viernes, 23 de septiembre de 2022

UNA HERMOSA LECCIÓN DE GENEROSIDAD Y AMISTAD.

El protagonista central de esta historia había sido una persona muy importante, en el entorno político-social de la ciudad en la que nació, a orillas del azulado y sosegado Mediterráneo, localidad en donde sigue residiendo en la actualidad. Ceferino Malián había estudiado la carrera de Ciencias Empresariales, en cuyas aulas universitarias trabó íntima amistad con unos compañeros que le animaron afiliarse a un partido político vinculado al centro izquierda, en su ideología programática. Activo militante en las juventudes de dicha agrupación, fue escalando puestos de responsabilidad en la estructura organizativa de ese histórico e importante partido político, con sedes repartidas por la mayoría de los municipios españoles. Para conseguir este rápido ascenso en los cargos de su agrupación, fue aplicando sus naturales dotes para la lisonja, el halago, el uso de esa palabra que siempre gusta escuchar, ofreciéndose, dada su juventud y carácter ambicioso, para realizar todo aquello que le pudiera dar algún rédito, en su obsesivo e intenso objetivo de alcanzar algún día (que esperaba no fuera muy lejano) las más altas responsabilidades en el seno del organigrama partidista en donde tan feliz e interesadamente militaba.

Su carrera política fue “sorprendentemente meteórica” pues era una persona que poseía esa cualidad de estar siempre en el sitio adecuado y en el momento más oportuno. Día, tarde y noche, su pensamiento estaba centrado en el atrayente ejercicio de “trepar” un escalón más, a fin de alcanzar una significación y un poder cada vez más destacado en el partido, a fin de satisfacer su vanidad y profunda autoestima.

Era un joven extremadamente ambicioso, al que las carambolas de la suerte le facilitaron ser incluido, ocupando el puesto número 11, en las listas del partido para las elecciones municipales que habrían de celebrarse en un par de meses. Su agrupación política obtuvo en los comicios locales 10 concejalías, por lo que en principio el sagaz administrativo quedó fuera de su ilusión por ocupar un puesto de responsabilidad en el Ayuntamiento. Pero el destino le tenía preparado la posibilidad de acceder a ese objetivo que, desde hacía años, mantenía. Uno de los compañeros elegidos fue trasladado a la capital de España, para ejercer un puesto de responsabilidad en la central partidista. Por este motivo, corrió la lista electoral y entonces Ceferino, con 29 años, se convirtió en un joven concejal del Ayuntamiento, teniendo que dejar su cargo laboral que ejercía dentro de una gestoría administrativa. Fue nombrado concejal de juventud, deportes y fiestas, en la corporación municipal malacitana.

Pasados los años, la carrera política de Ceferino no dejó de avanzar, ocupando cargos cada vez más importantes y de alta responsabilidad. Con 36 años, fue uno de los diputados malagueños en las Cortes españolas de la Carrera de San Jerónimo, importante cargo representativo en el que permaneció de manera continua durante tres legislaturas. En las siguientes elecciones a Cortes, no fue incluido en las listas de su partido, en el que al fin pudo ocupar el puesto de vicepresidente. Pero su protagonismo social le animó a ser incluido en unas próximas elecciones locales, ganadas por su agrupación partidista, siendo designado, con 48 años, para ocupar el puesto de presidente de la Diputación Provincial de Málaga. En ese destacado puesto de la política provincial estuvo durante ocho años o dos periodos completos y consecutivos, coordinando la estructura provincial de los 103 municipios malagueños.

Desde que inició su militancia, Ceferino vivía del partido y para el partido, aplicando para ello una durísima agresividad dialéctica contra los rivales o enemigo ideológicos, que recibían la impiedad de un corazón tan frío como el acero. Se fue convirtiendo también en un líder de la elocuencia, de los más hábiles malabarismos políticos para atacar al contrario a su pensamiento, aplicando para ello cualquier tipo de recurso que pudiera ser útil para sus deseos, utilizando la mentira, forzando las alianzas partidistas “contra natura”, a fin de no perder cotas o niveles de poder. Como figura política era adulado, temido y reverenciado. Por otra parte, su influencia mediática era incuestionable. Concejal, diputado en Cortes y ahora, presidiendo la Diputación Provincial de la sexta provincia española, según datos estadísticos. 

A nivel personal, estuvo casado con Armenia Labrada, de cuyo matrimonio nacieron cuatro hijos, vínculo matrimonial que hacía años él se encargó de romper, debido a sus constantes devaneos amorosos con otras compañeras afines de la ideología partidista que lo dominaba por completo.  Residía sólo (aunque acompañado en momentos concretos por algunas de sus conquistas afectivas) en un gran apartamento que se había comprado con preciosas vistas al Mediterráneo, en el moderno paseo marítimo del Oeste malacitano.   

