viernes, 2 de febrero de 2018

DÚPLICE IDENTIDAD, EN UN CUALIFICADO PROFESIONAL DE LA ESCENA.

Esa siempre interesante proximidad psicológica depende, tanto del temperamento y el carácter, como también de la puntual situación anímica que mantiene cada espectador. Cuando asistes a una proyección cinematográfica, a una representación teatral o incluso a cualquier otro espectáculo, te puedes sentir más o menos motivado por los personajes, la trama narrativa o el tipo de actividad que estás compartiendo. Todos conocemos a numerosas personas que se muestran muy sensibilizadas (llegando, incluso, hasta las lágrimas) cuando asisten a una obra dramática, interiorizando o expresando también, por el contrario, su patente alegría cuando la temática que se les ofrece posee esa alegre o estimulante característica. Los especialistas en estos temas utilizan. para esta mágica identificación, la palabra EMPATÍA.

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, ese cada vez más utilizado concepto de empatía hace alusión a “la capacidad de identificación con alguien y compartir sus sentimientos”. Por oposición a esta vinculación anímica, en otras personas esta proximidad o interiorización no se produce, permaneciendo ajenas o “alejadas” de la trama argumental que están contemplando. La vinculación que comentamos no sólo se genera en el espectador, sino que también participa de la misma ¡y de qué manera! el propio intérprete. Acerquémonos a una ilustrativa e interesante historia, inserta perfectamente en este interesante contexto.

Leandro Blancas Lucía ejercía desde su juventud como funcionario de correos, en una estafeta del distrito madrileño de Moratalaz. Una afortunada tarde, por sugerencia de una compañera en la oficina, tomó la decisión de inscribirse en un curso municipal para el arte interpretativo. Soltero y con mucho tiempo libre, a partir de las tres de cada tarde, buscaba incentivos a fin de “rellenar” esas horas vespertinas que tan generosamente estaban a su disposición. Tenía entonces treinta y siete años y aunque desde pequeño había admirado a los actores que ejercía ese creativo oficio, nunca se había atrevido o gozado la oportunidad de ponerse al frente de un público. El cursillo, desarrollado dos días a la semana durante tres meses, le abrió un nuevo campo de actividad o afición, sintiéndose muy satisfecho de las enseñanzas que había recibido y de las prácticas realizadas, comprobando que poseía (según su profesor) muy buenas condiciones de base para avanzar con más ambición en la tan atractiva experiencia.

Su cuerpo presentaba una buena imagen. Estaba dotado de una elevada estatura, aunque no excesiva. Su epidermis o contextura física carecía de cualquier defecto significativo. Desde siempre había sabido controlar su ingesta, con lo que no sufría problemas de sobrepeso. Conservaba, relativamente bien, su cabello castaño y además no soportaba esas incipientes canas que aparecen hoy en edades cada vez más tempranas. Un valor muy apreciado por todos, el de la memoria, también florecía en la mente de este actor aficionado. Leandro había nacido y vivía en la capital del Estado, por lo que su pronunciación podría enmarcarse en los cánones del correcto castellano, sin esas “muletillas” que tanto entorpecen nuestra dicción. Pero, por encima de todas estas cualidades, gozaba de una excelente aptitud (tal vez innata) para la simulación. Su expresividad mímica y gesticular, era verdaderamente notable. Así que este sugestivo camino, para la práctica escénica, se abrió en su vida con unas esperanzadoras perspectivas, en principio limitadas pero que a poco se fueron acrecentado con el discurrir de los meses.

