viernes, 4 de diciembre de 2020

VILLA CÁNDIDA


Cuando paseamos a través del laberinto urbano en las grandes ciudades, solemos encontrarnos con una imagen constructiva que estimula nuestra reflexiva imaginación. Dicha estampa no es otra que la de una antigua y pequeña casita, que permanece anclada y como “prisionera”, entre dos o más enormes y elevados edificios. Estos últimos ofrecen un aspecto exterior de novísima construcción, tanto en sus materiales como en la disposición de sus atrevidas estructuras. Por el contrario, la pequeña vivienda, con su antigua cubierta a tejas y los paramentos encalados y anticuados, es un mudo testigo de otra época ya casi olvidada en el nebuloso recuerdo de la memoria.

La casita de una única planta baja y con un más o menos empinado tejado, ha resistido al empuje modernista y constructivo de la modernidad, sin que sus propietarios (a veces, varias generaciones familiares) hayan cedido a la tentación del dinero, ni a las presiones empresariales, para ceder ese solar a sus ambiciones urbanísticas. Las motivaciones de este rechazo para aceptar la venta, una y otra vez reiterada, no podemos conocerlas, aunque pronto viene a nuestra mente esas razones sentimentales, generacionales o incluso estratégicas, por no querer abandonar un lugar en el que han nacido y vivido hijos, padres y abuelos, durante muchas estaciones en la evolución de los tiempos. Vayamos pues, a partir de esta introducción, al desarrollo de nuestra historia.

El personaje central del relato es un hábil y convincente vendedor de pisos y alquileres, llamado Hércules Transblanca, quien lleva trabajando en la agencia inmobiliaria HOUSELAND más de ocho años, avalado en sus inicios por una diplomatura en Empresariales y poseer el carnet de agente comercial colegiado. Se trata de un profesional imaginativo y voluntarioso, que sabe adaptarse a las necesidades y gustos de la clientela que acude en demanda de una vivienda. Sus éxitos profesionales le hacen tener una excelente imagen ante los propietarios de la empresa, pues su perfil es el de un vendedor “líder” que casi todo lo puede. Ciertamente su sueldo base es más bien bajo pero, las comisiones que recibe por los contratos de alquiler y venta que consigue, hace que se incremente sus emolumentos, a fin de poder mantener a una familia de cuatro miembros: él y su mujer Herminia, más dos niños pequeños, Claudio y Marco, de cuatro y dos años respectivamente.

Algunos de sus gestos y logros son famosos y recordados entre sus compañeros de trabajo. En cierta ocasión, una profesora que venía destinada para formar parte del claustro educativo de un Instituto de Enseñanza  Media en Málaga, necesitaba alquilar una vivienda amueblada, no lejos de su nuevo centro de trabajo. Hércules le ofreció un apartamento antiguo, pero renovado, situado en la Plaza de Montaño, a pocos metros del Instituto Vicente Espinel, centro en donde iba a trabajar la profesional docente durante un curso completo. Todo le parecía bien a la joven ciudadrealeña en la vivienda, hasta que entró en el dormitorio de la misma que había sido pintado con un intenso color amarillo por sus antiguos inquilinos. La profesora castellana era un tanto supersticiosa y manifestó claramente que no le apetecía dormir en un cuarto que ofrecía esa incómoda tonalidad para su gusto. El inteligente vendedor le respondió que no tenía por qué preocuparse. Que tras el fin de semana, volviera al apartamento que le ofertaba y vería que el problema había quedado resuelto. Ese mismo viernes habló con sus jefes, quienes le facilitaron una módica cantidad, a fin de poder comprar una lata de cinco kilos  de pintura celeste clara, color por el que la joven había mostrado sus preferencias. El mismo Hércules, enfundado en un chándal deportivo, dedico la mañana y tarde del sábado a pinta ese cuarto y parte del saloncito, con el color de la pintura que había adquirido. En la mañana del lunes la profesora Gema, que venía con todo su equipaje desde Alcázar de San Juan, quedó maravillada con el rápido cambio cromático que había adquirido la mayor parte de la vivienda durante el fin de semana, firmando el contrato de inmediato. 

