viernes, 16 de septiembre de 2022

EL INOLVIDABLE VERANO DEL 62.

Hay determinadas experiencias que quedan marcadas, en los almacenes invisibles de nuestras memorias, de manera firme, indeleble y con una entrañable nostalgia. Son vivencias, insertas especialmente en la gozosa etapa de nuestra infancia o adolescencia, que en ocasiones rememoramos con ilusión y afecto al paso de los años. Siempre nos preguntamos el por qué unas imágenes quedan mejor fijadas que otras, además de porqué algunas experiencias nunca llegan a olvidarse, mientras que hay otras que, incluso mirando testimonios fotográficos, se nos aparecen difusas e inconcretas. Probablemente estos contrastados resultados estén en relación con el interés, la trascendencia o significación personal de nuestro protagonismo en los hechos. Centremos nuestra atención en una historia sencilla, familiar y cotidiana, que nos habla del feliz y trascendente tiempo de la infancia.

AXEL, 9 años, se había levantado muy diligente y temprano de la cama, aquella mañana de un caluroso 31 de julio, actitud que no solía mostrar en la mayoría de los días. Durante la cena de la noche anterior, su padre ELIAN le había confiado el “secreto” del lugar en el que pasarían las vacaciones, durante el mes de agosto. Le había hecho prometer que en el día siguiente tenía que ayudar a su madre IDORA a preparar las maletas, con el equipaje necesario para esos días vacacionales. El 1º de agosto iban a poner destino hacia tierras castellanas, con dirección a una pequeña, pero muy atractiva, localidad leonesa muy cercana a tierras asturianas, llamada Boca de Huérgano, en donde había alquilado una casita rural para ellos solos, en cuyo natural ambiente iban a permanecer los alegres miembros de esta sencilla unidad familiar durante unas tres semanas.

El diplomado en ciencias empresariales, Elian Pasiega, 39 años, trabajaba como asesor financiero en una importante gestoría administrativa, cercana a la urbe de la Gran Vía madrileña. La residencia familiar la tenían en el densificado municipio de Móstoles, a treinta minutos en coche desde la capital. El trajín laboral y urbano que acumulaba este eficiente empleado era agotador, durante la mayor parte del año. Por este motivo tomó la decisión, junto a su mujer Idora, de pasar las vacaciones veraniegas en pleno entorno natural, aprovechando la oportunidad que mantuvo con un cliente amigo que negociaba el alquiler de viviendas rurales, por lo que obtuvo un precio especial para esas tres semanas de agosto. A Idora le pareció ese proyecto vacacional muy sugerente, pues también ella aspiraba a compensar la contaminación y el estrés urbano de la capital del Estado, pasando ese período en un entorno paisajístico tan atractivo como el que su marido había negociado. Ella también trabajaba fuera del hogar, como representante a domicilio de una conocida empresa de productos estéticos, para mejorar el cuidado corporal.

Como el vehículo de la familia Pasiega Amiga no posee un gran maletero, le comentaron a su hijo que sólo podría llevar su mochila y una maleta infantil, por lo que tendría que seleccionar lo más importante entre los juguetes que fuera a utilizar durante las vacaciones leonesas. Así que Axel estuvo gran parte de la mañana elucubrando acerca de lo que iba a llevar en la “gran” mochila verde oscura que cada día le acompañaba al colegio público en el que estudia y en la maleta azulada que le regalaron en su cumple. En realidad, su ropa iba a ir en las maletas “grandotas” de papá y mamá, por lo que tenía algo de espacio para guardar sus “tesoros” que le iban a acompañar en esas anheladas vacaciones tan lejos de Madrid.