Pronto se integró en un grupo de teatro aficionado, vinculado a una institución eclesial. Esta agrupación de amigos, en la que había personas de todas las edades y condición, solía preparar e interpretar obras sencillas en muchos centros benéficos, como hospitales, residencias para la tercera edad, guarderías, colegio infantiles y también en centros para discapacitados mentales y físicos. Tras un tiempo de aprendizajes y experiencias, abandonó estos círculos clericales para vincularse con otros grupos, tanto aficionados como profesionales, lo que le permitió interpretar obras de mayor enjundia por diversas localidades, tanto en la región castellana como también en el resto territorio español. Aunque sus ingresos no eran significativamente elevados, tomó la valiente decisión de solicitar la excedencia como funcionario del servicio nacional de correos, a fin de profundizar en esta apasionante actividad del ejercicio interpretativo

Se afilió al Sindicato de Actores profesionales, institución en la que llegó a ocupar diversos cargos en los sucesivos equipos directivos, gracias a su capacidad de diálogo y para entablar relaciones de amistad. A pesar del éxito en estas habilidades sociales y a su constante esfuerzo por aprender y avanzar en su naturalidad expresiva, sus intervenciones escénicas no sobrepasaron la cota testimonial de los personajes secundarios, en las obras donde formaba plantel con el resto de los actores. Soportaba, no sin cierto pesar, que su nombre no avanzara hacia los puestos de liderazgo en el escalafón interpretativo de  las carteleras.

Madrid es una ciudad donde “florecen” numerosos teatros, positiva característica cultural que hacen posible muchas oportunidades para la actuación. Este artístico trabajo, aunque no bien retribuido (sólo se les suele pagar bien a las estrellas consagradas y a los primeros actores) permite a sus representantes “ir tirando” más o menos bien, a fin de “ir sobreviviendo”: el pago de la pensión donde cobijarse, el alimento diario, la compra de artículos de primera o subsidiaria necesidad e incluso para acumular algunos ahorrillos, como también le ocurrió a Leandro, quien ya utilizaba el nombre artístico de Isaac Leblanl, nomenclatura que una tarde de otoño recreó y que ya siempre mantuvo. Gracias a todos esos esfuerzos de ahorro y constancia en el trabajo, pudo permitirse, frisando la cincuentena en su vida, comprar un pequeño pero coqueto ático de 3ª o 4ª ocupación, en un punto urbano muy popular dentro del muy densificado callejero madrileño: el céntrico barrio de Fuencarral.

Así fueron discurriendo los años, entre giras provinciales en diversas compañías y la actuación en teatros de la capital madrileña, a donde casi siempre llegaba la obra tras haber viajado por numerosos puntos escénicos del territorio provincial. Quiso la suerte que Isaac Leblan estuviera en el momento oportuno y en el lugar adecuado, a fin de aprovechar la que iba a ser su gran oportunidad en la cartelera teatral ciudadana.

Cierto día, durante los ensayos de una obra dramática, ocho días antes de la fecha de estreno, su actor protagonista, primera figura consagrada en el listado profesional de actores, tuvo la escasa suerte de tropezar y resbalar con una madeja de cables perdidos sobre el tablado. Este consagrado profesional sufrió una incómoda lesión vertebral que le iba a mantener algunos meses alejado de la plataforma escénica. La bien preparada obra se titulaba “Tú y yo, para siempre en el recuerdo”. El elenco de intérpretes lo componían solamente cuatro profesionales: dos actores y dos actrices. Leandro, con inteligente y plausible agilidad, se ofreció a sustituir a una figura teatral de otras épocas pero que ya andaba en sus “horas bajas” en el nivel o ranking de popularidad. La obra llevaba cinco semanas de ensayos, por lo que había tenido oportunidad para conocer y aprender bien el “papel” que interpretaba el prestigioso actor lesionado. Durante tres noches apenas durmió, estudiando y profundizando en su nuevo rol, haciendo uso de su poderosa retentiva y “plástica” capacidad para la memoria. De manera afortunada, ambos actores sólo tenían una diferencia en la edad de tres años. Isaac acababa de cumplir sus cincuenta y ocho “primaveras”.

