viernes, 28 de junio de 2024

LA EMPANADA DE LA PROVIDENCIA

 

Cuando se consultan los datos que nos proporciona el I.N.E. (Instituto Nacional de estadística), organismo oficial de reconocido prestigio investigador, conocemos que España tiene más de ocho mil municipios (exactamente 8.132). Expresándolo de una forma coloquial, son territorios, grandes o más pequeños, gobernados o administrados, por una corporación municipal, cuya “cabeza” visible es el alcalde. Muchos de esos territorios tienen un perímetro espacial notablemente reducido, elemento que se suma a la pérdida de población cada año que pasa. Es lo que se suele denominar, LA ESPAÑA VACÍA. Añadamos un par de datos estadísticos. De esos más de 8.000 municipios, más de la mitad tienen censados menos de 1.000 habitantes. Y un dato aún más significativo: 1379 municipios tienen menos de 100 habitantes (exactamente el 16,8 % de todos los municipios). Compárese con el número de personas que habitan en un bloque de vecinos. Los residentes en esos bloques de viviendas tienen aproximadamente el mismo número que los que suman uno de esos pueblos pequeños. Podemos contrastar estas cifras con un hecho reciente: en un hotel receptor de viajeros, con el programa IMSERSO, en temporada baja y fin de semana, había hospedados más de 1.100 residentes. En este contexto de la “España vacía” se inserta el argumento de nuestra historia.

Este relato se ambienta o localiza en un municipio pequeño, alejado de la influencia marítima. Nadie duda que, salvando las capitales provinciales, la costa atrae población, autóctona y turística, mientras que, la España interior, suele ir perdiendo número de habitantes, año tras año. En este relato hablamos de tierras castellanas de Zamora. En un pueblecito denominado Villanueva de la Era, se celebraba una reunión en el ayuntamiento presidido por EUTIMIO Cañizal, 31, alcalde y maestro nacional de unitaria (en el colegio sólo hay matriculados 6 alumnos para este curso). También estaba presente el vicealcalde, BIENVENIDO Alfonsa, 62, propietario de la única panadería y confitería que hay en el pueblo. Faltaba un tercer concejal, IRINEO Ventosa, 68, lechero, propietario de unas vacas y cabras, vecino que en ese momento se encontraba postrado en la cama, recuperándose de un severo ataque de abejas, que había dejado su epidermis muy castigada por los picotazos, bien curados por don HILARIO Triviño, quien a sus 79 aún sigue ejerciendo en su pequeña pero servicial clínica de socorro.

El último recuento de vecinos, que se realizó hacía unos meses, sumaban 53 empadronados. Es una preocupante cifra que se ha ido reduciendo año tras año, a consecuencia de los fallecimientos (la edad media de los habitantes del municipio supera los 62 años). A ello se le une los pocos o nulos nacimientos y a la patente falta de inmigración a estas áridas tierras, alejadas del mar. La influencia del Duero es importante, pero no es lo mismo que un régimen climático costero. Sobre todo, lo que más resta el crecimiento demográfico son las escasas perspectivas económicas: tierras poco generosas que apenas proporcionan un poco de cereal y leguminosas. Por el contrario, en la zona se genera un buen vino tinto. Las cabras y las vacas de Irineo abastecen de sobra la necesidad de lácteos en la zona: leche y quesos (muy sabrosos).

Los jóvenes de todas estas zonas castellanas, en cuanto llegan a la mayoría de edad, ponen “tierra de por medio” y se alejan de sus raíces zamoranas, buscando acomodo en el “paraíso metropolitano” que representa la centralidad madrileña. Lo hacen para buscar trabajo “en lo que sea”. Sus currículos adolecen de la menor cualificación, como no sea su fuerza juvenil ilusionada y esa capacidad de “aguante” para todo lo que les echen, sean injusticias u “explotaciones” sacrificadas, preferentemente en el sector servicios, esa panacea para la felicidad con la que soñaban.

El alcalde Eutimio y Bienvenido tenían conectado por teléfono a Irineo, a fin de que estuviera al tanto de lo que estaban hablando.  

“Compañeros, esto “se muere” si no damos un fuerte golpe de timón. No hay apenas niños, esa sangre joven que vitalizaría nuestro pequeño pueblo, ya que la “fuga” de los jóvenes es comprensible. Se van y nos van dejando solos, con una sociedad “geriátrica” que más bien parece una residencia de ancianos, en régimen abierto. En mi opinión, pienso que hay que traer gente de afuera y que de alguna manera se asiente en estas recias tierras castellanas. Pero ¿a quién llamamos y cuáles son los incentivos que les ofrecemos? Ahí está la clave de la situación. No tenemos el turismo de mar y playa. Tampoco hay apenas industria, como no sea la harinera, en el modesto molino de ACACIO, que el pobre ya no está para muchos trotes.

Tengo algunas ideas, que os comento, a ver qué os parecen. Todas ellas conducentes a la atracción de inmigrantes, con la buena repercusión sociológica que ello puede producir. Pero hay que ser valientes, antes de “morirnos de pena”, personadme la expresión. El ayuntamiento tiene algunas tierras en su patrimonio, con las que podríamos hacer unos lotes para entregarlas en alquiler, sin costas, en 50 años. Deberíamos invertir, aunque no son muchos los fondos de que disponemos, en traer máquinas para hacer unos pozos de donde extraer el agua necesaria para el regadío de los cultivos. En cuanto a las casas para prestar, hay no menos que 26, la gran mayoría de estas viviendas se hallan en estado ruinoso y “prácticamente” no tienen herederos. Sus propietarios ya no están entre nosotros. Los supuestos herederos ya ni las reclaman por los gastos de transmisión y plusvalías, el arreglo “casi prohibitivo” de algunas de ellas y, de manera especial, la carencia de incentivos para vivir en este pueblo. El ayuntamiento se haría cargo de adecentarlas en lo posible y para la entrega se priorizaría la elección a los futuros inquilinos que tuvieran conocimientos y hábitos de albañilería o agricultura, siempre que se prestaran a sembrar y cultivar la tierra vinculada a esos inmuebles. ¿Qué os va pareciendo lo que os cuento? Por supuesto, para la propuesta pública, habría que hacer uso de los medios de comunicación. Tengo algunos amigos que nos ayudarían en esta difusión”.  

Como era previsible, la propuesta fue votada y se aprobó “por unanimidad”. Entonces Irineo, a través del móvil telefónico quiso aportar nuevas ideas, en función de la profesión que siempre había ejercido para poder vivir.

“Hay una idea que llevo dándole vueltas desde hace tiempo.  Tengo a mis espaldas ya muchos años. Mi único hijo, el Fermín, quiso dedicarse al teatro o al cine, sus aficiones desde que era adolescente. Y ya sabéis, ahí anda por los “madriles”, haciendo de “travesti” en una obra de las que hay que pagar hasta 60 euros por verla, cosa que sólo pueden hacer los señores y niñatos de la “pijería”. En concreto, con los enseres y espacio que yo tengo, podríamos montar una central lechera municipal, con vacas, cabras y ovejas. Esa fábrica embotellaría y envasaría los bricks de leche, que pondríamos en el mercado a un precio más barato que las grandes marcas: para vender más. Un señor con estudios me comentó que hacer eso se le llama dumping. También haríamos quesos de calidad y buen precio e incluso nos podríamos meter, con gente preparada, a fabricar yogures, que se venden como rosquillas. Todo este montaje necesitaría mucha mano de obra y el trabajo que se ofertaría atraería a muchos inmigrantes".

A esta creativa e importante reunión, celebrada en viernes, se incorporó don DESIDERIO Santos, un cura “itinerante” de mediana edad, 55, que este fin de semana le correspondía visitar la localidad de Villanueva de la Era. Sacerdote de proverbial simpatía que en esos dos día y medio desarrollaría las funciones propias de su ministerio clerical. Confesaría, diría misa en la Iglesia de santa María de la Paz, visitaría a los enfermos y que, conociendo la reunión en la alcaldía, se presentó ilusionado al interesante cónclave. Eutimio lo puso rápidamente al día de lo que se estaba hablando, explicación que este cura “moderno” (no vestía sotana ni clergyman, sino ropa de calle) escuchó con gran atención.