Pero al igual que llegan nubes grisáceas, eclipsando el azulado del cielo, en la trayectoria exitosa del político Malián aparecieron esos cambios de fortuna, que comenzaron a enturbiar la imagen del prepotente personaje. Un turbio asunto de corruptelas, en los fondos de la Diputación Provincial para obras públicas en varias localidades de la provincia, comenzó a minar el prestigio del presidente Ceferino, no sólo ante la prensa e importantes sectores de la sociedad, sino también en el seno de la agrupación política a la que pertenecía desde hacía casi cuatro décadas. En las inminentes elecciones, su partido perdió la jefatura de la Diputación y su figura entró en un declive de franca decadencia. Por doquier fueron apareciendo “papeles”, contratos y documentos corruptos, que fueron denunciadas por sus rivales políticos en la fiscalía. A pesar de contar con buenos abogados, no se pudo librar de algunas condenas, en las que perdió prácticamente todo su patrimonio. Incluso el propio partido tuvo que afrontar esos malabarismos “ilegales” castigados judicialmente, derivados de su ambiciosa y depravada gestión. Expresándolo de una manera coloquial, pero suficientemente significativa, su partido “no sabía cómo quitárselo de encima” pues, con las penalidades judiciales que estaba recibiendo, ya no podía seguir ostentando cargo alguno dentro de la estructura pública de la tradicional y prestigiosa organización, ahora en franca decadencia ante la opinión social. En un amargo día, que ya nunca pudo más olvidar, recibió por burofax una fría comunicación, en la que le indicaba que la dirección ejecutiva había decidido, por unanimidad, darle de baja como militante. En otras palabras, era expulsado sin más cortapisas. 

A la altura vital de 63 años, apenas tenía medios económicos con los que subsistir y desde la cima de la jefatura social que había ostentado, con manifiesta altanería, tuvo que aceptar un humilde puesto administrativo en una modesta empresa de mensajería urgente. Habituado a utilizar, sin reparo o control, su antigua tarjeta Visa Oro, ahora tenía que conformarse con trabajar ocho horas diarias en las oficinas de esa empresa, gracias a que el vicedirector de la misma le debía algunos “oscuros favores, en su etapa de prepotente gestoría política. El Ceferino que había manejado decenas y decenas de millones y había acumulado cargos de alta retribución que le habían permitido llevar un tipo de vida de alto standing, tenía ahora que conformarse con un sueldo que con los descuentos apenas llegaba a los 950 euros mensuales, como auxiliar administrativo en la empresa de distribución de paquetería “El Sidecar”.  Desde un ostentoso protagonismo mediático, ahora se veía relegado al más oscurecido anonimato social. La vanagloria había desaparecido de su vida.

Cuando estaba a punto de cumplir los 65 años, al fin pudo alcanzar la ansiada jubilación, ayudándose para ello de unas dolencias en las vértebras y algún que otro problema orgánico, derivado de su proverbial afición a las bebidas de elevada graduación alcohólica. Obviamente, en su antiguo partido “no querían verlo aparecer” pues era objetivo de la nueva organización “borrar” en el posible, de la memoria colectiva, una infausta etapa que les había hecho soportar un grave daño en los resultados de diversas convocatorias electorales que se sucedieron después de los escándalos protagonizados por el singular personaje. Su situación era más que patética. Sin partido, sin cónyuge, sus hijos “pasaban” de él, sin oficio o función a realizar, se tuvo que “recluir“ en un pequeño apartamento alquilado, ubicado en una zona obrera alejada del centro de la ciudad. 

En el día a día, tras tomar algo de desayuno, vagaba y vagaba por el laberinto urbano malacitano, tratando de no ser reconocido por los demás transeúntes, para lo que se dejó una poblada barba encanecida y un profuso bigote, cubriendo su alopécica cabeza con un ridículo sombrero incluso en días de templanza o bonanza térmica. Solía también acudir a la biblioteca municipal de su distrito, para la lectura de los periódicos del día. Después del mediodía, agradecía tomar una caña de cerveza, en algún quitapenas de bajo coste. Había concertado en una modesta casa de comidas, el almuerzo diario, aunque por las noches solía prepararse algún frugal bocadillo con fiambre y algo de fruta. El salmón ahumado noruego y los botes de huevas de caviar ruso habían dado paso, en esta época de declive, a la mortadela Mina y a las lonchas del queso en barra. Así era su vida en la actualidad, monótona, aburrida, solitaria y frustrada. Era el castigo por haber caído desde la cima de la popularidad, a la base pedregosa del anonimato social. Se sentía humillado por sus ex compañeros del partido, que lo detestaban profundamente, a causa de las zancadillas y prepotencia que Ceferino había aplicado durante la larga época “gloriosa” y corrupta de su gestión pública.

