viernes, 20 de julio de 2018

UNOS MINUTOS DE RETRASO, PARA REENCONTRAR EL PASADO.


Esos “aritméticos” horarios, que parecen delimitar de manera trascendente y permanente el itinerario de nuestras vidas, hacen que las personas se vean inmersas en cambios, más o menos imprevisibles, que pueden resultar muy importantes para el beneficio o el perjuicio de sus protagonistas.  Los inesperados retrasos, en el funcionamiento del cada vez más denso tráfico aéreo, provocan (con razón) el enojo en los viajeros que hacen uso de este “rápido” medio de transporte. Sin embargo la misma frecuencia de su traviesa e indeseada aparición, de manera especial en fechas muy señaladas en el almanaque para el trasiego de las personas,  ha provocado que los usuarios del avión apliquen a esta molesta realidad un nivel de tolerancia cada vez mayor, consecuencia de aceptar como inevitable estos incumplimientos de puntualidad en los horarios previamente establecidos.

Las propias compañías aéreas suelen tener, en el siempre “pequeño” mostrador de las reclamaciones, un heterogéneo y convincente catálogo de motivaciones y excusas, del que “echan mano” a fin de justificar el obvio incumplimiento contractual que ellos han realizado con el paciente viajero, cuando éste compra un billete para desplazarse por este universal medio de transporte. Entre otras razones, explican que esos retrasos pueden haber estado motivados por paros o huelgas laborales del personal de tierra o aire, en algunos de los aeropuertos intermedios; también se escudan en las “socorridas” alteraciones meteorológicas, que surgen en forma de tormentas, lluvias y flujos eólicos, fenómenos que generan peligros y riegos para el aparato que vuela; aunque con prudente habilidad, para evitar alarmas, también suelen explicar esos retrasos por dificultades técnicas e incluso averías en los muy complejos mecanismos que conforman la estructura de un aparato de vuelo; también en ocasiones nos enteramos de que la causa real del retraso está en la espera “servil” que se realiza para la llegada de algún personaje importante, perjudicando al resto de los pasajeros, que sí han sido puntuales. Y en estas épocas vacacionales o de festividades muy señaladas en el almanaque, no se puede dejar de contar con que el overbooking de viajeros (venta de más billetes de los que el avión puede transportar, a fin de evitar de que queden plazas sin ocupar) puede ser el motivo de algunos variados desajustes en los horarios previstos.

Sin embargo, basándonos en la experiencia de estos molestos avatares que “sobrevuelan” por los aeropuertos, en la mayoría de las demoras la propia “egolatría empresarial” de estas compañías no los animan a dar explicación alguna o a ofrecer educadas disculpas que ayuden a templar los ánimos, diversamente exaltados, de los sufridos pasajeros. Veamos, a continuación una sencilla y bella historia, en la que el retraso en un vuelo va a alcanzar una significación muy importante, en la vida de dos relacionadas personas.

Emio (así le llaman todos sus amigos y familiares –Eufemio-) Ramal Calderé, titulado con el grado de ingeniería informática en telecomunicación y organización de redes, presta sus servicios como programador informático en una filial española vinculada a una destacada corporación internacional con sede central en Tokyo. Esta importante empresa también se halla instalada en el Parque tecnológico de Andalucía en Málaga. Aunque almeriense de nacimiento, este profesional informático estudió en la universidad malagueña, en donde conoció a su cónyuge, Raquel, Profesora de Educación Primaria, que tiene destino definitivo en un Colegio de titularidad pública ubicado en la capital de la Costa del Sol. Ambos son padres de una hija, Meli que en la actualidad tiene cinco años de edad. Debido a las característica del importante puesto que ocupa en la empresa (programador y generador de ideas para la conexión de redes) ha de viajar con repetida frecuencia, ante la necesidad de actualización constante en su perfil de investigador informático. Asiste con asiduidad a congresos y simposios desarrollados en ciudades de medio mundo. Todo ello condiciona su vida (con la comprensión de la atractiva Raquel) debiendo subir con frecuencia al avión, a fin de visitar aeropuertos, ciudades y establecimientos hoteleros  repartidos por medio mundo.