Para un buen “segundón” de las tablas, esta imprevista oportunidad suponía un premio a su esfuerzo y tenacidad. En modo alguno la iba a desaprovechar: ¡Figurar como cabeza de cartel, después de tantos años de sacrificio y saber esperar, en el listado de los espectáculos ofertados en la capital de España!¡Menuda gozada! Esta comedia-drama ofrecía también en su libreto algunos toques de humor que contrastaba, con el marco general argumental. Ese primer personaje interpretaba a un elegante y habilidoso ladrón de guante blanco, que repartía su amor entre dos muy diferentes mujeres, además de su compulsiva “afición” o necesidad enfermiza para la apropiación de lo ajeno.  

Tal fue la intensidad interpretativa del nuevo  actor protagonista que, al recuperarse (pasados unos meses) su compañero lesionado, la dirección escénica consideró mantener en el protagonismo al veterano pero ya considerado  (se lo había ganado a pulso) primer intérprete Isaac Leblanl. Madrid y algunas giras por la geografía nacional facilitó que una obra, con no muchas expectativas iniciales para la aceptación popular, fuera acumulando meses y meses de representación sobre el escenario de numerosos teatros. Ciertamente la trama argumental combinaba, con un equilibrio bastante compensado, tanto el humor, el drama, la humanidad y por supuesto, la intriga, elemento éste que siempre “vende” bien en la aceptación popular. Dicho, de manera coloquial, la gente disfrutaba con gratitud durante los noventa y tantos minutos de representación. Y en este logro tenía una importante intervención la asombrosa (actitud que no era nueva, por supuesto) empatía total de Isaac con el personaje central del “libreto”. Esta vinculación psicológica hizo posible su consagración total ante el público y, de manera especial, en las valoraciones de la crítica especializada.

Pero todos los soles llevan aparejados nublados de sombras. Esa vinculación magistral entre la persona real y el personaje de la ficción, provocó en el actor una situación enfermiza que fue generando, de manera paulatina, inquietantes problemas psicológicos y una crisis profunda de identidad, anclada en la estructura mental y en comportamiento cívico-social del actor. Había momentos en que no le resultaba fácil delimitar la parcela existencial de su persona, con respecto al ámbito vivencial del personaje creado en el plano de la ficción. Abundaban las noches,  en las que isaac se despertaba , sobresaltado y confuso, pues no sabía realmente quién era. ¿Dónde acababa su vida y comenzaba la de su personaje?

Y lo más grave fue que comenzó a aplicar en su vida relacional aquéllo que tan bien sabía hacer sobre las tablas ornamentales del escenario: primero fueron pequeños hurtos, a modo de divertidas travesuras infantiles, en grandes áreas comerciales y en ámbitos circunstanciales, como por ejemplo en hoteles y mobiliario público. Más inquietante resultó que estos comportamientos, de gravedad menor, pronto se incrementaron de escala o nivel. Tal fue que, en determinadas circunstancias anímicas, también se sintió tentado a realizarlos sobre personas diversas, eso sí, sin aplicar violencia alguna sobre las mismas, mimetizando así perfectamente al personaje protagonista de la obra que diariamente representaba. Se sentía angustiosamente mal, muy confuso y degradado en su integridad ética y equilibrio emocional. Se vio obligado, en esos ratos de lucidez que de manera afortunada nos sobrevienen, a solicitar ayuda médica, lo cual era una decisión obviamente inaplazable.

Un también preocupado director escénico, que conocía a grandes rasgos la desequilibrada situación personal en que se encontraba el cada vez más afamado actor,  le facilitó los datos de un prestigiosa clínica psicológica, para el tratamiento específico de conflictos en la personalidad. Allí se puso en manos del equipo dirigido por el Dr. Avelino Montalbán de la Cetrería, un muy experto especialista en el tratamiento de conflictos en la disyunción de personalidad, por sus estudios y experiencias durante una década en el marco excepcional del Hollywood americano.





El complejo, lento y muy costoso tratamiento, desarrollado durante las mañanas alternas (debido a la actuación del actor, cada una de las tardes) fue dando sus frutos, tras una estudiada aplicación farmacológica en escala variable, numerosas entrevistas y analíticas, junto a unos avanzados módulos de simulación, en una línea vanguardista ya aplicada en centros canadienses, pioneros en el sistema. Ciertamente, la medida más adecuada que hubiera acelerado el proceso de recuperación de Isaac Leblanl hubiera sido una etapa vacacional para el descanso prolongado, con respecto a su participación diaria sobre la escena en la susodicha obra. Pero el público, por esa influencia del boca a boca, más los comentarios elogiosos de la crítica, seguía asistiendo fielmente a las representaciones, en este momento desarrolladas en el marco incomparable del Lope de Vega, ubicado en la arteria cultural de la Gran Vía madrileña. Una vez más el condicionante de los apetecibles taquillajes, posponía la mejor terapia para un actor confundido en su mentalidad con la del personaje que llevaba interpretando desde hacia ya 14 meses, prácticamente de manera ininterrumpida.

“Amigo Isaac o Leandro. Hemos cubierto ya dos meses de “duro” tratamiento. Como director del equipo que te ha ayudado en la curación, con respecto a esa duplicidad de personalidad que te sumía en tan desagradable confusión, puedo afirmar que ya has superado esa complicada dolencia psicológica que te hizo venir a nuestra ayuda. Debes sentirte humanamente satisfecho, con todo el esfuerzo que has estado realizando por recuperar tu verdadero yo.

No se me oculta de que eres un excelente actor (la crítica y el público no deja de aplaudirte) y que te entregas (pienso que tal vez en demasía) a todos los personajes de debes interpretar. En este caso, la prolongada duración de la obra te ha ido perjudicando, qué duda cabe. Pero, desde hace semanas, has dejado afortunadamente de sufrir esa patológica  ansiedad interior por apropiarte de objetos que pertenecen a la propiedad de otras personas. Afirmo que estarás plenamente curado cuando te alejes definitivamente de la vida confusa de ese personaje cleptómano, pieza teatral de la que me dices aún tienes firmado otros cuatro meses.

Pero ya no eres, afortunadamente, un “ratero” o “ladrón”. Eres, por el contrario, un gran actor que profundizas, tal vez de manera obsesiva, con esa gran virtud que supone aplicar la empatía, sumiéndote exageradamente en el cuerpo y la mente de los demás. No te voy a prescribir más medicamentos. Dentro de seis meses, te pasas por la clínica y te renovamos unas analíticas y algunas pruebas complementarias. Decirle a un paciente que está curado me supone una gran alegría y una profesional satisfacción. Dame un abrazo y a seguir maravillando a todo ese público que tanto disfruta con tu arte”.

Isaac abandonó el vanguardista complejo clínico con el sentimiento satisfecho y con ese sosiego que tanto gratifica al percibir que nos hallamos en el camino correcto. Todo el esfuerzo clínico realizado había merecido “la pena” a pesar de su elevado costo (la factura a pagar finalizaba con un debido de cinco cifras). Caminó feliz hacia el teatro, pues esa tarde tenía una nueva interpretación.

Aquella misma noche después de la cena, cuando Daphne preguntaba a su marido, Avelino, si se iba a ir pronto a la cama o terminaría de ver la película, éste le respondió “Creo que ya es tarde. Mañana tengo que madrugar, pues tengo una agenda repleta de pacientes y el día promete ser duro”. Al entrar en su dormitorio el rostro del prestigioso especialista de la medicina evolucionó con rapidez, desde la suave palidez al sofocado rojizo epidérmico, cuando quiso comprobar la hora exacta. En su muñeca izquierda no se hallaba algo que en mucho apreciaba y nunca abandonaba: el muy valioso y espectacular rolex de oro y brillantes, regalo que había recibido de su mujer con motivo de sus bodas de plata matrimonial.-  



José L. Casado Toro (viernes, 2 Febrero 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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