viernes, 20 de septiembre de 2019

UN INVITADO INESPERADO EN LA COMPOSICIÓN FOCAL.

Son muchas las personas que tienen el estupendo hábito de llevar, casi siempre consigo,  una pequeña cámara de fotos de las denominadas “compactas”. Para aquellos a quienes mucho gusta la fotografía ese acompañamiento está más que justificado. La oportunidad de poder tomar una buena instantánea, en los momentos más insospechados, justifica el no tener que ir siempre cargado con los abundantes gramos de peso que tienen las voluminosas cámaras réflex. Ciertamente las cámaras incorporadas a los teléfonos móviles hacen muy buenas tomas. Extraordinarias fotografías, gracias a los sofisticados programas digitales que llevan incorporados. Sin embargo, una cámara compacta o réflex es siempre una opción preferida (sobre los móviles y sus cámaras adjuntas) para quienes buscan la creatividad personal en el ámbito de la imagen.  

A nadie se le oculta la grata realidad del avance “infinito” que ha supuesto la fotografía digital. Además del número “infinito” de tomas que puedes hacer  (¿cuántas fotos pueden caber en una memoria de 10 gigas, por ejemplo? comparándolos con las posibilidades de los rollos de película tradicionales, que sólo permitían 12, 24 y 36 fotos) la nueva revolución digital hace posible que con una pequeña compacta y con la ayuda posterior del ordenador puedas conseguir unas composiciones de gran calidad, prácticamente similar a la de una cámara profesional. 

Se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que a la mayoría de las personas les gusta tomar y conservar fotos. Principalmente, por los numerosos recuerdos que estos documentos gráficos permiten atesorar en nuestra mente. Hay verdaderos “artistas” que elaborar magistrales composiciones fotográficas con diestra creatividad. Son celebridades en el mundo de la imagen, que muestras sus obras en aclamadas exposiciones y participan en concursos, con el subsiguiente reconocimiento en menciones y premios. Sin embargo el común de la ciudadanía gusta ir conservando y guardando las tomas que realizan en los archivos de sus ordenadores, a fin de poderlas disfrutar o usar para fines diversos (personales, afectivos, literarios, publicitarios, empresariales, ornamentales, etc). El atractivo mundo de la fotografía cada vez tiene, de manera afortunada, más adeptos y entusiastas seguidores.

La historia que se narra a continuación sueñe ocurrir con más frecuencia de lo que a priori puede pensarse. El Dr. en Medicina, Gumersindo Parol Manzano, cirujano oftalmólogo, tras 45 años de ejercicio activo en la profesión, alcanzó su merecida jubilación al cumplir los 70 años de edad. Paralelamente a su reconocida profesionalidad médica, sigue practicando su gran pasión o afición artística: el mundo de la fotografía. En su vetusta, pero señorial, casa residencial, ubicada en una zona del este malacitano muy próxima a la bahía, posee un verdadero museo de marcas de cámaras fotográficas, pertenecientes a épocas muy diversas del calendario. Con este apreciado y valioso material, Gumer (para los familiares  y amigos) ha fotografiado o “inmortalizado” (e incluso posteriormente ha revelado en su pequeño laboratorio –cuando utilizaba los rollos de celuloide como base para la toma de imágenes) a miles de personas y paisajes, lugares y rincones, monumentos y sensaciones, tomados no solo en la ciudad donde nació y reside, sino en innumerables espacios geográficos que ha ido visitando a lo largo de su ejemplar y dilatada existencia.

A este buen aficionado a la fotografía es frecuente verlo hoy pasear por los más insólitos parajes de la ciudad, recorridos que realiza tanto por las mañanas como por las tardes, siempre provisto de una muy querida, ligera y funcional cámara compacta que celosamente transporta en el bolsillo de su chaqueta, abrigo o bolsa de piel (la pesadez de las réflex ya no las soporta). Con ella va tomando significativas y curiosas imágenes que reflejan el encanto, la belleza y el arte de la composición, junto a los mensajes que subliminal o explícitamente “hablan” y transmiten esa información aclaratoria o complementaria al grafismo de las formas.