En esta última semana de julio, ha tenido que cubrir un “atractivo” desplazamiento con el fin de asistir a un taller de nuevas prestaciones tecnológicas, que ha tenido lugar en la siempre cautivadora capital parisina, ciudad de indiscutible motivación para casi todos los caracteres y espíritus románticos. Así es también su particular e íntima forma de ser, a pesar de esa mezcla de rigidez mental y posibilismo imaginativo con el que gusta dotar a su ejercicio profesional. Tras pasar dos noches en “la ciudad de los encantos”, viviendo un denso programa de agotadoras sesiones de trabajo, tomó su vuelo de vuelta, París – Madrid, con salida desde el aeropuerto Charles de Gaulle marcada para las 19:05 horas. La duración prevista del vuelo hasta Madrid-Barajas (dos horas, diez minutos) le haría llegar al aeropuerto madrileño a poco más tarde de las nueve de la noche. Allí dispondría del tiempo justo, con estrecho margen para la dilación, para tomar un vuelo ordinario de Iberia con destino a Málaga, que tenía como hora prevista de salida las 21:45 de la noche. Tendría que moverse con una cierta agilidad por la T 4 de Barajas, a fin de llegar con tiempo suficiente hasta la nueva puerta de embarque que le llevaría al Pablo Ruiz Picasso, aeropuerto malacitano, tras otra hora y media de vuelo. Ya estaba habituado a todos estos movimientos por las terminales aéreas, por lo que viajaba con un pequeño trolley de ejecutivo que podría guardar en cabina, conteniendo su inseparable portátil y unos elementos de emergencia básicos por si le “perdían” su maleta ordinaria, por el “estresado” trasiego de las “estaciones aéreas”.

Mientras aguardaba la llamada por las pantallas digitales, para el embarque parisino, a través de los altavoces del aeropuerto se dio un aviso de que el vuelo hasta Madrid iba a tener un retraso de, al menos, 45 minutos. Con la natural preocupación (pues así perdía el vuelo que le tenía que llevar hasta Málaga) solicitó información acerca de las causas de este retraso anunciado por la megafonía. Parece ser que su avión procedía de un vuelo previo desde Mongolia y que tenía que efectuar una escala técnica en el aeropuerto de Munich, donde precisamente se había declarado un paro de “operaciones lentas” por parte de los controladores aéreos, que reclamaban una mejoras incumplidas por los dirigentes germanos.

Haciendo uso del autocontrol necesario en estos casos, comenzó a realizar unas complicadas gestiones, confiando en poder cambiar su vuelo de las 21:45 en Madrid, por otro que saliera al menos una hora más tarde. La operación resultó infructuosa, pues este vuelo hasta Málaga (que evidentemente perdía) era el último que salía de Barajas con destino a su ciudad de residencia, ese viernes 30 de Julio. Al final, esos 45 minutos de retraso se convirtieron en poco menos de hora y cuarto, por una serie de operaciones de control, repostaje y limpieza.

El avión aterrizó finalmente  en Barajas a las 22:20, cuando el vuelo de Iberia, con el que necesitaba enlazar, había partido hacía ya más de treinta minutos. También otros pasajeros sufrieron el mismo problema. Ante la reclamación enfadada de este grupo de nueve personas, la compañía  Air France que volaba desde París puso a su disposición una noche de hotel con cena incluida. Tendrían que pasar la noche en Madrid y gestionar otro vuelo para la mañana del sábado 31 de julio. Para su enojo, en la oficina de Iberia, se encontró con que no le ofrecían un nuevo billete para Málaga hasta las siete de la tarde de ese último día de julio. Se veía obligado a pasar casi 24 horas en la capital madrileña pues, aun intentando utilizar la vía alternativa del AVE, la compañía ferroviaria como sustitutivo tenía sus viajes colapsados para esa fecha, dado el muy denso trasiego turístico ante el comienzo de las “vacaciones estivales” de agosto.