Pero en esa su brillante trayectoria comercial se topó con un hueso duro de roer. La inmobiliaria había comprado, a un precio de auténtica ganga, una pequeña casita mata que los herederos de una señora muy mayor, recientemente fallecida, habían decidido vender, a fin repartirse entre ellos la cantidad recibida. La propietaria de esa vivienda la había habitado desde su nacimiento, hasta los 96 años en que dejó de existir, resistiéndose una y otra vez a las ofertas que recibió en vida por esas cuatro paredes que habían pertenecido también a sus padres y abuelos.

La casita de una única planta baja, cuyo frontal daba a la calle, tenía por nombre VILLA CÁNDIDA, rótulo escrito en una cerámica inserta junto a la puerta de entrada y que aludía al nombre de la propietaria. La antigua vivienda se hallaba, desde hacía dieciséis años, anclada o aprisionada entre dos grandes y elevados (12 plantas) bloques de viviendas y locales comerciales, en plena zona del noroeste urbano, en el antiguo camino de Antequera. Los promotores de estos dos “rascacielos” (Antequera 1 y Antequera 2) habían tratado de persuadir, antes de construirlos, a la anciana señora y a los herederos de la misma (hijo e hija) para que accedieran a negociar la venta de esa vivienda, con lo que podrían aumentar el espacio útil para los dos edificios que pensaban construir en esos dos amplios solares que rodeaban Villa Cándida.  Aunque los hijos se mostraban abiertos a la transacción comercial, Cándida se negó una y otra vez a perder sus raíces y recuerdos. Los promotores financieros lo intentaron con tesón repetitivo, pero sus esfuerzos se toparon con la legítima cerrazón de una propietaria que no quería vender la casa que le cobijaba.

Un vez fallecida la longeva señora, sus hijos no perdieron tiempo en vender la vivienda. Obtuvieron por la misma 90.000 euros, pues la pequeña edificación se encontraba en estado pre-ruinoso. A partir de ese momento la inmobiliaria Houseland, entidad compradora, rehabilitó la muy deteriorada construcción. Dado que la superficie del solar era bastante pequeña, a pesar del trocito de patio/jardín trasero, no se podía levantar un bloque en aquel “tubo espacial” encerrado entre las dos moles edificadas que tenía a sus lados: no había sitio para escaleras, ascensor y otros espacios comunes. Pensaban hacer de la vivienda un tipo de acomodado apartamento amueblado, manteniendo ese pequeño jardín/patio y alquilarlo a buen precio. El inmueble estaba situado en una zona bien comunicada con el resto de la ciudad, a través de la gran arteria del Camino de Antequera, entre el Puerto de la Torre y el cauce seco del Guadalmedina.

En un principio no fue Hércules el encargado de gestionar la operación de alquiler o posible venta, pues el dinámico gestor estaba inmerso en otras operaciones. Se ofertó el remozado y coqueto chalet/apartamento a un precio de 1.500 € mensuales, coste del alquiler, que se tuvo que ir reduciendo, en tramos de cien euros al paso de las semanas y meses, pues la propiedad no tenía una fácil salida. Incluso llegó a ofertase en 800 euros, que era una cifra bastante razonable, pero los posibles inquilinos iban a verla y ninguno terminaba por decidirse. Entonces la inmobiliaria cambió de estrategia. Se centraron todos los esfuerzos publicitarios en la operación venta de la finca. Salió al mercado por 225.000 euros, cifra que naturalmente tuvo que ir rebajándose por semanas (al igual que había pasado con su posible alquiler) hasta alcanzar la cifra de 150.000 €, menos del doble de lo que había costado, aunque habría que anotar o restar el coste de las importantes reparaciones efectuadas en la misma, además del nuevo mobiliario instalado en la vivienda. Había algo, no concretado, que disuadía a los clientes arrendatarios o compradores, una vez que se acercaban a la zona para visitarla. Entonces los jefes de la inmobiliaria recurrieron en su vendedor “líder” a fin de que investigara el porqué de esa respuesta negativa que la entidad encontraba en el mercado.