Así que eligió su tablet, los patines, el libro con historias de Mortadelo, su trompo de madera y cordel, y esos binoculares, regalo de los abuelos, con los que podía ver de cerca aquello que se encontraba muy lejos de sus ojos. Añadió la acuarela, para los dibujos, a los que era muy aficionado. Tampoco podía faltar la colección de los soldados e indios de goma, con los que se entretenía muchas tardes al volver de clase. Tras dudarlo, puso en la maleta ese querido balón de badana, desinflado para que no ocupara mucho sitio, con el que peloteaba en la plaza cercana a su domicilio, jugando al fútbol con sus amigos.  Así estuvo organizando, con simpáticas dudas y cambios, su impedimenta, durante toda la mañana y parte de la tarde.

El desplazamiento hacia la provincia de León supuso un viaje cansado y accidentado, pero sin gravedad. Se encontraron las típicas caravanas vacacionales del 1º de agosto; tuvieron una avería en el Citröen de Elian, que fue reparada en un taller de carretera; un autoestopista se puso algo pesado en una gasolinera y al final hubo que llevarlo hasta Valladolid, sin desviarse del camino hacia el destino leonés. Precisamente esa tarde noche descansaron en un hostal de la ciudad del Pisuerga, pues la velocidad que podía alcanzar el ya vetusto vehículo familiar no era muy elevada. También se encontraron con el vuelco de una camioneta de frutas, por reventón de un neumático. Al igual que otros conductores, pudieron coger algunas manzanas, que estaban repartidas por una extensa zona. (era el cargamento de la camioneta averiada). Axel se divirtió de lo lindo, recogiendo pequeñas manzanas en una bolsa, ante la mirada sonriente de Idora.

Ya al mediodía del día 2 llegaron a su destino, preguntando a unos agentes de la circulación la mejor dirección a tomar para llegar a la zona de Boca de Huergano, no lejos del Esla, el gran afluente del rio Duero. Quedaron maravillados cuando vieron la casita de campo, llamada La Cabaña, que iban a habitar durante gran parte de ese mes para las vacaciones. Elian llevaba las llaves que le había entregado su amigo en Madrid. La pintoresca vivienda estaba situada en medio de la naturaleza, junto a una gran zona boscosa. No lejos de esta pequeña casa, construida de madera y piedra, había pequeñas localidades a las que se llegaba sin gran dificultad. Por supuesto tenían previsto visitar la capital leonesa, para lo que tendrían que recorrer poco más de 100 kms, por unas carreteras no especialmente cómodas para la circulación, pero con el escenario impresionante que regalaba esa vertiente de la cordillera cantábrica, zona de Picos de Europa, con sus elevadas cumbres y vertientes cubiertas de un cromático y denso manto vegetal de intenso color verde (hayas y robles) para esa época del año.

Una vez que atravesaron el gran portón de madera, se encontraron con un acogedor salón en el que había una bien construida chimenea, con sus leños preparados para guisar o calentarse, la cocina, dotada de todo el instrumental y menaje necesario, un pequeño cuarto de aseo y junto a él una escalera, toda ella de madera oscurecida, que daba a los dos dormitorios superiores, separados por un cuarto de baño en donde habían instalado una modesta ducha, sanitario y lavabo. Como novedad curiosa, debajo de la cama del matrimonio y también bajo las dos pequeñas camas del segundo dormitorio, había sendos orinales, bacines o escupideras de loza blanca. 

La entrañable vivienda vacacional tenía un cierto olor “a viejo” a causa de llevar algo de tiempo sin alquilar, según le comentó a Elián su amigo. Era necesario realizar una intensa limpieza, a fin de favorecer su habitabilidad. Aquella noche de emociones, cenaron de los fiambres, pan y alguna que otra fruta que llevaban en una cesta de mimbre desde Madrid. Aunque habían dedicado casi una hora a ordenar un poco la casa, dejaron la limpieza para el día siguiente. Se fueron pronto a la cama, porque se sentían cansados del trajín viajero. Por fortuna, en los armarios del dormitorio encontraron varias mantas que colocaron bajo la colcha. A pesar de estar en el mes de agosto, el frío de la noche arreciaba en el exterior. Decidieron que, al día siguiente por la tarde/noche, encenderían los leños de la chimenea, pues desde el salón el calor se difundiría por toda la casa.

