viernes, 21 de junio de 2024

PÁNICO EN UN CONFERENCIANTE AUDAZ.

Se llamaba EUGENIO Vintilla. Era hijo único de honrados tenderos, que poseían una modesta tienda de ultramarinos en el barrio de La Latina madrileño. Había nacido en 1943, en los años de una dura posguerra civil, con intensas carencias materiales, que trataban de ser compensadas por el ingenio de supervivencia, aplicado con cristiana ilusión espiritual y esa fe en un mañana que, desde luego, tendría que ser mucho mejor.

Desde pequeño, Eugenio siempre fue muy aficionado a los tebeos y al mundo de las letras, por lo que pronto se aficionó a echar horas de lectura en la biblioteca pública de su popular barrio. De la vetusta biblioteca sacaba en préstamo libros juveniles, para distraer la aridez de los días y muchas horas nocturnas para el desvelo, de manera especial, durante los fines de semana. Su férrea voluntad para el estudio hizo posible que superara con buenas notas los dos bachilleratos de la época. Ese bachillerato superior le iba a abrir las puertas del campus universitario de la Complutense. El esfuerzo de sus padres, don Justo y doña Gema, para que el niño “estudiara” fue del todo ejemplar. Esos padres ilusionados tenían la certeza de que su hijo llegaría a ser un “sabio de las letras”, ellos que apenas habían podido cursar estudios primarios. Confiaban en que Eugenio llegaría “lejos”, pues otras de las preclaras cualidades de este “ratón de bibliotecas” era su asombrosa fluidez expresiva, que se añadía a su buen pulso con la estilográfica o el “mágico” bolígrafo BIC.

Esa capacidad para dominar el arte de la escritura y el lustre de la palabra oral era el mejor patrimonio que podía detentar este aventajado joven, amante de cualquier elemento cultural que enriqueciera sus muchas horas dedicadas al estudio, la lectura y al mejor uso de la palabra. Por supuesto, el hijo de don Justo no tenía intención de seguir la senda laboral de sus padres, que se estaban pasando la vida detrás de ese muy gastado mostrador de madera, cortando y pesando los cien gramos, el cuarto litro o el cuarto y mitad de leguminosas, mortadela, azúcar, aceite o chocolate de algarrobas, para esos escuálidos bolsillos que podían comprar tan suculentas mercancías. Así que Eugenio se matriculó (con el esfuerzo económico de sus padres, una beca del Frente de Juventudes y algunos trabajillos de recadero) en la insigne facultad de Filosofía y letras, centrando sus estudios preferentemente en la literatura y la Historia.

Una vez que obtuvo el gozoso título de licenciado, con veintidós años, consideraba que no se sentía vocacionalmente dirigido al campo de la docencia, en los institutos de Enseñanza Media. Una noche, tras horas de desvelo, lecturas y profunda reflexión acerca de su futuro, decidió que tenía que “ganarse la vida” aplicando su gran cultura atesorada al arte de la oratoria y de la creatividad literaria. Gracias a esos amigos que tan importante son en los momentos cruciales de nuestras vidas, entró en contacto con la dirección empresarial del diario PUEBLO (1940 -1984, propiedad de los sindicatos verticales del régimen), en donde comenzó a entregar colaboraciones escritas sobre los más diversos temas de la vida cotidiana, en esos míticos años sesenta para el desarrollismo español.

También eran los años del tardofranquismo, en los que se aventuraba o discutía, especialmente en los campus universitarios, acerca de la incierta evolución del régimen del Movimiento Nacional, pues su férreo director, el Caudillo Franco, ya se iba acercando a su octava década existencial. Eugenio, siempre prudente, “tocaba” los temas sociopolíticos con extremada delicadeza y prudencia. Aunque estaba vinculada a una empresa periodística, que en esos años mostraba un camino hacia una evolución del régimen dictatorial, la prudencia del joven escritor y también orador, era manifiesta en lo que escribía y circunstancialmente exponía, en tertulias y colaboraciones universitarias. Gozaba de una gran capacidad para documentarse con especial rapidez sobre cualquier temática cultural, aunque lo suyo era obviamente los contenidos históricos. Pero la especial naturaleza de esta materia, le aconsejaba (en el contexto de sus treinta años, diversificar lo que escribía. Todo ello favoreció que probara y “acertara” trabajando también en la literatura de ficción. Y como tantos otros “plumillas” empezó a construir esa primera novela que tanto esfuerzo reclama y tantas compensaciones reporta.