Había que tomarse todas estas dificultades haciendo acopio de tranquilidad, con la aplicación del mejor sentido positivo a los reveses horarios y de transporte, en estas fechas tan emblemáticas para la ansiedad viajera. Contactó en un par de ocasiones con Raquel, explicándole la situación, disponiéndose a aprovechar de la mejor forma posible los incentivos culturales y gastronómicos que ofrece cualquier ciudad o capital mundial, como era en este caso Madrid. No tenía otra opción válida para elegir, pues alquilar un vehículo o intentar el viaje utilizando alguna línea de transporte por carretera tampoco le seducía. Ciertamente hacía ya más de un año que no paseaba por las calles y plazas de la capital española, ciudad tan cosmopolita y con muy amplios incentivos para la distracción y la cultura. Trataría de aprovechar, con el mejor de los talantes, esta inesperada oportunidad.

Tras descansar esa noche en un hotel próximo al aeropuerto, tomó una buena ducha y recuperó fuerzas con un apetitoso desayuno buffet. Tenía toda la mañana libre para recorrer distintos puntos de la ciudad, para lo que tomó una línea de metro que le trasladó a la centralidad de la Plaza del Callao, a dos pasos de la siempre sugerente Gran Vía. Desde allí se dejó llevar, sin una dirección prefijada, por todo el antiguo y siempre sorprendente Madrid. Bajó por Preciados hasta la Puerta del Sol y desde allí subió hasta la Plaza Jacinto Benavente, recorriendo todas esas calles y plazoletas típicas de tiendas y tenderetes, hasta el núcleo popular y cosmopolita de la Plaza Mayor.  Recordaba como en la calle Toledo había un establecimiento especializado (y recomendado) en la venta de productos y artículos  de piel, por lo que pensó en comprar algunos regalos y ese capricho que siempre nos conforta para esa raíz infantil que todos llevamos dentro.

Al llegar al establecimiento, que conocía desde otras visitas, estuvo repasando la calidad y los precios de las numerosas y variadas mochilas que estaban expuestas en la entrada de la tienda. Sería una buena idea llevarle este tipo de regalo a su compañera Raquel quien, como él mismo, era muy aficionada a la práctica senderista. Pronto tenía junto a su persona a un dicharachero y simpático joven vendedor, posiblemente de origen marroquí (por sus rasgos faciales y formas de expresión utilizadas  para la  comunicación) llamado Bassam, jovialmente dispuesto a entablar ese tira y afloja, tan castizo y útil, como es el “regateo” para fijar el precio final del producto.

Cuando hablaba con el vendedor acerca de las características, calidades y precios, de esos y otros productos, escuchó detrás de si una dulce y delicada voz que de inmediato creyó reconocer. La mano de esta persona se posó sobre su hombre, diciéndole o susurrándole unas breves palabras: “Pero Emio ¿qué haces tú por aquí?” Se volvió rápidamente sobresaltado y emocionalmente “tembloroso” por el recuerdo que le traía la tonalidad de esa voz femenina que acababa de escuchar y que nunca había borrado de su memoria. Ante él estaba, más joven y sonriente “que nunca” Arcadia del Bosque, con esos ojos azules y fragilidad corporal, elementos que transmitían bondad y dinamismo para el mejor y buen interlocutor. Pero, ¿quién era esta joven, que tenía dos años menos que el propio Emio, al que le palpitaba incontenible la acústica del ritmo cardiaco?