“Me parece perfecto todo lo que habéis decidido. Es fundamental que publicitemos este pueblo, a fin de que las personas, especialmente gente joven, se incentiven a pasar por estas tierras y que algunos de estos visitantes decidan “echar raíces” aquí. En la época veraniega, que ya no está lejos, celebramos el santo de la patrona, la Virgen de la Paz. Se podría organizar una gran fiesta, tipo romería, como las que se celebran en el sur peninsular. A todos los visitantes de ese fin de semana se les obsequiaría con un vaso de leche fría o caliente, con un buen trozo de empanada, pastel que confitaría Bienvenido en su obrador. Sería como una empanada gigante, para que pudiera aparecer en el libro Guinnes de los récords. Sería considerada la empanada más grande del mundo. Su preparación, con la harina, el aceite, el chorizo, el lomo, podría llevar días. Organizaríamos una gran misa procesional, con pasacalles, bailes, actividades para los niños, payasos, fuegos artificiales, y todos hacia la ermita de la Santa Virgen. Tenemos que salir en los periódicos, en las radios y en las televisiones. Quedan dos meses, más o menos, para el 15 de agosto. Pues ¡a ponerse a trabajar! La central lechera vendría detrás. Y la entrega de casas y tierras, es una idea maravillosa que… ¡¡tiene que salir bien!! Todos a una vamos a sacar este trocito de tierra de la indiferencia y el desconocimiento. Villanueva de la Era tiene que ser famosa no solo en tierras castellanas, sino también en el resto del estado español.”

Estas personas emprendedoras se pusieron, con gran tesón y entusiasmo, a la labor. Eutimio, al alcalde y maestro, contactó con los periódicos de la región castellana leonesa. Estos medios de prensa se mostraron dispuestos a elaborar entrevistas y reportajes acerca de todos esos proyectos que se habían gestado en la pequeña localidad zamorana. Irineo se encargó de controlar los litros de leche que serían necesarios para esas jornadas de la patrona (calculaban tres días de fiesta) además del chocolate que también se serviría, junto a las tapas y bocadillos de queso, materia láctea a la que se gestionaría, en los organismos correspondientes de la capital provincial, la marca con la denominación de origen. En su momento, hasta una semana antes de las fiestas, Bienvenido fue programando la realización de una empanada “gigantesca”, para cuya realización tuvo que habilitar un gran hangar dedicado a guardar material agrícola. La famosa y gran empanada de Villanueva de la Era estaba diseñada para tener unas dimensiones que a no dudar saldrían en la próxima edición de los premios Guinness: 5 metros de largo por dos metros y medio de ancho. Un veterano albañil del pueblo, Leocadio, se encargó de construir un horno de leña con esas dimensiones que había programado el habilidoso pastelero y panadero, para albergar la fase de cocido de tan espectacular empanada. Iba a estar rellena con lomo en manteca, chorizo, pimiento rojo, almendras, alubias y garbanzos cocidos, tomate, con aceite de oliva y vino recio del lugar.

Los tres días de fiesta, en un cálido agosto, fueron gozosamente distraídos, divertidos y muy solidarios para promocionar a una localidad que aletargaba en el envejecimiento y en el olvido en esa gran España vacía que, como pandemia demográfica y económica, asola a no pocos rincones de nuestro suelo patrio. La publicidad de los medios de comunicación atrajo a este “desconocido enclave zamorano a centenares de visitantes, tanto de los pueblos de la comarca, de la propia capital y de las provincias limítrofes. La propia banda municipal de Zamora animó, de manera constante, desinteresada y con hábil pericia, la procesión de la “romería” y los conciertos que se daban a la caída de la tarde, buscando unas horas de mayor frescor para el baile y el “jolgorio” popular. Fueron tres días inolvidables para la memoria de los más veteranos y jóvenes del lugar.

Al paso de los meses, la Confitería ALFONSA, propiedad de Bienvenido, fue ampliado sus instalaciones, ya que la especialización en la elaboración de empanadas ha generado que la demanda regional de estas exquisitas mercancías o apreciados productos alimentarios no cese de incrementarse, incluso traspasando los límites provinciales y regionales. De ser una modesta confitería / panadería, hoy se ha convertido en una industria que ha tenido que incrementar de continuo el número de operarios, trabajadores venidos desde distintos puntos de la geografía castellana y de fuera de la comunidad autónoma.

Otra industria que ha surgido en la pequeña localidad es LÁCTEOS VENTOSA, especializada en la elaboración de quesos de diversos tipos, tanto en curación como en las características del contenido del apreciado alimento. Además de la fabricación de quesos, también han abierto una línea de producción de yogures y postres lácteos. La plantilla de trabajadores de esta fábrica en continua expansión no cesa de crecer, para alegría de Eutimio que observa como las cifras en el empadronamiento en el municipio avanzan de manera harto esperanzadora.

Incluso la Delegación de Educación zamorana está sopesando crear un Instituto de Formación Profesional en tierras cedidas por el ayuntamiento, en donde jóvenes estudiantes puedan ir realizando sus módulos correspondientes a confitería, productos lácteos y técnicas de capacitación agropecuaria. Desde su funcionamiento, las matrículas en este centro de capacitación no cesan de subir.   

Cuando algunos turistas se detienen en su viaje vacacional, para el necesario descanso o el alimento, en Villanueva de la Era y preguntan cuándo son las fiestas del pueblo, se les indica la fecha del 15 de agosto. Y si algunos de estos viajeros insisten en su requerimiento de información, preguntando a cualquier vecino cuál es la patrona de este pueblo que no cesa de crecer en densidad demográfica, es frecuente que algún vecino se “equivoque” con cierta comicidad en su respuesta. Sin la mayor intencionalidad, pero con el corazón en la mano, en vez de indicar la denominación de VIRGEN DE LA PAZ, expresan o dicen VIRGEN DE LA EMPANADA. Tal fue la repercusión de aquellas primeras e inolvidables fiestas patronales, en las que una gran empanada (manjar cuya fotografía aparece certificada “técnicamente” con el sello correspondiente en el libro GUINNESS WORLD RÉCORDS) dinamizó a un modesto pueblo castellano que languidecía en el olvido y la despoblación. –

 

 

LA EMPANADA

DE LA PROVIDENCIA

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 28 junio 2023

                                                                               Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

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viernes, 21 de junio de 2024

PÁNICO EN UN CONFERENCIANTE AUDAZ.

Se llamaba EUGENIO Vintilla. Era hijo único de honrados tenderos, que poseían una modesta tienda de ultramarinos en el barrio de La Latina madrileño. Había nacido en 1943, en los años de una dura posguerra civil, con intensas carencias materiales, que trataban de ser compensadas por el ingenio de supervivencia, aplicado con cristiana ilusión espiritual y esa fe en un mañana que, desde luego, tendría que ser mucho mejor.

Desde pequeño, Eugenio siempre fue muy aficionado a los tebeos y al mundo de las letras, por lo que pronto se aficionó a echar horas de lectura en la biblioteca pública de su popular barrio. De la vetusta biblioteca sacaba en préstamo libros juveniles, para distraer la aridez de los días y muchas horas nocturnas para el desvelo, de manera especial, durante los fines de semana. Su férrea voluntad para el estudio hizo posible que superara con buenas notas los dos bachilleratos de la época. Ese bachillerato superior le iba a abrir las puertas del campus universitario de la Complutense. El esfuerzo de sus padres, don Justo y doña Gema, para que el niño “estudiara” fue del todo ejemplar. Esos padres ilusionados tenían la certeza de que su hijo llegaría a ser un “sabio de las letras”, ellos que apenas habían podido cursar estudios primarios. Confiaban en que Eugenio llegaría “lejos”, pues otras de las preclaras cualidades de este “ratón de bibliotecas” era su asombrosa fluidez expresiva, que se añadía a su buen pulso con la estilográfica o el “mágico” bolígrafo BIC.