Un día afortunado, este intelectual de las letras conoció a una joven que trabajaba en un taller de trajes al corte como sastra. Tras unos meses de noviazgo con ELVIRA Portilla, formaron una familia, que al poco tiempo se vio incrementada por dos nuevos miembros: Julián y Aúrea, cuya presencia incrementó la capacidad de trabajo, ya muy notable, de un padre, que se ganaba la vida escribiendo y disertando.

Los años fueron pasando por todas estas vidas, mientras el país también avanzaba, en esa difícil pero trabajada “transición política” desde un modelo autocrático hacia una joven democracia. El 20 de noviembre de 1975 había fallecido Francisco Franco. Los gobiernos de Carlos Arias, Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo y Felipe González, fueron jalonando ese cambio de régimen que el país apetecía. En este contexto, Eugenio no sólo continuaba con sus colaboraciones en diarios y revistas, sino que puso mucho énfasis en su probada capacidad de buen y hábil conferenciante. Lo hacía siempre sobre temáticas diversas, para las que se preparaba de manera concienzuda, pasando muchas horas en la Biblioteca Nacional de España, en el Paseo de Recoletos y en otros centros de documentación, en donde recababa la necesaria información para no defraudar a los asistentes de sus exposiciones. En el ámbito escrito, solía en ocasiones utilizar un seudónimo para sus colaboraciones de prensa: el de VIRIATO, recordando al valiente pastor lusitano que luchó con valiente tenacidad contra la expansión de Roma en Hispania, en el siglo II a C. En alguna ocasión (y esto era una página “negra” en su vida profesional) para disponer de mayor nivel económico, dados los gastos familiares, no le importó “escribir en negro”, es decir tuvo la debilidad de escribir “para otros” (cine, teatro…) que ponían sus nombres al final de los textos.

Pero los años van pasando para todas las personas, con las secuelas de que las facultades orgánicas van también perdiendo esa capacidad que se posee en las edades jóvenes, pues lamentablemente no es infinita para el género humano. A comienzos de siglo, Eugenio ya alcanzaba los 57 años. Para su preocupación en salud, fue percibiendo notables fallos en su memoria. Mientras que en sus mejores momentos era capaz de mantener atento a todo un auditorio, sólo con la convicción de sus palabras, con los contenidos que fácilmente atesoraba en su densa memoria, ahora, con la pérdida progresiva de esta fundamental facultad, se veía obligado a llevar consigo unas cuartillas, en donde esquematizaba todo aquello que tenía que decir, pues su experiencia (y “tablas escénicas”) ya difícilmente podía compensar la patente falta de memoria que le afectaba.

Pero el prestigio como conferenciante, para su fortuna, no lo había perdido. Un día recibió con agrado una propuesta, para colaborar en un CICLO DE CONFERENCIAS SOBRE LA TRANSICIÓN POLÍTICA ESPAÑOLA EN LOS AÑOS 70 Y OCHENTA. Se le pedía que expusiese una síntesis interpretativa de esta compleja etapa de nuestra Historia, ante una asociación de jubilados de las Fuerzas Armadas españolas. Era un tema especialmente delicado, por la naturaleza ideológica del mismo. El veterano escritor era consciente de que en la mayoría de los asociados que integraban AJUFAR (Asociación jubilados fuerzas armadas) predominaba una ideología bastante conservadora y crítica con esos planteamientos que sustentaban el gran cambio político en la España postfranquista. Eugenio sabía de que tenía que ajustar sus palabras, con moderación y equilibrio, tanto en la forma como en los contenidos. Obviamente, ingresaba unas compensaciones económicas que le eran necesarias, por todas estas conferencias y colaboraciones, en base al tiempo invertido en su preparación y documentación. Era una forma de “ganarse la vida” a partir de su gran formación cultural. Su mujer, Elvira, hacía años que había dejado la costura y los únicos ingresos que entraban en la familia Vintilla-Claraval eran los que él aportaba con su trabajo de escritor y conferenciante, ante muy diversos auditorios.