Por supuesto que Hércules se había ofrecido a intervenir en la investigación, para la que estaba dispuesto en aplicar sus imaginativos y espectaculares esfuerzos. Ese mismo fin de semana, un soleado sábado por la mañana se fue por la zona, a fin de recorrer y visitar bares, cafeterías y comercios e incluso un hogar de jubilados que estaba a unos 150 m de Villa Cándida. El objetivo era tratar de intimar con unos y otros convecinos, haciéndose pasar por un gestor o interventor de la banca que, habiendo sido destinado a una sucursal financiera del Puerto de la Torre, ubicada a 1,5 km de la zona, deseaba encontrar un buen alquiler o incluso venta de un inmueble, que le permitiera desplazarse a su centro de trabajo dando un simple y confortable paseo diario. Preguntaba y preguntaba a unos y otros convecinos pero éstos, cuando se refería a la casita entre bloques, trataban de cambiar de conversación, indicándole otras posibilidades de viviendas vacías. Hércules se preguntaba el por qué de esta actitud, cuando centraba su interés en villa Cándida. 

Tuvo la suerte (que hay que saber buscarla) al entrar en una cafetería y observar a un hombre mayor, sentado en una mesa esquinera junto a una de las ventanas a la calle. Este hombre mayor, en vez de mirar hacia el exterior a través de los cristales, centraba su atención en las losetas del suelo, un tanto lleno de papeles y restos alimentos, por el descuido e incivismo de los consumidores. El gestor inmobiliario tomó su taza y dirigiéndose con valentía hacia esa mesa pidió permiso a su usuario por si podía compartir el café en su compañía, a lo que el educado anciano agradeció afirmativamente con un gesto de complacencia. Su interlocutor era Tarsicio, un policía nacional jubilado, con muchos años y aventuras en su memoria, que vivía el trauma de esa soledad mezclada de inutilidad en la que se veía sumido. A lo largo de la charla, el antiguo servidor público le dio a Hércules la clave de lo que estaba buscando.

“Amigo, yo he vivido aquí desde siempre y ya mis padres me explicaban que esa casa, Villa Cándida, por la que me pregunta, estaba embrujada. Esa mujer, que se quedó viuda siendo muy joven, era una hábil echadora de cartas, a través de las cuales “averiguaba” en porvenir de los incautos que caían en sus manos, aunque también fabricaba y vendía un misterioso ungüento y jarabe que según ella sanaba los males del cuerpo y el mal de amores. Pero lo peor no eran esas prácticas, sino que se comentaba que ahí se hacían reuniones de brujas y aquelarres, con sus maldiciones, conjuros, sesiones espiritistas, amuletos y mal de ojos. Esas leyendas que circulan para la imaginación, vienen a decir que “la vieja” se aparece por las noches, para espantar a los que estén en la vivienda, pues no quiere que nadie vida allí y descubran sus secretos y malas artes”.

Ante todas estas habladurías y supercherías que, por lo escuchado, circulaban por la zona, Hércules decidió hablar con sus superiores, a fin de que le autorizasen a pasar unos días en la misteriosa vivienda, para comprobar in situ si entre sus paredes ocurría algo anormal y adoptar, en consecuencia, las medidas oportunas. La dirección autorizó al subordinado empleado, por lo que éste aprovechó el siguiente fin de semana, yéndose solo a pasar el “finde” en Villa Cándida. No quería implicar a su mujer Herminia y a los niños en esta alocada, valiente e incierta experiencia. Llevó consigo una pequeña maleta con el neceser, alguna muda y su ordenador portátil, además de un disco duro externo “cargado” de películas, para distraerse por las tardes y las noches. Realizaba sus comidas en un restaurante cercano, en donde para su fortuna ofrecían menús muy suculentos de guisos y postres familiares.