Esa capacidad para dominar el arte de la escritura y el lustre de la palabra oral era el mejor patrimonio que podía detentar este aventajado joven, amante de cualquier elemento cultural que enriqueciera sus muchas horas dedicadas al estudio, la lectura y al mejor uso de la palabra. Por supuesto, el hijo de don Justo no tenía intención de seguir la senda laboral de sus padres, que se estaban pasando la vida detrás de ese muy gastado mostrador de madera, cortando y pesando los cien gramos, el cuarto litro o el cuarto y mitad de leguminosas, mortadela, azúcar, aceite o chocolate de algarrobas, para esos escuálidos bolsillos que podían comprar tan suculentas mercancías. Así que Eugenio se matriculó (con el esfuerzo económico de sus padres, una beca del Frente de Juventudes y algunos trabajillos de recadero) en la insigne facultad de Filosofía y letras, centrando sus estudios preferentemente en la literatura y la Historia.

Una vez que obtuvo el gozoso título de licenciado, con veintidós años, consideraba que no se sentía vocacionalmente dirigido al campo de la docencia, en los institutos de Enseñanza Media. Una noche, tras horas de desvelo, lecturas y profunda reflexión acerca de su futuro, decidió que tenía que “ganarse la vida” aplicando su gran cultura atesorada al arte de la oratoria y de la creatividad literaria. Gracias a esos amigos que tan importante son en los momentos cruciales de nuestras vidas, entró en contacto con la dirección empresarial del diario PUEBLO (1940 -1984, propiedad de los sindicatos verticales del régimen), en donde comenzó a entregar colaboraciones escritas sobre los más diversos temas de la vida cotidiana, en esos míticos años sesenta para el desarrollismo español.

También eran los años del tardofranquismo, en los que se aventuraba o discutía, especialmente en los campus universitarios, acerca de la incierta evolución del régimen del Movimiento Nacional, pues su férreo director, el Caudillo Franco, ya se iba acercando a su octava década existencial. Eugenio, siempre prudente, “tocaba” los temas sociopolíticos con extremada delicadeza y prudencia. Aunque estaba vinculada a una empresa periodística, que en esos años mostraba un camino hacia una evolución del régimen dictatorial, la prudencia del joven escritor y también orador, era manifiesta en lo que escribía y circunstancialmente exponía, en tertulias y colaboraciones universitarias. Gozaba de una gran capacidad para documentarse con especial rapidez sobre cualquier temática cultural, aunque lo suyo era obviamente los contenidos históricos. Pero la especial naturaleza de esta materia, le aconsejaba (en el contexto de sus treinta años, diversificar lo que escribía. Todo ello favoreció que probara y “acertara” trabajando también en la literatura de ficción. Y como tantos otros “plumillas” empezó a construir esa primera novela que tanto esfuerzo reclama y tantas compensaciones reporta.

Un día afortunado, este intelectual de las letras conoció a una joven que trabajaba en un taller de trajes al corte como sastra. Tras unos meses de noviazgo con ELVIRA Portilla, formaron una familia, que al poco tiempo se vio incrementada por dos nuevos miembros: Julián y Aúrea, cuya presencia incrementó la capacidad de trabajo, ya muy notable, de un padre, que se ganaba la vida escribiendo y disertando.

Los años fueron pasando por todas estas vidas, mientras el país también avanzaba, en esa difícil pero trabajada “transición política” desde un modelo autocrático hacia una joven democracia. El 20 de noviembre de 1975 había fallecido Francisco Franco. Los gobiernos de Carlos Arias, Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo y Felipe González, fueron jalonando ese cambio de régimen que el país apetecía. En este contexto, Eugenio no sólo continuaba con sus colaboraciones en diarios y revistas, sino que puso mucho énfasis en su probada capacidad de buen y hábil conferenciante. Lo hacía siempre sobre temáticas diversas, para las que se preparaba de manera concienzuda, pasando muchas horas en la Biblioteca Nacional de España, en el Paseo de Recoletos y en otros centros de documentación, en donde recababa la necesaria información para no defraudar a los asistentes de sus exposiciones. En el ámbito escrito, solía en ocasiones utilizar un seudónimo para sus colaboraciones de prensa: el de VIRIATO, recordando al valiente pastor lusitano que luchó con valiente tenacidad contra la expansión de Roma en Hispania, en el siglo II a C. En alguna ocasión (y esto era una página “negra” en su vida profesional) para disponer de mayor nivel económico, dados los gastos familiares, no le importó “escribir en negro”, es decir tuvo la debilidad de escribir “para otros” (cine, teatro…) que ponían sus nombres al final de los textos.

Pero los años van pasando para todas las personas, con las secuelas de que las facultades orgánicas van también perdiendo esa capacidad que se posee en las edades jóvenes, pues lamentablemente no es infinita para el género humano. A comienzos de siglo, Eugenio ya alcanzaba los 57 años. Para su preocupación en salud, fue percibiendo notables fallos en su memoria. Mientras que en sus mejores momentos era capaz de mantener atento a todo un auditorio, sólo con la convicción de sus palabras, con los contenidos que fácilmente atesoraba en su densa memoria, ahora, con la pérdida progresiva de esta fundamental facultad, se veía obligado a llevar consigo unas cuartillas, en donde esquematizaba todo aquello que tenía que decir, pues su experiencia (y “tablas escénicas”) ya difícilmente podía compensar la patente falta de memoria que le afectaba.

Pero el prestigio como conferenciante, para su fortuna, no lo había perdido. Un día recibió con agrado una propuesta, para colaborar en un CICLO DE CONFERENCIAS SOBRE LA TRANSICIÓN POLÍTICA ESPAÑOLA EN LOS AÑOS 70 Y OCHENTA. Se le pedía que expusiese una síntesis interpretativa de esta compleja etapa de nuestra Historia, ante una asociación de jubilados de las Fuerzas Armadas españolas. Era un tema especialmente delicado, por la naturaleza ideológica del mismo. El veterano escritor era consciente de que en la mayoría de los asociados que integraban AJUFAR (Asociación jubilados fuerzas armadas) predominaba una ideología bastante conservadora y crítica con esos planteamientos que sustentaban el gran cambio político en la España postfranquista. Eugenio sabía de que tenía que ajustar sus palabras, con moderación y equilibrio, tanto en la forma como en los contenidos. Obviamente, ingresaba unas compensaciones económicas que le eran necesarias, por todas estas conferencias y colaboraciones, en base al tiempo invertido en su preparación y documentación. Era una forma de “ganarse la vida” a partir de su gran formación cultural. Su mujer, Elvira, hacía años que había dejado la costura y los únicos ingresos que entraban en la familia Vintilla-Claraval eran los que él aportaba con su trabajo de escritor y conferenciante, ante muy diversos auditorios.

Sus problemas de memoria no habían desaparecido, a pesar de haber acudido a buenos especialistas en neurología. Le habían prescrito un fuerte tratamiento farmacológico, además de diversos ejercicios de memorización que recibía en una academia médica muy avanzada para personas con nublados “bloqueantes” en su mente. En realidad, sus deficiencias mentales (y él lo comprendía) eran producto de la edad y de su propie naturaleza genética (su padre tuvo hubo evolución similar en la última fase de su vida). En consecuencia, tenía que prepararse concienzudamente los contenidos a exponer y sobre todo ayudarse de esas cuartillas “providenciales” que previamente preparaba, en las que estaba escrita (de forma esquemática) toda la conferencia a exponer, especialmente los datos estructurales de la argumentación que eran los más dificultosos o “traviesos” para hacerlos explícitos en su memoria. Elvira, en más de una ocasión, le había aconsejado que fuera reduciendo sus exposiciones orales y se centrara más en las escritas, en donde tendría más facilidad para solventar los fallos de memorización. Eugenio le daba la razón a su mujer, pero le explicaba que dada la significación de este importante colectivo castrense, en modo alguno podía declinar la invitación que había recibido, tanto por el prestigio que tenía consolidado, como por la compensación económica que iba a recibir, que bien les vendría para atender a las necesidades diarias.

La asociación de militares jubilados había elegido, como sede expositiva de estas sesiones, el muy emblemático y monumental edificio y lugar del ALCÁZAR DE TOLEDO, con su gran historial de la Academia Militar del Ejército y en la actualidad Museo del propio Ejército español. El desplazamiento de Madrid a la capital del Tajo era muy cómodo (apenas 72 km) tanto para todos los asistentes a las conferencias, como para los protagonistas de las ponencias. El día fijado para la intervención era un cálido sábado de junio, a las 19 horas, en que ya comenzaba a refrescar la temperatura. Posteriormente a la exposición, los asistentes tendrían una cena de confraternización.