Sus problemas de memoria no habían desaparecido, a pesar de haber acudido a buenos especialistas en neurología. Le habían prescrito un fuerte tratamiento farmacológico, además de diversos ejercicios de memorización que recibía en una academia médica muy avanzada para personas con nublados “bloqueantes” en su mente. En realidad, sus deficiencias mentales (y él lo comprendía) eran producto de la edad y de su propie naturaleza genética (su padre tuvo hubo evolución similar en la última fase de su vida). En consecuencia, tenía que prepararse concienzudamente los contenidos a exponer y sobre todo ayudarse de esas cuartillas “providenciales” que previamente preparaba, en las que estaba escrita (de forma esquemática) toda la conferencia a exponer, especialmente los datos estructurales de la argumentación que eran los más dificultosos o “traviesos” para hacerlos explícitos en su memoria. Elvira, en más de una ocasión, le había aconsejado que fuera reduciendo sus exposiciones orales y se centrara más en las escritas, en donde tendría más facilidad para solventar los fallos de memorización. Eugenio le daba la razón a su mujer, pero le explicaba que dada la significación de este importante colectivo castrense, en modo alguno podía declinar la invitación que había recibido, tanto por el prestigio que tenía consolidado, como por la compensación económica que iba a recibir, que bien les vendría para atender a las necesidades diarias.

La asociación de militares jubilados había elegido, como sede expositiva de estas sesiones, el muy emblemático y monumental edificio y lugar del ALCÁZAR DE TOLEDO, con su gran historial de la Academia Militar del Ejército y en la actualidad Museo del propio Ejército español. El desplazamiento de Madrid a la capital del Tajo era muy cómodo (apenas 72 km) tanto para todos los asistentes a las conferencias, como para los protagonistas de las ponencias. El día fijado para la intervención era un cálido sábado de junio, a las 19 horas, en que ya comenzaba a refrescar la temperatura. Posteriormente a la exposición, los asistentes tendrían una cena de confraternización.

Así que el sábado 15, muy de mañana, tomo el tren AVE (Eugenio últimamente había reducido drásticamente las horas dedicadas al volante, pues le cansaba sobremanera la tensión conductora) desplazándose a la bella capital toledana, en donde había reservado una noche de hotel, ya que consideraba que la conferencia y la posterior cena hacía inviable volver a Madrid en el mismo día. Iba provisto de sus notas, ocho folios en un dossier. También, para mayor seguridad, llevaba todo el material “auxiliar” cargado en un pendrive. Llegó al gran Hotel El Greco, donde se hospedaba, a las 11.45 de ese luminoso sábado “casi estival”. A partir del mediodía el calor se intensificó sobremanera. Tras dejar su cartera de piel beige y un pequeño maletín de viaje en la habitación 4/18, se fue a dar un relajante paseo por el casco antiguo de la histórica y monumental ciudad. Incluso tuvo tiempo de hacer una grata visita en el Museo de El Greco, a cuya salida, antes de elegir un buen restaurante en la tradicional Plaza del Zocodover, tuvo el buen detalle de comprar unos apetitosos mazapanes, dulce que a Elvira le encantaban sobremanera.  

El almuerzo le pareció suculento: ¼ de cochinillo asado con ensalada y de postre macedonia de frutas con helado. Ya de vuelta al hotel, se echó un rato de siesta, despertándole la alarma de su móvil a las 5 en punto. Se dio una reconfortante ducha y se fue vistiendo, cuidando los detalles, a fin de estar bien presentable ante el auditorio. Como aún tenía tiempo, abrió su cartera de piel, pues quería echar una ojeada a la conferencia que en un par de horas iba a impartir. Para su asombro y desconcierto ¡ESA NO ERA SU CARTERA! Correspondía a su hijo Julián. En las navidades pasadas, cuando estuvo con Elvira en Marruecos, compró tres carteras iguales de color beige, piel de camello, por un precio muy interesante. Entregó una a cada uno de sus hijos y él se quedó con la tercera. El pánico y la desesperación vinieron a su equilibrio orgánico ahora profundamente desestabilizado. Faltaban apenas setenta minutos para la conferencia y tomaba conciencia de que había cogido, por error la cartera de Julián, agente de seguros médicos, que estaba pasando unos días con ellos, pues Ainhoa, su mujer, había viajado a Bilbao para estar junto a su madre que la habían operado de cataratas. Y ahora ¿qué hacer?