Axel apenas durmió aquella primera noche. Bien tapado, hasta las orejas, escuchaba ruidos extraños en las paredes que parecían crujir, además el viento percutía en los cristales empañados de la ventana. También percibía algunos agudos sonidos emitidos por los animales de que habría en la zona que, según su padre, podrían ser corzos, jabalíes, ciervos o incluso lobos, todo lo cual incrementaba su miedo, por lo que iba tapando cada vez más, dejando solo la parte superior de la cabeza fuera del cobertor de lana, la colcha y la sábana.

Estaba amaneciendo cuando el canto repetitivo de algún gallo madrugador despertó el inquieto duermevela de Axel. Cuando salió de su dormitorio, vio que sus padres ya estaban preparando el desayuno. Tras la frugal restauración (apenas le quedaba nada alimentario en la cesta de mimbre, Elian decidió ponerse manos a la obra, a fin de ir limpiando y ordenado todos los aposentos de la casa. Idora y su hijo salieron a la calle a fin de buscar alguna tienda, en donde poder comprar aquellos alimentos más perentorios para los primeros días. Le preguntaron a una señora mayor que paseaba lentamente con su bastón en la diestra. Tras observarles durante unos segundos, sonrió.

 “Deben ser Vds. los señores que han alquilado La Cabaña, la casa rural del Epifanio, ya que al quedarse viudo no se sentía muy bien, estando solo en aquel caserón, por lo que se ha ido a vivir a casa de su madre, en una localidad no muy alejada. Así saca una rentilla, para ir tirando, además de lo que obtiene de sus vacas. Su leche es la mejor de la zona y los quesos que lleva a la Cigüeña para vender, no los hay de buenos mejores en toda la comarca. Esa tienda está dos calles más arriba y la lleva la Sra. Marcela. Allí pueden encontrar casi de todo, para el almuerzo y la cena. A la paz de Dios y buen gusto en conocerla. Damiana, para servirla”.  

En el colmado de la Sra.  Marcela hicieron una buena y variada compra, para afrontar la alimentación de los primeros días vacacionales. La propietaria de este comercio, en el que había un poco de todo, le recomendó que el mejor pan de la zona se elaboraba en la tahona de Aniano, el panadero y pastelero más apreciado en la comarca. A la tahona recomendada se dirigió, después de dejar la compra realizada en casa, para elegir un gran pan redondo, con miga amarilla y gruesa corteza muy bien cocida. Allí entabló conversación con la mujer del panadero, Leonor, quien le animó a llevarse un paquete de rosquillas mantecadas que, recién sacadas del obrador, olían a gloria bendita. Mientras que Axel se distraía mirando los apetitosos dulces expuestos tras la urna de cristal, salió de la trastienda un niño de una edad similar a la suya, que se llamaba Izán, hijo único del matrimonio panadero. Los dos niños se miraron y sonrieron. Mientras sus madres respectivas hablaban, ellos comenzaron a intercambiar unas palabras.

 

“¿Vamos a ser buenos amigos?” le preguntó Izan a Axel. Éste respondió afirmativamente, moviendo su pequeña cabeza de arriba abajo. “Yo estoy con mis padres de vacaciones en una casona de madera y piedra, rodeada de muchos árboles y que no está muy lejos de tu tienda”. “¿Nos podemos ver esta tarde, en la plaza de la Iglesia? Así te voy enseñando algunas cosas interesantes del pueblo y los alrededores”. Así, de esta forma tan sencilla y sincera, estaba naciendo una gran amistad entre dos niños de nueve años, a los que el destino quiso acercar, en una zona de territorio peninsular atesorada de verde y saludable naturaleza.

