viernes, 12 de enero de 2018

PROPÓSITOS RENOVADORES EN JULIA, PARA EL REINICIO DE UNA NUEVA ANUALIDAD.


Son  muchas las personas, probablemente la mayoría de todos nosotros, que a la llegada de las primeras semanas de enero, cuando reemprendemos el inicio de un nuevo año, nos proponemos grandes o leves cambios en nuestro habitual caminar por la vida. Se considera que la renovadora hoja del calendario es una estupenda oportunidad, después del prolongado estrés navideño, para aplicar algunas modificaciones, más o menos trascendentes o aventureras, a nuestros comportamientos y actitudes diarias. En algunos de los casos, lo hacemos porque consideramos urgente o perentorio hacer estas modificaciones. En otras circunstancias estos cambios pueden venir avalados por la ilusión (más o menos racionalizada) de someternos a nuevas pruebas, a nuevas experiencias y, de manera especial, por ese rechazo a lo ya muy conocido o ejercitado. Tenemos con ello por delante el reto para afrontar esperanzadoras novedades, frente a la aridez desvitalizada de la cotidiana rutina.

Los ejemplos pueden ser numerosos y, en general, bien conocidos. En otras oportunidades, desde estas mismas páginas, se ha hecho alusión a los mismos. Aplicando la utilidad de la síntesis, haremos un resumen de los más demandados.

En estos meses del frío, resulta aleccionador retomar un nuevo curso o esfuerzo para avanzar en los idiomas. De manera preferente suele prevalecer el poderío del inglés, con todas esas sus insalvables dificultades para las mentalidades veteranas.  También es recurrente en las voluntades, la plausible vuelta al gimnasio. El descontrol en la ingesta, durante las efemérides navideñas, aconseja esta inmediata muestra de sensatez y disponibilidad, aunque pronto se tope con el muro disuasorio de los dulces cantos de sirena que la Primavera despierta en nuestros sentidos y debilidades. También ayuda, aunque ahora muchos menos comparado con otras décadas, la generación de fascículos y nuevas colecciones temáticas, que las editoriales ponen a nuestra disposición en los puestos de la prensa, a fin de sosegar nuestra mala conciencia con el tiempo real que dedicamos a la lectura. Ya recuerdan aquello de “el primer y segundo volumen al precio de un euro”. Aunque a partir del tercero, los ejemplares supondrán un coste real de diez euros o más. En pleno reinado de la informática, al final nos apuntamos a ese atractivo curso on-line. Pretendemos mejorar el aprendizaje frustrado que realizamos en nuestros años mozos. Pero ese curso, de increíble bajo coste  (incluso con tutorial, cinco días a la semana) tiene una cláusula “subliminal, que muy pocos se prestan a leer. Exige del “aspirante o alumno” para el aprendizaje exitoso, una voluntad de “hierro” en el nuevo alistado al curso, compromiso que muy pocos estamos dispuestos a aplicar. No olvidemos tampoco esos otros alistamientos grupales” que, siempre “a partir de enero”, estamos dispuestos a emprender: la actividad senderista o excursionista, la academia de baile, el mercadillo solidario parroquial, la tertulia literaria de los jueves, de la que tan bien me ha hablado Luis Fernando … y así, un largo muestrario de voluntades que, más pronto que tarde, se “bloquean”, se reducen o abandonan ante la humana realidad de nuestras vivencias. El versátil “libro de las excusas” siempre lo tenemos a mano para sanear nuestras delatoras y frágiles conciencias.

En este “renovador” contexto, aparece la “cercana” historia de una mujer, Julia, en su afán por modificar una trayectoria que exige, en su lógica racionalidad, urgentes cambios que puedan aliviar el sentimiento patente de insatisfacción e infelicidad que soporta desde hace algún tiempo. Julia Selena del Bosque, 35 años, trabaja desde hace once en un afamado y prestigioso centro comercial. Tiene a su cargo una hija de 7 años, nacida de su matrimonio con Paolo, un italiano de 42, técnico de inversiones inmobiliarias. Este vínculo conyugal quedó roto, de manera definitiva, hace ya cuatro años, cuando el compulsivo y dicharachero economista se unió en pareja con una joven francesa, becaria en proyectos y dinamización turística, que no había cumplido aún sus veinte primaveras.  