Una mañana de abril, Ceferino se acercó a los jardines del Parque para descansar, después de un buen rato de paseo. A sus 68 años, su salud iba padeciendo los normales problemas de “fontanería” debido al estrés vivencial acumulado, la debilidad ante el alcohol y sus dependencias sentimentales, ahora ya prácticamente abandonadas. En ese inmenso espacio vegetal gustaba sentarse, aprovechando los bancos instalados en las rotondas, para distraerse simplemente viendo a la gente pasar. Vio acercarse a otro hombre mayor, quien sonriéndole y dándole los buenos días tomó asiento en el mismo banco que ocupaba el antiguo político. Como ya es usual en estos encuentros, la conversación se inició con el recurso del tiempo meteorológico.

“Mi nombre es Feliciano Giraldez. He sido recepcionista de un hotel importante, allá en la línea costera marbellí, hasta mi jubilación hace unos cuatro años. Si le apetece, podemos charlar un ratito, porque la soledad no es buena compañera. La verdad es que suelo venir bastante por aquí, pues me tranquiliza verme rodeado de esta gran masa vegetal, de incuestionable belleza, que tenemos como un preciado tesoro en pleno centro de la ciudad”.

A Ceferino le sorprendió que una persona anónima o desconocida se le acercara, ofreciéndole el regalo “inmenso” de la palabra. Precisamente a él, que tanto poder había detentado, que tanta influencia había poseído, que tanto dinero había manejado, y al que ahora nadie le hacía caso, pasando totalmente de su presencia. Parece que del cielo había bajado a la tierra un solícito y buen ángel guardián. De inmediato se sintió a gusto con el antiguo recepcionista de instalaciones turísticas. Con fluida y amenas palabras, el inesperado amigo le fue narrando curiosas y divertidas anécdotas, protagonizadas por los clientes de su hotel, historias acumuladas en la memoria tras casi cuarenta años de servicio. Corresponsablemente se sintió obligado o agradecido, para comentarle algunos aspectos de su vida profesional, en el ámbito administrativo, aunque cuidó en no mencionar siquiera su largo y complicado recorrido por el ámbito de la política. Ninguna alusión a su paso por la concejalía municipal, por las Cortes de la Carrera de San Jerónimo madrileña o esa fase, a olvidar, en la presidencia de la Diputación provincial de Málaga.

Tras casi una hora y media de amena conversación, llego la hora de la despedida. El nuevo amigo, con admirable sencillez y generosidad, le ofreció compartir una caña de cerveza, pues tenía el buen gusto de invitarle. Tomaron el aperitivo, enriquecido con unas aceitunas muy bien aliñadas con un fresco tomillo, en la tasca marítima ubicada junto al atraque del Melillero. Se despidieron con educada cordialidad, siendo el propio Ceferino quien sugirió si podían verse otro día, pues valoraba en mucho esa saludable amistad que “le había caído del cielo” de la forma más inesperada y feliz.

El ilusionado “político” se fue a su apartamento del alquiler, plenamente feliz por haber conseguido en ese día un amigo de los de verdad, sin condicionantes u otras” servidumbres”. Eso era precisamente lo que más valoraba: un ciudadano anónimo le había abierto las puertas a esa amistad que con tanta urgencia necesitaba, en esos acres y áridos tiempos para la carencia.

La relación entre Ceferino y Feliciano continuó con esperanzadoras expectativas, para ambos jubilados. Solían citarse, de manera casi diaria, alrededor de las 11, iniciando desde la Alameda principal los paseos por los distintos rincones de la ciudad. Recorrían los tranquilos recovecos del Parque, entraban en la zona portuaria y desde allí se dirigían al entorno turístico de Alcazabilla y la Plaza de la Merced, con sus calles adyacentes. A eso de las 13 horas, llegaba el tiempo de la suculenta tapa con una copita de vino o caña de cerveza. También algunas tardes acordaban visitar algún museo, asistir a alguna conferencia o incluso visionar alguna película en centros culturales de proyección gratuita. Decidieron programar, al menos un fin de semana al mes, desplazarse a alguno de los pueblos que enriquecen el mapa provincial malacitano (Feliciano era viudo, desde hacía bastante tiempo) para lo que tomaban el bus correspondiente, en la estación central junto a Vialia, pasando una agradable jornada en la que compartían esa comida local y casera que los dos veteranos personajes tanto apetecían y valoraban.