Así que el sábado 15, muy de mañana, tomo el tren AVE (Eugenio últimamente había reducido drásticamente las horas dedicadas al volante, pues le cansaba sobremanera la tensión conductora) desplazándose a la bella capital toledana, en donde había reservado una noche de hotel, ya que consideraba que la conferencia y la posterior cena hacía inviable volver a Madrid en el mismo día. Iba provisto de sus notas, ocho folios en un dossier. También, para mayor seguridad, llevaba todo el material “auxiliar” cargado en un pendrive. Llegó al gran Hotel El Greco, donde se hospedaba, a las 11.45 de ese luminoso sábado “casi estival”. A partir del mediodía el calor se intensificó sobremanera. Tras dejar su cartera de piel beige y un pequeño maletín de viaje en la habitación 4/18, se fue a dar un relajante paseo por el casco antiguo de la histórica y monumental ciudad. Incluso tuvo tiempo de hacer una grata visita en el Museo de El Greco, a cuya salida, antes de elegir un buen restaurante en la tradicional Plaza del Zocodover, tuvo el buen detalle de comprar unos apetitosos mazapanes, dulce que a Elvira le encantaban sobremanera.  

El almuerzo le pareció suculento: ¼ de cochinillo asado con ensalada y de postre macedonia de frutas con helado. Ya de vuelta al hotel, se echó un rato de siesta, despertándole la alarma de su móvil a las 5 en punto. Se dio una reconfortante ducha y se fue vistiendo, cuidando los detalles, a fin de estar bien presentable ante el auditorio. Como aún tenía tiempo, abrió su cartera de piel, pues quería echar una ojeada a la conferencia que en un par de horas iba a impartir. Para su asombro y desconcierto ¡ESA NO ERA SU CARTERA! Correspondía a su hijo Julián. En las navidades pasadas, cuando estuvo con Elvira en Marruecos, compró tres carteras iguales de color beige, piel de camello, por un precio muy interesante. Entregó una a cada uno de sus hijos y él se quedó con la tercera. El pánico y la desesperación vinieron a su equilibrio orgánico ahora profundamente desestabilizado. Faltaban apenas setenta minutos para la conferencia y tomaba conciencia de que había cogido, por error la cartera de Julián, agente de seguros médicos, que estaba pasando unos días con ellos, pues Ainhoa, su mujer, había viajado a Bilbao para estar junto a su madre que la habían operado de cataratas. Y ahora ¿qué hacer?

Precisamente, a los escasos minutos fue Julián quien llamó a su padre, mostrándose un tanto divertido. “Papá, hemos intercambiado las carteras. Por mí no te preocupes. Como volverás mañana domingo, pues todo arreglado. Tengo copia de casi todo en el ordenador. Lo que veo es que tus apuntes y dossiers los tengo aquí. Tal vez te hagan falta, pero si quisiera enviártelos no te van a llegar hasta mañana. ¿Te podrás arreglar sin ellos? Y no tienes por qué preocuparte por tus achaques de memoria. Tienes recursos más que suficientes para entretener a los “jubilatas” militares. Echa mano de las anécdotas y tu verborrea les va a encantar”.

Eugenio “disimulando” quiso también tranquilizar a su hijo. “Estas cosas pasan “en las mejores familias”. Veré como puedo salir bien de este asunto. Habré de tener mucho cuidado, pues aquí van a venir gente militar muy bien documentada. Y cuando no esté fino en mi disertación me van a poner firme. No te preocupes, que esto va a salir bien. Un beso”.

La exposición de Eugenio Vintilla, sin cuartillas “colaboradoras y salvadoras” se alargó durante 65 minutos. En general, estuvo bastante lucido. Se había tomado antes de desplazarse al Alcázar de Toledo un café muy cargado (tipo “tinta”) que lo dejó como un “cohete”. Por supuesto que tuvo algunos lapsus de memoria, pero el auditorio asistente fue bastante comprensivo, pues tomaron conciencia de que se trataba de una persona mayor, como ellos, y que se estaba entregando con denuedo y valentía para hacer una correcta exposición de esta crucial etapa de nuestra Historia. Eugenio percibió que alguno de los militares, en algunos momentos puntuales, movían la cabeza indicando su educada discrepancia.  Pero, de manera global, el auditorio castrense supo estar en su papel de personas correctas y comprensiva, con lo que estaban escuchando.

Eugenio lo pasó bastante mal, qué duda cabe. Sin sus apuntes cercanos, se sintió una persona un tanto “desvalida” y más conociendo que sus neuronas se portaban mal desde hacía algún tiempo. Tras los aplausos recibió un precioso gorro legionario, como recuerdo (la gratificación ya se le había cursado a su libreta de ahorros), gesto que agradeció emocionado. Fue invitado a compartir la cena fraternal.

Aquella noche, paseando por el lateral del Tajo, fue tomando la decisión de que en adelante sólo se centraría en la composición escrita de artículos y colaboraciones. Rozaba los 70, entendía de que debía ir dejando paso a otros investigadores más jóvenes.

Eugenio, en la actualidad, además de llevar a cabo estos propósitos sustentados en aquel largo paseo por los arrabales del Tajo toledano, se halla inmerso en la preparación de sus memorias, material que piensa titular: 1945-2015. LA ESPAÑA QUE YO VIVÍ.

Al margen de la travesura que el destino deparó a Eugenio Vintilla (alias, Viriato) hay que manifestar que “desde siempre” los conferenciantes se han ayudado de las famosas y nostálgicas fichas, apuntes o notas, para facilitar la buena marcha de sus exposiciones y disertaciones. Hoy día apenas se utilizan fichas. El sistema ha cambiado gracias a la videoproyección de los Powerpoint, que muchos narradores e investigadores se limitan a leer, sin el menor sonrojo, en la pantalla del portátil u ordenador fijo que tienen delante. No tienen que mirar siquiera a la pantalla donde se proyectan las imágenes del pendrive que siempre llevan consigo. Sin embargo, a pesar de la riqueza visual y descriptiva que el sistema informático proporciona, siempre destacará y permanecerá la lúcida palabra del buen orador. También, la buena dicción y exposición que sabe transmitir, motivar, ilustrar y nos hace estar atentos a los contenidos que nos regala con su didáctica. Se aprende mucho asistiendo a conferencias, exposiciones y debates temáticos. Apliquemos estas asistencias a nuestras cargadas agendas de actividades. –

 

 

 

PÁNICO EN

UN CONFERENCIANTE AUDAZ

 

 

 

 

 


 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 21 junio 2024

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viernes, 14 de junio de 2024

AMORES ENTRE GENTE BIEN

La potencialidad económica del sector inmobiliario es un hecho que a diario conocemos, a través del mundo mediático y de nuestra propia experiencia. Se trata de alquileres de piso completo o pequeñas habitaciones, traspasos de locales de todo signo y condición, ventas de pisos (incluso solares) a precios “asombrosos” ya sean de segundo o tercer uso, todo ello a un coste in crescendo, con límites difíciles de calcular. Comprar o alquilar una vivienda se ha convertido en una aventura, que sólo la suerte, la oportunidad o la pericia puede ayudar a resolver en lo posible. Esta situación determina que muchas parejas jóvenes, u otras personas necesitadas de vivienda, tengan que optar por “habitáculos pequeños, en zonas alejadas de la centralidad urbana, pero que al menos estén intercomunicadas por los medios de transporte públicos. La gran solución para muchos es abordar la compra de viviendas usadas, teniendo estas que ser rehabilitadas, dado su elevado deterioro en muchos de los casos. En ocasiones, algunos de sus antiguos propietarios suelen dejar muebles y enseres para que los futuros propietarios los utilicen o los entreguen, tanto a instituciones benéficas o al servicio municipal de recogida de muebles. En este contexto se inserta nuestra interesante historia de este viernes.

Uno de los protagonistas de este relato es ELISIO Cremades, 37, graduado en Ciencias de la Comunicación, con diversos másteres en Historia de la Literatura e Historia. En la actualidad trabaja como corresponsal de algunas cadenas mediáticas (prensa, radio y televisión), además de seguir ejerciendo la actividad que más le conforta, cual es la composición escrita, siendo un asiduo colaborador de relatos cortos para la prensa local. Tiene comenzadas dos novelas, que siguen ese proceso lento de su composición y desarrollo.