Comenzó su vivencia un viernes noche y así pensaba estar hasta la mañana del lunes, día que le habían dejado libre en la agencia, para compensar ese sábado y domingo que iba a pasar en la extraña vivienda. Esa noche estuvo repasando todos los rincones de la casa y, tras juguetear un rato con las aplicaciones de su ordenador, decidió irse a la cama utilizando para ello uno de los dos dormitorios disponibles que habían habilitado los decoradores en villa Cándida. Todo parecía normal, por lo que pronto pudo conciliar el sueño. Pero algo le despertó a media noche. Con los ojos entreabiertos comprobó que eran las 3:35 de la madrugada. Para su sorpresa, vio que había luz en el salón. Estaba completamente seguro de haber apagado los interruptores de esa habitación. Se incorporó de la cama y efectivamente todas las luces del salón estaban encendidas. Hizo una pequeña revisión de los pulsadores, sin percibir nada anormal en los mismos. Incluso revisó el cuadro eléctrico de la entrada o relé y ninguno de ellos se había “levantado” de su correcta posición. Por lo tanto apagó las luces, volviendo a la cama en donde pronto recuperó el sueño.

En la jornada del sábado todo fue normal, en esa “reclusión” voluntaria que se había impuesto en su investigación. Para vencer el aburrimiento, telefoneó varias veces a Hermi y echó un buen rato hablando con los niños. Realizó sus comidas en el agradable restaurante La Buena Alacena, vio hasta tres películas , bien almacenadas en su videoteca y recibió una llamada de don Evelio, propietario fundador de la inmobiliaria, quien se interesó por si se encontraba bien y si necesitaba algo en especial. Le comentó a su jefe el tema de las luces de la noche pasada, pero ambos decidieron no darle más importancia al curioso e inesperado hecho. Ya por la noche volvió a la cama, a eso de las doce, no sin antes darse una reconfortante ducha bien caliente.

Concilió rápidamente el sueño. A mediados de la madrugada, como en la noche anterior, de nuevo se despertó sobresaltado. Escuchaba como una lluvia, que se hacía más intensa por momentos. Buscó, de inmediato el origen del sonido hídrico. Procedía del cuarto de baño (curiosamente no del que había utilizado, pues había dos en la vivienda). Abrió la puerta y vio , con honda preocupación, que la ducha estaba completamente abierta, cayendo de la misma una intensa “lluvia” de agua. La dejó bien cerrada, pues la llave estaba completamente abierta. Volvió a la cama, en donde estuvo un buen rato escribiendo la anormalidad en su ordenador, a fin de que no se perdiera detalle alguno. De pronto volvió a escuchar sonido hídrico. Saltó “literalmente” de la cama, volviendo al cuarto de baño. En esta ocasión no era el cuadro de ducha, sino el lavabo, cuyos dos grifos estaban también completamente abiertos. Cerró “lleno de miedo” ambos grifos y ya bastante “escamado” continuó redactando el informe, detallando esos sucesos tan anormales. No pudo volver a conciliar el sueño hasta aproximadamente las cinco de la madrugada.

Y llegó el domingo, el tercer y último día en que el cada vez más preocupado hércules iba a permanecer “recluido” en Villa Cándida. A lo largo de la mañana, tarde y noche, todo transcurrió con normalidad. Estuvo revisando la instalación eléctrica, los grifos, los cuartos de baños, no apreciando nada anormal, a simple vista. Recibió una nueva llamada de Evelio, a quien comentó los “sucesos” de la anterior madrugada. Tras escucharle, el jefe le pidió tranquilidad y que anotara todos los detalles, por nimios que le pareciesen, en el informe que estaba redactando. Contactó  en varias ocasiones con Hermi y los niños, evitando hacer algún comentario que pudiera inquietarles. Solamente abandonó la vivienda para hacer el desayuno y las comidas en la Alacena, en donde ya era conocido por su puntualidad y amabilidad, además de por pedir casi siempre un plato caliente (sopas, pescado, estofado…) y ese postre de fruta, a la que nunca renunciaba.