Las más de las veces, suele ir acompañado en sus paseos fotográficos por su amigo y compañero de profesión, Anselmo de la Colina y Ruices, médico pediatra, también hoy jubilado. Ambos “galenos” se conocen desde “tiempos inmemoriales”, según reconocen y manifiestan con gracia, pues además de los claustros universitarios, ya gozaban con los juegos y las pandillas juveniles, en tiempos añorados de la adolescencia. La crudeza del destino ha decidido que en estos gozosos años de su “pase a la reserva” ambos septuagenarios coincidan igualmente en la muy dura experiencia del paso a la viudedad, difícil situación que los dos amigos sobrellevan y asumen con admirable y ejemplar entereza e inteligente voluntad. 
  
El veterano Gumer ha tenido que luchar, con esforzada tenacidad, a fin de dominar o “defenderse” en lo posible por el mundo complicado de la informática, tanto para el ejercicio profesional en la gestión médica,  como para su aplicación al mundo de la fotografía y sus imágenes digitales, tomas que con frecuencia hay que retocar y en lo posible mejorar. Con tenacidad, pero sin olvidar esos simpáticos refunfuños que le caracterizan, suele irse a la cama ya en la madrugada, pues cada noche dedica alguna hora, o incluso algo de más tiempo, para organizar y trabajar sobre las tomas de imágenes que ha ido realizado durante la jornada. Sobre todo está inmerso en la ímproba labor de ir pasando las miles de fotos impresas en papel fotográfico, que acumula en sus bien organizados álbumes (muchas de ellas con décadas de antigüedad y soportando ese amarillento y pérdida de tonalidad cromática que nos indica su evidente lejanía en el tiempo) a formatos y archivos digitales, buescando su mejor tratamiento y conservación.

En esta tarde del sábado, los dos amigos han decidido subir nuevamente, con lentitud y haciendo numerosos descansos, al entorno del Parador de Gibralfaro y esos paisajes con historia del Castillo que domina “militarmente” la ciudad. Es un grato pero “duro” ejercicio físico que periódicamente realizan, pues quieren mantener un buen tono físico para ese peso que, con los descuidos culinarios, se va acumulando en sus organismos. Desde algunos de los miradores que jalonan el amplio y versátil espacio orográfico, Gumersindo ha estado tomando fotos de ese romántico atardecer que ofrece Málaga. Destaca en sus tomas el revitalizado cromatismo popular del puerto marítimo, los bellos jardines del Parque, sin olvidar los amplios espacio urbanos que dibujan una planimetría de singular belleza que ofrece el poliedro geométrico de viviendas, con sus singulares tejados y terrazas, formando las calles, las plazas y las principales arterias viarias. Aquella noche, después de cenar, el oftalmólogo jubilado lo vemos convertido en un avezado fotógrafo digital, repasando el material acumulado durante una fructífera jornada de paseo, conversación, fotos y ese aperitivo vespertino que ayuda a compensar el saludable esfuerzo llevado a cabo (la bajada de la colina de Gibralfaro decidieron hacerla viajando en el bus municipal nº 35).

En muchas de las tomas, Gumer comprueba que se han ido “colando” algunas personas, hecho inevitable a causa de que era un día en la que muchos malagueños y visitantes suben e ese paraje o colina privilegiada para tener las posiblemente mejores vista de la ciudad. Le llama la atención que en una de las fotos, junto a otras personas situadas en un lateral de la composición, hay un  hombre mayor, probablemente con una edad similar a la suya y a la de Anselmo. Ese ciudadano soporta una avanzada calvice. Lo curioso del personaje es que está mirando con fijeza a la cámara (lógicamente, al fotógrafo que realiza las tomas) mostrando una puntual e intensa mirada de “pocos amigos”, casi se diría que aplica a su mímica facial un manifiesto enfado o rencor enconado.

¿Le habrá molestado haber sido fotografiado, al estar dentro del plano de composición focal? En realizad, Gumersindo, con la experiencia que atesora, trata de evitar hacer tomas directamente de frente y por supuesto en la que aparezcan niños o personas que deben mantener su privacidad o ese derecho a la imagen tan en boga en los tiempos actuales. Ese señor que parecía tan enfadado se hallaba situado junto a una señora que debía ser su mujer y que no prestaba demasiada atención al objetivo del fotógrafo. Separó dicha toma de las demás pues había algo en ella que le preocupaba, aunque no sabía concretar el porqué ¿Quién sería ese hombre de tan agria mirada?