Este activo profesional de la comunicación y la creatividad literaria vive en pareja con LINDA Aliaga, 33, también periodista, estando adscrita en la actualidad a la plantilla de Canal Sur Radiotelevisión. Desde que unieron sus afectos, residen en un 2º piso alquilado, en la zona del barrio de la Cruz de Humilladero malacitana. La acústica y el continuo trasiego de esta barriada, en ocasiones ensordecedora, provocaba que ambos profesionales aspirasen a tener su “nido conyugal” en una zona más sosegada y tranquila, buscando a ser posible un entorno no alejado del centro urbano, pero más en contacto con la masa forestal. Pero los precios con las oportunidades que contactaban, para alquiler o incluso compra, eran verdaderamente desorbitados para una economía media, como era la que ellos detentaban.

Esa búsqueda de un mejor acomodo residencial, que no fuera el cinturón dormitorio de la capital (Cártama, Rincón de la Victoria, Casabermeja, Puerto de la Torre…) se intensificó cuando una tía de Elisio, SARA, señora de avanzada edad, que había permanecido soltera durante toda su vida, tomó la lúcida decisión de repartir su herencia entre sus tres sobrinos. Esta buena y muy religiosa mujer deseaba vivir el final de su existencia en el convento de las carmelitas descalzas, del que era muy devota, junto a la Iglesia de la Merced, en la romántica y bella localidad de Ronda. Ese dinero que llegó a la casa de ambos periodistas vino como “agua de mayo” a fin de mejor sustentar esa búsqueda de un nuevo hogar, de acuerdo con sus necesidades y preferencias. Por supuesto, buscaban un inmueble que no estuviese alejado de la centralidad urbana malagueña. En consecuencia, comenzaron un paciente recorrido por diversas inmobiliarias, tratando de hallar esa buena oportunidad que a veces suele llegar para nuestros deseos.

La “suerte” no se hizo esperar. En Unicasa les ofrecieron una verdadera “ganga”, acorde con sus pretensiones: ubicación en un entorno forestal y maravillosas vistas al mar. Se trataba de un cuarto piso, en un antiguo y deteriorado palacete reconvertido en cuatro viviendas. Elevado precio de venta, pero asumible, siempre que los dos cónyuges se ayudaran de alguna interesante hipoteca. Pero ¿dónde se ubicaba este piso a reformar? ¿Quiénes eran sus antiguos propietarios?

El inmueble que se ofertaba para su venta estaba situado en un lugar verdaderamente privilegiado de Málaga: la zona forestal del Camino Nuevo, que comunica la zona playera con las estribaciones o colinas penibéticas, en donde se erigió el Castillo musulmán y el Parador Nacional de Gibralfaro. En un antiguo palacete habían vivido sus propietarios, con título de conde de Alcuzaya, don PONCIO Alcuzaya Estébanez, que estaba casado con TEODORA Marsala Bienhermosa, quien también ostentaba la titulación nobiliaria de marquesa de Quinto. Eran genealogías harto decadentes y cada vez más arruinadas. Eso sí, vivían con grandes ínfulas y apariencias, “subsistiendo” con los réditos que les proporcionaban unas tierras dedicadas al cultivo de cítricos, en los términos municipales de Álora y Pizarra, propiedad de la marquesa Teodora. El inmueble que se vendía era un viejo palacete, que hacía unos años se había reconvertido en una propiedad con cuatro espaciosas viviendas, la más alta de la cuales era la habitada por la familia Alcuzaya-Marsala y que ahora se ponía a la venta.

El matrimonio del conde y la marquesa había generado un único hijo, llamado RAMIRO, quien desde su juventud demostró fehacientemente que era un “cabeza loca” prácticamente sin oficio, aunque el díscolo joven se autoproclamaba, con falaz arrogancia, “agricultor”, tal vez porque una vez al año iba a visitar al gestor agrario de las tierras familiares, para “recibir” algún dinero con el que sus padres y él pudieran subsistir. Ramiro malgastaba todo lo que podía, en base a su vida desordenada, entregado a juergas, adicciones, juegos de naipes, sexo, etc. Una vez que ya no podía “exprimir” más los cítricos patrimoniales, sus padres decidieron reconvertir el vetusto palacete en las cuatro viviendas a las que se ha aludido, quedándose la familia con el cuarto piso, que ahora se ponía a la venta, tras los fallecimientos (en un breve intervalo) de don Poncio y doña Teodora.

Ramiro, en la actualidad convivía (malvivía) con una señora de clase, doña CLOTILDE Dorronsoro, que sacaba a su “gigolo” acompañante la friolera de tres lustros de diferencia en la edad. Este “joven para todo” actuaba de faldero acompañante de una señora con 65 años, que poseías cierto dinero de “oscuro origen. Al faltar sus progenitores, Ramiro pensó que era el momento oportuno para sacar un buen dinero de este piso familiar, con espléndidas vistas a la bahía malagueña y muy cerca del núcleo monumental   formado por el Castillo, Parador de Gibralfaro, Zona de la Victoria, Plaza de la Merced, la Alcazaba y el teatro romano, con los museos Picasso y Málaga, además de la monumental y gran Catedral de estilo renacentista/barroco.

Con el dinero heredado de la tía Sara, con el préstamo hipotecario bancario, Elisio y Linda pudieron adquirir ese preciado gran piso (cuatro dormitorios, cuarto de baño y aseo, cocina, salón estar y, sobre todo, el alegre y estético incentivo de una gran terraza que miraba a las aguas cálidas y serenas de la bahía malacitana) cuyo precio inicial de 350.000 euros consiguieron en algo rebajar, dadas las “angustias económicas” del irresponsable Ramiro Alcuzaya.

Cuando Elisio y Linda tomaron propiedad del inmueble, tras la firma de la compraventa bajo la notaría correspondiente, se encontraron que gran parte del viejo mobiliario del conde y la marquesa de Quinto no había sido retirado por su hijo y heredero, tal vez debido a lo deteriorado y apolillado en que se hallaba. Llamaron de inmediato a una empresa de ayuda a los drogodependientes, en donde le garantizaron que en no más de 48 horas retirarían (por una módica cantidad) todo el material que no desearan conservar.

La tarde anterior a esa retirada, Elisio estuvo revisando detenidamente todos los armatostes envejecidos, descuidados en su limpieza y con carcomas o polillas en muchas de sus maderas, desbarnizadas. El sagaz escritor y periodista observó que en una zona esquinera descansaba, sobre el suelo, un viejo “secreter” de caoba marrón oscuro. Estuvo revisando sus cajones y sólo encontró papeles amarillentos de facturas y de apremios de pago, para las deudas contraídas por el díscolo descendiente de los nobles propietarios, pobre contenido con mucho polvo y con olor a pergamino antiguo. También había barajas de naipes, recortes de prensa y tres grandes manojos de llaves con diversos y curiosos formatos. Tal vez a don Poncio le gustaba mantener tan intrigante colección. Después de revisar el secreter, tomo la decisión de cederlo también a la institución benéfica de adictos.

Pero he aquí que cuando lo iba a bajar, de la gran mesa en donde lo había revisado, para ponerlo en el suelo, el mueble se le resbaló de las manos, los cajones se salieron de sus huecos correspondientes, comprobando entonces que el vetusto mueble tenía una doble espaldera. Un pequeño mecanismo, en su base, le permitió abrir la tapa que permitía acceder a un “aposento” espacioso, en cuyo interior había dos voluminosos paquetes con muchas cartas, ambos enlazados con una cuerda de nylon rojo. Los sobres de esa densa correspondencia iban todos dirigidos a don Poncio. Carecían de remite, aunque todos los sobres, de intensa tonalidad amarillenta por el paso del tiempo, habían sido abiertos y probablemente leídos. Se mostró interesado en leer la cuartilla del primer sobre. Estaba fechado en el año 82, mientras la última carta llegaba en su fecha al año 1998.