La naturaleza de Julia, junto  esos buenos hábitos en la normalidad, habían proporcionado a su cuerpo, desde siempre, una imagen esbelta, ágil y agradable, para sí misma y la visión de los demás. Sin embargo, fue desde su embarazo, cuando su estructura metabólica entró en un proceso de modificación y de manera lenta, pero continua, fue acumulando “demasiadas” calorías en su organismo que le provocó un aumento paulatino de peso al que en un principio no concedió especial importancia. Su crisis afectiva también agudizó esa tendencia, pues el trauma relacional conyugal al que tuvo que hacer frente (prácticamente, desde los primeros años de su maternidad) le impulsó a incrementar su ingesta de alimentos, lo que incidió negativa y visualmente en su conformación corporal.

Los “avisos” habían llegado, como a tantas personas también les ocurre. Las tallas de las faldas y pantalones se iban incrementando. En los cambios estacionales, comprobaba con estupor como su “ropero” ya no se acomodaba a un cuerpo sibilinamente incrementado. No es que tuviera que mandar arreglar muchas de las prendas , prácticamente nuevas, es que las mismas ya no se acomodaban de ninguna forma a su cada vez más pesada figura, con el consiguiente gasto de sustitución que la situación planteaba. El propio uniforma que tenía que lucir en su trabajo tuvo que ser cambiado ante unas tallas que iban inquietantemente in crescendo. Era algo que sin aparecer de manera brusca había ido avanzando de forma negativa, tanto para esa visión externa que tanto nos afecta como para la propia estabilidad fisiológica y anímica de algo tan importante como es el propio estado de salud.

Las “alarmas” se dispararon cuando una mañana temprano, a comienzos de diciembre, Marcos Brioso de la Encina, su jefe de sección en el departamento de cosmética y complementos para la mujer, donde ella prestaba sus servicios desde hacía años, la llamó a su pequeño despacho a fin mantener una importante e “incómoda” conversación.

“Julia, son muchas las veces que a los “jefes” nos corresponde tratar algunos asuntos que en modo alguno resultan agradables. Todo lo contrario, pero tenemos que cumplir con nuestra obligación. Siempre te he conocido trabajando en el departamento que ocupas. Sabes bien que, por ineludible criterio empresarial, estamos obligados a dar una muy cuidada imagen ante nuestros clientes, que no afecta solo a las formas de trato y amabilidad educacional (cosa obvia que todos comprendemos y aceptamos) sino también a la figura física con que nos presentamos ante los mismos. Precisamente estás trabajando en una sección técnicamente enfocada al cuidado corporal, donde la inmensa mayoría de nuestros clientes son mujeres. No me cabe duda de que soportas con pesar el gran aumento de peso que tu cuerpo ha ido alcanzando. Tal vez sea un problema metabólico o de naturaleza psicológica personal, terrenos que corresponden a tu estricta privacidad. Pero la empresa tiene que cuidad estos detalles para “gratificar” los ojos de los clientes y por supuesto las ventas.

Tienes que poner, de manera urgente, freno a esta dinámica. Hay médicos y personal especializado que te pueden, profesionalmente, ayudar. Pero en la última reunión que tuvimos, se ha adoptado la firme decisión de cambiarte de sección. Tu imagen no se adecua a las características de un departamento cuya misión básica en el mejor cuidado de nuestra “fotografía” corporal. Y no creas que la cuestión es baladí. Profesionalmente es de gravedad, para tu estabilidad laboral. Incluso en el equipo de personal hubo opiniones que utilizaron la palabra despido, tendencia que logré frenar aunque no sin esfuerzo. Te conozco desde hace tiempo y sé que has tenido un desajuste afectivo, como a tantos otros también les ocurre. Tal vez esta situación haya podido influir es la incómoda temática que nos ocupa. En definitiva, he de comunicarte que se ha tomado la determinación de trasladarte a la sección de supermercado. A partir del lunes, te incorporarás a este nuevo puesto donde nuestro encargado, Victoriano Caminero Sandoval, debidamente te asesorará, explicándote las funciones y directrices básicas de la actividad que ahora tendrás que desempeñar. De todas formas no descuides, en manera alguna, lo que te he sugerido antes. Te puedo facilitar algunas direcciones de especialistas que, sin duda, te pueden ayudar en un problema orgánico que no te está aportando nada bueno.”