El antiguo político no cabía en sí de gozo, al comprobar que al menos un ciudadano de Málaga no le daba la espalda, brindándole amistad, compañía e indudable afecto, en unos tiempos de soledad “angustiosos” soportar, para quien todo había tenido y había perdido, debido a la carencia de valores y buenos principios. Era el ”perdón divino” a tanta soberbia que soportaba o acumulaba su nublada memoria.

Otra mañana, ya en los albores de la estación otoñal, dado que soplaba un agradable viento de levante, decidieron realizar un notable ejercicio físico subiendo a pie a la zona del Parador de Gibralfaro, por las escaleras de la antigua Coracha. Ambos coincidían que era el punto en altura que ofrecía las mejores vistas aéreas de la ciudad.  Mientras reposaban sus cansados cuerpos, ante un par de cervezas y unos taquitos de queso, Ceferino miró a Feliciano, planteándole una pregunta mil veces pensada y nunca expresada, en los seis meses de amistad, tal vez por temor a la respuesta.

“Amigo Feliciano. Desde hace tiempo tengo una pregunta que hacerte, pero la verdad es que nunca me he atrevido a realizarla. ¿Por qué me elegiste para la amistad? Ciertamente, has tenido la bondadosa prudencia no preguntarme por datos privados, gesto que admiro y aplaudo. Lo que sabes de mi es lo poco que yo he creído oportuno contarte ¿Por qué yo, Feli?”

Su interlocutor, después de tomar un frío sorbo de cerveza, guardó silencio, durante unos segundos, que se convirtieron en minutos, modificando al tiempo su casi permanente sonrisa, en función del contenido preguntado.

“Mi buen amigo, Ceferino Melián. Hace años, el hotel en donde trabajaba atravesó un grave problema económico, debido a la recesión económica, que también limitó acremente los viajes turísticos. Yo era el delegado sindical del personal, en el hotel. Mis compañeros me delegaron para que tratara de buscar una solución “inmediata”, a consecuencia de que llevábamos más de tres meses sin cobrar nuestra nómina, por descapitalización de la empresa. Solicité cita en la sede de la Diputación Provincial y en la Alcaldía, para tratar de ayudar a resolver de alguna forma el patente y patético conflicto. En la corporación municipal me delegaron a la concejalía de comercio y turismo, en donde me dieron algunas leves esperanzas, para que 36 trabajadores no fueran directamente a la calle.

Cuando me acerqué a la sede de la Diputación, también solicité ser atendido por el presidente del organismo La cita me fue denegada sin más explicaciones. Sólo un funcionario quiso aclararme algo de lo que habías expresado cuando leíste el contenido de mi petición. Dijiste que tenías asuntos más importantes para atender y resolver. Y 36 familias sumidas en la desesperación. Pero, ya me conoces. No soy persona rencorosa. Seguí todo el proceso de tu caída política, que se aireó en la prensa un día sí y el otro también.

Al paso del tiempo, paseando un día por los jardines del Parque, te reconocí, a pesar de los años acumulados en el cuerpo, la barba y el bigote que te dejaste para pasar desapercibido. Te observé en varias ocasiones y al fin, ese día de abril decidió acercarme a tu persona. Percibía tu soledad y esa profunda tristeza facial, imposible de disimular. Te ofrecí lo que tú más necesitabas y más carecías: una limpia amistad. Así es mi persona, así es mi carácter. Y si te parece mejor, olvida todo lo que te acabo de contar”.

Ceferino, verdaderamente abrumado, miró a su amigo y le pidió perdón por su vergonzosa actitud. ”Feliciano, reconozco que la política llega a embrutecerte. Hace que se generen en ti las peores tendencias y debilidades. En modo alguno quiero perder tu valiosa amistad. Gracias, mil gracias, por esta generosa oportunidad que tu buen corazón me ha proporcionado, precisamente cuando hay cientos de personas que “repelen” mi contacto”.

Aquella limpia mañana de otoño, dos amigos sexagenarios bajaron hermanados por el camino de la antigua Coracha, siguiendo el zigzag de las escaleras de múltiples escalones, hasta el Parque malacitano. “Hasta mañana, amigo”. Hasta mañana, hermano”. –

 

 



UNA HERMOSA LECCIÓN DE

GENEROSIDAD Y AMISTAD

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

23 septiembre 2022

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