Precisamente, a los escasos minutos fue Julián quien llamó a su padre, mostrándose un tanto divertido. “Papá, hemos intercambiado las carteras. Por mí no te preocupes. Como volverás mañana domingo, pues todo arreglado. Tengo copia de casi todo en el ordenador. Lo que veo es que tus apuntes y dossiers los tengo aquí. Tal vez te hagan falta, pero si quisiera enviártelos no te van a llegar hasta mañana. ¿Te podrás arreglar sin ellos? Y no tienes por qué preocuparte por tus achaques de memoria. Tienes recursos más que suficientes para entretener a los “jubilatas” militares. Echa mano de las anécdotas y tu verborrea les va a encantar”.

Eugenio “disimulando” quiso también tranquilizar a su hijo. “Estas cosas pasan “en las mejores familias”. Veré como puedo salir bien de este asunto. Habré de tener mucho cuidado, pues aquí van a venir gente militar muy bien documentada. Y cuando no esté fino en mi disertación me van a poner firme. No te preocupes, que esto va a salir bien. Un beso”.

La exposición de Eugenio Vintilla, sin cuartillas “colaboradoras y salvadoras” se alargó durante 65 minutos. En general, estuvo bastante lucido. Se había tomado antes de desplazarse al Alcázar de Toledo un café muy cargado (tipo “tinta”) que lo dejó como un “cohete”. Por supuesto que tuvo algunos lapsus de memoria, pero el auditorio asistente fue bastante comprensivo, pues tomaron conciencia de que se trataba de una persona mayor, como ellos, y que se estaba entregando con denuedo y valentía para hacer una correcta exposición de esta crucial etapa de nuestra Historia. Eugenio percibió que alguno de los militares, en algunos momentos puntuales, movían la cabeza indicando su educada discrepancia.  Pero, de manera global, el auditorio castrense supo estar en su papel de personas correctas y comprensiva, con lo que estaban escuchando.

Eugenio lo pasó bastante mal, qué duda cabe. Sin sus apuntes cercanos, se sintió una persona un tanto “desvalida” y más conociendo que sus neuronas se portaban mal desde hacía algún tiempo. Tras los aplausos recibió un precioso gorro legionario, como recuerdo (la gratificación ya se le había cursado a su libreta de ahorros), gesto que agradeció emocionado. Fue invitado a compartir la cena fraternal.

Aquella noche, paseando por el lateral del Tajo, fue tomando la decisión de que en adelante sólo se centraría en la composición escrita de artículos y colaboraciones. Rozaba los 70, entendía de que debía ir dejando paso a otros investigadores más jóvenes.

Eugenio, en la actualidad, además de llevar a cabo estos propósitos sustentados en aquel largo paseo por los arrabales del Tajo toledano, se halla inmerso en la preparación de sus memorias, material que piensa titular: 1945-2015. LA ESPAÑA QUE YO VIVÍ.

Al margen de la travesura que el destino deparó a Eugenio Vintilla (alias, Viriato) hay que manifestar que “desde siempre” los conferenciantes se han ayudado de las famosas y nostálgicas fichas, apuntes o notas, para facilitar la buena marcha de sus exposiciones y disertaciones. Hoy día apenas se utilizan fichas. El sistema ha cambiado gracias a la videoproyección de los Powerpoint, que muchos narradores e investigadores se limitan a leer, sin el menor sonrojo, en la pantalla del portátil u ordenador fijo que tienen delante. No tienen que mirar siquiera a la pantalla donde se proyectan las imágenes del pendrive que siempre llevan consigo. Sin embargo, a pesar de la riqueza visual y descriptiva que el sistema informático proporciona, siempre destacará y permanecerá la lúcida palabra del buen orador. También, la buena dicción y exposición que sabe transmitir, motivar, ilustrar y nos hace estar atentos a los contenidos que nos regala con su didáctica. Se aprende mucho asistiendo a conferencias, exposiciones y debates temáticos. Apliquemos estas asistencias a nuestras cargadas agendas de actividades. –

 

 

 

PÁNICO EN

UN CONFERENCIANTE AUDAZ

 

 

 

 

 


 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 21 junio 2024

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