viernes, 6 de septiembre de 2019

SEPTIEMBRE Y SUS PROPUESTAS DE RENOVACIÓN.


Con ese ritmo endiabladamente aritmético que, aplicando una correcta y exacta cronología, no atiende a otras razones secundarias, hemos comenzado ya un nuevo septiembre. Lo identificamos como un mes iniciático y renovador, tras esa “desesperada huida” que los humanos solemos emprender, cada vez con más y tozudo ahínco, durante el tórrido período agosteño. Pero este noveno mes de la anualidad, del que apenas hemos recorrido hasta ahora algunos días, con alivio y esperanza nos devuelve a la siempre necesitada y valorada normalidad, en tantos y tan variados aspectos  de nuestra relativamente corta existencia terrenal.

Recuperamos con sentida y gozosa gratitud la percepción de temperaturas más suaves y soportables para el cuerpo, según las zonas geográficas donde residamos. Incluso nos llegan las primeras y añoradas lluvias que paradójicamente suelen ser de carácter impetuoso y dañino, a causa de ese fenómeno atmosférico denominado “gota fría, que condensa la gran cantidad de humedad evaporada gracias al calor soportado durante todo el período estival. La mayoría de los veraneantes vuelven a las “oficinas”, a los talleres y a los demás servicios laborales, en donde reinician o buscan ese imprescindible trabajo que dignifica a las personas. También se recupera la habitabilidad del hogar familiar, tras las experiencias viajeras, el uso de hoteles o la estancia en esa 2ª vivienda que algunos poseen para la etapa veraniega vacacional o durante los fines de semana. Cierto es también que muchos de los ciudadanos han tenido la lúcida oportunidad de no moverse de su domicilio habitual, espacio que con pericia e imaginación ha podido resultar un lugar más que apreciable para la permanencia, comparándolo con determinadas vorágines viajeras, algo o  mucho “sofocantes”.

Septiembre se identifica igualmente como el mes de los mejores o sanos “propósitos de enmienda” que tras el verano emprendemos con manifiesta y sentida ilusión , aunque las más de las veces incumplimos esos objetivos que con tanto ardor habíamos dibujado en nuestras conciencias. Suele comenzarse un nuevo intento de retomar el aprendizaje de los idiomas, con preclaro protagonismo para el English. También nos proponemos diseñar unas nuevas dietas reducidas en carbohidratos y grasas para nuestras ingestas, aunque la voluntad suele mostrar su debilidad ante esas rigideces alimentarias. Por supuesto que también se renuevan con ilusión las matrículas en gimnasios y centros deportivos, en donde el pilates, el yoga y la natación tienen aclamado liderazgo. Ciertamente, fuera de esos espacios organizados para el ejercicio deportivo, también podemos echar mano de la práctica senderista, el running y otras modalidades inteligentes para quemar grasas y no desesperar con el inquietante aumento de las tallas en la ropa.

En el capítulo de las habilidades sociales, le damos una nueva oportunidad a la recuperación del diálogo entre los cónyuges u otros miembros familiares. DE igual forma tratamos de contactar y abrir vías de comunicación con algunos antiguos o enemistados amigos, con los que hemos perdido el contacto o incluso la concordia afectiva, debido a motivos casi siempre banales, infantiles o de difícil explicación para personas racionales y adultas.  

Sin embargo, por encima de todas estas recuperaciones y cambios en nuestros hábitos y costumbres cotidianas, el mes que conlleva el reinicio otoñal trae en sus ricas alforjas una repetida alegre realidad: la reapertura de los ciclos educativos para los más jóvenes de la sociedad. Las puertas de las aulas se abren especialmente para aquellos que se encuentran en la edad administrativa o institucional del aprendizaje o educación reglada, legalmente establecida. Colegios, institutos y facultades universitarias vuelven también a reiniciar el latido esperanzador de la cultura, con la llegada a la “escuela” de jóvenes generaciones, aunque también otros grupos de ciudadanos, con mucha más edad por supuesto, pueblan las aulas de adultos o centros de mayores, vinculados en su admirable gestión a la propia universidad o a los departamentos de cultura municipal de los ayuntamientos u otras organizaciones del ámbito privado.

Entramos en un mes especial en donde los libros de texto, los atlas y todo ese diversificado  material escolar, como son los lápices, las gomas, los sacapuntas, los bolígrafos, la tizas, las plastilinas, las pinturas, las libretas, los blocs, las cartulinas, las mochilas, los uniformes, los ordenadores, las tablets, las pizarras convencionales o electrónicas, etc, dan también vida y color a esos comercios de librerías, papelerías y ropas escolares, material que ofrecen renovado y puesto al servicio de un nuevo curso que con vitalista ilusión abre las puertas de la estación meteorológica otoñal.