 

Gracias a Izán el mundo urbano de Axel se fue transformando, abriéndose hacia otra forma de vida más en contacto con el medio natural. Llegaron para él otras nuevas, interesantes y felices experiencias que fueron enriqueciendo su tímida receptividad para las novedades y cambios vinculados a esa su edad de la preadolescencia. Los divertidos baños en el río, el ordeño de las vacas, en las mañanas, la recogida de los huevos en el corral, ese viaje agrario de verse montado en una trilla para el trigo, conocer la magia de cómo hacer un buen pan y adornar con estilo los dulces y pasteles en el obrador de Aniano en el que “todo era posible”. También, ayudar por las tardes a don Salviano, el venerable cura párroco de la zona, tirando de la cuerda para que sonaran las campanas de la iglesia llamando a misa, salir en grupo de chaveas por los caminos vecinales ¡siempre sin pasar del Puente de las Maravillas! Aprender a tirar con puntería del tirachinas, esa aventura de subirse a un árbol, para coger una fresca manzana que siempre regalaba a su madre. También disfrutaba mucho con la sesión de cine de los sábados y domingos por la tarde (la organizaba y era el maquinista proyector el cura don Salviano, que utilizaba para ello el salón parroquial, costando la entrada sólo 1 peseta, dinero recaudado para atender a las familias más necesitadas). Eran más las veces que el rollo de celuloide o la propia máquina de proyección se averiaban, con el jolgorio y risas propio de la chiquillería asistente. Una plástica experiencia, que impactó con fuerza en la mente del niño madrileño, fue cuando invitaron a sus padres a participar en una matanza organizada por una chacinería, en la que estuvo junto a su amigo Izán, ya curtido en estas cruentas, pero necesarias actividades, en pro de la alimentación de los humanos.

En realidad, antes de aquellas semanas leonesas, Axel era un niño un tanto tímido y sin grandes iniciativas, viviendo como en una cápsula protectora familiar. Pero la amistad con el hijo del confitero y panadero le supuso la experiencia más educativa y vital que un crío de 9 años necesitaba para avanzar en su desarrollo hacia esa adolescencia que llegaba sin pausas a su existencia. El propio hecho de compartir entre ambos sus secretos, las habilidades y los juguetes, le fue socializando en su apertura hacia un mundo diferente y complementario al intensamente urbano que él conocía en su residencia madrileña. Fueron tres semanas inolvidables e intensamente educativas, que ya nunca podría borrar de su infantil memoria. Y se iba acercando el día de la despedida vacacional.

Día a día, hora tras hora, el calendario siguió cubriendo su innegociable recorrido. Esas tres semanas de vacaciones se habían quedado demasiado cortas, para la ilusión de un niño que estaba despertando gozosamente a la vida. Izan y Axel decidieron pasar la noche previa a la partida del segundo en el campanario de la iglesia, con la benevolencia y comprensión de don Salviano que se hacía cargo de la ruptura que esos pequeños tan amigos iban a tener que afrontar. Tanto Idora como Leonor, sus madres, les prepararon un picnic suculento para la cena, en un escenario de viejas y grandes campanas enmudecidas, respetando los silencios de una noche estrellada en Castilla. Tras la original y escénica cena, los dos niños a ratos hablaban y a ratos callaban. Mezclaban sus risas, con la tristeza del adiós, aunque disimulaban con “fortaleza” esas traviesas lágrimas que siempre buscan su sentimental protagonismo. Allí arriba, en el inmaculado habitáculo de las cigüeñas campaneras, permanecieron hasta más tarde de las doce, bajo ese manto lustrado por las estrellas fugaces y la sonrisa generosa de la brillante luna agosteña.