A la vuelta de la cena retrasó su marcha a la cama, dada la experiencia de las dos noches anteriores. Tenía un resquemor detrás de la oreja (como se suele decir). Pero ya a las dos de la madrugada, se encontraba bastante cansado de ordenador y cine, por lo que decidió irse al cuarto a echar unas horas de sueño. Cayó dormido prácticamente de inmediato. Pero dicen los refranes y dichos populares que “no hay dos sin tres”. Para asombro del dinámico comercial, hubo, efectivamente, una tercera vez. De nuevo el despertar sobresaltado, a eso de las cuatro menos veinte, en la “inmensidad” de la noche. Escuchó algún ruido y vio cierta luminosidad que procedía del salón. Cuando llegó a esa parte de la casita, nuevo asombro para su paciencia y autocontrol. Su portátil estaba completamente encendido, a toda luz y sonaba la música de la última película que acaba de ver antes de irse a dormir: Con la muerte en los talones, el célebre clásico del maestro Alfred Hitchcock. La película estaba “corriendo” por la pantalla. Hercules estaba seguro de haberlo apagado, al finalizar el desarrollo del film. La anormalidad era manifiesta y sorprendente. Con profundo desaliento reflexionaba acerca de que cada noche algo ocurría. Estos hechos demostraban que una mano extraña inestabilizaba y asustaba a todos aquellos que se atrevían a pasar la noche dentro de la misteriosa Villa Cándida, como bien le había insinuado el veterano policía jubilado Tarsicio.

El lunes, a eso de las diez ya se encontraba en su domicilio, para regocijo de Hermi. Los niños estaban en sus colegio y guardería, respectivamente. Tras desayunar, se sentó delante de su mesa de trabajo para terminar de redactar y corregir el informe que iba a presentar a Houseland , con todo los detalles posibles que recordaba, acerca de su experiencia durante esos tres día en la casita del Camino de Antequera. Por la tarde se pasó por las oficinas de la sede central de la inmobiliaria, llevando en su cartera el dossier informativo  que entregó sin mayor dilación a Evelio Biempica. El propietario jefe de la empresa le agradeció su esfuerzo, dándole a entender que recibiría una compensación por su esfuerzo desinteresado en el asunto durante ese fin de semana.

Unos días después, la inmobiliaria encargó a una empresa multiservicios que repasara toda la instalación eléctrica, fontanería, cerraduras, rejas en las ventanas y el tejado de Villa Cándida, con material sofisticado de seguridad. Pero los operarios de esta empresa auxiliar no hallaron nada extraño o anormal en la vivienda. Llegados a este punto de la situación y tras un consejo general del propietario y directivos de Houseland, se adoptó la decisión de deshacerse de esta propiedad, rebajando notablemente el precio que tenía de cara al mercado inmobiliario. Se consideraba el asunto como una operación fallida y se quería evitar más problemas y quebraderos de cabeza con la dichosa vivienda. El precio inicial de venta de 125.000 se fue reduciendo, hasta que apareció un comprador, Delirio Fonseca, comerciante de productos exotéricos, que puso sobre la mesa la cantidad de 90.000 euros. La inmobiliaria aceptó de inmediato la oferta de compra, pues habían decidido como prioridad deshacerse de esta vivienda, quizás embrujada, que le había dado más quebraderos de cabeza que réditos económicos. Este misterioso comerciante tenía ya una tienda instalada en Córdoba, para la venta de material esotérico: Tarot, rituales, hechizos, velas, perfumes, ungüentos, libros, cartas, magia, polvos, aceites, hierbas, bisutería, collares, pulseras, colgantes, tinturas, tatuajes, amuletos, inciensos, videncia,  talismanes, brujería, budismo, Reiki, aromaterapia, masajes, lámparas, figuras de hechizod, etc. La nueva tienda, al igual que la de Córdoba, iba a llevar el nombre de EL PÉNDULO.

Aquí podría finalizar esta curiosa y extraña historia, pero no sin antes hacer alusión a una mensaje telefónico, que llegó al teléfono de Hércules, con el siguiente contenido que puede aclarar el verdadero trasfondo de este relato:

“Hola, han pasado ya dos meses desde la compra/venta de la operación Tarot. Según acordamos, hemos ingresado en la cuenta corriente que nos indicó la gratificación correspondiente. Mantendremos la habitual y total discreción”.

Efectivamente esa cuenta corriente, abierta en una entidad financiera on-line, había tenido un ingreso reciente de 10.000 €. La transferencia de la operación tenía una procedencia anónima.-

 

VILLA CÁNDIDA

 


José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

04 DICIEMBRE 2020

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/


 

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