Las aulas, los pasillos claustrales, los laboratorios, los espacios deportivos, los salones de actos y las bibliotecas, los comedores escolares, todos esos espacios para la relación y el aprendizaje se verán colmadas de una savia joven, vitalista, ruidosa y alegre, mostrando su disposición para avanzar en su proceso formativo, tarea socialmente encomendada a los especialistas del sistema educativo reglado: los maestros y los profesores. Allí, en ese micro mundo escolar, donde se enseña y se aprende, los niños y jóvenes habrán de convivir con sus maestros y compañeros durante una parte importante de los días de la semana, complementando la educación que también reciben en los hogares particulares por parte de sus padres, madres y otros familiares vinculados. Los escolares se encontrarán con el reglamento de las normas organizativas establecidas, con sus premios y sanciones, con las diarias explicaciones y las prácticas del aprendizaje y con esos más o menos temidos  ejercicios que se concretan en las pruebas y los exámenes de las distintas evaluaciones. Pero sobre todo, además, con el goce de las nuevas amistades y los círculos de relación, que irán sustentando y fomentando la necesaria e imprescindible sociabilidad.

Los escolares y sus profesores habrán de enfrentarse a la compresión, estudio y aprendizaje de los cada vez más amplios y densos contenidos, explicitados en los proyectos curriculares de las distintas programaciones para el curso vigente. La realidad nos confirma que esa sugestiva tarea difícilmente llega a cumplimentarse por la limitada disponibilidad temporal que el curso establece y las necesidades de los respectivos departamentos para desarrollar sus específicas disciplinas. Son tan ambiciosos los contenidos programados que, al final de cada periodo escolar, comprobamos que se han debido ir priorizando unos contenidos sobre otros y que expresándolo de una manera gráfica y comprensible, muchos de los temas de los libros o partes importantes de los mismos no pueden entrar en las pruebas de evaluación sencillamente por que no se ha tenido tiempo material para su adecuado trabajo, dentro y fuera del aula. Esta situación en algunos puede suponer una cierta alegría, aunque en otros esos suspiros de alivio se tornan en desánimo y frustración, básicamente por dos razones. La primera es porque los objetivos y contenidos programados desde la propia administración educativa no se han calibrado bien, con respecto a las posibilidades temporales para su tratamiento real. Han resultado excesiva y exageradamente ambiciosos. En segundo lugar, porque al programar esos objetivos básicos no se conoce de manera adecuada las necesidades, preferencias y prioridades de cada una de las comunidades escolares en donde han de desarrollarse su adecuado tratamiento para el aprendizaje. Porque ¿cuáles son los realmente importantes y cuáles son los que en principio poseen menos relevancia para la formación de los jóvenes?

Cada vez ofrece menos dudas que, en los tiempos actuales, el objetivo básico que el sistema educativo debiera proponerse, con acelerada prioridad, es la “revalorización” de una sociedad con no escasas “dolencias” éticas y morales. Un colectivo que va perdiendo, de forma paulatina, los valores imprescindibles de la persona, llegándose al caso extremo de la carencia de identidades básica para el equilibrio social e individual, provoca la ineludible y grave decadencia de ese grupo humano. Podemos llegar a un erial desalentador que exija la recuperación ética y moral de las personas y ciudadanos, con la mayor urgencia y premura. Una sociedad “enferma” por la carencia de esos positivos valores sería como un jardín sin flores, un mar sin agua, una atmósfera sin oxígeno, un sol que no ilumina o la sinrazón de una infancia sin sonrisas.

Establecer una jerarquía universal, en la importancia de los valores a los que no debemos renunciar, sería una tarea inapropiada o sin grandes acuerdos, en función de los criterios, intereses, carencias y principios que las distintas sociedades asumen entre sus señas de identidad. En realidad, todos los positivos valores son importantes, necesarios e insustituibles, para la buena salud de la persona individual y del colectivo social. Pero también es cierto que cada uno de nosotros optamos por priorizar unos valores sobre los demás que, obviamente, también son pequeños o grandes tesoros en la conciencia y en el quehacer de los seres humanos. Pocos son los que podrían estar en desacuerdo con el desarrollo educativo de los siguientes valores, sin pretender establecer una rígida escala jerárquica:

LA VERDAD. ¿Por qué, cada día más, las personas nos vamos alejando de la valentía que supone mantener una coherencia de pensamiento y acción, refugiándonos en la absurda opacidad de la mentira, la hipocresía, el engaño, la manipulación o la simulación? La carencia de verdad en las sociedades actuales es una endemia que nos empequeñece como personas con una conciencia enferma. La sinceridad es luz. El engaño es oscuridad. ¿Qué sentido tiene alejarse de la verdad y no gozar de la luminosidad?

LA GENEROSIDAD. La solidaridad con aquellos que más necesitan y piden nuestra ayuda se opone o frena la patología moral de los egos. El yo, después yo y más tarde también yo, carece absoluta y penosamente de sentido. Los comportamientos egolátricos y plenos de soberbia conducen, más pronto que tarde, a padecer la soledad e infelicidad más traumática en nuestras vidas. La avaricia nos hace infelices, sumiéndonos en la soledad.

EL ESFUERZO. Frente al pasotismo y la pereza, el ser humano está perfectamente cualificado para conseguir sus metas, grandes o pequeñas, con el esfuerzo físico, pero sobre todo el ético-moral. Si nos habituamos a recorrer la senda del trabajo, como fundamento o principio vital, cada vez nos resultará más llevadero y fácil cualquier objetivo, por complicado y duro que parezca. Aunque haya que trabajar duro, llegar a la meta siempre es posible.