El contenido de esa primera carta era una bella, cariñosa, hermosa y ardiente declaración de amor. Estaba firmada por HORTENSIA. No se explicitaba apellido alguno. Dirigida a Poncio, como respuesta a otra misiva por él enviada a esa mujer, que tan bien escribía y con tanto amor se expresaba. Tomó los dos fajos de tan ardiente correspondencia y los guardó en su mochila de trabajo. Pensó de inmediato que si el resto de la correspondencia era del mismo carácter, manteniendo esos elevados niveles de cariño y necesidad, entre los dos amantes, había descubierto un verdadero “tesoro” para sus temas narrativos. Podría “reconstruir una bellísima y aparentemente ilícita historia de amor. Desde luego, íntima, secreta, ardorosa, sensual y seguro que “imposible”. Una verdadera joya argumental.

Durante los siguientes días, en los huecos que podía sacer de sus obligaciones laborales, fue repasando con lentitud el resto de la muy cariñosa explicita sensualmente correspondencia, aunque él sólo disponía de “la mitad” de la muy intensa intercomunicación. El orden cronológico estaba bien marcado. Entre los dos bloques de cartas, sumaban 72 misivas. Una vez y otra se preguntaba ¿quién sería la tal Hortensia? ¿Sería notable la hermosura de esta ardorosa mujer? ¿Cuál era realmente la relación de don Poncio, con su esposa, la marquesa de Quinto?

En VILLA JAZMÍN (así se llamaba el conjunto de la antigua mansión o palacete), 4º piso continuaba la tarea reparadora y restauradora de los albañiles y pintores. Cuando el piso quedó reformado, Elisio y Linda se trasladaron al mismo, muy felices de disfrutar con su nueva vivienda, amplia, cómoda, con excelentes vistas al mar e inserta en una colina no muy pronunciada, rodeada de una gran densidad de pinos, algunos eucaliptos y abundante vegetación de tomillo, hinojos y esa “embriagadora” por el aroma, maleza mediterránea.   

Ya en la primavera, Elisio se dedicó más de lleno a trabajar sobre ese “valioso” material epistolar que había encontrado de la forma más inesperada. La intermitencia de los envíos era variable, lógicamente, pero no pasaban un mes sin que Hortensia escribiera una nueva misiva. Era fácil deducir que paralelamente a los envíos y respuestas. Poncio mantenía con esta mujer una intensa relación amorosa, secreta, ilícita y desde luego de alto nivel sexual. Se reunirían en algún lugar con encanto, bajo el cielo de las estrellas, con ese ambiente de penumbras que atrae y fortalece los deseos. Ardor amoroso cuando allá afuera los susurros acústicos del viento percutían en unos cristales tintados de un vaho sexual de intensa y ardorosa proximidad.

El primer objetivo era meridianamente diáfano: conocía ya bastantes datos acerca de la familia, propietaria del inmueble, que le había sido vendido. Pero ¿quién era la dulce y ardiente amante de don Poncio? ¿En dónde podría encontrar las cartas enviadas del conde de Alcuzaya, cuyas respuestas tenía en su poder y que don Poncio había bien ocultado?

Hortensia, en ocasiones, mencionaba en sus textos algunos datos urbanos: su nidito de amor se hallaba en algún lugar de la zona de Pedregalejos. También aludía a esos románticos paseos junto a su amado, bajo el encanto anaranjado del atardecer. Esta delicada e imaginativa amante, ciertamente, estaba casada. En algunas de sus cartas, hacía alusión a un tal PELAYO “que no se entera de nada o hace como no se entera. Sigue con sus navegaciones cortas en su barco, de aquí para allá, como si fuera un viejo lobo de mar, con esa gorrilla que tan poco bien le sienta, pero que él la considera como un signo indeleble de su deportiva y recia personalidad. Y “liándose” con cualquiera de las que se encuentra” El sagaz periodista consideraba que ambos nombres no eran muy comunes por estas latitudes, Pero sin conocer los apellidos la tarea era ingente.

Esa tarde tuvo una lúcida e imaginativa idea. Eliseo pensó en Ramiro, el hijo de Poncio y Teodora. Tal vez a través de este raro o especial personaje podía avanzar algún dato que lo llevara a la amante secreta de su propio padre. El ínclito Ramiro aceptó compartir un almuerzo con el comprador de la vivienda. Obviamente, la minuta de la comida, celebrada en la terraza del Hotel Málaga Palacio fue pagada por Elisio, quien puso encima de la mesa, con exquisita habilidad y delicadeza, el nombre de Hortensia. Le preguntó a su “goloso” interlocutor (a tenor de todo lo que había pedido de la carta, especialmente del listado de la vinoteca) si ese nombre pertenecía a algún miembro o persona cercana a la familia de sus padres.

Ramiro, un tanto sorprendido y tras pensarlo durante unos “interminables” segundos que resultaron un tanto tensos y crispados para Elisio, al fin se decidió a comentar y explicar una curiosa, sorprendente y entrañable historia, siendo consciente de los deseos del escritor por conocerla.

“Le voy a explicar esta historia, que tanto motiva su interés. Desgraciadamente, casi ninguno de sus protagonistas puede ya estar con nosotros. Seguro que conoce que mis padres eran muy rectos en catolicidad. Y de cara a lo social, mantenían un extremado cuidado en no mancillar la grandeza de la genealogía Alcuzaya-Quinto. La realidad era que detrás de estos grandes “apellidos” o títulos, solo había mucha “pompa y vanagloria”, pero muy escasas pesetas o euros. Los cítricos ya no daban para mantener nuestra imagen social. Reconozco que yo, su único descendiente, me pasaba de la raya, debido a mi inmadura juventud. En esta familia había que aparentar, disimular, porque nos daba verdadero miedo eso “del qué dirán”, frase que estaba con frecuencia en las bocas de papá y mamá.

Mi madre tuvo muy importantes dificultades orgánicas, en el momento de traerme a la vida. Juró no quedarse nunca más embarazada. Como bien sabrá carezco de hermanos. La verdadera realidad es que los médicos indicaron a mis padres que no podrían tener más hijos. Teodora comenzó a tenerle un gran rechazo, posiblemente psicológico, a todo lo sexual. Pero Poncio, mi señor padre, era un hombre con la vitalidad bien fresca de su media edad. Y sufría, qué duda cabe, la ausencia de relaciones para la saciedad de su ego viril. Entonces a mi madre se le ocurrió, con la habilidad de una gran señora, buscarle una amante. Sorprendente ¿verdad?

Hortensia Villoslada, era una señora de familia “bien”, socialmente hablando, que no se llevaba con un marido, don Pelayo, que la engañaba con cualquiera que se cruzaba en el camino.  Primero como venganza y después posiblemente por amor, aceptó conocer a Poncio, ya que tenía desde la infancia una gran amistad con mi madre.

Lo que en un principio eran encuentros sexuales periódicos, pasó a convertirse en una relación intensa, fraterna y amorosa entre dos seres solitarios, Mi padre no sabía que había sido su propia mujer quien había puesto a Hortensia en su vida. Teodora hacía tiempo que “pasaba” de mi padre. Aunque tuvo ese detalle de buscarle una compañía para el sexo, siempre en secreto, como tantas cosas se hacían en mi familia. Ella se dedicaba a su beaterío, a sus ínfulas, a esos cafés de media tarde para la merienda con algunas amigas. Repito, había que mantener el secreto para no dar el escándalo social. En mi caso y por mi carácter, yo también pasaba de todo ello, tratando de disfrutar de la vida y mis necesidades. Hortensia falleció antes que mis padres, por un mal virus que no le pudieron controlar. Pelayo aún vive, ya muy mayor. Al no poder ya navegar, dedica casi todo su tiempo a los Legionarios de Cristo.

Y ahora yo te pregunto, ¿cómo has conocido el nombre de Hortensia, por la que me has preguntado?”

Entonces Eliseo le comentó el tema de las cartas. Le extrañó que su interlocutor no mostrara interés por conocer el contenido de las mismas. “Creo, sinceramente, Ramiro, que la relación entre tu padre y Hortensia generó un admirable amor, que deduzco era recíproco. Pero yo no tengo la otra parte de la correspondencia que intercambiaban. Me gustaría escribir sobre esta bella historia, asegurándote que los nombre y los datos estarán hábilmente cambiados y que, en modo alguno, nadie podrá relacionar este escrito con tu familia. La respuesta de Ramiro a este propósito del escritor fue una más que inexplicable silencio.

