viernes, 26 de enero de 2018

EL ADORMILADO VIAJERO DEL ÚLTIMO ASIENTO EN EL BUS.

Un muy veterano (acumula doce años ya, desde la fecha de su matriculación) autobús interurbano, para el transporte discrecional de pasajeros, realizaba aquel viernes 12 de enero su ruta diaria entre las ciudades de Madrid y Salamanca. Había partido a las 16:30 horas desde la  madrileña Estación Central de Méndez Álvaro, en una fría y tormentosa tarde de invierno, con la previsión de llegada a su destino en la capital salmantina entre las siete y media y ocho horas de la noche. Los 214 kms de distancia, que separan a las dos importantes ciudades por carretera, suelen recorrerse en aproximadamente dos horas y media. Sin embargo esta línea económica de transporte no realiza el viaje exprés o directo, sino que va realizando varias paradas en diversos pueblos y localidades del trayecto, con el objeto de ir dejando y recogiendo a determinados pasajeros. Todo ello incrementa el tiempo normal de ruta, entre los treinta y cuarenta y cinco minutos de duración.


Desde hace días domina el cielo de la Península una intensa borrasca, situación meteorológica que conlleva fuertes aguaceros, hermanados a un tiempo tormentoso con espectacular aparato eléctrico. Viajar en estas fechas no resulta especialmente agradable para casi nadie, pues el frío (son numerosos los paisajes nevados) las precipitaciones y el cíclico tronar desde las nubes, disuade a muchos tomar la carretera, a no ser por esas necesidades o imprevistos que tanto y traviesamente nos vinculan. Aquellas tarde, en las puertas del fin de semana, el autobús iba casi repleto de usuarios. Los escasos asientos vacíos (y aquéllos que desocupaban algunos de los viajeros que se iban apeando)  eran rápidamente ocupados por otros pasajeros que subían al vehículo en las paradas intermedias de la ruta.

Estaba al mando del volante un joven pero ya experto conductor, Esteban López Bahía, quien a sus treinta y cinco años de edad se mostraba satisfecho y feliz con su trabajo, en una época de tantas carencias y penurias laborales. Ciertamente no gozaba de un contrajo laboral fijo, sino eventual, a fin de cubrir las ocasionales bajas del personal u otras necesidades. También era llamado para determinadas fechas (vacaciones, Navidad, festividades y fines de semana) en que la empresa suele incrementar sus servicios de transporte. Pasada ya la época navideña, sus jefes le habían prorrogado los contratos semanales, debido a las bajas propias por enfermedad durante esos meses de catarros, gripes y demás enfriamientos.  Mientras conducía pensaba en Alma, su querida y pequeña de tres años cumplidos, fruto de su matrimonio con Águeda. Llevaban casados ya cinco años, residiendo en un pequeño piso de dos dormitorios que antes de la boda habían comprado a un funcionario trasladado a su ciudad de origen, ubicada ésta a muchos kilómetros de distancia. Los gastos de hipoteca, y aquellas otras reformas urgentes que el viejo piso había exigido, les mantenía sumidos en un conjunto de agobios y estrecheces económicas que, con paciencia y austeridad, iban sobrellevando.

Faltaban apenas veinte minutos para las 20 horas, cuando los cansados pasajeros fueron avistando la entrada Este de Salamanca, que pronto les condujo al punto de destino, final del trayecto: la estación de Autobuses en la histórica ciudad castellana. Todos ellos se fueron bajando con presteza, a fin de recoger sus enseres guardados en la “bodega” del bus. Se iban abrigando también convenientemente, dada la baja temperatura en la ciudad, pues los termómetros marcaban en esos momentos un grado térmico bajo cero. Esteban completaba mientras tanto el impreso reglamentario correspondiente al servicio, informe ritual que debía entregar en la oficina de la Compañía antes de abandonar la estación. Pensaba que ya estaban totalmente vacíos los asientos, cuando reparó que aún quedaba un pasajero, el cual permanecía en su asiento situado en la última fila, junto a la ventana derecha del fuselaje. Un tanto extrañado ante la actitud pasiva de ese hombre, se acercó a él para indicarle que ya se había llegado al punto final del trayecto, lo cual era más que obvio: dentro del vehículo sólo estaban ellos dos.

Aquiles Santos Diana, como poco después tuvo la oportunidad de conocer, era el nombre del extraño pasajero cuya edad no llegaría al medio siglo de vida. Ofrecía, a primera vista, una imegen de persona tímida y de no muchos recursos materiales. Iba enfundado en una “gastada” trenka gris marengo, con botonadura de colmillos marrones, mientras protegía su cuello y parte de su agrietado rostro con una larga y modesta bufanda azul marino. Asía entre sus manos una raída mochila marroquí de piel beige, aclarando de inmediato que no tenía que recuperar maleta alguna pues sólo viajaba con ese pequeño equipaje.

“Me encontraba muy cansado, por una serie de asuntos personales, no muy agradables por cierto. La “cosa” es me he quedado completamente dormido durante casi todo el viaje. El cansancio que acumulaba mi cuerpo era bastante intenso, pues no me he llegado a despertar ni en las diversas paradas del trayecto. Lo que m, mi destino.qás lamento es que precisamente tenía que haberme apeado en Avila, mi destino. Y ahora parece que hemos llegado finalmente a Salamanca. ¡Cuánto he debido de dormir! Los problemas se me acumulan, no lo sabe Vd. bien. Y ahora ¿qué puedo hacer?”

El solícito conductor, persona con nobleza de corazón, a pesar de la dura noche meteorológica y del trabajo acumulado en su cuerpo, tras varias horas en la responsabilidad del volante, se mostró dispuesto sin embargo a prestar ayuda al abrumado viajero. Persona que ahora se encontraba en un punto geográfico que no correspondía lógicamente a sus deseos. Le indicó que podría ayudarle, aunque antes tenía que entregar el impreso de ruta en la oficina de la compañía para la que trabajaba. Una vez cumplida su obligación laboral, ofreció al viajero la posibilidad de que ambos compartieran un café, a fin de aconsejarle lo que fuese preciso en tan confusa situación. Una cálida infusión les vendría muy bien a los dos interlocutores, pues el frío era extremadamente intenso. De manera afortunada, la cafetería de la estación aún permanecía abierta, por lo que ocuparon una de las mesas junto al ventanal exterior. Los escasos clientes que en ese momento permanecían en el establecimiento podían percibir, a través de los cristales empañados del local, el fuerte aguacero que estaba cayendo sobre una ciudad con las calles prácticamente semivacías de viandantes. La tormenta y el gélido nivel térmico que se soportaba hacía escasamente apetecible salir de casa. Cuando Esteban aclaró a su compañero de mesa de que el próximo autobús, que pasaría por la capital abulense, no saldría hasta las nueve de la mañana siguiente, el rostro del ya muy abrumado pasajero adquirió una “desesperada” expresión facial.

“Madre mía ¡Cómo se acumulan los problemas en la vida de las personas! Me desplacé hasta Madrid, hoy muy de mañana, pues me habían respondido a una solicitud laboral para realizar la correspondiente entrevista. Llevo sin encontrar trabajo ya más de dos años, con unas carencias económicas verdaderamente agobiantes para mi modesta familia. Mis dos hijos, que están casados, sufren también el paro. Yo he trabajado como albañil durante bastantes años, pero llegó la maldita crisis, con la reducción al mínimo de las construcciones. Ahí tenemos tantas obras paradas, con los solares vallados, sin nadie que les meta mano ¡Claro que estamos pasando hambre y otras necesidades! La familia trata de echarte algún cable, pero qué se puede esperar de ellos, si también están sufriendo las estrecheces de esta economía bloqueada. Ese posible trabajo, para el que me han entrevistado hoy al medio día, tampoco es que resulte muy agradable. Se trata de un puesto auxiliar, para una compañía de decesos. Pero incluso para esta función tienen que entrevistar a mucha gente. Allí me he encontrado con más de veinte aspirante, todos ansiosos de ser elegidos. Unos y otros estábamos “luchando”  por un “miserable” sueldo mensual. Y aún así, hay que esperar la respuesta que “alegrará” sólo a dos posibles candidatos. Ya vé …  ahora estoy aquí en Salamanca por error, cerca ya de las nueve de la noche, en una ciudad que apenas conozco, con sólo unas monedas en el bolsillo (que no me van a permitir sacer un nuevo billete) y prácticamente con un bocadillo en el cuerpo. Veré si me dejan quedarme aquí durante la noche, tendido en uno de los bancos, hasta que amanezca.  En esta situación, ya ni me da vergüenza tener que pedir, pues tengo que llegar al precio de ese ticket que me permitirá poder volver a casa. Todo ello por haberme quedado dormido en la parada donde me tenía que bajar”.

Esteban no era de las personas que se muestran insensibles o impasibles, ante el dramatismo de las palabras que le estaba transmitiendo Aquiles, mientras éste sorbía con ojos agradecidos el cálido café con leche al que le había invitado la generosidad del solidario conductor. Las palabras del desventurando pasajero parecían convincentes y lógicas (a pesar del error cometido). A todos nos puede pasar algo parecido, agudizándose la situación cuando hay otros elementos o circunstancias negativas que inciden aún más en en ese problema global que le transmitía la sinceridad de su confundido y desanimado interlocutor. Armándose de valor, quiso dar un paso al frente ofreciéndole esa ayuda fraternal que los humanos casi siempre anhelamos recibir.

“Amigo Aquiles. Entiendo que no resulta fácil asumir todo lo que me estás contando. Tiene que ser muy duro sobrellevar tantas carencias. No es el único caso que yo he vivido, con algún pasajero que se pasa de su parada por razones diversas. Pero su situación es complicada, qué duda cabe. Y el caso es que aquí no puede pasar la noche pues, a partir de las 12, cierran las dependencias de la estación. No se autoriza que nadie permanezca en el interior del recinto durante la madrugada. Y la noche se ha presentado de “perros y gatos”, con una gran tormenta que asusta. ¿A dónde va a ir? ¿Cómo se va a proteger? Y encima, con el estómago vacío.

Mi mujer, la niña y yo formamos una familia modesta. Tenemos un pisito pequeño, pero con una hipoteca de esas que “ahogan” cada mes cuando llegan los recibos. Mi trabajo tiene sus alzas y bajas. No podría asegurar si me van a llamar la semana que viene, para llevar el volante de aquí para allá. Pero no puedo dejarle “aquí tirado”. Véngase conmigo, que no nos vamos a arruinar poniendo un plato más en la mesa. Tenemos un sofá, donde podrás descansar y protegerte de la lluvia y el frío (creo que andaremos alrededor de los cero grados). En cuanto a mañana, nos venimos temprano para la estación y hablo con el encargado. Como conservas el billete del ida y vuelta, le explico el caso a mi jefe y tal vez podamos conseguir que te permitan volver gratis hasta Ávila. En todo caso, un nuevo billete para viajar enttre las dos ciudades sólo cuesta 6,60 €. Son 87 kms la distancia a recorrer por carretera. Me dices lo que te queda en el bolsillo … y yo completaría lo que te falta”.  El contexto de la conversación hizo que ambos pasaran del Vd. a ese tuteo que nos aproxima de alguna forma a los demás.

Aquella noche Aquiles la pasó en el domicilio de su hospitalario y nuevo amigo. Águeda, a pesar de su sorpresa inicial, puso un plato más en la mesa y a todos les supo de maravilla ese caldo de cocido caliente que, con esmero y experiencia, había preparado una excelente artesana de la cocina. Alma ya dormitaba en su cuarto, pues su madre había conseguido llevarla pronto a la cama, tras la ducha diaria y la correspondiente cena. Aquiles hablaba poco, pero sonreía más. No querían enturbiar más con sus tristezas la viada apacible de aquel ejemplar y joven matrimonio, que también “negociaba”, cada uno de los días, con las penurias propias de un sistema económico, tenazmente exigente e insolidario. Aceptó de buen grado, con esa mirada complacida que genera el sosiego y la amitad, una taza de menta poleo, necesaria infusión que iba a mejorar un cuerpo sometido a un fuerte constipado, a lo que ayudó el siempre necesario paracetamol. Había que potenciar mejor las defensas de un organismo, presa de un fuerte resfriado y un ánimo intensamente agotado.