Dándole vueltas al curioso asunto y, aunque eran más de las doce de la noche, conociendo el consolidado insomnio que también padecía su íntimo Anselmo, le envió por correo electrónico esa foto concreta (de la que hizo un buen recorte) pensando que igual su amigo podría sacarle de dudas. Le escribía un corto párrafo diciéndole “¿Conoces a ese señor que me regala tan enfadada y poco amistosa mirada? La verdad es que su cara me dice algo pero no sabría decir qué”. Para su sorpresa, no recibió respuesta al mensaje, sino que a los pocos minutos sonó su teléfono móvil. Al otro lado de la línea estaba Anselmo “Colino” como en broma a veces le denominaba. El contenido de la respuesta, verdaderamente inesperada, inestabilizó su noche y su estado de ánimo.

“Dudé si te habrías dado cuenta en ese momento, pero no te quise decir nada para evitar incomodarte porque conozco bastante del trasfondo de una lejana historia que os vincula. Aunque se encuentra muy cambiado físicamente, allí en el mirador estaba, posiblemente junto a su mujer, nuestro antiguo compañero de facultad, Efrén Docampo Villamedina. Ahora soy consciente que no lo has reconocido, pero él sí lo hizo con respecto a tu persona. Han pasado mucho años, prácticamente medio siglo. Pero ya sabes que la memoria es una de mis facultades que bien conservo, dentro de este cuerpo inevitablemente vapuleado. Tengo ahora en mi retina una tensa y complicada historia que os enemistó, pues erais muy afectos y de la que yo fui un privilegiado espectador. Seguro que ya tu memoria se va refrescando, amigo Gumer. Prefiero no seguir, pues sé que es un tema que a pesar del tiempo transcurrido no te agradará desde luego comentar”.

Gumersindo le dio las gracias a su amigo, deseándole un feliz descanso. Fue a la cocina y se preparó una infusión relajante, sentándose a continuación en su butaca preferida, tras la cristalera de la terraza, desde la que se veía un sosegado cielo azulado, iluminado delicadamente por la luz de la luna. Sin mayor dificultad afloró en su mente un complicado episodio que le trasladó con presteza a otra etapa, muy lejana, de su vida.

Recordaba a Efrén como un apuesto compañero de clase, apreciado por una gran mayoría de compañeros, futuros doctores en medicina. Entre él y Gumer existió desde que se conocieron en la facultad una connivencia afectiva que fue labrando esa gran amistad que se prioriza entre todas. Este íntimo compañero y amigo puso sus ojos y deseos en una compañera de curso, joven y de esbelta belleza, que lucía además un precioso nombre: Liria Paula del Mar Monasterio quien, a lo largo del tiempo y por los azares del destino, acabaría siendo precisamente la mujer del hoy solitario oftalmólogo. El noviazgo de Efrén y Liria destacaba por sus recíprocas muestras de afecto, siempre juntos y muy “acaramelados” en ese ambiente jovial de los ámbitos universitarios. Se sabía que la muy unida pareja incluso convivían en un pequeño  apartamento estudiantil que ambos habían alquilado. 

En  esa lejana etapa de alocada juventud, Gumer , de manera osadamente insensata y egoísta, puso sus ojos en la por todos admirada Liria Paula, comenzando un habilidoso y desleal proceso para echarle “los tejos” y sus deseos incontenibles de relación amorosa. Dicha traicionera operación la intensificó en esa etapa del postgrado, cuando unos y otros iniciaban la intensa preparación para los exámenes del MIR, fase de tensión y esfuerzo que alteró el equilibrio relacional de una idílica pareja que todos pensaban y aseguraban acabaría en el altar. Para sorpresa de Efrén y del entorno estudiantil, de la noche a la mañana Liria dejó plantado a su novio y compañero  de siempre, vinculándose a los cantos de sirena que tan bien había preparado el egoísmo traicionero de un amigo infiel, falto del exigible y sereno equilibrio. Fue un “escándalo social” que dejó malparada la imagen de Gumersindo, no sólo ante Efrén sino también ante muchos de sus compañeros. Con el discurrir del tiempo, Liria se convirtió en la esposa de un joven médico oftalmólogo, el Dr. Parol, que paulatinamente iba labrando una prestigiosa imagen profesional, con su buen  hacer,  en ese ámbito ocular de la medicina.  Gumer y Liria han compartido una equilibrada vida conyugal durante 39 años, tristemente finalizada el año pasado en que la siempre bella mujer falleció por una enfermedad, no grave en principio, pero inapropiadamente tratada.