Muchos meses después de este encuentro, Eliseo Cremades ha publicado una novela de “ficción” sobre los amores ilícitos e imposibles, entre dos personas condicionadas por su “elevada” posición social. El libro lleva por título: AMORES EN LA HUMEDAD DE LA NOCHE. Por supuesto, ha enriquecido notablemente la estructura temática argumental, aunque el espíritu de Hortensia y Poncio subyace en muchos de los párrafos de esta novela, cuya aceptación popular ha sorprendido a la editorial que la ha publicado y a las librerías en donde se puede adquirir.

Eliseo envió un ejemplar dedicado a Ramiro, pero no ha recibido acuse de recibo o agradecimiento por parte del destinatario de este gesto. Probablemente, el hijo de Poncio y Teodora, que ahora disfruta de una importante renta producto de la venta del buen piso en Villa Jazmín, habrá leído el contenido de la publicación. Pero lo que este hombre más anhela, en el continuo desorden de su vida pasada, es alcanzar la terapia del olvido. En la actualidad, el heredero de los Alcuzaya-Quinto es propietario de un bar de copas (él mismo está detrás de la barra) actividad con la que llena de colores y ensueños la soledad de muchas vidas, en el húmedo relax de las noches malagueñas. -

 

 

 AMORES

ENTRE GENTE BIEN

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 14 junio 2024

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viernes, 7 de junio de 2024

MALVA NO ES SÓLO UN ROMÁNTICO COLOR.

Nos hace reflexionar en positivo, la visión de personas que parecen estar permanentemente alegres y con un espíritu optimista, mientras que otras, por el contrario, entendemos que están casi siempre ancladas en la tristeza y en el pesimismo más desalentador. Este “natural” contraste lo achacamos a varios factores: la propia naturaleza de cada uno, la formación que ha recibido y también las circunstancias concretas que pueden estar afectándole, durante un plazo de tiempo indeterminado. Obviamente, envidiamos sanamente a las primeras y compadecemos a esas otras que no parecen hallar el hálito necesario de felicidad, en su pequeño o gran mundo. En este contexto temático, se inserta nuestra bella historia de este viernes.

El objetivo cromático de la narrativa se focaliza hacia un voluminoso edificio, dedicado socialmente para Ambulatorio del Servicio Andaluz de Salud. Está ubicado en una densa y popular barriada, de sociología media/baja en la capital malagueña. En este gran centro sanitario prestan servicio un número importante de facultativos médicos y también  personal sanitario, como enfermeros y auxiliares diversos. Es comprensible que, entre tanto profesional de la salud, existan diferentes caracteres, actitudes y niveles vocacionales. Es bien conocido de que cuando la dirección administrativa de este centro de salud atiende a los nuevos pacientes o a otros que desean el cambio de doctor y enfermero, destaquen determinados profesionales, que son ·demandados” por los ciudadanos a fin de ser incluidos en su cartera de pacientes de atención primaria. Otros galenos, por el contrario, tienen sus agendas mucho más aligeradas de personas, porque algunos de los enfermos tratan de “eludirlos”, ya que han “sufrido” o padecido en sus realidades una peculiar o “incómoda” forma de ser. 

Una de estas parejas favorecidas por el aprecio popular la forman la doctora de atención primaria ROSA Mendieta, que tiene vinculada a sus pacientes a la enfermera MALVA Vallemar. El destino ha querido, con esta aleatoria “alianza”, que ambas profesionales de la salud pública colaboren eficaz y plausiblemente en opinión de los enfermos que tienen asignados. El buen talante y receptividad que una y otra muestran ante los pacientes ha repercutido de manera favorable para que a diario sus consultas y salas de espera, se hallen repletas de enfermos que aguardan el turno que les corresponda en la cola. Algunos de sus compañeros de oficio, comentan acerca de quién ha influido más en la buena acogida de los numerosos enfermos o pacientes vinculados, por su admirable responsabilidad y amabilidad. Quien bien las conoce, señala a la enfermera Malva como principal núcleo dinamizador de esta aceptación.

La vida de esta joven de 34 años no ha sido fácil, de ninguna de las maneras. Conocer algunos de los datos que jalonan su trayectoria vital puede ser estimulante para espíritus “apocados” o negativos. MALVA fue una de tantas hijas no deseadas que a diario se generan en el mundo. Fue gestada por SEPHORA Torrent, en una relación ocasional y acordada económicamente con un marino de la armada americana, cuyo buque de guerra recalaba en el puerto malagueño a comienzos de los años 60. Ese contacto carnal, bien pagado de dólares USA, duró aproximadamente 45 m. El fornido marino salió del encuentro, con esta malagueña de origen catalán, bien satisfecho por el gozoso servicio que le había prestado esta profesional de la “salud sexual”. Como la agenda laboral de Sèphora era bien densa, no aplicó en esta ocasión las medidas oportunas para la necesaria prevención. Semanas después, tomó conciencia de su indeseado embarazo. No eran tiempos para poner fin a embarazos no deseados, por lo que al cabo de los meses nació una niña, en la maternidad de un hospital público malagueño. Influida por unas flores que le llevaron unas solidarias compañeras de trabajo, en el burdel de la señora Esmeralda, indicó que la cría debía llamarse Malva, al igual que el color del ramillete que con gran emoción había recibido.

Pero Séphora no estaba por la labor de ser madre. La intervención de los servicios sociales, reclamados por la maternidad, gestionaron de inmediato la entrega de la recién nacida a un centro de acogida de menores, regidos por unas religiosas y personal auxiliar cualificado. Malva pasó allí unos años, por motivos administrativos un tanto difusos para la pronta adopción. Al fin, cuando estaba a punto de cumplir sus primeros tres años, fue adoptada por un honrado, en principio, matrimonio de comerciantes, ilusionados ante la posibilidad de tener una hija, ya que ellos, genéticamente, estaban incapacitados y la tecnología de esos años no estaba aún lo suficientemente avanzada. 

El propietario del modesto negocio de productos ultramarinos para la alimentación, CASA BARTOLO, ubicado en la obrera barriada de la carretera de Cádiz, don BARTOLOMÉ Vallemar era, en principio, una excelente persona y buen padre. Sin embargo, sufría una debilidad “preocupante”, cuál era el juego de cartas “al dinero”. Poco a poco, casi sin darse cuenta, fue descapitalizando su pequeño negocio hasta que, por importantes deudas impagadas, en ambientes mafiosos, fue denunciado. Perdió el negocio e incluso su libertad personal, teniendo que afrontar años de prisión. Todo ello ante el desconsuelo de su mujer ANGUSTIAS, que se tuvo que poner a limpiar por casas, a fin de conseguir el necesario sustento con el que poder mantener el cuidado de su hija adoptiva. Madre e hija tuvieron que irse a vivir a casa de la abuela materna, para poder seguir subsistiendo

Esta poco agradable situación fue afrontada con inusual entereza, para una niña que, poco a poco iba creciendo y demostraba ser admirablemente aplicada en sus obligaciones de estudio y de ayuda en casa. Entre tantos infortunios y carencias, Malva demostraba tener un corazón “muy grande” y un positivo sentido de la vida que, por circunstancias del azar y la voluntad de otros, estaba siendo tan escasamente amable con su persona. Para su formación acudía a un entrañable colegio público y ya en la preadolescencia a un instituto. Su madre escuchaba los deseos de su hija con agrado, ya que ésta manifestaba que le gustaría “ser de mayor” una muy buena enfermera, a fin de cuidad a todos aquellos que tenían que sufrir el dolor de la enfermedad. Su matrícula en un centro público de formación profesional fue una decisión en sumo acertada y que la hizo sentirse muy feliz. Estaba recorriendo el camino que había trazado en sus pensamientos, proyectos y sanas ilusiones.

Realizó un módulo profesional de auxiliar de enfermería en grado medio que, a su finalización, completó con otro de grado superior, ya con la titulación de enfermera. De hecho, Malva tuvo que cuidar a su madre, que ya había sufrido la viudez. Su marido Bartolomé no fue capaz de superar su estancia penal en el centro penitenciario de Albolote, en Granada, en donde falleció por una gripe harto agresiva. Angustias, sumida en una profunda depresión no sobrevivió mucho tiempo a su difunto esposo, pues ella también abandonó esta vida de infortunios por varias dolencias, pero sobre todo “de pena”.