Fue sin duda una exposición amarga, la que tuvo que ejercer Marcos Brioso, con su total alopecia y explicativas manos gesticulantes. Tal vez resultó algo humillante, para una aturdida oyente en la que no surgían o generaban las palabras. Pero la exposición que tuvo que escuchar Julia en boca de su superior jerárquico era objetivamente realista y concluyente, desde el plano o punto de vista comercial o empresarial. Por supuesto que a ella no se le ocultaba la evidencia de su estado, pero lo había ido dejando pasar y pasar, por esa inacción que a veces nos inmoviliza en nuestra necesaria reacción y que lejos de arreglar los conflictos lo que hace es empeorar aún más el origen del problema que nos está afectando con tan pesada factura. En más de una ocasión había pensado en hacer algo de ejercicio, de manera especial durante los fines de semana. También en modular y vigilar más aquello que tan “cómodamente” se llevaba a la boca. Sin embargo esos jugosos aperitivos, esos tentadores frutos secos, esos atractivos bombones, ese picotear de aquí y de allá, para compensar los nervios y el estrés compulsivo que tan frecuentemente le alteraban… ponían a prueba sus deseos de autocontrol. Pero la voluntad es en no pocas ocasiones débil y más cuando te sientes sola, “desplazada” familiar y laboralmente, injustamente tratada por una persona a la que no conocías bien y que precisamente es el padre de tu hija, hoy “libando” por otros panales, materialmente más apetitosos y suculentos para el ego y la degradación personal.

El especialista dietético, Dr. Basilio Sendero Regional, tras la realización de las correspondientes entrevistas y analíticas, le diseñó un severo plan de trabajo, en cuanto al tipo de alimentos y cantidades a ingerir de los mismos, algunos fármacos complementarios y una gama de actividades, entre las que destacaban la asistencia a un gimnasio. Sugirió incluso la posibilidad de algunas sesiones de yoga. Todo ello se iniciaría en enero, ese primer mes del nuevo año, siempre muy adecuado para el “reseteo” de nuestras agendas, con los cambios voluntaristas y necesarios que siembren de esperanzas muchas de nuestras parcelas y fundamentos temporales, un tanto aletargados y sumidos en un erial de descuidos y rutinas que en nada nos benefician. Ciertamente, las cenas de Nochebuena y de Fin de Año fueron para ella un referente del autocontrol para ver hasta que punto las luces rojas de su voluntad estaban dispuestas a llegar.

Pero la dialéctica entre lo somático y lo psicológico no tiene unas reglas fijas en cuanto a las posibilidades de intervención. Los resultados, que Julia estaba obteniendo con el tratamiento, eran extremadamente lentos y escasamente significativos para el éxito de un cambio tan necesario en su estructura metabólica. Pasaban las semanas e incluso los meses y el especialista endocrino no veía un concluyente avance en los datos clínicos, a pesar de que Julia aseguraba que cumplía fielmente con las prescripciones y actividades programadas. Pero la realidad era bien diferente. Los “incumplimientos” y abandonos, por parte de una voluntad débil y atribulada en lo psicológico, repercutía en unas ingestas descompensadas, en repetidos sometimientos a las tentaciones del azúcar y otras apetencias que frenaban o bloqueaban la necesaria recuperación del equilibrio y la mesura en la alimentación. Tanto en el comer, como en el beber… Las brumas de lo anímico se superponían y vencían a las claridades y luces de la estructura somática. Ella se seguía viendo “gorda y fofa”, con una edad que para muchos es todavía la flor juvenil de la vida, ¡Qué ejemplo estaría recibiendo su hijita Iris, de siete años, al ver a su mamá cogiéndole, sin el menor control o mesura, sus gusanitos, caramelos y esas bolsitas de snacks tan atractivas y peligrosas para el consumo!