Aquella noche Gumersindo apenas pudo conciliar el sueño, pues “traviesos” e incómodos recuerdos se le agolpaban en su mente. Nunca tuvo el humilde gesto de pedir perdón o al menos unas disculpas explicativas, al que había sido su amigo íntimo y había tratado con tan abyecta deslealtad. Los egos de la inmadurez superaron las más elementales normas relacionales y de respeto debida hacia todas las personas, pero más hacia aquellos que están más cercanos en nuestro pequeño mundo existencial. Desde luego Efrén nunca supo superar aquella traición procedente de la persona en quien confiaba y que cruelmente había aprovechado un puntual momento de crisis en la pareja para cometer esa felonía contra las reglas de amistad. Y la casualidad había provocado que esa tarda de otoño, una de las decenas de fotos que solía tomar en los días, removiera todo ese oscuro episodio de su conciencia. El caprichoso destino había provocado esa mirada rencorosa y hostil  de un hombre “cazado” por el objetivo angular de su máquina compacta. La muy enfadada expresión, teñida de frustración, odio y rechazo, correspondía a su antiguo e íntimo amigo, compañero de facultad, Efrén Docampo.

En la tarde siguiente, Anselmo y él dieron el usual paseo vespertino, con merienda incluida en la parte central del trayecto. Era previsiblemente inevitable que surgiera el “espinoso” tema de Efrén, una de esas cuestiones irresueltas o pendientes en la vida de las personas. El antiguo pediatra fue quien sacó a conversación, con suma delicadeza, este asunto. Aprovechó para ello un descanso en la saludable caminata que ambos realizaban por el Paseo Marítimo del Oeste. Sentados en una cafetería de la zona, con unos cafés y hojaldres para el alimento, Anselmo abordó directamente la presencia del “invitado inesperado” en la foto que había tomado su amigo.

“Era difícil reconocer al hombre de la foto, lo acepto, pues ha perdido su frondosa cabellera y la esbeltez de su cuerpo. El paso de los años hacen que acumulemos kilos de peso en nuestro cuerpo, perdiendo la elegancia y dinamismo que regala la juventud. Vemos reducirse paulatinamente nuestra estatura, debido al desgaste de los discos intervertebrales y la propia curvatura de la columna corporal. Pero los cierto es que teníamos a muy poco metros al compañero Efrén. Verdaderamente muy cambiado en su físico, de eso no se puede dudar. Este señor, perteneciente a “nuestra quinta” en la edad, se coló sin que tu lo pretendieras, en la panorámica de tu objetivo focal. Ahora tienes en tu ordenador un documento muy interesante que te está hablando y recordando una importante cuestión, un comportamiento insensato que no supisteis o pudisteis resolver en su momento, a consecuencia de vuestra edad e inmadurez. Desde luego, su expresión de rencor lo dice todo. Pienso que el triste fallecimiento de Liria le tuvo que llegar y afectar, pues era persona muy conocida y querida. Pero lo que me preocupa es que Efrén, a pesar de haber transcurrido prácticamente cuatro décadas desde aquellos hechos, no ha superado esa supuesta o real “puñalada sentimental” que le aplicaste por la espalda. Confieso que tuvo que ser muy intensa la relación que mantuvo con Liria, aunque es complicando entender la actitud de ella cuando se echó en tus brazos. Te hablo con cierta dureza, aunque sé que me entiendes y justificas por la amistad que nos une. Desde luego lo hago aplicando la mejor voluntad.”

Gumersindo, moviendo con ritmo cansino la cucharilla de su taza de café, escuchaba en silencio las sensatas palabras de su amigo, asintiéndolas con ese movimiento perpendicular de cabeza que trasluce una íntima reflexión. “Éramos muy jóvenes, Anselmo. Desde luego que hoy no habría actuado con tan “infantil ligereza”.