En la mañana de un lunes, 22, Leonor y su hijo Izán acudieron a La Cabaña, la ruda y bella al tiempo casita rural que había acogido a la familia Pasiega-Amiga durante tres semanas. Querían despedir a esa entrañable familia madrileña, que tan buen sabor de boca había dejado entre los habitantes de Boca de Huérgano. Aniano tenía que atender el trabajo.  del obrador, pero había preparado una gran caja de mantecadas como regalo, en cuya tapa había hecho dibujar la palabra VOLVER. Aquí tenéis vuestra casa y nuestra amistad. Axel e Izán se fundieron en un cálido abrazo, con la promesa de estar otra vez juntos lo antes posible. El Citröen de Elian está vez respondió sin mácula técnica, alejándose a través de la calle Mayor que terminaba en la Plaza de la Iglesia. Axel miraba a través del empolvado cristal trasero del vehículo, observando como su amigo le decía adiós con esa mano limpia, pura y solidaria, que sustenta la amistad y afecto entre los humanos de cualquier edad.

Aquel verano del 62 quedó indeleblemente marcado en la memoria de Axel. Pero también es ley caprichosa en los comportamientos humanos que las cartas `prometidas, los reencuentros previstos y la vuelta a las recias tierras leonesas no se pudieron consumar, por diferentes motivos. Así pasaros los meses. Y así transcurrieron los años.

Mucho tiempo después, cuando se acercaba el verano del 88, Axel Pasiega, doctor en medicina, casado con Arancha y padre de una niña llamada Makia, tomó la decisión de proponer a su mujer pasar unos días de vacaciones en la Castilla cantábrica, reencontrándose con esa naturaleza boscosa que nunca había olvidado. Reservaron un apartamento en el Hostal El Gamo, ubicado en el entorno rural de Boca de Huérgano, complejo turístico de reciente construcción. En realidad, deseaba recuperar, en lo posible, aquellas antiguas vivencias infantiles, protagonizadas hacía 26 años y que tanto le habían marcado en su evolución personal.

Ya instalados, en un nuevo agosto para la memoria, se dirigió en primer lugar a la iglesia, aquella en la ayudaba a tocar las campanas tirando como podía de una larga y fuerte “maroma”. Pero en ella ya no estaba el bueno de don Salviano. También preguntó en los bares del pueblo, pero sin mayor suerte para la información. Recordaba la ubicación de la tahona pastelera y panadera de Aniano, pero allí se encontraba ahora instalada una sucursal Burger de comida rápida. Sin dificultad localizó la ubicación de la casita rural, La Cabaña. En su lugar habían edificado una residencia para las personas de la tercera edad, manteniendo el mismo nombre. Se dirigió finalmente a la alcaldía, inquiriendo información acerca de la familia de Aniano, Leonor e Izán. Después de algunas gestiones, en el padrón de la villa, un abuelo que dormitaba en la vieja y pétrea plaza recordaba que la familia del pastelero Aniano había emigrado a tierras catalanas, hacía “muchos años”, en donde tenían algún pariente lejano, que les había buscado acomodo para un cambio de vida, pensando en el futuro de su hijo que quería estudiar ingeniería en una ciudad importante.

Permanecieron en el hostal durante diez días. Asuntos pendientes en su hospital y la triste convicción de que por él y por aquellas tierras habían pasado casi tres décadas, influyeron en la decisión de la vuelta a Madrid. En la mañana del regreso, detuvo durante unos minutos su vehículo Peugeot cuando pasaba por la plaza de la Iglesia y volviéndose hacia atrás miraba el mismo lugar, en el que hacía veintiséis años Leonor y su amigo Izán les decían adiós, disimulando su serena tristeza con una forzada sonrisa. Su hija Makia lo observaba divertida, preguntándole “¿Papi, estás buscando a alguien?  La respuesta de Axel fue una sonrisa con ausencia de palabras. Hubiera querido decirle “Sí hija, busco un pasado imposible ya de recuperar”. -                  

 

EL INOLVIDABLE

VERANO DEL 62

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

16 septiembre 2022

                                                                                Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

                 Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario