viernes, 16 de febrero de 2018

PEQUEÑOS SECRETOS COMPARTIDOS, EN UNA FRIA TARDE DE TERTULIA.



De una u otra forma, las sociedades se han visto desde siempre condicionadas por las manecillas del reloj. Sea éste digital, de pulsera, el situado bajo el campanario de la torre, el que deja caer pacientemente la arena o ese fiel marcador natural, que nos trae diarios amaneceres y atardeceres en el cielo, al compás de nuestro cíclico giro terrenal. Esta división del tiempo para lo laboral, para lo formativo, para el alimento, el divertimento o el descanso, determina nuestros horarios, nuestros proyectos y respuestas, no pocas veces con una rígida “deshumanización”. Efectivamente, esta ordenación del tiempo (necesaria a todas luces) se torna obsesiva y patológica cuando nos determina y estructura con implacable dureza, privándonos del sosiego y alterando, consecuentemente, nuestra estructura anímica. “Carezco de tiempo para…” frase universal que sanea muchas conciencias, alistadas con implacable normativa en las filas castrenses del estrés temporal.

Pero, también de manera afortunada, llega para casi todos nosotros una fase de la vida, en la que ese nuestro tiempo se libera del propio tiempo y hay tiempo para casi todo, a poco que nuestra voluntad y estado de animo así lo sustente. Cuando el almanaque vital te libera de la aventura o la rutina del ejercicio laboral, eres tú (y tus circunstancias) el que has de programar o llenar de voluntad ese reloj que carece de manecillas o, si aún las mantiene, resultan para ti muy relativas las estructuras temporales que día a día vayan marcando. En ese caso, tu tiempo se va liberando de las ataduras inmisericordes ordenadas por esa “divinidad” que durante décadas ha decidido “cruel o benévolamente” por ti. Aún así, se suele producir una curiosa y contradictoria situación. La medida del tiempo te importa menos, pero el tiempo vital lo valoras y lo necesitas más.

Se conocen desde hace muchos años. Han tenido entre ellos momentos en que esa  proximidad fraternal se ha visto alterada por un banal distanciamiento para el que nunca hay, desde la racionalidad, explicación convincente. Más o menos coetáneos en la edad (se hallan en la inmediatez de cumplir su séptima década existencial) a los tres amigos y convecinos les llegó su pase a la retaguardia del protagonismo, abandonando esas profesiones que habían ejercido con proverbial eficacia durante un amplio período de sus vidas. Ahora, ya más apaciguados en sus temperamentos y caracteres, comparten ese valor inmenso de la amistad con más ahínco y serenidad que en fases y épocas pretéritas.

Uno de esos elementos de relación que tanto les gratifica es la esperada reunión de cada miércoles, cita que tiene lugar normalmente en el bar del tío Eufrasio. Esa muy apreciada convivencia para el diálogo y la distracción, disfrutando de las suculentas tapas, con ese café, cerveza o tinto del lugar, que se prolonga en ocasiones hasta horas próximas a la cena, la denominan coloquialmente como la “TERTULIA DEL MOLINO”. Este sugerente y literario nombre hace alusión a que el bar de Eufrasio se halla ubicado en un antiguo caserón, donde funcionaba una almazara o molino de aceite, que aún mantiene como elemento decorativo la gran prensa con los serones de esparto. En su antigua época de actividad el artístico artilugio estaba “mecanizado”  en su movimiento por la fuerza de dos grandes bueyes que realizaban el trabajo de arrastre circular.

No siempre el intercambio de pareceres entre los cuatro veteranos tertulianos se realiza de manera “pacífica”. Hay ocasiones en que la discusión sube de tono, enrocándose alguno de ellos en sus posicionamientos irreductibles, aunque en general la cosa no suele llegar “a mayores” y el estrechamiento de manos y esa nueva ronda de consumo que todo lo sutura les permite volver a sus domicilios sin mayores cicatrices anímicas para su tradicional amistad. Por supuesto que cuando los vaivenes en el diálogo aparecen, el recurso a ese juego universal del dominó o a las cartas o la baraja tradicional de D. Heraclio Fournier González resulta bastante eficaz. Con ello completan las muy frías o sumamente cálidas tardes, según la estacionalidad de una climatología sometida a un régimen extremado de temperaturas. A su edad, las palabras y los juegos son la mejor forma de conocen para “matar” el aburrimiento, como expresivamente suelen decir. Siempre han residido en este monumental y bello municipio vallisoletano, con poco más de 20.000 habitantes, localidad llena de Historia y enclavado en la Comunidad Autónoma de Castilla y Leantiaguamente denominada clavadomte Castilla la Vieja,hoy Comunidad de Castilla y León (región antiguamente denominada Castilla la Vieja).

En un gélido miércoles de febrero, con los termómetros marcando en el exterior del bar una temperatura entre los tres y cinco grados bajo cero, vemos a los tres amigos sentados alrededor de una tosca mesa de madera, situada a poco más de metro y medio de la gran chimenea, sobre la que arden dos gruesos troncos de madera de alcornoque. El fuego hace muy grata la estancia en un gran salón donde predomina la madera, tanto en los suelos como en las paredes, local que se encuentra casi vacío de clientela a esas primeras horas de la tarde. Eufrasio les ha servido tres tazas de café con leche, acompañadas de sendas copas de aguardiente seco. Aunque suelen pedirlos habitualmente, hoy ninguno de los tres contertulios tiene ganas de probar los apetecibles “tonelitos borrachos”, unos dulces redondos de bizcocho, rellenos con crema de cacao y bien cargados o bañados en brandy o coñac. ELADIO es el primero que rompe el silencio, dirigiéndose a sus compañeros de mesa: Pascual y Casimiro, los cuales contemplan ensimismados el rojo ígneo de los leños incandescentes:

“La tarde está metida en frío y agua. He visto al venir unas nubes grises, por el oeste, que como descarguen vamos a tener nieve en abundancia. La verdad es que no se me apetece empezar la tarde de nuestra tertulia con las consabidas partiditas de dominó. Se me está ocurriendo una idea que puede resultar interesante y sobre todo divertida ¿Por qué no contarnos algún secretillo de nuestras vidas, que sea más o menos importante, pero que por alguna razón nunca lo hayamos compartido con nadie, incluso con nuestras propias mujeres?

“Bueno, ya que he sido yo quien dado la idea, pues me tocará a mi ser el primero en contaros algo que no creo haber comentado con nadie, incluso con Carmela, mi mujer, que siempre se va de la boca con las vecinas. Desde que la conocí, siendo mocita, ha sido muy charlatana. Los dos sabéis que he sido electricista toda mi vida … Total, más de cuarenta años. Pero he tenido épocas malas, como todos. Cuando no te hacen encargos y ves que el dinero no te llega a final de mes, desde luego lo pasas mal. Pues en esas épocas que no me iba bien el trabajo, con los encargos, decidí trucar el contador de electricidad. Yo sé como hacerlo y nadie se enteraba de la trampa. Tenía un consumo eléctrico anormalmente bajo, a pesar de tenerlo casi todo electrificado en casa. Los niños eran pequeños y los gastos estaban ahí: alimentos, ropa, las cosas del cole, etc.. Al menos, con esa manipulación que hacía, gastaba muy poco en electricidad. Engañar a la Hidroeléctrica me resultaba fácil. Ahora, con eso de los contadores inteligentes resulta casi imposible hacerlo. Pero en aquella época, a mi me permitió respirar en tiempos de carencia.

También, hace ya tiempo, alguien que no os voy a decir quién, llamó un día en mi puerta para pedirme que hiciera algo por lo que me “untaría” la mano con un buen  sobre, sin datos por supuesto que me pudieran comprometer. La cosa tuvo su gracia, pues quien estaba detrás del asunto era un importante líder político que quería “reventar” el meeting  (mitin) político que iba a dar su rival, dos días antes de las elecciones. Cuando éste se dirigía bien ufano hacia el micrófono, la luz, la electricidad “desapareció”. Una de esas averías que no se arreglan en el día. La reunión en la plaza fue un fiasco, pues aunque el político se desgañitaba (acabó con afonía) la gente se fue levantando de sus sillas, pues la oscuridad de la tarde casi no permitía ver a poco más de varios metros. Hasta el día siguiente no se arregló la bien “elaborada” y complicada avería, pero ya no podía repetirse en mitin, pues era el día de la reflexión.  Sí, que queréis que os diga. Me presté a ello. Tenía unas letras que pagar y en esos casos necesitas el dinero. Aclaro una cosa: esto que os he contado lo negaré siempre, pero la verdad es que ocurrió. Y no he dicho nombre alguno ehhh …”

Se miraron sonrientes y comprensivos, ante las revelaciones del amigo Eladio. Pidieron una nueva ronda de aguardiente, pues la tertulia de esta tarde prometía ser interesante en novedades y confidencias. Ahora tomaba el protagonismo de la palabra  PASCUAL, propietario de una pequeña clínica, donde ejerció durante muy largo tiempo su oficio de practicante. Esa importante y social actividad es ejercida por su hija Clara.

“Lo que os voy a contar fue algo muy complicado, que me vi obligado a afrontar con mucho tacto y discreción. Por supuesto que no os voy a dar dato alguno para que podáis identificar a las personas y a los hechos en que aquéllas se encontraron envueltos. Y lo hago por un insoslayable respeto al derecho de la privacidad. Cierta tarde, cuando ya anochecía y me disponía a cerrar la clínica, tras haber hecho diversas curas a varios convecinos, se presentó en la consulta la mujer de un buen amigo mío. Me extrañó su estado de nerviosismo y agobio anímico. Apenas había comenzado a explicarme el por qué de su presencia cuando cayó sumida en un mar de lágrimas. Traté de calmarla, pero era tal su estado de confusión que me vi obligado a darle un Lexatin que de inmediato la calmó un poco. Algo más sosegada, me puso al tanto de su difícil situación, para mí totalmente inesperada por el contenido de su confesión. Yo sabía que ella estaba felizmente embarazada del que iba a ser su tercer hijo (su propio marido me lo había confiado, dada la fuerte amistad que a ambos nos unía). Pero la cosa era más complicada de lo que todos podían percibir. La mujer mantenía una doble relación afectiva, dentro y fuera de su matrimonio, aprovechando la profesión de su esposo, el cual tenía que realizar frecuentes viajes, ausentándose del hogar conyugal con cíclica frecuencia. Me confesó, con esa franqueza que te desarma, que no tenía claro si ese tercer hijo que esperaba era del marido o del amante. Estaréis todos pensando que el problema podía tener una fácil solución, siempre el marido no tuviera conocimiento de la intensa actividad sexual que su esposa era capaz de realizar en el discurrir de los días. Y aquí llegó la explicación de la desesperación que embargaba a mi sollozante interlocutora. El agraciado por sus “favores” no era de nacionalidad española, sino sudamericano. Permitidme que utilice la expresión “amerindio”. El pánico de esta mujer es que le naciera un hijo o hija con los rasgos del peruano. Total, que dada nuestra amistad, venía a pedirme consejo y a desahogarse de sus desdichas. Traté, una vez más,  de calmarla y aconsejarla. Iba ya por el cuarto mes de su embarazo. Había que esperar al momento del parto. No había otra solución. Lo que me llamó especialmente la atención fue su sinceridad ante los sentimientos: ella quería y necesitada a los dos, al marido y al amante por igual … Debo añadir un dato. Mi amigo, el padre o no de éste su tercer hijo, era persona ultraconservadora en todos los aspectos de la vida. Muy de derechas, ultracatólico y extremadamente beato, recientemente había realizado los cursillos de cristiandad. Aconsejé a la señora que tuviera calma. Había que esperar al día en que diera a luz, le volví a repetir. Afortunadamente, cosas del destino, el peruano volvió a su país (aunque, por una serie de detalles, yo tenía certeza de que el amerindio no había sido el único amante de la fogosa y necesitada señora). A fin llegó el momento trascendente del parto. Vino al mundo una niña (precisamente yo estuve ayudando al médico que la asistió) y desde el primer momento vi que los rasgos del bebé no eran, de manera indudable, los de mi afecto amigo. Pasó el tiempo y éste hombre, en más de una ocasión, con unas copas de por medio, me preguntó, dada la confianza en mis conocimientos, eso sí, con suma habilidad tratando que yo no sospechara el objeto de sus dudas, el por qué era tan diferente la niña a sus hermanos. Se le notaba al pobre hombre bastante confundido. Yo le “metía un rollo” sobre las complejidades de la ciencia genética, tratando de calmar sus inquietudes y parece que se iba algo más convencido y tranquilo con mis “hábiles” argumentos. Y hasta aquí la historia. No me vais a sacar una palabra más sobre una experiencia que aún no he olvidado, a pesar de lo que ha llovido desde entonces”.

Había comenzado a oscurecer, en paralelo a los primeros copos de nieve que fueron tiñendo de blanco el relieve de este bello pueblo castellano. La recia plaza porticada de la localidad también quedó cubierta con ese manto gélido en muy pocos minutos. Tanto Eladio como Casimiro evitaron realizar pregunta alguna, sobre la larga, divertida y muy interesante narración que había realizado Pascual. Sabían de antemano que éste no iba a desvelas las luces y las sombras de unos hechos que, tal vez, habrían sucedido hacía muchos años. Precisamente sería CASIMIRO quien finalizaría esta trilogía de pequeños secretos compartidos, a fin de aliviar la rutina de una tertulia que, en un principio un tanto aburrida, había ido enriqueciendo la imaginación y los recuerdos de tres hombres que apreciaban y sabían cultivar el valor de la palabra y la proximidad de la amistad.

“Bueno, yo me sincero en desconocer muchas cosas, pero hay algo que creo dominar. Me he dedicado toda mi vida a la cocina. Como cocinero de profesión, por supuesto, aunque también en casa no han sido pocas las veces que he tenido que preparar aquello que llegaba a la mesa. Aunque parezca un contrasentido, ya sabéis que a Blasa nunca le ha gustado el trajín de los peroles y las sartenes. Pero la mujer ha sabido sobrellevarlo. No le quedaba otro remedio.

Aquí en el pueblo, desde mis años jóvenes, he conocido como vosotros a varios alcaldes. Ahora mismo me vienen a la mente …. más de una docena de nombres. En otros pueblos y ciudades esto no ha pasado y han tenido al frente de sus ayuntamientos primeros ediles que han acumulado largos períodos de mandato, en su mullido y bien pagado sillón. Pues bien, con uno de estos ediles yo no me llevaba especialmente bien. Tampoco él conmigo. Hubo un asunto, a raíz de un golpe que nos dimos con el coche, que acabó en nuestra enemistad. Chiquilladas, desde luego, pero que cuando se cumplen años nos convierten en personas quisquillosas y de reacciones egoístas y polémicas. Total, que nos retiramos la palabra a pesar de que éramos en aquél entonces vecinos de calle. También conocéis que la mayor parte de mi vida laboral la he trabajado en el Restaurante El Lechón, desde luego el más importante del pueblo y no es porque yo fuera el jefe de cocina en el mismo ¡O tal vez si¡ No pongáis esa cara, hombre, que es broma ¡Esperar que voy a pedir otra ronda, con la que podamos quitarnos el frío! Fijaros como los leños están ya bien quemados, pero este Eufrasio es más “agarrao” que nadie, se vaya a arruinar por gastar mucho en madera..

Sigamos con ese munícipe. Se le casaba su única hija. Trabajo que le costó a la chiquilla, porque no consiguió de la divinidad y la naturaleza que la hiciera guapa. Para la celebración, el político municipal, como padrino, se “rascó” bien el bolsillo, contratando la comida junto con la fiesta en el Lechón, como no podía ser de otra manera. A mí me tocaba preparar el menú, cuyo coste negociaba mi jefe con el padrino de la ceremonia. Como plato principal, decidieron que se sirviera, a los casi doscientos invitados (tuvimos que abrir los tres salones) el correspondiente trozo de lechón asado, con patatas, castañas y espárragos como guarnición. La boda fue un domingo, así que me puse a guisar cuando aún no había amanecido ese día, pues tenía que preparar platos para todo ese ejército de comensales. La cena comenzaría a las 8 de la noche.

A eso de las dos de la tarde, se presenta el fulano en el restaurante y le dice de sopetón “al Toribio” (mi jefe) que tiene que ampliar en 60 el número de invitados. Parece ser que eran miembros del partido, que iban a venir desde otros pueblos de la comarca y también desde la capital. Toribio no sabe decirle a los “peces gordos” que no y viene a hablar conmigo para convencerme de que tengo que aumentar los platos. Me explica que le debe favores (cosas de impuestos y algunas facturas que “se habían perdido” por el camino). “Pero Tori, ¿qué le vamos a dar de comer a toda esa gente? Yo sólo tengo material para los doscientos contratados. Y eso haciendo “milagros”. Que estamos en domingo y está todo cerrado  ¿De dónde saco yo comida para sesenta bocas más? Que son casi las dos de la tarde…”