Emio y Arcadía se conocían desde los últimos cursos en las aulas de la Educación Secundaria. La proximidad que los vinculaba era manifiestamente intensa entre todos sus compañeros, unión que continuó en las aulas universitarias del Campus de Teatinos malacitano. El “flechazo” entre ambos fue recíproco y admirablemente “desbordante” desde el primer momento, formando una pareja ideal, torpemente envidiada por otros muchos estudiantes de la facultad. Esos cuatro años en el recinto académico universitario, también fuera de él, resultaron fructíferos y sentimentalmente enriquecedores para dos jóvenes personas que tan bien se complementaban.

Y hoy el destino, con esos extraños mecanismos para las coincidencias, había decidido  reunirlos de nuevo, en un punto geográfico tan significado, como era la centralidad madrileña, para las recíprocas sorpresas de dos seres con los que ese mismo destino fue extremadamente cruel años atrás.

“Poco más de cinco años ya sin  vernos.  Y parece que fue ayer … Pero te veo muy bien, Emio. La verdad ¿quién me lo iba a decir que hoy, 31 de julio, me iban a regalar este inesperado y maravilloso reencuentro, lejos de nuestra ciudad? Reconozco que los dos supimos ser disciplinados y aceptar con “absurda” resignación” un destino o suerte que finalmente nos fue tan adverso y desalentador ¡Cuántas veces he llegado a preguntarme el por qué los humanos no sabemos conservar, pero sí destruir, aquello tan bueno que la vida nos ofrece: el amor limpio y sincero entre dos personas que se quieren y necesitan! Reconozco que me costó un ímprobo trabajo, pero a estas alturas quiero confesarte que ya te perdoné ese absurdo error infantil que cometiste y con el que echaste por tierra  todos nuestros sanos proyectos y espléndidas ilusiones”.

Mientras Emio escuchaba en silencio las palabras de Raquel, su “novia o pareja de siempre”, el comerciante Bassam se retiró con una cierta prudencia de su cliente, a la espera de que la pareja que tenía ante sí tomara la decisión más adecuada con respecto a la mochila, artículo que lógicamente deseaba vender. El nervioso y descompuesto comprador hizo una señal al prudente vendedor, indicándole que posteriormente volvería a por el regalo.

Hombre y mujer decidieron tomar asiento en una cafetería cercana, con la intención de intercambiar las palabras, recuperar los recuerdos y negociar con esas miradas, cuyo silencioso lenguaje es más explícito que cualquier otra modalidad de comunicación. Dos descafeinados entre ellos, después de cinco años en que el destino había querido volver a reunirlos, a fin de que pudieran recuperar un tiempo imposible, del que sólo quedaba la realidad de los recuerdos. 

En pocos segundos pasó por la mente del atribulado informático un sinfín de escenas atropelladas correspondientes a una no lejana época, para ambos inolvidable. Pero el error de una noche ciertamente absurda e infantil, había destruido un futuro en común de dos personas que estaban llamadas a construir un futuro ideal en pareja. Aquel aciago día, cinco años atrás, se había producido entre ellos una discusión a causa de una nimiedad, en una época de gran tensión nerviosa motivada por la lucha competitiva que él mantenía por conseguir el empleo del que hoy disfruta. Como un “niño enrabietado” aquella tarde decidió irse de “fiesta” con unos antiguos amigos de clase, entre los que se encontraba Raquel, otra compañera de facultad que nunca había quitado sus ojos del punto de mira de este apuesto compañero, para sus deseos y egos afectivos. El grupo de seis amigos cenaron y después se marcharon como niños traviesos a “construir” la noche, entre muchas copas, irrefrenables bailes y teatreros y divertidos gestos. La tensión nerviosa acumulada ante una inminente y decisiva entrevista laboral, añadida a la tozudez de Arcadia por una discusión vacacional, se unió a la habilidad de Raquel, que nunca había desistido por hacer suyo el vínculo frustrado ante la persona de Emio. Cuando éste se despertó por la mañana, se vio abrazado sobre la cama a la persona de esta compañera, en un motel de carretera donde la luna, aliada con las estrellas, quiso hacer una inexplicable y cruel “diablura”. La verdad es que había habido algún “pinito” previo entre ambos, pero la posterior evidencia médica del embarazo de Raquel “disparó” todos los acontecimientos.

