llegado a este punto, un avejentado Daniel, rompió de nuevo a llorar, con tan fuertes gemidos y sollozos, que doña Engracia, la vecina del 2º A llamó a la puerta, preguntando si algo grave ocurría. Tiburcio, tuvo que tomar asiento y llevándose las manos a la cara, tapándose el rostro, no sabía lo que mejor decir. Amanda sufrió un “flato” o medio desmayo, que tuvo que resolver Frida, preparándole una infusión con hierbas de Santa Elena, compradas en la herboristería. Bertín era el que parecía “más entero”. “Total, tío, que estás en la indigencia” Aquella noche, casi nadie durmió en casa de los Carricosa. El único que bien lo hizo, con fuertes y acústicos ronquidos, era el recién llegado, sin un peso en los bolsillos. Todo se había desvanecido. La ilusión de tener un piso nuevo en propiedad, la reparación del que siempre habían habitado, el sistema informático, el viaje helénico … todos se había esfumado ante la verdad del pobre “indiano”.

Al paso de los meses, los Carriscosa Aldaba siguen afrontando con resignada entereza la realidad de su modesta vida. A su hermano Daniel, “el indiano rico de las Américas” Tiburcio le ha buscado un puesto de portero y jardinero en una gran mansión señorial, cuyo propietario es un notario que supo agradecer al ordenanza los favores que éste le había hecho en distintos momentos con asuntos de gestión administrativa. Daniel reside en un centro de acogida para inmigrantes, regido por una orden religiosa de monjas de la caridad. Todos los domingos acude para almorzar y cenar a casa de Amanda y Tiburcio, que tratan de ayudarlo en sus pequeñas necesidades cotidianas. El matrimonio, más que sus hijos, han tomado conciencia de que la “gallina de los huevos de oro” no era más que un cuento o fábula “ilusionada y metafórica”, acerca de muchas de nuestras ambiciones infundadas. Defienden ahora, con firmeza, que la única forma de conseguir algunos de los objetivos que nos proponemos es trabajando con honradez y constancia, día tras día, año tras año. Esa es la mejor forma de sustentar, con sabia entereza y madurez, la realidad de la mayoría de las vidas. -

 

 

EL REGRESO

DE TIO DANIEL

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 13 diciembre 2024

                                                                                                                                                                                    

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