Pero el jefe no entraba en razones. Que le había dicho que sí al alcalde y que yo le tenía que sacar de ese entuerto. Después de mucho discutir, le doy una posible solución. “Aunque encontrara cochinillos (casi imposible en un domingo) no tendría tiempo material para prepararlos. Dile al señorito que puedo preparar un buen estofado de carne, con la misma guarnición que llevarán los platos del cochinillo. Soy experto en ese plato, que también queda muy bien”. Total, que llama al munícipe y explicándole el problema, éste accede. Él y su familia, junto con esos “amigotes” del partido aceptarán el estofado de carne, dejando que los cochinillos vayan para el resto de los invitados.

Me voy a la cámara frigorífica y para mi sorpresa y desconsuelo compruebo que apenas tengo carne de ternera para el guiso. Estas cosas parece que las hace el diablo, todo se junta. Y me quedaban apenas cinco horas para completar los platos y preparar el guiso. Y aquí tenemos lo mejor. Me viene a la mente una historia de hacía unos seis meses. Un representante cárnico de la capital me visitó para ofrecerme material para el restaurante, a un precio difícil de creer por lo barata que era la partida. El comercial nos convenció porque por ese precio no podíamos encontrar nada igual. La carne procedía de América, parece ser. Guardé los bloques de carne congelada en la cámara frigorífica. Tras cobrar, el representante puso tierra de por medio. Era ya tarde, así que no comprobé la mercancía hasta el día siguiente, cuando me vine al restaurante. Para mi sorpresa, nos había vendido una partida de carne congelada, con sus etiquetas y sellos. Cuando leí la letra pequeña de las mismas, vi que aquello no era carne de búfalo ¡sino de caballo!

No se lo dije al Toribio, pues yo tenía que haberlo comprobado. Así que allí quedaron, en el fondo de la cámara, los bloques de carne bien congelados. Pues ya os podéis imaginar el final de la historia. Sesenta comensales, entre los que se encontraba el Sr. Alcalde y su familia más allegada, el nuevo matrimonio y la mayoría de los compañeros de partido, degustaron “apetitosos” y grasientos platos de estofado con guarnición, de una “rica” carne descongelada, procedente de la inmemorial Pampa argentina. Nunca llegaron a conocer la “generosidad” de aquellos nobles equinos, que tuvieron tan suculenta participación en la elaboración del menú consumido por tan ilustres personajes. Tengo que añadir que Toribio (el pobre ya se fue al más allá, hace muchos años) nunca llegó a conocer el trasfondo culinario de aquella tan magnifica y suculenta celebración”.

Un miércoles más se había “salvado” para la tertulia, con tres buenos amigos que sabían apreciar el valor de la palabra compartida, a fin de rellenar tantas horas vacías en su merecido estado de jubilación laboral.  Bien “cargados” sus organismos de aguardiente “garrafero” y dado que ya había caído la noche y una copiosa nevada, pidieron “al Eufrasio” que les preparara algo caliente a fin de equilibrar sus cuerpos. Trataban de evitar que su vuelta a casa, con sus mujeres siempre dispuestas a afearles el estado etílico que presentaban después de cada tertulia, no se convirtiera en un motivo más para la desavenencia. El cuenco de berzas, con garbanzos y chorizo que les trajo “el molinero”, les supo a gloria bendita y puso a tono sus bien cansados cuerpos. Todavía, ante los cafés bien cargados, seguían comentando y riendo acerca de tan jugosas historias que habían escuchado. Algunos “secretillos” de sus vidas habían quedado desvelados. ¡Hasta el próximo miércoles, Casimiro! ¡Me tienes que explicar Eladio, más despacio, eso de los contadores! ¡No sabes la facturas de luz que cada mes me están pasando! ¡Cuídate, Pascual, que ya no somos unos chiquillos! Bien abrigados (con sus boinas, bufandas, pellizas y recias Quechuas) emprendieron sin prisas el camino hacia sus domicilios. Una gran plaza vacía mantenía ese manto de nieve que parecía aún más blanco y brillante, por efecto de una noche de luna llena, con un gélido cielo del que se habían retirado pacientemente las nubes.-   


José L. Casado Toro (viernes, 16 Febrero 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


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