Algo estaba fallando, para que los buenos deseos se vieran derrumbados por el torrente de una confusión anímica que obviamente dominaba su persona. El propio especialista dietético, analizando con profesionalidad la situación de su paciente, le aconsejó una visita a una clínica especializada en alteraciones profundas del equilibrio psicológico. Allí Julia tuvo la suerte de encontrar a un joven y cualificado profesional, el Dr. E. Subial que, con diestra agudeza, parece dio con la “tecla” necesaria para aportar luz y eficacia a una desconsolada y débil paciente.

“He tenido recientes ejemplos de profundo desorden alimentario. En todos los casos de los que te hablo había una evidente frustración vital en la persona, por muy diversas causas o motivaciones. Esa situación de “infelicidad” trataba de ser compensada por una atractiva y descompensada ingesta, que llevaba cargas negativas en la recámara para el protagonista de la misma. Ha habido y hay problemas en tu vida que “explicarían” ese comportamiento que tanto lamentas y ante el que te sientes con frecuencia vencida y fracasada. En este sentido, con algunos pacientes nos ha dado excelentes resultados la entrega por parte de ellos a una actividad que potenciara su autoestima, en esos momentos en cotas bajo mínimos. No te extrañes con lo que te voy a sugerir.

Existe en esta ciudad, en plena centralidad malagueña, una escuela para el arte interpretativo que trata con especial eficacia casos muy semejantes al tuyo. Allí te enseñan diversas especialidades escénicas, a partir de las cuales te vas sintiendo mejor, más compensada, más segura, más protagonista, imputs anímicos que te hacen postergar esas banales tentaciones que no hacen sino perjudicar a tu cuerpo, a tu salud, a tu imagen ante los demás y, lo que es aún más grave, tu propia debilidad degradada en la autoestima personal. Conozco a la persona que dirige esta escuela privada de interpretación, mímica, dicción y simulación. Te pongo en contacto con el director escénico, al que le enviaré unos informes previos. Te aseguro que de aquí a poco tiempo… te vas a sentir mejor. Asiste a esas clases, en función de tu horario laboral. Seguro que van a saber adaptarse, buscándote el hueco oportuno para que puedas compaginar el horario laboral con la ilusión por ese aprendizaje de autoafirmación personal”.

Han avanzado en el tiempo los meses del calendario. La fría humedad de la estación invernal ha sido sustituida por esa suavidad primaveral, dulce y aterciopelada, antesala cordial del cálido estío veraniego. Julia se siente mucho más feliz. Aunque su “humanidad corporal” aún no reduce en demasía sus perímetros visuales, las perspectivas son favorables, pues “el comer y el picotear” se han convertido, para su mentalidad reforzada, en “valores” muy postergados. Ahora prevalece esa ilusión del domingo a las 12 o ese miércoles tarde en el que tiene la jornada libre para el apasionado placer de interpretar. Sonríe más y descansa mejor. Dentro de dos semanas, va a tener, junto a sus compañeros de “tablas”, la primera experiencia de interpretación ante un público que atenderá, aplaudirá y comentará su artístico trabajo. Son esos espectadores que pagan su entrada, para ver y disfrutar a unos actores que multiplican nuestras experiencias de vida. Por cierto ese buen compañero, Marcos Brioso, que también interpreta cada día su “papel” de jefe de sección, en la cuarta planta de los Grandes Almacenes, se le acercó ayer en los minutos del desayuno. Le dijo a su compañera ese algo en voz baja, pero que alcanza muchos decibelios en la sorda o mágica acústica de nuestra lucha íntima por la autoestima:

“No creas Julia que soy ajeno a todo el admirable esfuerzo que estás llevando a cabo por recuperar tu verdadero y mejor yo. Has que saber esperar. Pero no se me oculta la evidencia de que pronto volverás a ése tu puesto en cosmética, que con tanto dolor y paciencia tuviste que abandonar. Yo me encargaré de que ello así suceda”.

Las “cálidas” miradas que entrecruzaron los ojos de ambos compañeros de trabajo fue toda una declaración de intenciones, de ilusiones futuras y de voluntades compartidas que nuestro providencial destino, siempre variable y caprichoso, sabría en su momento y oportunidad resolver.- en la sorda aclcanza muchos decibelios iplican nuestras experiencias de vida. retaci


José L. Casado Toro (viernes, 12 enero 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


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