LA BONDAD. Se opone, naturalmente, a la maldad, al odio y al dolor. No nos podemos sentir bien con nosotros mismos, cuando aplicamos estos negativos comportamientos que provocan la infelicidad en los demás y, de una u otra forma, en los innobles autores de esas perversidades. Esa felicidad y paz interior, al hacer el bien (sin esperar nada a cambio) es uno de los sentimiento más gratos y reconfortantes que toda persona puede disfrutar.

LA TOLERANCIA. Se diría, viendo el comportamiento de muchos adultos (pero también en personas jóvenes y adolescentes) que a estas alturas de la historia el valor de la tolerancia todavía no es ejercido o asumido por la universalidad de las personas. Y ello es grave. El no aceptar a los demás tal y como son, siempre que su proceder no infrinja las leyes o normas establecidas contra la acción delictiva, supone que las familias, la institución escolar y la globalidad social tiene aún mucho que aprender y, por supuesto, enseñar. El vilipendiar o atacar a quienes no son como yo o piensan de manera diferente supone que hay que luchar por difundir este imprescindible valor.

LA LIMPIEZA. No hay que referirse sólo a denominada propiamente corporal, tantas veces descuidada para castigo de aquellos que nos rodean. Sino también cuidar la limpieza física de nuestro entorno. ¿Por qué descuidamos nuestro proceder, ensuciando aquello que previamente hemos encontrado limpio? ¿Por qué incrementamos esa suciedad que nos rodea, con la mayor e incívica impudicia? Este saludable valor, como en tanta y tantas oportunidades, ha de comenzar a desarrollarse dentro de la familia. El mal ejemplo de los mayores resulta incalificable, sobre todo porque los hijos asumen lo que tan desafortunadamente hacen sus padres. Y después de la familia, esa “escuela” ha de proseguir con convicción por los colegios e institutos, además de la acción punitiva para los contumaces en echar la basura fuera de los contenedores, en esos otros espacios comunales para el disfrute de la ciudadanía.

EL SILENCIO. Resulta curioso que tengamos que discutir lo saludable de su aplicación. Pero en una sociedad la que cada vez más se intensifican las contaminaciones, entre ellas  las de naturaleza acústica, hay que defender el valor inteligente y saludable de su aplicación. No sólo en el aula, cuando el maestro explica y motiva, sino también en otros muchos ámbitos y espacios que conforman el espectro social. En esos puntos donde se reúnen las personas, en muchas ocasiones no se habla, sino que se grita; no se dialoga, sino que se vocifera; no se escucha, sino que se elevan los decibelios que emiten nuestras cuerdas vocales. El silencio es tantas veces el más bello sonido que el pentagrama logra con misterio y magia componer.

EL RESPETO A LOS MAYORES. Tradicionalmente ha sido uno de los valores y “preceptos” universalmente admitidos e indiscutibles para su difusión y aplicación. Sin embargo, este precioso y justo hábito no todos los de menor edad lo integran en sus respectivas conciencias. Y no es solo el cederles el asiento a esos “jóvenes de la 3ª o 4ª edad”, cuando viajamos en el transporte público o estamos en una plaza o jardín comunal. Ese respeto se demuestra principalmente aceptando que son personas que han vivido más, que tienen lógicamente una mayor experiencia de las cosas y que su capacidad o potencialidad física ha disminuido con el paso de los años.

Existen otros muchos valores que enriquecen y lustran de hermosa humanidad nuestras vidas. Los aquí citados son sólo una pequeña muestra de lo importante y necesario que es su difusión e integración mental  en los centros educativos. Todo ello sin minusvalorar otros contenidos, conceptuales y de habilidades procedimentales que, obviamente, ayudan y enriquecen la formación integral de las personas. La escuela debe ser un punto o espacio de encuentro, donde se trabajen, asuman y disfruten de los mejores valores y hábitos. Sin embargo hay que reconocer que esta trascendente tarea no resulta fácil, aunque tampoco imposible, en entornos acremente materializados y yermos de las mejores sensaciones personales. Se ha dicho que modificar determinados e indeseables hábitos sociales es tarea de varias generaciones. Aun siendo verdad esta realidad, pensamos  que sencillamente lo hay que hacer es empezar a cultivar y no desfallecer. No dejar este hermoso quehacer para mañana. Mejor, hoy. En cuanto a las medidas coercitivas, hay que decir lo poco eficaces que tantas veces resultan, porque no se integra en conciencia el mejor hábito que persiguen. Si no hay buena tierra, donde la planta pretendiera desarrollarse, los tallos no florecerán. La vegetación y las flores dan sentido, espiritual y físico, a nuestras existencias.

Nos visita un nuevo septiembre. Ese mes con ropaje de encanto, sutileza, dulzura y posibilismo. Seamos inteligentes y rentabilicemos su grata y didáctica oportunidad. Comienza un “nuevo curso” que ofrece un sugestivo temario en sus mágicas alforjas, para cambiar a mejorar.-


José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
6 Septiembre 2019



  


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