Quiso la suerte de que, en la mañana del sábado, Esteban fuera encargado de hacer los dos servicios del día, entre Salamanca y Madrid. Antes de partir, habló con Dino Caraván, jefe de personal, a quien explicó el caso de Aquiles quien, con la necesaria prudencia y expectación, aguardaba en la antesala de la pequeña oficina de organización. La autorización recibida llenó de gozo a una persona “toscamente” tratado por la suerte y la oportunidad. Aunque pudo desayunar con la lógica apetencia en casa de su benefactor, Águeda había preparado sendos bocadillos de queso y morcón para que su marido y el inesperado invitado sobrellevaran mejor los avatares de una larga mañana de trabajo. De manera también afortunada, aunque el cielo permanecía aún lleno de brumas, había dejado de tronar, relampaguear y llover.

Cuando el bus alcanzó la “estación” intermedia de la capital abulense (espléndida imagen de una planimetría en relieve, con numerosos tejados cubiertos de nieve)  ambos amigos se estrecharon en un cálido y afectuoso abrazo. Hubo pocas palabras entre ellos. “Suerte amigo ¡Cuidate! ¡Gracias, gracias. Aún hay gente buena en el mundo!” Mientras conducía, camino de la centralidad madrileña, Esteban pensaba en el porvenir caprichoso que las personas hemos de afrontar. Se sentía bien en conciencia, con la satisfacción de haber prestado ayuda a un “adormilado” pasajero que ayer había perdido su parada y al que la vida no le estaba siendo generosa. Reflexionaba pensando qué habría sido del pobre Aquiles, si hubiera estado al volante otro compañero menos comprensivo y hospitalario. Desde esta curiosa experiencia, ahora suele proclamar en voz alta la estación en la que su autobús se detiene, a fin de que bajen y suban los correspondientes viajeros.

Ha pasado ya casi un mes desde aquella insólita aventura con el humilde pasajero adormilado, en una inhóspita y gélida noche de lluvia y tormenta. Hoy miércoles 7 de Febrero, al llegar a su domicilio Esteban encuentra en el buzón de correos, entre una copiosa y aburrida correspondencia comercial, una carta procedente de la entidad bancaria con la que tiene concertada su “pesada” ayuda económica. Se le cita, a la mayor premura, para que se persone en la oficina, a fin de tratar un asunto importante relacionado con el préstamo hipotecario que les vincula. No podrá hacerlo hasta el viernes, pues el jueves ha de cumplir servicio completo, con una nueva y larga ruta entre Salamanca y Barcelona.

Ese viernes, apenas abierta la puerta del establecimientio financiero,  Esteban ya se halla sentado frente a la mesa ocupada por el interventor Jaime Sanchidrián. El un tanto “atildado” operario administrativo, le explica con mecanicista frialdad un importante hecho relacionado con su hipoteca bancaria.

“Bien… Sr. López Bahía. Hemos recibido una transferencia económica a su cuenta, avalada por un documento notarial, con el fin de sufragar la cantidad que aún le resta por pagar (108.000 €) correspondiente al préstamo contractual que mantiene con la entidad que represento. La documentación, puedo asegurarle, es toda correcta, según nuestro equipo de control jurídico. Por todo ello le voy a entregar un dossier con una amplia documentación que Vd debe firmar, a partir de la cual quedará totalmente liberado de los débitos mensuales hipotecarios que se cargaban en su cuenta bancaria. Un representante de nuestra entidad le acompañará al despacho notarial con el que trabajamos, a fin de realizar las restantes firmas conjuntas, con la que poder avalar su plena propiedad de la vivienda. En el Registro de la Propiedad se realizarán, lógicamente, los necesarios cambios y notificaciones al afecto. Sólo me resta felicitarle, por haber gozado de tan generoso y solvente “protector”. En dicha documentación que le facilito encontrará una carta, dirigida a su persona, en cuyo remite está el mismo nombre que realiza tan sustancial donación: D. Aquiles Santos Diana”.




José L. Casado Toro (viernes, 26 enero 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


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