La irresponsabilidad contraída por Emio, en aquella noche alocada, no podía soslayarse alegremente, colaborando, en la muy difícil decisión que el joven adoptó,  la presión de una madre ultracatólica, “retorcida” y bien  persuasiva, por parte de su familia. Con respecto a la familia de la chica, fue decisiva la dura y exigente actitud de su padre, hombre también de rígidas y tozudas ideas, militar de profesión (capitán de infantería del ejercito de tierra) y de carácter autoritario, persona escasamente proclive al diálogo.

“Hubiera sido bonito y valiente que tú, Arcadia y yo mismo, hubiéramos seguido cultivando y gozando de ese amor, a pesar de la presión agobiante de unos y otros. Pero la realidad de un ser, que iba a nacer y al que era justo darle una familia estable, hizo que mi voluntad fuera débil y por supuesto vergonzosamente reprochable ante ti y ante mi confusa conciencia.

Bueno … te confieso de que me llevo bien con Raquel, nadie podría poner tacha alguna a nuestro vínculo, rutinario … pero correcto. Sin embargo hay recuerdos y sentimientos que nunca se olvidan. Afirmar lo contrario sería faltar a la verdad. Y en este lustro, yo no te he podido ni querido borrar de mi vida. Cometí un grave e infantil error y bien que he pagado por él. Yo me lo busqué y debo, con entereza, asumirlo. 

Silencios e intercambios de miradas. Intento forzado de sonrisas, que no convencían. Y esos sonidos opacos de cucharillas nerviosas sobre dos tazas, que ninguno de ellos consumían. Era evidente que ni Arcadia ni Emio habían superado el muy amargo trance de su separación sentimental.

“Ahora trabajo como guía turística, algo que siempre me gustó. Ello me permite ir de un lugar a otro, ilustrando la distracción de los demás, en esa búsqueda imposible de lo que un desafortunado día perdí: la inocencia de la ilusión. También te confieso de que he intentado buscar una pareja, pero estos sentimientos tienen que poseer en sus alforjas la virginidad de la espontaneidad. En modo alguno se les puede o debe forzar. Lo contrario sería engañarse, engañarnos, una vez más. Precisamente la casualidad de haberte encontrado hace unos momentos, en la puerta de esa tienda de regalos, me confirma una reconfortante realidad. Mis sentimientos no han cambiado. Ni un ápice. Pero sigo intentando ¡después de haber pasado cinco años! asumir, con dignidad, mi realidad. Lo de hoy ha sido un pequeño, pero estimulante premio, para la convicción”.

Emio y Arcadia pasearon juntos, almorzaron juntos y se observaron, con esa intensidad mlaga, Emio on destino a nto 17 A de un boeing  sus sentimientos. El inicicintensidad en la que huelgan las palabras. Procuraron,ímica en la que huelgan las palabras. Procuraron, una y otra vez, disimular sus latidos con esas sutiles sonrisas de un cariño con rebeldía “encarcelado”.

A eso de las 16:30 se despidieron, en la bocana del metro de Tribunal. Escénicamente, primero se dieron la mano. Uno y otro se volvieron, segundos después, para sellar entonces con un beso “desesperado” la verdad de sus sentimientos. El inició una última frase: “Nunca…” que ella cortó “dulcemente” con ese “también yo”. Toda una declaración.

Dos horas y media después, sentado ya en el asiento 17 A de un Boeing de Iberia con destino a Málaga, Emio repasaba en su trolley la ubicación de esa mochila de piel, que finalmente Bassan había logrado vender. Precisamente en su interior había guardado una pequeña hoja de bloc en la que iba escrito una dirección electrónica y un número de móvil. Eran nueve cifras, junto a unas letras con signos enlazados, latentes y vibrantes para sustentar la ansiada esperanza.-


José L. Casado Toro (viernes, 20 Julio 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


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