Malva fue superando con entereza todas estas graves y complejas dificultades, encontrando pronto acomodo laboral en clínicas privadas, tarea que fue cimentando esa formación que la iba capacitando para trabajar en lo que le gustaba y deseaba. Estuvo también unos años integrada en el Hospital Civil provincial, dependiente de la Diputación malagueña. A la edad de 24, realizó con éxito unas oposiciones para ingresar como enfermera titular en el S.A.S, Servicio Andaluz de Salud. Seguía habitando el pequeño piso de su abuela, también fallecida. Esta vivienda, no lejana al piso de sus padres adoptivos, tenía para ella una significación especial, pues allí había transcurrido gran parte de su infancia y adolescencia. La había recibido en herencia, por ser la única heredera de esta modesta familia. Una vez reformada, se sentía a gusto teniendo unas raíces afectivas y residenciales que le hacían disfrutar, pues desde el balcón del 6º piso de su vivienda podía contemplar las aguas serenas y azules del mar y ese gran parque acuático, también denominado “del lago”, en la barriada de Huelin, con su gran farola y grandes jardines, en donde jugaban niños de todas las edades, rodeados de sus mayores y amigos. Ahora se sentía, posiblemente por primera vez en su vida, con esa felicidad de que el proyecto de vida que se había trazado comenzaba al fin a realizarse.

Ella que había sufrido tanto en su vida, supo, con lúcida inteligencia, obtener fruto de tanto infortunio, aplicando a cada dificultad, problema o desaliento, esa sonrisa que tanto nos enaltece, esa dulzura que tanto sabe aliviar los nublados del alma y esa comprensión y tolerancia que genera el alivio y la fuerza, en los tiempos “tormentosos” que el azar y la suerte nos proporciona para nuestra madurez y entereza.

En su vocacional trabajo, los enfermos la apreciaban y querían, valorando la generosidad y eficacia de su difícil trabajo. Sus compañeros la admiraban y la doctora vinculada, doña Rosa Mendieta la consideraba el gran valor de ese gran ambulatorio, condicionado por la densidad poblacional y por la difícil estructura socioeconómico del barrio en el que se ubicaba. El amor también llegó a su vida. La amistad, compresión, necesidad y fuerza afectiva entre dos mujeres era manifiesta. La elegida y afortunada para la convivencia fue MARTA Utaluya, de origen cántabro, doctora uróloga del Hospital Clínico Universitario. Persona en apariencia de recio carácter, pero que en el fondo generaba una fuerza vital que enriquecía los valores personales y profesionales de la muy apreciada enfermera, con la que había compartido experiencias médicas y también de honda y cariñosa intimidad.

Cuando se le pregunta a Malva acerca del “secreto” de ese su buen talante y visión positiva de su vida, la joven enfermera suele responder con una “angelical” sonrisa y unas sencillas palabras: “la vida ya me ha enseñado, sobradamente, la aridez y el desafortunado desamor entre los humanos. Por eso yo trato de compensar esas carencias, aportando generosidad, armonía, alegría y un poco de amor, que tanta falta nos hace. Así me siento mejor, haciendo el bien y ayudando al bienestar de los demás. Me siento mucho más realizada con la luminosa sonrisa, que con la opaca tristeza”.  A pesar de toda esta buena predisposición y acción efectiva, ella es consciente de la dificultad para mantener esa línea de conducta, día tras día, noche tras noche. Pero, por fortuna, Malva ofrece la realidad de una persona de naturaleza ejemplar, que los golpes de la vida le han ido conformando y blindando para afrontar todos esos nuevos embates que el destino, a todos, nos tiene preparados. Marta, su pareja convivencial y afectiva, a diario le ayuda, le anima y le proporciona esas fuerzas necesarias, para cuando nos faltan o escasean las nuestras propias.

Hay un aspecto en la naturaleza de Malva que, aun en el silencio de intimidad, le hace despertarse muchas noches de mal ensueño. Piensa, como es natural, en su madre genética. ¿Quién pudo ser? ¿Cómo sería, físicamente, esa mujer que le dio la vida? ¿Por qué tuvo ese cruel e incomprensible gesto de darla en adopción? ¿Qué le impidió no hacer algo, sólo algo, en la sucesión de los años, por saber algo de la niña que había gestado y a la que puso un nombre? Tras muchas averiguaciones que con sumo esfuerzo realizó, sólo pudo conocer que la persona que cedió a la niña recién nacida se llamaba Séphora. Lo que ella nunca pudo saber es que dicho nombre era un apodo o nombre supuesto, utilizado por  esa mujer “de mundo” que era su madre.

PASARON MESES Y AÑOS. Un día llegó a los servicios de urgencia del Hospital Clínico universitario una llamada de Protección Civil indicando que se había producido un derrumbe en un vetusto edificio de la Barriada de las Flores, zona de Ciudad Jardín, en la arteria que comunica con la autovía de las Pedrizas para la salida de Málaga por carretera hacia el norte. Los bomberos comunicaban que había varias personas heridas por lo que reclamaban la llegada urgente de servicios sanitarios y ambulancias a fin de atender y trasladar a los heridos.

Coincidió que esa tarde, Malva estaba de guardia para las urgencias que se pudieran presentar. Todo un equipo de médicos y sanitarios se desplazó con dos ambulancias del 061 al lugar de siniestro, a donde llegaron en pocos minutos. Los profesionales sanitarios, en colaboración con los bomberos, actuaron con su probada diligencia, evacuando a los heridos al hospital universitario a la mayor presteza. En un momento concreto, una de las vecinas del inmueble afectado gritó “¡Tienen que buscar a la señá Sephora, que vive una habitación realquilada del 5º C. ¡La pobre anciana es inválida y no habrá podido “escaparse” con los primeros ruidos y crujidos, antes del gran estruendo, cuando gran parte de las paredes y suelos se han hundido!”. Los bomberos, con extremo cuidado y una máquina robot, fueron “desbrozando los grandes cascotes y en pocos minutos extrajeron de una oquedad, entre dos paños de paredes que formaban un hueco triangular, a una anciana malherida, quien, tras unas primeras curas, realizadas precisamente por Malva, fue trasladada al centro sanitario, directamente al quirófano. La enfermera que la había atendido no cesaba de darles vueltas en su mente a ese nombre tan poco usual en tierras españolas y andaluzas. ¿Había querido el destino que hubiera estado curando a su propia madre genética, aquella que la cedió en adopción cuando apenas tenía un par de días de vida?

Efectivamente el destino había querido ser fiel a una deuda que había mantenido con Malva durante sus actuales 47 años de vida. Fueron cuatro los meses, en los que primorosamente cuidó la vida de una anciana de 78 años, muy limitada en su memoria y con graves secuelas físicas del potente derrumbamiento, tuvo tiempo de consultar toda la documentación correspondiente a esa persona, que podría ser, efectivamente, su madre genética. Marta, su compañera y amante, también le ayudó en esta línea investigadora, ya que tenía un hermano abogado, que las orientó de manera adecuada para conocer, en lo posible, todo lo que concerniese a la paciente Séphora Torrent. En la actualidad, esta anciana sólo cobraba una “pensión de pobre” Un matrimonio de jubilados, muy religiosos, le había realquilado una habitación que le sobrara, desde hacía más de una década, por una cifra básicamente testimonial. Incluso compartían con ella ese plato de comida que en el almuerzo y la cena la alimentaba. Los servicios sociales del Ayuntamiento costearon los gastos del sepelio. Con la documentación apropiada del registro civil no cabía duda de que Séphora (en realidad se llamaba María) era la madre genética de Malva. De hecho, una prueba de ADN confirmó la identidad parental entre madre e hija.

Cada mes, Malva, en ocasiones acompañada por su pareja Marta, acuden al cementerio y repasan y sustituyen unas flores, en las que siempre hay especies malvas, en unos de los nichos del camposanto. Esas flores, llenas de color, aroma y amor, adornan el recuerdo de una hija generosa, que pudo cuidar a su madre en la cama de un hospital durante unos meses, sin que la anciana paciente llegara o pudiera reconocer a ese “ángel” profesional que tanto mimo le deparaba. - 


MALVA NO ES SÓLO UN

ROMÁNTICO COLOR

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 07 junio 2024

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