Anselmo decidió intermediar, con la aceptación implícita de su amigo, entre dos compañeros que aun en la avanzada madurez de sus vidas no aplicaban el don de la palabra y la racionalidad a fin de alcanzar la necesaria y relajante concordia. Con sagaz habilidad logró obtener los necesarios datos a fin de localizar al compañero traicionado u ofendido por Gumer hacía más de cuarenta anualidades.

La biografía de Efrén no había sido tan satisfactoria, profesional y humanamente considerada, como la que había gozado los otros dos compañeros de aula. Anselmo quedó asombrado al conocer que Efrén Docampo abandonó el ejercicio de la medicina casi desde el principio de ejercerla, tal vez por causas que debían afectar a su privacidad anímica. Su vida, por el contrario, parece que ha estado vinculada laboralmente al trabajo en unos laboratorios de análisis clínicos e informes medioambientales para el sector agropecuario. Tiene conocimiento de que sufrió y soportó graves problemas depresivos, de los que con mucho esfuerzo pudo ir saliendo ayudado por una enfermera social, de nombre Magda, a la que finalmente tomó por esposa, pese a la que nunca quiso realmente. El matrimonio terminó a los pocos años en una separación amistosa. Tiempo después acabó uniéndose a Natia, una antigua actriz de teatro, ya retirada de la escena, a la que conoció en un centro de rehabilitación para enfermos de alcoholismo. La labor investigativa del prestigioso pediatra era merecedora de todos los parabienes.

Tras muchas gestiones aplicadas al efecto, al fin logró contactar con el técnico jubilado de laboratorio y mantener una interesante entrevista, en otra fría tarde otoñal. Las palabras de Efrén resultaron meridianamente claras sobre el espinoso asunto.

“Agradezco tu desinteresado esfuerzo, mi viejo compañero Anselmo, por intentar mediar en un conflicto entre dos personas, que ambos arrastramos desde hace más de cuarenta años. La vida es así y hay que saber aceptar sus dictados. A estas alturas de mi vida quiero conseguir al fin un poco de paz espiritual y por ello acepto esas disculpas, a modo de perdón, que me transmites por parte de Gumersindo. Pero también quiero serte sincero. Prefiero no hablar directamente con él pues, por mucho que me esfuerzo, hay algo en su persona que me repele desde lo más profundo de mi ser. Podría hacer como teatro, pero a nuestros muchos años la hipocresía carece absolutamente de sentido y no quiero aplicarla a mis actos. Tú has cumplido con tu hermosa gestión. Yo transmito mi perdón a través de tu persona, Pero llego hasta ahí. No deseo avanzar mucho más. Cada uno de nosotros debe navegar con los vientos favorables o disuasorios para sortear con suerte o desgracia el oleaje y las rocas acantiladas. Me entiende ¿verdad?  Nos seguiremos viendo. Esa es mi sana intención.”

Pero la tenacidad, aplicada con prudencia e imaginación  “mueve montañas”. Pasaron semanas y meses. Y un 19 de septiembre, fecha a caballo entre un verano que se alejaba y un otoño que reaparecía, dos hombres se hallaban de pie, separados por solo unos centímetros, observando la realidad de la vida. Juntos colocaron un ramo de rosas rojas y lirios blancos, ante una loseta de mármol que informaba acerca de una persona que ya no estaba físicamente en sus vidas. Ese día era precisamente la festividad onomástica de Liria. Ambas personas homenajeaban a una mujer que había tenido una honda influencia en sus respectivas vidas. A unos metros de distancia, un tercer hombre, coetáneo y amigo de los otros dos, contemplaba la hermosa y estimulante escena, tras cuatro décadas de visceral enemistad. Anselmo sonreía. Se sentía feliz pensando que donde quiera que estuviese, Liria también estaría haciendo lo propio. Por cierto, acababa de tomar algunas fotos utilizando prestada la máquina compacta de Gumer. Esas entrañables fotos con dos protagonistas, Gumer y Efrén en actitud conciliada, frente el símbolo de otra querida ausencia en el reino de lo onírico, despiertan y generan sentimientos positivos para creer en la bondad que a veces somos capaces de aportar.-  

UN INVITADO INESPERADO 
EN LA COMPOSICIÓN FOCAL


José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
20 Septiembre 2019


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